Adele Contest

Fanfiction Addiction


Nombre del fic: He won't go

Autora: fer92

Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer, la historia está basada en una hermosa canción de Adele que lleva el nombre de He won´t go.

Nota de autor: Adele es una de mis cantantes favoritas así que este concurso me pareció una idea genial. Espero que les guste

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Enero de 1946

En el pasillo de siempre algunas personas pasaban despreocupadas, todos con sus pequeños sentimientos positivos después de la guerra. Todos mirándome con sus miradas compasivas, como si las necesitara, como si su lástima lo trajera de vuelta. Ellos sólo vivían, respiraban y sentían pena por los que esperaban.

A veces me gustaría también vivir, a veces me gustaría regresar a casa, pero no puedo hacerlo.

Él prometió que volvería.

Cuando la brisa era tan fuerte como ahora era difícil no recordar…

Hace muchos años una niña caminaba por el bosque, ella se había perdido. Se suponía que salir del orfanato sería algo bueno, pero la noche la había alcanzado y perdió el rumbo. Vagaba de un lugar a otro tratando de reconocer el camino que pisaba, pero mientras el tiempo pasaba su desesperación aumentaba. ¿Cómo pudo haber sucedido?

Todas las noches, cuando las cuidadoras las dejaban solas, un sueño colectivo se alzaba entre ellas. Donde creían que fuera de las murallas del patio había un mundo mágico. Con ríos de leche y lluvia de caramelos. Donde había madres cariñosas en cada esquina brindando su amor a los niños desamparados. Ella era una niña desamparada o al menos lo creía cada vez que una cuidadora la miraba con lástima.

Al ver el paisaje a su alrededor estaba segura que todas se habían equivocado. No existía tal cosa fuera de las murallas del patio.

Nunca planeó salir del orfanato, pero después de la revuelta no hubo más remedio que escapar antes de que terminara tan muerta como alguna de sus compañeras de cuarto.

Cuando perdió toda esperanza de encontrar el camino se dejó caer sobre un árbol y abrazó sus rodillas con fuerza. Tal vez en la mañana hallaría una solución. Apoyó su cabeza contra el árbol más cercano y dejó que el sueño la abrigara hacia la inconsciencia.

Después de algún tiempo sintió que algo la golpeaba en la cabeza, sentía murmullos alrededor, pero no sabía de dónde venían.

Abrió los ojos y se encontró con el bosque, tan raro. Todo era verde, no había sombras ni otros colores. Ella pensaba que a esa hora la tenue sombra del sol iluminaría el paisaje de alguna manera, pero se había equivocado. Sus ojos sólo veían verde.

¿Estás bien? – una voz pequeña se escuchó a su alrededor. ¿El bosque le hablaba?

Mamá tenía razón – la voz pequeña volvió a hablar a su lado. Ella no sabía que los colores hablaban.

¿Quieres ir a casa? No sé qué necesiten los ángeles, pero de seguro mamá sabrá. Ella también es un ángel.

Cerró los ojos con fuerza, tal vez era el frío o la humedad. No podía haberse vuelto loca, eso no estaba bien, pero a pesar de sus divagaciones algo trató de moverla. Él dijo que era un ángel ¿y si había muerto? Eso tampoco estaba bien.

Vamos ángel, hace mucho frío y me estoy congelando.

Ella abrió los ojos, pero ahora ya no había sólo verde, un pequeño niño estaba a su lado tratando de jalarla. Su corazón latió con fuerza. Definitivamente estaba en el cielo. Tal vez la muerte la alcanzó después de todo. No podían existir criaturas tan hermosas en la tierra. No las había.

Dejó que él la guiara y no dijo nada.

¿Dónde están tus alas?

Ella lo miró confundida.

No lo sé, supongo que me las darán después ¿no? – el niño la miró confundido también.

¿Quién te las dará?

Pensé que tú sabías – el niño volvió a mirarla y atrapó sus ojos con los suyos. Ella nunca había visto un verde tan intenso antes.

Ninguno dijo nada más durante el resto del camino. Ella no sabía cuánto tiempo había pasado hasta que una enorme casa blanca apareció frente a ellos.

Mi mamá sabrá donde están tus alas, o tal vez ella pueda prestarte las suyas.

Ella no entendía por qué el niño tampoco tenía alas.

Una hermosa señora salió de la casa, su cabello era tan largo que casi tocaba el suelo.

¿Qué te pasó pequeña? – su voz dulce como la miel.

Ella perdió sus alas mamá – respondió el niño de ojos verdes.

Ella los vio, eran demasiado parecidos, demasiado perfectos. Tal vez ahora que había muerto ella también podría tener un poco de su perfección.

La señora sonrió y extendió una mano hacia ella.

No te preocupes, estoy segura que podemos encontrar unas para ti.

La niña tomó la mano que ella le ofrecía.

Edward ve a la cocina y tráeme un vaso de leche – el niño salió corriendo.

¿Usted tiene mis alas señora? – ella le sonrió con dulzura y asintió.

La niña se preguntaba si ella también tendría los ojos verdes.

Entraron a una amplia sala, los muebles eran todos blancos. El cielo era tal cómo le habían dicho.

¿Por qué no te sientas querida? Pareces un poco cansada – ella obedeció en silencio.

La señora despareció tras unas escaleras, después de unos minutos entró con un hermoso vestido blanco en sus manos.

No tengo alas, pero esto funcionará – la señora volvió a sonreír y la niña abrió ampliamente sus ojos.

Fue hasta una pequeña habitación y cambió sus andrajosas ropas por el suave vestido. Una pequeña lágrima corrió por su rostro. Nunca antes había tenido un vestido.

Gracias

De nada – ella volvió a sonreír y cada vez que lo hacía algo cálido inundaba el corazón de la niña.

¿Cómo te llamas?

Isabella

Es un nombre muy hermoso.

El niño apareció corriendo con un vaso enorme de líquido blanco.

Se acercó a ella y se lo tendió con una mirada de asombro.

¿Dónde están sus alas mamá? – él tenía los ojos tan grandes. La niña se preguntaba si podría nadar en ellos.

Los ángeles pequeños no tienen alas, pero tienen vestidos blancos.

Febrero de 1946

Abrí los ojos de golpe, no había tenido esa pesadilla en años. Miré a mi alrededor desesperada buscándolo. Las lágrimas corrieron por mi rostro cuando me di cuenta, una vez más, que él no estaba.

¿Por qué siempre tienes pesadillas? – ella se dio la vuelta con brusquedad, no le gustaba que él tuviera lástima de ella.

No deberías saber eso Edward – ella giró sobre sus talones y se escondió detrás de un árbol.

No te escondas de mí, sabes que odio esa mierda.

Ella se río y rodeó el árbol cuando él quiso alcanzarla con la mano. Edward había aprendido a maldecir hace poco y no podía evitar lanzar una que otra palabra de vez en cuando. Claro, siempre evitando que su madre lo escuchara.

No huyas de mi Isabella – ella volvió a reír y se echó a correr. Escuchó claramente los pasos de Edward siguiéndola, sabía que en cualquier momento caería. Su torpeza no había desaparecido con los años.

Cuando golpeó el suelo Edward cayó sobre ella con suavidad, cubriéndola con su cuerpo. La respiración de los dos se aceleró.

Respóndeme – su aliento se esparció por su rostro. Ella cerró los ojos con fuerza. Últimamente Edward la ponía demasiado nerviosa.

No es de tu incumbencia

Edward la miró. Sus ojos nunca se separaron de los suyos. Ella sintió como el rubor cubría sus mejillas.

Claro que lo es ángel – su deslumbrante sonrisa apareció. Ella se preguntaba cuantas chicas no habrían caído ya ante esa sonrisa. Lo cierto es que Edward era todo un peligro.

¿Has estado espiándome?

Sus verdes ojos mostraron culpabilidad. Ella ya lo tenía.

No puedo creerlo Edward Anthony Cullen – trató de poner sus manos en jarras pero Edward se le adelantó y entrelazó sus dedos. Era algo que solían hacer de niños, pero ahora se sentía como algo diferente.

gritando ¿qué querías que hiciera?

Ella bajó la mirada y apretó el agarre que compartían.

Es sólo que… a veces sueño con esa noche… los gritos… las otras niñas siendo arrastradas.

Edward soltó una de sus manos y acarició su rostro.

Estás aquí ángel y no voy a dejar que nadie te haga daño – Ella sonrió. Sabía que Edward estaba hablando en serio. Cada vez que decía cosas como esa sentía como si flotara en el cielo y si cayera… Edward estaría allí para recogerla.

¿Cómo lo harás?

Me colaré en tus sueños y los alejaré con mi valentía.

No puedes hacer eso – dijo ella riéndose.

¿Cómo que no? Esta noche no tendrás ninguna pesadilla. Lo prometo.

Sellaron su promesa de dedo meñique.

Miré hacia el buró de la cama, su foto estaba un poco empolvada. Había descuidado mucho la casa, había descuidado mi vida.

Su brillante sonrisa estaba ahí, rodeando con sus fuertes brazos mis hombros.

– Prometiste que no volvería a tener pesadillas – más lágrimas cayeron de mi rostro.

Lo extrañaba demasiado, pero era consciente del riesgo que tomé cuando me casé con él. Un hombre como Edward no era para la vida sencilla del típico esposo americano. Él era un héroe, un soldado. Nunca se rendía. Él dijo que volvería. Tenía que regresar.

Marzo de 1946

El frío invierno estaba pasando poco a poco, algunas flores incluso ya mostraban sus colores. Amaba la primavera, era mi época favorita del año. Llena de esperanzas y hermosos recuerdos. Sólo me gustaría que él estuviera aquí para poder disfrutarla juntos.

¿Dónde aprendiste a cocinar? – dijo Edward engullendo un sándwich que ella había hecho para su día de campo.

Mamá me enseñó – los ojos de Edward se oscurecieron un poco.

Ella lo miró con recelo, desde hace unos meses siempre que se refería a Elizabeth de esa forma Edward ponía una expresión sombría.

¿No te gusta que la llame así? – Edward levantó su mirada asustado por el dolor que arrancaba su voz.

No, no es eso… es sólo que…

¿Qué?

Me hace pensar en ti como una hermana

¿No quieres que sea tu hermana?

No – dijo él con convicción.

Ella bajó la mirada con tristeza, tenía que ser fuerte. No podía llorar frente a él.

Sé que no somos nada, pero a veces me gusta pensar que tengo una familia.

Antes de que la tocara ella ya sintió su presencia.

No quiero que seas mi hermana porque…. – la voz le temblaba. Ella se arriesgó a mirarlo y sus ojos la quemaron.

¿Por qué?

Porque te quiero para mí – las mejillas de Edward se sonrojaron.

Ella alzó su mano para poder tocar su rostro, nunca antes se había sonrojado.

No… no te entiendo – los ojos de ella brillaban y él se acercó aún más.

Tomó su mano con delicadeza.

Lo hermanos no pueden besarse – dijo él con una voz tímida.

Ella lo miró con asombro.

¿Quieres besarme?

Edward se sonrojó aún más y asintió con la cabeza.

¿Puedo hacerlo?

Eh… si – los ojos de Edward hicieron su camino hasta su corazón. Él siempre estuvo ahí, sólo que no sabía lo que eso significaba.

Edward sonrió y se acercó lentamente, casi podía sentir como el tiempo se detenía. Ella cerró los ojos con temor. Nunca antes había sido besada.

Entonces sintió el suave roce de sus labios contra su frente. Ella arrugó el gesto.

Me encanta cuando haces eso

¿Qué cosa? – preguntó ella confundida ¿no se suponía que la iba a besar?

Arrugar la nariz

¿No ibas a besarme?

Te besé – ella lo miró con confusión mientras él sonreía.

Pero fue en la frente

¿Dónde querías que te besara? – él entrelazó sus dedos y la miró interrogante. Odiaba cuando Edward hacía eso, sólo lograba ponerla más nerviosa.

En…en ¿los labios? – ella se sonrojó profundamente.

Edward se acercó aún más y pego su frente con la suya.

¿Cómo?

¿Vas a hacer que te bese?

Claro que no, nadie me va a quitar ese privilegio – y antes de que pudiera responder los labios de Edward estaban sobre los suyos. Él se movía lentamente y con dulzura. Arrullando sus labios como ella había soñado secretamente.

Wow

Sí, wow – aunque había sido un beso inexperto y torpe los dos tenían la respiración agitada.

¿Puedo intentarlo yo? Ya sabes para fines de experimentación – Edward soltó una carcajada y envolvió sus manos en la cintura de ella.

Estoy listo – dijo con una enorme sonrisa en la cara.

Ella se sonrojó, pero no dudó en acercarse más y tomar un poco de su desordenado cabello broncíneo entre sus dedos.

Lo besó con ternura y pasión. Nunca imaginó que Edward la quisiera de alguna manera, pero a veces los sueños se hacen realidad. Recordó entonces el orfanato. Sus compañeras se habían equivocado de nuevo. Afuera no existían ríos de leche ni lluvia de caramelos. Existían príncipes azules con ojos verdes y cabello desordenado que besaban con dulzura y amor.

Abril de 1946

– Aléjate de la ventana Bella – dijo Alice a mis espaldas.

– Déjame soñar Alice

Ella suspiró y se encaminó a la cocina.

– Sueñas demasiado.

Entendía su punto, de verdad que lo hacía, pero a veces simplemente no puedo evitarlo. Mis ojos no podían dejar de observar el patio añorando unos brillantes ojos verdes mirándome con amor.

Me alejé de la ventana y acompañé a Alice en la cocina.

– ¿Has oído algo nuevo? – dije sentándome en una silla frente a la pequeña mesa de la cocina.

– Los soldados están regresando. La guerra terminó.

Es lo que oía todos los días y francamente me estaba cansando. Mi marido debería haber regresado a casa. Mi marido debería estar aquí entonces si la maldita guerra había terminado.

– ¿y Jasper?

Los ojos de Alice se tornaban oscuros cada vez que mencionaba a su esposo. Ella también lo extrañaba, pero lidiaba con ello de otra manera

– No hay noticias.

Las dos suspiramos en silencio. Nuestros esposos pertenecían a la milicia y tuvimos que aceptar ese hecho hace años.

Siempre odie al maldito ejército.

¿Estás loco? Simplemente no lo harás – ella enterró el rostro en la almohada. Sólo quería imaginar que él no estaba hablando en serio.

Bella mírame – Edward se sentó a su lado en la cama.

No lo harás y punto – él se rió ante lo graciosa que sonaba su voz a través de la almohada.

¿No te das cuenta? Seré un héroe

Puedes terminar muerto

¿Me extrañarías? – respondió él siendo bromista.

¡Por Dios! ¿Podrías dejar de ser un estúpido? – de verdad que trató de evitar las lágrimas.

Bella mírame, no llores por favor – Edward quitó la almohada de su rostro y la miró suplicante.

¿Cómo puedes preguntarme eso? – Edward la abrazó con fuerza mientras la acunaba en su pecho.

Lo siento, lo siento. No quería que sonara así. Siempre estoy jodiéndolo todo contigo.

Ella levantó su cabeza y alzó la barbilla desafiándolo.

No vas a enrolarte en ningún lado Edward

Pero es mi obligación de patriota – susurró él con una mirada inocente.

No me vengas con eso. Se supone que debes enlistarte cuando cumplas la mayoría de edad. Apenas tienes dieciséis años.

Uh uhu. Te equivocas, tengo dieciséis años y diez meses – ella rodó los ojos.

Eso no cambia que todavía no tienes dieciocho.

Pero los tendré pronto – Edward estaba poniéndose más terco.

No irás

Ella estaba demasiado enojada para tratar de ser objetiva y abordar el tema con inteligencia. No podía soportar la idea de perderlo.

Edward suspiró.

Siempre he querido ser alguien importante, alguien especial, que contribuyera a la comunidad.

Eres alguien importante y especial para mí. Y contribuyes mucho con mi comunidad.

Edward soltó una carcajada, pero después volvió a ser serio.

Hablo en serio Bella.

Yo también

Edward la acercó más y la besó. Trató de ser dulce, pero estar demasiado cerca de Bella revolucionaba todas sus hormonas adolescentes. La tumbó sobre la cama y dejó un ligero beso en su cuello.

A veces un hombre tiene que hacer lo que un hombre tiene que hacer.

¿Cómo sabes que debes ir al ejército?

Porque lo sé. ¿No has tenido un sueño alguna vez?

Ella acarició su mejilla y sonrió

Mi sueño eres tú.

Edward dejó un beso casto en sus labios y le sonrió con picardía.

Ambos sabemos que no estás diciendo la verdad. Y la sinceridad es una parte muy importante en nuestra relación – Edward le guiñó un ojo ella le hizo una mueca.

Estoy muy convencida de eso señor-sabe-lo-todo. Pero estoy más segura que esta relación funcionará mejor siempre y cuando los dos estemos vivos.

Edward la miró con ansiedad.

¿De verdad crees que voy a morir?

Nadie sabe lo que pasa en las guerras, ahí nada es seguro. No quiero tener que decirte adiós.

Bella estás exagerando las cosas, ni siquiera hay una guerra cerca. ¿Por qué te preocupa tanto?

Porque eres tú, todo lo que tenga que ver contigo me preocupa.

Edward la envolvió en un abrazo y la besó con fuerza.

No me perderás.

Promételo

Lo prometo.

Eso no quita el hecho de que no entrarás al ejército. Última palabra del asunto.

.

Al final Edward se enroló en el ejército. Ni siquiera sé cómo lo logró. Sólo sé que un día estábamos haciendo nuestras tareas juntos en el patio de la casa y al siguiente Edward tenía su uniforme de soldado en la mano.

Estuve enojada dos meses con él, pero al final mi amor pudo más y lo perdoné. Sabía que Edward no era un hombre común. Él no estaba para trabajos estándar y menos para una vida estándar. Toda su vida fue extraordinaria y sabía que estaba destinado para una vida mejor. Pero ahora eso ya no significaba nada, porque él no estaba aquí.

Julio de 1945

La estación estaba muy fría hoy, más de lo acostumbrado y la gente por fin parecía haberse acostumbrado a mi presencia. Ahora era "La loca de la banca"

¿Qué puedo decir?

No podía culparlos por eso.

Me sentaba en esta banca verde todos los días desde hace tres años cuando él se fue. Todos los días con la esperanza de verlo salir de un tren. Mis ojos ya no veían a nadie, todos eran muñecos sin cara a mi alrededor.

Mis ojos sólo querían ver a alguien.

Mis ojos sólo querían ver a mi esposo de nuevo.

A veces me gustaría que recordar no doliera tanto

¿En qué piensas? – dijo Edward a su lado. Ella podía sentir el calor de sus brazos alrededor como si llegara a su alma misma.

En lo mucho que te quiero

Mmm… ¿y cuánto es eso? – Edward empezó a besar su cuello, dejando un ardiente camino hasta estar unos centímetros por encima de su pecho. Ella soltó un ligero gemido.

¿Has visto los nuevos buques navieros? – ella no tenía que preguntar. Habían ido juntos a verlos hace unos días.

Sip

Bueno, pues multiplica uno de esos por mil y ni siquiera se acerca – Edward acercó sus rostros y la besó con dulzura.

Yo te quiero más

¿Cuánto?

Ni siquiera todo el universo es suficiente para ilustrar mi amor por ti.

¿Tu amor es infinito? – dijo ella melosamente

Edward sonrió y la besó de nuevo.

La infinidad del universo aún no está comprobado científicamente.

Bella lo golpeó en el hombro y empezó a reír.

Listillo

Edward acarició su mejilla y luego la besó profundo.

Sus besos cada vez se volvían más feroces, más apasionados. Los gemidos de ella lo estaban volviendo loco.

Detenme Bella, hazlo porque de otra manera, no voy a poder contenerme.

Habían estado tanteando su sexualidad desde hace algunos meses. Los dos ya eran mayores de edad y cada vez que se besaban no podían evitarlo, pero siempre aparecía algún factor que les impedía llegar demasiado lejos. Como sus padres, pero ellos habían salido a ver una película y los dos habían aprovechado para ir a acampar cerca de la casa.

Ella lo miró a los ojos, estaban oscuros por la pasión, por el deseo. Un reflejo de los suyos. Ya no quería huir más de algo que era inevitable, así que sin dudas levantó la camisa que estaba usando dejándole ver a él su sostén. La mirada que Edward le dirigió hizo que todo su cuerpo temblara de anticipación.

Ella no se sentía digna de alguien como él. Bajó la mirada.

Mírame Bella. Mira cómo te amo – dijo el pasando las manos ligeramente por sus hombros, por sus brazos y subiendo de nuevo.

Tu piel es tan suave, como una pluma. Frágil, pero hermosa. Un milagro de la naturaleza. Un sinónimo de libertad.

Bella sentía pequeñas lágrimas en sus ojos, sólo Edward podía hacerla sentir así. Como si ella fuera algo más de lo nunca imaginó. Alguien especial.

Edward se acercó a su cara y besó sus párpados, sus pómulos hasta llegar a sus labios y la envolvió con su calor. Su alma ardía en su interior y podía sentir como se enlazaba con la de él. Eran uno sólo para siempre.

Edward la desnudó lentamente apreciando cada espacio de piel, cada parte de la mujer que había amado durante toda su vida. Cuando los dos estuvieron sin ropa alguna, sudorosos y acelerados Edward entró en ella con cuidado.

Nunca te dejaré Bella, nunca – ella gimió fuertemente cuando él se encontraba totalmente dentro de ella. Edward la rompía, pero era un dolor que llegaba al corazón. Que hacía que se acelerase, que todo su cuerpo hormigueara. Era el dolor del amor.

Mi amor me hará regresar a ti. Siempre.

Te amo Edward, te amo – la respiración le fallaba. Casi no podía hablar.

Entonces él la besó acallando los gemidos y gritos que retumbaban en la pequeña tienda de campaña.

Esa noche la inocencia de los dos quedó atrapada para siempre en el tiempo.

Agosto de 1946

¡Bella! ¡Bella! ¡Bella!

¡BELLA!

Me levanté de la cama asustada por el griterío afuera de mi casa. Cuando abrí la puerta Ángela tenía una enorme sonrisa en la cara.

– ¡Tienes que venir! – dijo ella totalmente emocionada.

– ¿Qué pasa?

– ¡Los soldados están de vuelta!

Cuando las palabras salieron de su boca mi cerebro se congeló, pero mi cuerpo sabía lo que tenía que hacer.

Empecé a correr a toda la velocidad sin importarme que apenas estuviera usando una bata y mis pantuflas.

Al pasar a mi alrededor podía ver a un montón de gente llorando y abrazando a sus parientes que prácticamente había vuelto del valle de los muertos. Todos ellos habían sido dados por desaparecidos, menos para mí.

Yo sabía que él regresaría.

Edward lo prometió.

Cuando llegué a la estación estaba demasiado congestionada, pero eso no importaba. Mi marido estaba aquí.

Después de buscar durante mucho tiempo vi a Alice colgada de un magullado Jasper que sonreía demasiado.

Jasper y Edward eran los mejores amigos, él debía estar por aquí.

Me acerqué a ellos corriendo, casi sin aliento, pero cuando los ojos de Jasper se posaron en los míos, gruesas lágrimas salieron de sus ojos.

Jasper nunca lloraba.

Caminé lentamente hacia ellos. Jasper separó a Alice de su cuerpo a pesar de la renuencia de ella.

– Bella – dijo él con voz solemne.

– ¿Dónde está mi marido Jasper?

Jasper miró a Alice y ella me miró con tristeza.

– Fue un soldado muy valiente Bella, él salvó a todo el campamento – sacó algo que tenía escondido en la espalda – Lo siento mucho – dijo entregándome un uniforme de gala. Su uniforme de gala. Algunas medallas. Sus medallas y un anillo de matrimonio. Su anillo de matrimonio.

El mundo parecía desaparecer.

Las rodillas ya no eran suficientes para mantenerme. El universo no era suficiente para sostenerme. El aire no llegaba a mi cuerpo y el corazón no tenía la capacidad para bombear mi sangre atrofiada.

Él estaba muerto…

Y yo también.

Había mucha gente alrededor, muchos hombres en uniforme.

Ella odiaba el uniforme.

Y su esposo lo hacía lucir tan bien… Odiaba eso también, porque sólo por él ya no le parecía tan malo.

Bella mira hacia allá, ahí está el general Stevenson – dijo Edward señalando a un hombre mayor que miraba hacia uno de los vagones sin prestar atención a las mujeres, madres y esposas que despedían a sus hombres y rogaban a Dios que los devolviera sanos y salvos.

Bella se giró hacia Edward, su esposo desde hace poco más de un año. Había estado enojada con él un mes desde que se habían enterado que el llamamiento se hizo efectivo. Estados Unidos necesitaba soldados para la guerra y su esposo era uno de ellos.

Sus ojos verdes brillaban con emoción, su hermoso rostro era iluminado por la alegría. Bella se retorcía por dentro pensando que nunca más volvería a verlo. Su ser completo temblaba ante esa posibilidad.

Giró su mejilla obligándolo a mirarla.

No hagas esto Edward – las lágrimas caían por sus mejillas

Edward puso sus manos en el rostro de su esposa y la besó tiernamente.

Es mi obligación de patriota Bella, no puedo escapar.

No quieres hacerlo tampoco – dijo ella con mala cara alejándose de él.

No, no quiero – Edward la abrazó por detrás y habló filtrando su aliento en el rostro de ella – No hay nada que engrandezca a un hombre más que sus sueños. Yo estoy cumpliendo el mío. Quiero ser un hombre digno para ti.

Ella se giró y enredó las manos alrededor de su cuello. Contenía las lágrimas, no quería ser débil cuando él era tan fuerte.

Eres todo para mí Edward, si te perdiera…– ella bajó la mirada totalmente asustada por la posibilidad.

Él levantó su barbilla para que lo mirara. Bella tenía que entender.

Nunca me perderás. ¿No lo entiendes? Estoy atado a ti. Mi alma te reclama y mi corazón te necesita. No hay forma de que pueda sobrevivir sin ti. Mi amor me hará regresar por ti Bella, siempre.

Edward la besó con todo su ser, sellando la promesa que le hacía. Un juramento inquebrantable que ahora no lo dejaría morir nunca. Porque ella lo esperaba.

Volveré, lo prometo.

Diciembre de 1948

Una época de sueños, una época de felicidad, de regalos y buenos deseos… Eso es lo que todo el mundo vendía con la Navidad... y todo era una gran mentira consumista.

Caminaba por las calles cubiertas de nieve buscando el último ingrediente para mi cena solitaria. Alice se había rendido conmigo hace tiempo y mis padres también, o más bien, los padres de él. Nadie quería tratar con la viuda amargada.

De verdad quise irme, de verdad quise huir de este pueblo y no volver la vista atrás... pero no pude.

Su amor y su recuerdo me retenían.

Cuando salía de la tienda había un tremendo escándalo en las calles. Dos policías tratando de sacar a un mendigo de su lugar, tal vez el único que podía darle calor y ellos se lo estaban quitando.

Después de mucho tiempo volví a sentir algo más que dolor o indiferencia.

– ¡Dejen a ese hombre en paz! ¡Por Dios! – grité casi sin pensar

– Señora Cullen estamos haciendo nuestro trabajo. Hay albergues que se encargaran mejor de él – dijo el imbécil del oficial Newton señalando hacia el hombre andrajoso que escondía su rostro. El dejó de moverse cuando escuchó mi voz.

– No necesitaba que lo maltrataran de esa manera.

El hombre por fin reaccionó y se alejó de los policías sin decir una sola palabra.

Observé como se alejaba y yo decidí seguir mi propio camino.

Esperaba que en verdad fuera al albergue.

Nadie merecía estar solo en Navidad.

Marzo de 1949

Me gustaba la primavera. A pesar de lo que pasara allá fuera las flores siempre encontrarían una forma de florecer.

Regresé al interior de la soledad de mi hogar a continuar con el trabajo. Desde que mi esposo se fue tuve que dedicarme a algo para sobrevivir.

El trató de asegurarme estabilidad económica, pero al final eso no fue suficiente. Él de verdad creía que volvería y eso no era un alivio para mí. Después de todo, las buenas intenciones no son suficientes.

Cuando terminé con el lote de prendas que debía coser para ese día fui hacia la ciudad.

Todo había cambiado mucho después de la Guerra. Sólo nos quedó la paranoia y el miedo.

Llegué hasta el local y le entregué el encargo a la Señora Platt ella me pagó y regresé de camino a casa. No tenía nada más que hacer.

Vi hacia el fondo la estación de tren. No pude abandonar los viejos hábitos.

Me senté en mi antigua banca, ahora estaba muy descolorida y... esperé. Sabía que ya no había nada para esperar, pero este lugar me traía algo de esperanza.

Dios sabía que necesitaba esperanza.

Alguien se sentó a mi lado.

– Buenas tardes Señora Cullen – dijo una voz masculina.

No reconocí el sonido.

– No hace falta el "Cullen", mi esposo ya no está – mi voz estaba muerta al igual que él

Regresé mi vista al hombre y lo reconocí. Era el mendigo de aquel día.

– Está bien. Aunque es muy joven incluso para el "señora" – dijo con voz profunda.

Lo miré de nuevo, esta vez fijándome en los detalles de su rostro. Su piel estaba un poco morena, quemada por el sol. Sus ojos eran de un verde profundo y oscuro. Los de mi marido brillaban siempre, incluso en la oscuridad. Vestía muy pobremente y parecía tener frío. Él parecía demasiado joven también.

– Y usted es muy joven para haberse dedicado a esta vida.

– Tengo mis razones

Ninguno de los dos volvió a hablar de nuevo.

Después de eso regresé a la estación cada día y él también.

Hay algo sobre las almas solitarias que necesitan compañía…

Noviembre de 1949

– Hola – dije cuando lo vi sentado en "nuestra banca". Sí, ahora era de los dos.

– Hola – dijo él en respuesta.

Le entregué el sándwich que hacía para él cada día.

– Gracias

Estuvimos algún tiempo en el silencio cómodo de siempre. Éramos dos extraños que disfrutaban de la compañía del otro. Nunca hablábamos demasiado, ni siquiera sabía su nombre, pero era agradable no estar tan sola todo el tiempo.

– ¿Sigues esperándolo? – dijo él de repente.

– ¿A quién?

– A tu esposo.

Fijé mis ojos en su rostro sorprendida por su pregunta. Él no me miraba, su mirada estaba fija en los vagones.

– Eso es algo muy personal – dije también mirando hacia los vagones.

– Sólo es una pregunta

Después de unos minutos respondí.

– Sí – dije siendo sincera – Pero ya no tengo esperanzas en que vuelva. Él está muerto.

Rompió su promesa.

– ¿Y tu fe? – dijo todavía sin mirarme con las manos envolviendo sus brazos.

– Ya no tengo fe

– La fe mueve montañas – sonreí ante eso.

– No he visto ninguna montaña moviéndose últimamente.

Él sonrió también.

– No, yo tampoco.

Un tren se detuvo frente a nosotros. Una niña pálida con cabello ondulado color caoba salió corriendo hacia su padre quien la recogió en brazos.

– Me recuerda a alguien – dijo él de repente.

Miré a la niña. Ella sonreía con todo su corazón.

Esa sonrisa me recordaba a mi esposo.

Diciembre de 1949

Otra Navidad solitaria pensé al mirar por la ventana mientras la nieve caía.

Pequeños copos desnudos en el patio resbaloso

Pequeños copos felices en la ventana.

Pequeños copos ardientes de la nada.

Todos sonriendo y botando entre las rosas.

Me acerqué al fuego de la chimenea, me dejé caer sobre la alfombra y empecé a llorar.

Era tan difícil dejarlo ir, tan difícil no recordar los buenos momentos. Las risas, los abrazos, los besos, las caricias…

Lo único que deseaba era que mi esposo estuviera de vuelta.

Que de alguna manera su muerte se llevara mi vida, porque ya no puedo vivir por mí misma. No cuando el dolor es tan insoportable como ahora.

Alguien tocó la ventana.

Me levanté de mi miseria y abrí la puerta.

– Buenas noches – dijo él con una sonrisa que inmediatamente desapareció cuando vio mis ojos rojos.

– ¿Qué pasa? – preguntó acercándose antes de retroceder el único paso que había avanzado.

Me quité las lágrimas y traté de recomponerme.

– Lo siento… um… pasa… no hay mucho para ofrecer, pero podemos hacer algo.

Lo dejé entrar y me acerqué a la cocina. Había hecho una pequeña cena. Algo sencillo y nada especial. Una cena para dos.

Había tenido la esperanza de que viniera.

Él no dijo nada más y se sentó conmigo en la mesa.

Era agradable tener a alguien más en esta casa.

Se veía diferente hoy, traía un sweater verde y sus pantalones estaban planchados. Levanté un ceja inquisidoramente.

– El albergue fue generoso este año.

– ¿Por qué tener esta vida siendo joven y fuerte? – le pregunté notando que él era todo lo que había dicho y más.

Era un hombre atractivo, aunque no se pareciera a mi marido.

Él tenía el cabello cobrizo mientras que él lo tenía oscuro casi negro. Había algo diferente en su rostro también, sus labios no se parecían a los de él. Los suyos eran más finos. Pero quitando esos detalles, se parecía a mi esposo.

No Bella, no. No veas fantasmas donde no los hay.

Tenía cicatrices también. Él no tenía ninguna.

El silencio se instaló entre los dos de nuevo. Como siempre.

– ¿Siempre pasas las Navidades sola?

– Desde que él se fue sí – dije mirando hacia mi comida

– ¿No tienes familia?

– No

– ¿Él tenía familia?

– Sí.

– ¿Su familia te abandonó?

Lo miré fijamente.

– Basta de preguntas por hoy.

Nos sentamos en silencio de nuevo frente a la chimenea.

– Feliz Navidad – dijo él tomando mi mano.

Traté de alejarme, pero él me lo impidió.

La sensación era raramente… conocida.

– Feliz Navidad a ti también extraño. Me alegra que hayas podido venir – dije al final rindiéndome y dejando que su calor se colara entre mis dedos.

Me quedé dormida en el sillón. Acompañada por el calor de la chimenea, el confort de mi casa y la suavidad de su mano.

En sueños volví a escuchar la voz de mi marido.

Te lo dije Bella, mi amor siempre me haría volver a ti

Fue un gran regalo de Navidad.

Julio de 1950

Todo estaba preparado para partir.

Había llegado el momento. Tenía que dejar a mi esposo atrás.

Mis maletas estaban esperando a mi lado mientras me arrodillaba sobre su tumba. No había nada en el cofre del interior.

Sin embargo esperaba que mi adiós pudiera llegar hasta él en el cielo.

Cuando leí la inscripción en piedra simplemente no pude creerlo. SÍ, estaba su nombre, pero no había forma en la que yo creyera que el cuerpo de mi esposo podía estar simbolizado en esta lápida.

Él nunca estuvo aquí.

Miré a mí alrededor y ahí estaba… mi extraño mirándome.

Sí, mi esposo nunca estuvo aquí.

Él sonreía… con todo su corazón. Un corazón triste… y entonces lo vi él era él.

– Oh Dios – susurré

Tal vez la esperanza venció a la muerte después de todo, quizás la fe fue más fuerte.

Quizás las promesas, todas sus promesas, se cumplieron.

Él volvió.


Bueno siempre prefiero los finales felices, hay algo sobre la esperanza que no puedo evitar.

Saludos a todas.

Las quiere, fer92.

PD: Una pequeña aclaración que por los reviews parece necesario. Edward volvió.

Habrá un segundo cap con su punto de vista que continuará con esta historia y le dará el final definitivo. Je je si creyeron que se quedaba así están equivocadas.

Lo publicaré después del cierre del concurso :)