Observo su café, enfriándose lentamente sobre la barra, tomo un sorbo, desganada, en verdad, era tan tonto para no darse cuenta de lo que ella intentaba decirle.

Sin ánimos sacó su celular para revisar sus mensajes, por suerte ninguno era de Milo, lo cual en cierta manera ayudaba en esos momentos, pero en verdad la hacía sentir como una completa estúpida.

Existía algo peor, que enamorarte de un chico que no nota tus indirectas, frunció la boca bastante molesta, dejando salir un suspiro pesado —enamorarse de un Murphy — se auto respondió en voz baja.

¿Por qué lo amaba? Era la pregunta que invadía sus noches de insomnio.

Era acaso su mirada optimista, el simple hecho que la aceptara tal y como era en realidad, o que con el paso del tiempo, aprendió a vivir con la ley Murphy, como algo integral en su vida, no podía ya imaginar un mundo, donde tu vida no está en constante peligro, pero sobre todas las cosas, le gustaba que pese a todas las adversidades Milo no dejaba de sonreírle.

Y aun que sonara patético, esa sonrisa era su parte favorita del día.