Disclaimer: Hanasakeru Seishounen, ni Lumati, ni Najayra me pertenecen. Si me perteneciera, entonces esos dos habrían quedado juntos porque son el uno para el otro. Y Eugene nunca habría reencarnado y seguiría siendo Mustafa por siempre(?)
«Esto está mal». Piensas, pero parece no importarte demasiado, o por lo menos, no en ese momento, donde nadie puede verte.
(Donde nadie puede verlos.)
Najayra gime, mientras sus manos se dirigen a tu espalda, arañándola con sus largas uñas carmín, causándote dolor y, al mismo tiempo, placer. Tú la besas, enredando tus manos en su exótico cabello (No sabes el color, ni te importa saberlo). Aquello era pecado -según otras religiones- más en la suya (oh, dios Ragi) no lo era.
Está rota (quebrada, frágil, débil), y tú, Lumati, lo sabes perfectamente. Porque también estás «Roto». Porque tu amor (Tu amada. Tu adorada. La que se quedó con tu casi hermano) se había marchado para vivir su «Y vivieron felices por siempre».
Estabas devastado, y te sentiste solitario, ¿no es así? Pero en aquel entonces ella también estaba desolada y dolida. Un pobre animal indefenso refugiándose en su caparazón creado a base de sarcasmo y desprecio. Desde ese momento comprendiste que Najayra no era la arpía que siempre habías creído. (Sentía, sufría, lloraba.)
Era humana, al igual que tu.
Entonces, ¿a qué viene aquella culpa?
Si, tú no la amas y ella no te ama a ti. Ambos tuvieron un corazón y lo perdieron (Partido a la mitad, roto). Najayra ama a tu fiel sirviente, el que tan solo por ti y solo por ti sacrificó tu vida para que pudieras alzarte, como un pájaro saliendo por fin de su jaula para emprender su vuelo hacía su hogar.
(Aunque no todos los pajaros regresan a su hogar)
Y es que ella quería que él la amara, aunque fuera un sentimiento enlazado a una profunda cadena de mentiras.
Y Quinza lo sabía, y siempre murmuraba un «Te amo», aunque solo fuera un simple testimonio falso, ya sabes.
Tu nunca lo hiciste.
Jamás.
Tus «Te amo»; «Te quiero» o «Eres la persona más importante para mi» estaban reservados para una persona en particular. Una persona que jamás correspondería aquellas jodidas palabras románticas. Una particular personita de brillantes ojos grises y decisión (y terquedad) de acero, como el sol.
(Aunque el sol no tenga ojos grises. Pero podría tenerlos)
(«—No te amo—dijiste directamente, porque eras sincero y por más que quisieras devorarla a besos no podrías mentirle. (Jamás, nunca)
—Ni yo—te respondió sin apartar sus ojos violáceos de tu boca, queriendo volver a devorarla como hacía efímeros momentos había hecho—; y me importa una mierda.
Sonreíste verdaderamente, sin nerviosismo, incomodida o falsedad. Solo fuiste.
Después de todo te sentiste por un pequeño y efímero instante libre de las cadenas que te ataban, aislándote. Porque eras el Rey en el tablero de ajedrez y siempre se necesitarían sacrificios aunque este fuera hecho por el mismísimo Rey y no por otra pieza defensiva».)
En el fondo Najayra no quiere que se las diga. Así que está bien, ellos están bien así, sin ese «Te amo» y el «Yo también» que serían simples mentiras disfrazadas para pasar el momento carnal. Y significaría entonces que ambos olvidaron a la persona a la que le correspondía decir esas cursiladas.
A ambos les gusta así. Quebrados.
(Lo quebrado no se rompe dos veces.)
