31 de Octubre de 1998
Tinworth, Inglaterra
La noche había caído hacía ya un par de horas, y el viento castigaba el pequeño pueblo de Tinworth. Era uno de esos vientos fuertes y persistentes que casi no dejaban caminar a las personas, además de cargado de humedad por la cercanía del mar. El frío de la noche hacía que el viento fuera más insoportable aún y la lluvia empapaba las calles del pueblo y los empinados techos a dos aguas de las pocas casas del lugar. El otoño parecía más húmedo y frío que lo que se acostumbraba a esa altura del año en el sur de Inglaterra.
Tinworth era un pueblo muy pequeño de las Cornualles ubicado cerca de la costa del Canal de la mancha, en su parte más alejada de la costa francesa. Un típico pueblito del sudoeste inglés, pacífico y ordinario en casi todo sentido. Su única característica saliente era que poseía una diminuta comunidad mágica, aunque los muggles lugareños ni siquiera lo sabían. Las escasas familias de magos y brujas que habitaban la zona no llegaban a veinte y se ubicaban en las afueras del pueblo, hacia el norte, aglomerados en un pequeño barrio atravesado por un par de angostas callejuelas y dos o tres tiendas; los muggles no solían ir por allí debido a encantamientos repelentes y de confusión.
Otra característica saliente del pueblo, aunque sólo para la comunidad mágica, era que era el sitio que el héroe del mundo mágico había elegido para vivir. O mejor dicho, uno de los sitios probables, ya que casi nadie sabía a ciencia cierta su lugar exacto de residencia. Harry Potter, el niño-que-vivió, el elegido, el héroe del mundo mágico, había vivido en la Madriguera desde la batalla final de Hogwarts hasta que decidió mudarse e ir a vivir solo. No era que no apreciara que lo trataran como uno más de la familia Weasley o ver a su novia todos los días, pero habían transcurrido casi cinco meses desde el fin de la guerra y sentía que ya era lo suficientemente grande y responsable como para vivir por su cuenta, en algún lugar tranquilo y apartado. Solo sus amigos y algunos del Ministerio de Magia sabían dónde vivía exactamente.
Harry había elegido vivir en las afueras de Tinworth, hacia el sur (en el lado opuesto a la pequeña comunidad mágica) y a unos cincuenta metros de un descuidado camino de tierra y arena que conecta al pueblo con las desiertas playas del cercano mar. A Harry le había gustado tanto la soledad y paz de ese sitio, separado del pueblo por una colina, que no dudó en comprar la única casa de la zona gracias a la pequeña fortuna que tenía por las herencias de sus padres y de Sirius. No deseaba gastar tanto dinero en una nueva propiedad, pero ya no quería seguir siendo una carga para los Weasley en la Madriguera y las dos casas que había heredado las consideraba… "inhabitables".
–¿Y… esto?
El rostro de Ginny expresaba con claridad su desconcierto por ver sobre una repisa un objeto que le resultaba conocido pero al mismo tiempo muy extraño de ver en la casa de un mago.
–Un teléfono. Ustedes deberían tener uno también –respondió Harry acomodando unas cajas en el piso.
Hacía una semana que se había mudado oficialmente pero la vieja casa aún parecía la bodega de una fábrica, con cajas de madera, pilas de libros y toda clase de objetos por doquier. Era una típica casa de dos plantas del sudeste inglés, de paredes recubiertas de listones de madera pintados de blanco, amplias ventanas y techo de tejas a dos aguas. Cuando Harry la vio por primera vez, su exterior y el techo estaban en pésimo estado debido a que llevaba abandonada muchos años. Con la ayuda de algunos de sus amigos (y por supuesto de la magia), en unos pocos días el exterior de su nuevo hogar pudo lucir bastante más presentable.
–Sí, por supuesto –le contestó la pelirroja, usando todo el sarcasmo que disponía –. Si algo nos falta a los traidores a la sangre es empezar a comprar artefactos muggles.
–Es una forma de comunicación muy eficiente, a decir verdad. Mucho más que las lechuzas, por lo menos.
Ginny miró a Harry entrecerrando sus ojos; aparentemente creía que su novio se estaba volviendo loco. –Díselo a mi padre. Seguramente te hará caso –le dijo mientras que con su varita hacía levitar una pesada caja repleta de libros.
–No. Arthur sigue intentando arreglar la motocicleta de Sirius. Si le llego a decir lo del teléfono Molly terminará haciendo estallar el cobertizo con un Reducto –le respondió Harry.
El muchacho terminó de acomodar una pila de cajas y se sacudió el polvo de las manos, satisfecho. Sin embargo, las cajas de abajo no soportaron el peso de las de arriba y la pila comenzó a inclinarse; Harry se dio vuelta justo a tiempo para ver cómo las cajas se estrellaban contra el piso.
–Maldición –refunfuñó, resoplando con fastidio. Definitivamente no le gustaba mudarse.
–Es la tercera vez que vengo desde que te has mudado, y esto está cada vez peor –gruñó Ginny sin una pizca de humor; apuntó su varita hacia el desastre y murmuró: –Reparo.
–Gracias –le dijo Harry, mientras las cajas se reubicaban pesadamente en una despareja pila. –¿Aún no has podido con los hechizos no verbales? –le preguntó haciendo una pausa; hacía tiempo que se lo quería preguntar pero no se había atrevido hasta ahora.
–No del todo.
Harry se sentó a descansar en un sillón de tres cuerpos, el único mueble que había comprado por el momento además de la cama, ubicado frente a una pequeña chimenea. –Es algo difícil. Y Snape no nos lo hizo nada fácil.
–¿Snape? Vaya suerte. Hubiera querido verte en las clases de Defensa con ese idiota de Carrow –bufó Ginny, sentándose al lado de su novio. –Espero que finalmente este año nos toque alguien digno.
La voz de la pelirroja había sonado a desgano. Hogwarts no comenzaría el año hasta principios de diciembre (debido a las incesantes tareas de reconstrucción y refacción por los destrozos ocasionados durante la guerra), y si bien el puesto de profesor de DCAO ya no estaba gafado no podía imaginarse quién lo ocuparía.
–Quizá sea momento de que el antiguo profesor del ED regrese a Hogwarts para algunas clases… –agregó su novia.
Harry sonrió con melancolía. –Quizá, pero sólo práctica, nada de teoría. Mientras tanto, puedes pedirle a Hermione que te ayude. Ella… –Harry interrumpió lo que estaba diciendo al ver que Ginny hacía gestos de burla con su rostro. –¿Qué?
–Hermione es una bruja muy brillante, Hermione sabe tal cosa, dile a Hermione que te ayude… –siguió burlándose Ginny, gesticulando con sus manos y haciendo morisquetas.
–Ya está bien, deja de hacer eso –dijo Harry, haciéndose el ofendido. –Hermione fue la primera que pudo dominar los hechizos no verbales en nuestro sexto año, por eso te la mencioné.
–Ustedes pudieron terminar sexto año, pero yo no –murmuró Ginny pensativa, mientras que con su varita hizo levitar una gran y pesada caja de cartón y la apoyó frente a ellos. La pelirroja puso sus pies sobre la caja y Harry la imitó.
Se tomaron de la mano y permanecieron sentados en silencio, admirando el fuego de la chimenea que iluminaba el caos y desorden de la vieja casa reciclada. Había cajas y pilas de libros desparramados por toda la sala. Su viejo baúl de Hogwarts y un par de sus queridas mochilas estaban en el piso. Una sábana blanca ocultaba un objeto apoyado sobre una mesa no muy grande, la cual pertenecía a los dueños anteriores de la casa; había decidido regalarla o arrojarla al mar, ya que era horrible.
El viento no paraba de silbar, golpeando con fuerza el exterior de la casa y las persianas de pesada madera. La cercanía del mar hacía que el viento no solo fuera frío sino húmedo, pero por suerte la chimenea era capaz de mantener una temperatura agradable allí dentro. Sin embargo, la iluminación provista únicamente por esa chimenea y por velas no era algo que él quería. No deseaba vivir en una casa de la época medieval como la mayoría de los magos, pero por el momento tendría que esperar a que la Cornwall Electric se dignara a ir a su casa a reconectar la electricidad. ¿Había algo de malo en tener electricidad en su casa? ¿Acaso lo expulsarían de la comunidad mágica?
–¿Dijiste algo?
–¿Yo? –se sobresaltó Harry. –No.
–Murmurabas algo sobre electricidad y... hacías unos gestos –agregó Ginny, mordiéndose los labios para no reír.
¿Había estado pensando en voz alta? ¿Y gesticulando sin darse cuenta? –No… es decir… solo estaba intentando recordar cuándo vendrían a conectarme la electricidad…
–Oh, eso…
Harry solo se encogió de hombros, intentando restar importancia a su bochorno.
–¿Así que quieres vivir como todo un muggle, cierto? –se volvió a burlar Ginny, dándole un beso en una mejilla.
–¡Sé que soy un mago, Ginny, pero no hay nada de malo en disfrutar de algunas comodidades muggles!
–¿Como por ejemplo esa cosa de la electricidad? –chicaneó la pelirroja.
–Sí –respondió Harry. Sabía que defender la tecnología muggle ante la mayor parte de los magos o brujas era una pérdida de tiempo, y Ginny al parecer no había heredado nada de la curiosidad del señor Weasley por los muggles y sus cosas. –Es algo realmente útil, lo sé por haber vivido muchos años con mis tíos. No creo que haya nada en el mundo mágico como la electricidad.
Ginny se alejó un poco del rostro de su novio y le clavó la mirada, sonriendo con un dejo de cinismo. –¿Ah no? ¿Y qué me dices de la magia?
–¿Qué hay con la magia?
–¿Qué hay con la magia? ¡Gracias a la magia has podido reparar el techo de esta casa, arreglar sus paredes y hacer desaparecer toneladas de basura y porquerías de los dueños anteriores!
–Pero eso qué tiene que ver con…
–Dime algo que haga esa electricidad y que la magia no pueda hacer –desafió la menor de los Weasley.
Harry resopló de impaciencia. –No se trata de una competencia, solo digo que es cómodo contar con electricidad.
–Bien, muy bien –susurró Ginny, acercándose nuevamente y besando a Harry en la boca con dulzura. –Si eso te hace feliz, pues pon esa cosa de la electricidad por todos lados.
El muchacho de la cicatriz en forma de rayo no pudo evitar sonreír: los magos y brujas que nunca tuvieron contacto con los muggles no solo no podían vestir como ellos (sin pasar vergüenza) sino que ni siquiera podían hablar de cosas muggles normalmente.
De pronto, un resplandor iluminó durante un segundo toda la casa de un fulgor resplandeciente; un instante después el estallido de un trueno pareció tirar la casa abajo.
–¡Demonios!
–¡Merlín!
Del susto, la pareja saltó unos cuantos centímetros por sobre el sillón.
–No quiero ni saber de dónde sacan ustedes esa dichosa electricidad –murmuró Ginny, recostándose sobre el sillón y poniendo su cabeza sobre las piernas de su aún ensordecido novio. –Ustedes los muggles y su electricidad…
–¿Qué dices? Pero si soy un mago, no un…. Olvídalo –se rindió Harry al darse cuenta de la sonrisa pícara de Ginny.
Un nuevo silencio se hizo entre ellos, un silencio cómodo propio de dos personas que se querían mucho y que se llevaban bien. Aún faltaba un mes para que las clases comenzaran y gracias a ello Ginny disponía de mucho tiempo libre, el cual habían decidido aprovechar juntos hasta el último minuto. Pese al desorden y a la noche tormentosa, la calidez que emanaba de la chimenea y la presencia de su novia hacían que Harry se sintiera muy a gusto. En otras circunstancias (mejor dicho, con otro clima) podrían ir a pasear por la playa, que estaba a poco menos de quinientos metros de la casa, y caminar un par de kilómetros más hasta Shell Cottage para visitar a Bill y Fleur (y a Dobby). Se imaginaba tanto a él como a Ginny caminando descalzos por la arena, abrazados y sin apuro alguno, aunque ese deseo quedaba para el siguiente verano.
–Aún no me has dicho qué es esa cosa que escondes debajo de la sábana blanca.
La voz de su novia fue como un susurro, apenas audible por encima del crepitar del fuego de la chimenea.
–Nada importante. Y no estoy escondiendo nada –respondió, ante la inagotable curiosidad de Ginny.
–¿Y entonces por qué está bajo esa sábana?
–Para que no se ensucie y se llene de polvo.
Ginny miró fijamente a su novio, entrecerrando su ceño. –Para eso están los hechizos de limpieza.
Harry no le contestó.
–Un simple Tergeo y adiós suciedad… –murmuró Ginny, en voz muy baja. Luego, volvió a mirarlo, fingiendo suspicacia. –¿Conoces ese hechizo, no es así?
–¡Claro que lo conozco! –se ofendió Harry. A decir verdad, no recordaba haberlo usado nunca. Ahora que lo pensaba, no había aprendido muchos hechizos y encantamientos domésticos en Hogwarts; otra falla en su educación, aunque no tan seria como la de no haber aprendido a curar heridas.
–Sí, seguro –sonrió Ginny. –Toma tu varita. Te enseñaré a conjurarlo.
–¿Ahora?
–¡Sí! ¡No deberías depender de un elfo doméstico o de tu novia para limpiar una habitación o un objeto cualquiera! –se quejó la pelirroja.
–No recuerdo dónde dejé la varita –sentenció Harry, sin intención alguna de moverse de su privilegiado lugar.
Ginny volvió a mirar el fuego de la chimenea. –Flojo.
–Mandona.
Luego de un largo silencio mechado con relámpagos, truenos y el incesante sonido del viento golpeando sobre la casa, la muchacha volvió a insistir: –Aún no me has dicho qué es esa cosa que dices no esconder debajo de la sábana blanca.
Harry puso sus ojos en blanco. Ginny preguntaría una y otra vez sobre lo mismo hasta que estuviera satisfecha. –Un televisor –respondió, entre avergonzado y desafiante.
Ginny se incorporó y se sentó cruzándose de piernas sobre el sillón, mirando a Harry con una imperdible expresión de sorpresa, ignorancia y burla.
–Antes de que digas nada, siempre quise tener uno, por lo menos desde que vivía con mis tíos –dijo Harry antes de que Ginny abriera su boca –y no tiene nada de malo tener un televisor, ¡no hay ninguna ley que prohíba a un mago poder ver un poco de televisión! –se defendió.
–Harry, mi amor, no me digas que has investigado a ver si existía tal ley…
–¿Qué? ¿Yo? ¡No, claro que no! –mintió Harry descaradamente.
–¿Y por qué lo tienes ahí sin usar?
–Porque debo esperar a que la Cornwall Electric venga a conectarme la electricidad, y luego llamar a alguna empresa del área que conecte el servicio de televisión por cable.
Ginny levantó sus cejas y por su gesto no había entendido nada de la explicación.
Harry suspiró y señaló al televisor. –Eso funciona con electricidad, y para ver la programación se necesita una conexión por antena o por cable.
La pelirroja siguió mirándolo; cada vez entendía menos. Súbitamente, un golpeteo en una de las ventanas del amplio living los sacó de su conversación. Harry se dio vuelta pero al ver la ventana, la misma estaba tan a oscuras como la noche.
–¿Qué fue eso? –preguntó Ginny, mirando hacia el mismo sitio.
–No sé. Algo golpeó la ventana.
Un rayo iluminó fugazmente la tormentosa noche, y su luz mostró una pequeña sombra parada sobre el alféizar de la ventana. Los golpeteos al vidrio se repitieron.
–Creo que es una lechuza –murmuró Ginny, confundida. – ¿Quién enviaría una lechuza a esta hora de la noche y con esta tormenta?
La pelirroja se levantó y fue rápidamente a abrir la ventana. La lechuza, de un espeso plumaje marrón, aleteó y entró a la casa, posándose en el respaldo del sillón. A continuación se sacudió la humedad del plumaje al mejor estilo perro.
–¡Pobrecilla, está empapada! –exclamó Ginny, acercándose a ella y acariciándole la cabeza con sus dedos. –Creo que es Edlyn, una de las lechuzas de la tienda de George.
Harry se levantó del sillón y lo rodeó para ir hacia la lechuza para ver si traía algún mensaje. El ave, acostumbrada a su oficio, levantó su pata derecha mostrando un pequeñísimo estuche de cuero y un trozo de pergamino enrollado dentro; Ginny lo tomó y lo leyó con cierta urgencia.
–Sujetos extraños y encapuchados rondando Shell Cottage –susurró la pelirroja, con su rostro lívido y su ceño fruncido.
–¿Qué? ¿Cómo lo sabes? –cuestionó Harry. Un rayo iluminó la casa intensa y fugazmente.
Ginny le mostró el trozo de pergamino. –Es lo que dice aquí.
Harry tomó el mensaje y lo leyó, pero no pudo identificar la escritura. Aparentemente alguien lo había escrito a las apuradas y con bastante desprolijidad.
Una nueva serie de relámpagos hicieron brillar el interior de su nuevo hogar. La calidez de la chimenea y de la compañía de Ginny se había esfumado por completo ante la incertidumbre por el misterioso mensaje, y ahora la noche y la tormenta hacían que la casa se sintiera sombría.
Harry sostuvo el trozo de pergamino entre sus dedos, pensativo y un poco alarmado. Si era una de las lechuzas de George, ¿había sido él quién había escrito ese mensaje tan escueto como preocupante? ¿Cómo podía el gemelo Weasley saber que unos sujetos merodeaban la casa de Bill si vivía en un departamento encima de su propia tienda en el callejón Diagonal, en pleno Londres? Quizá no estaba en su casa a esa hora de la noche y andaba merodeando por Shell Cottage, una posibilidad que resultaba poco creíble ya que desde la muerte de su hermano, George rara vez salía de noche y sólo se dedicaba a trabajar.
La mente del muchacho trabajaba febrilmente. Podía tratarse de un grupo de personas comunes y corrientes que se habían perdido, pero tuvo que descartar la idea: Shell Cottage aún estaba bajo el Fidelius y estaba protegido por encantamientos repelentes de muggles.
–¿Qué piensas? –preguntó Ginny rompiendo el silencio.
Harry se encogió de hombros intentando transmitirle tranquilidad a su novia. –No lo sé. Quizá solo sean algunos muggles perdidos.
–¿Muggles? ¿A esta hora y con este clima? ¿Y encapuchados? –cuestionó la pelirroja.
Harry no pudo responderle; él tampoco creía que fueran muggles perdidos. –No, supongo que no tiene sentido.
Ginny comenzó a ponerse nerviosa. –Tenemos que ir a ver qué ocurre. No estamos lejos.
Harry levantó sus cejas, y antes de que pudiera decir nada, su novia lo interrumpió: –Necesito saber que Bill se encuentra bien.
El muchacho la miró sin sorprenderse. La conocía de memoria y no era alguien que permaneciera sentada ante un peligro o un misterio. Lo sabía desde las lejanas épocas del ED.
–Está bien –concedió Harry, suspirando y un poco dubitativo. Su vieja cicatriz no había vuelto a molestarlo desde hacía casi seis meses, pero sabía que algunos mortífagos que habían sobrevivido a la batalla de Hogwarts aún no habían sido capturados y enviados a Azkabán. Era una posibilidad, pero intentaría no mencionársela a Ginny para no ponerla más nerviosa aún.
La chica fue hacia la ventana y la volvió a abrir, para que la lechuza se marchara. –¡Accio varita de Harry! –dijo a continuación.
La sábana blanca que ocultaba el televisor súbitamente se sacudió y la varita de acebo salió volando directamente a la mano de Harry, quien la tomó en el aire. Sin perder tiempo se pusieron sus abrigos, tomó a Ginny de la mano y se concentró en la tumba de Dobby. Antes de que su novia pudiera decir algo, se desaparecieron.
Un par de segundos después aparecieron en las cercanías de la casa de Bill y Fleur. Harry necesitó unos segundos más para reponerse de las desagradables sensaciones de presión y ahogo causadas por la aparición; deseaba profundamente poder aprender a controlar esas sensaciones cuando asistiera a la escuela de Aurores.
Apenas se aparecieron en el sitio, un huracán de viento salado y lluvia se abalanzó sobre ellos, empapándolos de pies a cabeza. Sintió un vacío en su estómago, producido por un fuerte déja-vú al recordar una situación muy similar junto a Dumbledore. Pese a ello, Harry supo que había elegido el lugar correcto para aparecerse sin ser notado: los continuos relámpagos iluminaban fugazmente la zona, mostrando la silueta de Shell Cottage a escasa distancia y la tumba de Dobby al final del extenso jardín fuera del cual se habían aparecido. Al estar más arriba que la casa de Bill tenían una muy buena panorámica de sus alrededores… si se pudiera distinguir algo.
–¿Puedes ver algo? –le preguntó Ginny, tomada de un brazo de su novio.
–¡Estoy en eso! –le contestó Harry. Varita en mano, comenzó a escudriñar los alrededores aprovechando la fugaz iluminación de los relámpagos. Además de la oscura silueta de la casa de Bill, asentada sobre una gran roca, solo podía ver arena y dunas por doquier, y la oscuridad de un mar que descargaba su furia sobre la playa con un continuo y salvaje oleaje. El viento golpeando su rostro y el atronador ruido del mar embravecido eran los únicos sonidos que le eran posible escuchar.
No parecía haber nadie por allí, ni tampoco sería lógico que hubiera alguien dado el pésimo clima reinante. Intentó cubrir todo el terreno que pudo con su vista y con la limitada iluminación de su varita pero le resultaba muy difícil ver algo; apenas pudo distinguir la gran piedra blanca del sepulcro de Dobby a algunos metros. La rústica inscripción AQUÍ YACE DOBBY, UN ELFO LIBRE apareció fugazmente ante sus ojos, provocándole un pinchazo en su estómago.
–¡No veo a nadie por aquí, Ginny!
Luego de escuchar sus palabras, la pelirroja se lanzó hacia la casa cubriéndose la cabeza con una parte de su grueso abrigo. Harry no tuvo más remedio que seguirla, bufando. El camino, de piedras y arena, bajaba en zigzag hasta el hogar del hijo mayor de los Weasley, y con la escasa visibilidad el muchacho ya se veía pegándose un gran golpe contra el suelo. Medio minuto después llegaron y se refugiaron debajo de un alero de la casa, calados hasta los huesos y titiritando del frío.
Sin terciar palabra, Ginny fue hacia una ventana y apuntó hacia dentro con su varita encendida.
–¡Bill! ¿Estás ahí? ¡Ábrenos, Bill!
Al mismo tiempo que Ginny llamaba a su hermano a los gritos, Harry no dejó de examinar los oscuros y ventosos alrededores. La idea de que todo era una broma de alguien cruzó momentáneamente por su mente, ya que no había podido ver a ningún extraño rondando por el sitio, pero el tono de voz de su novia lo preocupó.
–No creo que estén en casa –dijo la pelirroja un poco alarmada, aún mirando hacia dentro por la ventana. –No parece haber nadie.
Harry la miró de reojo. –Quizá no están, eso es todo.
–Fueron a cenar a la Madriguera y cuando terminaron se marcharon a su casa. Yo estuve allí y luego me escabullí a tu casa. Además, es domingo por la noche. ¡Ambos trabajan mañana!
–Cálmate, ¿quieres? Sólo asegúrate de que no estén aquí así podemos marcharnos –le respondió, mientras que la luz de un relámpago iluminó todo alrededor. Intentó mantener un tono de voz tranquilo, para apaciguar a su temperamental novia.
Ginny no paraba de mirar hacia dentro, apuntando con la luz de su varita hacia todas direcciones para ver si veía a alguien. –Es que no puedo… es difícil en estas condiciones –protestó.
–¿No sería más fácil si llamas a la puerta? –sugirió él, exasperado y con una alta dosis de sarcasmo.
La pelirroja lo miró como si hubiera dicho algo en otro idioma. Harry señaló la puerta de entrada con su cabeza, a escasos metros de donde estaban.
–Sí, supongo –refunfuñó Ginny con su orgullo dolido, y fue hacia la puerta murmurando entre dientes algunas palabrotas que de seguro eran dedicadas a su novio.
–¡Hola! ¿Bill? –gritó llamando a su hermano mientras golpeaba la puerta de madera con un puño. –¿Están en casa?
Harry, quien seguía oteando los alrededores, centró su atención en la puerta al escuchar el típico rechinar de la misma abriéndose.
–¿Estaba abierto o abriste tú?
Pero su novia no le contestó ya que se metió rápidamente en el interior de la casa. Harry no dudó en seguirla y un par de segundos después la detuvo de un brazo; el hall que comunicaba la entrada con las salas y la cocina de la planta baja y con las escaleras estaba casi totalmente a oscuras.
–¿Qué haces? ¡Pueden estar durmiendo! –le susurró a modo de reproche.
–Te repito que esta noche han cenado en la Madriguera, Harry. No se pudieron dormir tan pronto –le respondió tajantemente. –No parece que estén aquí abajo, así que iré arriba a ver si están.
–Pero… –Harry se abstuvo de seguir hablando al verla ir hacia las escaleras, iluminando todo a su paso con su varita. Se la imaginó entrando en la habitación de Bill y Fleur e interrumpiendo cualquier cosa que estuvieran haciendo (lo mismo que él debería estar haciendo con Ginny en lugar de estar hurgando en Shell Cottage), y apostó a que escucharía gritos e insultos en cualquier momento.
–No tengo de qué preocuparme. No soy yo el que está husmeando sino una Weasley, así que que se arreglen entre ellos –pensó Harry intentando sentirse menos culpable.
Pero el estar parado en medio del hall de la planta baja casi a oscuras no ayudaba y, pese a la falta de luz, su mente le hizo regresar unos pocos meses en el tiempo. No había vuelto a estar allí desde aquellas semanas en las que planearon junto a Griphook la demencial irrupción en la bóveda de los Lestrange en Gringott´s. Gracias a la luz de su varita pudo distinguir las cuatro puertas que daban a los distintos ambientes de abajo, todas las cuales estaban cerradas menos la de la cocina. Y cuando comenzó a preguntarse por qué no escuchaba ningún ruido proveniente de arriba, la escalera se iluminó y Ginny apareció bajando lentamente.
–No están.
La voz de la pelirroja sonó a preocupación.
–Pudieron haber ido a otro lado, Ginny –le respondió Harry.
–Ya te he dicho que han cenado en la Madriguera esta misma noche, y que cuando se fueron dijeron que se marchaban a su casa –le dijo Ginny, perdiendo la paciencia.
–¿Y qué? Pudieron haberse ido a otro lado sin avisar. ¿Acaso no fue lo que has hecho tú?
La muchacha suspiró; la escasa iluminación de las dos varitas fue más que suficiente para que Harry notara en el rostro de su novia que se estaba poniendo nerviosa.
–Por las barbas de Merlín, cielo, ¿ya has olvidado la nota que hemos recibido hace apenas unos minutos? –le recriminó Ginny, definitivamente dejando de susurrar. No era necesario hablar en voz baja ya que no había nadie en la casa, pero ella comenzó a perder su temperamento. –¿Y tú quieres ser Auror?
Harry la miró. La última frase no había sido a modo de reproche o de crítica, sino como una manera de que dejase de lado el papel neutral en el que estaba y comenzara a preocuparse como ella.
–De acuerdo –concedió. –Asegurémonos de que realmente no haya nadie en el piso superior.
Levantó su varita, apuntó hacia las escaleras y susurró: –Homenum Revelio.
–Nadie –concluyó Harry satisfecho, luego de sentir el resultado del encantamiento.
–¡Pero… yo ya te había dicho que no había nadie arriba! –se quejó Ginny.
–Bajaste demasiado rápido, no creo que hayas revisado las tres habitaciones. –terció Harry, muy seguro de sí mismo. –Ahora sabemos que realmente no hay nadie arriba.
La pelirroja solo se había asomado con cautela a la habitación principal temiendo que Bill o Fleur la descubrieran y la convirtieran en algo peor que una mofeta. –¿Y por qué no has utilizado ese encantamiento antes de que subiera al piso de arriba? –le cuestionó de todas formas.
–Porque decidiste ir arriba a revisar sin darme tiempo a nada. –le respondió Harry, y antes de comenzar a perder la paciencia, añadió: –Será mejor que revisemos aquí abajo en lugar de seguir perdiendo el tiempo.
–Bien, revisa la cocina y yo comenzaré por la sala –sugirió Ginny, casi como una orden.
–Sí, querida. –murmuró Harry, yendo hacia la última puerta de la izquierda del hall.
–Escuché eso. –retrucó la menor de los Weasley un poco en serio y otro poco en broma, perdiéndose dentro de la oscuridad de la sala comedor.
Al entrar en la cocina, Harry recordó aquella primera mañana en la que se aparecieron en Shell Cottage luego de huir de la Mansión Malfoy. Hacía frío y estaba a oscuras, por lo que encendió la chimenea con un ademán de su varita. Al instante, un fulgor cálido bañó el ambiente y el crepitar del fuego disimuló un poco el sonido del viento. Rodeó la pequeña mesa, sobre la cual había un frutero, una botella de cerveza de manteca sin abrir y un ejemplar de El Profeta, y fue hacia el fregadero bajo la ventana; no pudo evitar revivir el triste momento en el que se lavó las manos luego de haber cavado la tumba de Lobby; le pareció increíble cómo la mente de las personas atesoraban detalles tan insignificantes sin siquiera uno saberlo. El rugido del mar era constante. Levantó la vista y miró por la ventana. Los relámpagos iluminaban brevemente la espuma blanca de las olas rompiendo contra las rocas de la costa, al fin y al cabo lo único que se podía distinguir en esa tormentosa noche.
–¡Harry!
La voz de Ginny lo sacó de su ensimismamiento; se había asomado por la puerta que comunicaba la cocina con la sala y parecía un poco alarmada.
–Vi luces afuera, ven –murmuró la chica ante la mirada de interrogación de su novio. Sin titubear, Harry apagó la chimenea y le pidió que apagara la luz de su varita; nuevamente a oscuras, fueron con sigilo hacia la ventana del salón comedor.
–Por allí… eso creo –indicó Ginny señalando con su mano derecha hacia un punto inmerso en la oscuridad. La ventana de la sala daba al jardín de atrás de la casa, y más allá se podía ver el muro que separaba la propiedad de la inmensidad cubierta de arena, de rocas de gran tamaño y de la típica vegetación de la zona. Pero en esa noche en particular no se veía nada, como si algún mago bromista hubiera arrojado por todo el lugar grandes cantidades de polvo peruano de oscuridad instantánea.
–No veo nada.
–Estoy segura que vi dos luces.
En ese mismo momento un relámpago iluminó los alrededores por una fracción de segundo, pero de nada sirvió. Por el contrario, la visión de ambos se encandiló momentáneamente y la oscuridad se hizo aún más profunda. Los dos jóvenes se pegaron a la ventana para intentar distinguir algo allí afuera.
–Quizá hayas visto el reflejo de un relámpago en algún objeto.
–Te digo que eran dos luces, y se movían de un lado al otro. No eran un reflejo –respondió la pelirroja, susurrando.
–Allí.
Harry señaló con su dedo índice hacia la oscuridad. Un punto luminoso había salido repentinamente de la nada, posiblemente de atrás de alguna gran roca, y pese a lo difícil que le resultaba distinguir algo (ya estaba nevando copiosamente) tuvo la sensación de que se dirigía a la casa.
–Es alguien con su varita encendida, y viene hacia aquí –murmuró Harry, sacando su varita del bolsillo trasero de su pantalón. Descartó que fueran Bill o Fleur, ya que según Ginny las luces habían estado vagando por afuera como si no conocieran el lugar.
–Eran dos. ¿Dónde está el otro entonces? –preguntó la pelirroja, nerviosa.
Justo en ese momento un débil y sordo ruido sonó detrás de ellos. Varita en mano, se dieron vuelta pero la sala estaba a oscuras y no pudieron ver nada; sin embargo, alguien había entrado a la casa por la cocina ya que el viento salado del exterior comenzó a colarse por toda la planta baja.
–Está en la cocina –sentenció el muchacho. Sin esperar un solo segundo, caminó con sigilo hacia la puerta que comunicaba con la cocina y asomó su cabeza con sumo cuidado para intentar sorprender al intruso, pero la oscuridad lo mantenía casi a ciegas y el fuerte ruido del viento entrando con fuerza a través de la puerta disimulaba cualquier sonido que lo delatara. Necesitaba un elemento sorpresa que le diera una pequeña ventaja.
–Lumos –dijo, en un tono de voz casi inaudible. Al instante, la cocina se iluminó por completo y una sombra se escabulló al hall de la planta baja para huir de la sorpresiva luz. Con un nudo en su estómago, Harry se lanzó a perseguirlo, golpeándose con la puerta en el hombro.
–¡Quédate quieto! –gritó al sujeto, que corrió hacia la puerta que daba al jardín trasero. Gracias a la luz de su varita pudo ver que estaba cubierto con una capa y una capucha marrón oscura, y al escuchar el grito de Harry pareció detener su huida.
Ese movimiento fue suficiente para el muchacho de la cicatriz en forma de rayo.
–¡Expelliarmus!
Su encantamiento desarmador fue tan repentino y poderoso que hizo volar hacia atrás al intruso, el cual cayó aparatosamente en el piso de madera del hall con un gemido de dolor. En ese preciso instante, Ginny apareció desde la sala y apuntó su varita al sujeto derribado para asegurar su captura. Sin embargo, casi al mismo tiempo la puerta de salida se abrió violentamente y una bola de luz enceguecedora atravesó el vestíbulo y flotó a través del hall. Harry tuvo que cubrirse los ojos con un brazo por la potencia de la luz, al mismo tiempo que una fuerza extraña e incorpórea arrancaba su varita de su mano.
–¡Harry, somos nosotros!
La bola de luz se extinguió súbitamente luego de esa frase, proveniente de una voz familiar que conocía muy bien, y pese a que tenía la vista encandilada pudo ver a su mejor amiga parada cerca de la puerta, varita en mano y empapada por completo; en su otra mano tenía dos varitas más: la de él y la de Ginny.
–¡Hermione! –chilló Ginny.
–¿Qué haces aquí a esta hora? –Inquirió Harry, que aún sentía la adrenalina corriendo por sus venas y la sorpresa por haber caído en la distracción de Hermione. Al instante se percató de quién era el sujeto al que había derribado. –¿Ron? –preguntó, mirando hacia abajo.
El pelirrojo, que todavía se hallaba en el piso, observaba a Harry con su ceño fruncido. Su cabeza había dado contra una de las paredes de piedra del hall. –¡Qué hacen ustedes dos en la casa de Bill es una pregunta más urgente que la tuya!
Algo en la voz del pelirrojo le indicó a Harry que estaba cerca de enfurecerse, y no precisamente por el golpe en su cabeza.
–Ron, cálmate. Seguro que pueden explicarlo –sugirió Hermione, con su tono de voz reconciliador. –Y son lo suficientemente grandes como para…
–¡Grandes un cuerno! –le espetó Ron a su novia, levantándose del piso.
–¿Qué te ocurre ahora, hermanito? –le cuestionó Ginny con voz autoritaria.
Ron se acomodó su túnica y con sus manos intentó secarse un poco su cabello. Comenzó a decir algo pero al mirar de reojo a Hermione desistió. –Nada.
–Escúpelo.
–No me ocurre nada, ¿está bien?
–¿Qué le ocurre ahora? –le preguntó la menor de los Weasley a Hermione. Ésta aún tenía las varitas en su mano, aunque la de ella la había bajado y ya no apuntaba a nadie.
–Bueno, es que…
–¡Has aprovechado que Bill y Fleur no estaban para venir con Harry y… y… bueno, ya sabes! –clamó Ron sin poder contenerse más tiempo. Su rostro estaba colorado como un tomate maduro, al igual que sus orejas.
–¿Qué? –se quejaron Harry y Ginny al mismo tiempo.
–¡Eso que has escuchado! –desafió Ron; Harry se dio cuenta que la discusión no era con él sino con su hermana.
–Ay Ron… –se lamentó Hermione, moviendo su cabeza de lado a lado.
–¡No sabía que Bill no iba a estar aquí, idiota! –le rugió Ginny.
–Además tengo mi propia casa, Ron, no necesitamos un lugar para estar a solas y…
La acotación de Harry fue interrumpida por Hermione, la cual fue hacia donde estaba él. –No te metas y deja que lo resuelvan ellos dos –le sugirió, entregándole su varita de acebo en la mano.
Harry no dudó un instante en hacerle caso; de hecho prefería no meterse ya que veía que los ánimos estaban caldeados de ambas partes. Estaba seguro de que, en ese estado, Ginny podría arrojarle a su hermano algún maleficio en cualquier momento si hubiera tenido su varita.
–¡Claro que sabías, sino dime qué diablos están haciendo aquí a esta hora y con esta tormenta de los mil demonios!
–Cuida tu lengua, Ronald.
–¡Que no lo sabía! –volvió a recriminarle Ginny, ignorando a Hermione. –¡Cené en la Madriguera esta misma noche, y tú mismo estabas ahí! ¡Bill y Fleur se fueron antes porque debían levantarse temprano para ir a sus trabajos!
Se produjo un momentáneo silencio, aunque los gritos de Ginny retumbaron por los rincones de la casa algunos segundos más. La explicación de la pelirroja había confundido a Ron, pero éste, lejos de pedir perdón siguió mirándola intensamente; su hermana hacía lo mismo, y en otra situación menos dramática hubiera sido una imagen muy graciosa.
–Yo… no quiero interrumpirlos, pero insisto, Ron: tengo mi propia casa y no necesitábamos venir aquí para estar a solas. –Dijo Harry, un poco nervioso. Sabía lo celoso que se ponía Ron con su hermana, pero a veces se le iba la mano.
–Así es, idiota. Yo estaba en la casa de Harry, y cuando vinimos aquí no sabíamos que Bill y Fleur no estaban –repitió Ginny, aún furiosa.
Hermione frunció su ceño, confundida.
–¡Deja de llamarme idiota! ¡Que George lo haga no te da derecho a que tú lo hagas!
–Si George te llama idiota es por algo, ¿o no? –ladró la pelirroja.
–Es porque trabajamos en la tienda todo el día, es parte de la costumbre y yo también le llamo idiota o mentecato, así nos tratamos los hombres y… ¿estabas en la casa de Harry a esta hora de la noche?
–¡Sí! ¿Y quieres que te cuente qué estábamos haciendo? –le respondió Ginny maliciosamente.
Ron abrió los ojos desmedidamente y dio un paso atrás. –Que ni se te ocurra.
–Que suerte que aún tengo la varita de tu novia, ¿no? –murmuró Hermione para que sólo escuche Harry, al tiempo que se la mostraba.
–¿Entonces te has hecho de dos varitas, además de la tuya, en cuanto entraste al hall?
–Tres con la de Ron.
–Impresionante –admitió Harry en medio del griterío de los Weasley. –Podrías ser una gran Auror sin dudas.
–No fue tan difícil –dijo Hermione, un poco ruborizada. Con un movimiento de su varita encendió un par de faroles del hall y luego comenzó a secarse el cabello con un chorro de aire caliente. –Me he valido de un lumos máxima modificado para sorprenderlos y enceguecerlos, y la varita de Ron ya estaba en el piso.
–¡Y yo tengo 17 años y por lo tanto soy mayor! ¡No tengo que darte explicaciones, Ronald Weasley!
Los gritos entre Ginny y Ron seguían en una escalada sin control debido al temperamento de ambos. El papel sobre-protector del pelirrojo chocaba continuamente contra el ímpetu de su hermana, criada entre varones y acostumbrada a ser la menor.
–Hay algo que no entiendo –le preguntó Hermione a su amigo, con su mirada pensativa e intentando peinarse un poco luego de haberse secado –¿Tú y Ginny estaban en tu casa solos?
–Yo… –Harry había sido tomado por sorpresa y no quería parecer nervioso. –Sí, es que me estaba ayudando con todo eso de la mudanza, tú sabes, y luego…
–Guárdate los detalles, Harry –interrumpió ella.
–¡Hermione, dame mi varita! –vociferó Ginny enfrascada en su discusión, fuera de sí.
–No –le contestó, y volvió a mirar a Harry. Ambos intentaban permanecer ajenos a la pelea. –Pero si estaban en tu casa solos, ¿entonces para qué vinieron a la casa de Bill a esta hora y con esta tormenta?
–Porque recibimos una lechuza con una nota que decía que había extraños merodeando por aquí.
Hermione lo miró fijamente y poniéndose seria. Luego de pensar unos momentos, dijo: –Qué extraño. Nosotros también hemos recibido una nota un poco enigmática.
–¿Qué? ¿Ustedes también? –preguntó Harry, confundido. Su idea de que la nota había sido una broma de George para que Ron los encontrara allí y se cabreara perdía sentido.
–Sí. Cuando entré y me di cuenta que eran ustedes dos comencé a creer que la advertencia que recibimos era alguna clase de broma de tu parte, o de George. –explicó la muchacha.
–¡Ya basta! ¡Deja de meterte en mi vida! –bramó Ginny; su voz se estaba poniendo cada vez más aguda.
–Por tu bien, espero que papá no se entere de esto –bramó a su vez Ron, apuntándola con su dedo. –¡Hermione, dame mi varita!
Su novia ni siquiera se dignó a contestarle.
–Papá ya sabía que hoy iba a la noche a lo de Harry –le espetó su hermana, cruzándose furiosamente de brazos.
–Papá puede ser, pero mamá…
–¿Y quién se lo va a contar? –cuestionó Ginny inquietándose ante la idea.
–¡No lo sé, quizá yo se lo diga!
–A veces creo que es una suerte que seamos hijos únicos –murmuró Hermione, fastidiada por los gritos.
–Mi primo Dudley me hizo la vida imposible de pequeño, así que no se qué creer –opinó Harry, igualmente molesto.
–¡Harry, dile al imbécil de tu amigo que ni siquiera se le ocurra decirle algo de esto a mi madre! –le pidió Ginny casi en un chillido.
Pero Harry tenía su mente en otro lado, lejos de la ridícula pelea entre hermanos. Había notado algún gesto de preocupación o duda en Hermione y ahora él sentía lo mismo, ya que la sola idea de que los cuatro hubieran recibido advertencias similares y hubieran terminado encontrándose en Shell Cottage de casualidad le parecía muy poco creíble.
Ron tomó el silencio de su amigo pensativo como un triunfo suyo, y se cruzó de brazos con un gesto de suficiencia hacia su hermana. Harry notó eso y no entendió por qué reaccionaba así: nunca lo apoyaba cuando se ponía celoso o lo embargaba una exagerada necesidad de sobre-protección para con Ginny.
–Ginny, ¿tienes la nota que llevó la lechuza a mi casa? –le preguntó, decidiendo que lo mejor era cambiar rápido de tema… a uno en apariencia más importante.
La pelirroja, aún encendida por la discusión, lo miró ofendida por no haberle contestado mientras buscaba el trozo de pergamino dentro de su grueso abrigo. –Sí, yo… creo que… aquí está. No sé para qué lo quieres, está muy claro que alguien quiso que Ron me encontrara aquí y se enfadara…
Mientras le tendía la nota a Harry, Hermione sacó otro trozo similar de pergamino de uno de sus bolsillos internos y se lo mostró a su amigo.
–El matrimonio Weasley no ha llegado a su guarida –leyó Harry en voz alta, tal cual decía el trozo de pergamino que tenía Hermione.
Luego de algunos segundos de consideración, Ron indagó: –¿Tú tienes una igual, Harry? ¿Qué dice?
–Sujetos extraños y encapuchados rondando Shell Cottage.
El silencio se impuso entre los cuatro por primera vez desde que se habían encontrado en la oscura y solitaria casa. Era evidente que ninguno comprendía qué estaba ocurriendo y que la certeza de que había sido alguna clase de broma gastada por alguien se estaba tambaleando.
–Bien, repasemos –dijo Harry finalmente, con la intención de poner un poco de orden dentro de su mente. –¿Quién les ha dado esa nota?
–Una lechuza entró a mi habitación después de cenar –repuso Ron.
–¿Y tú como te has enterado? –le preguntó a Hermione.
–Ella estaba conmigo en mi habitación. Subió después de ayudar a mi madre a lavar los platos y… bueno, estábamos conversando –Contestó el pelirrojo, viendo que su novia se había ruborizado un poco y tardaba en responder.
–Es decir, estaban solos en tu habitación… conversando –indagó Ginny, sin creerle.
–Soy mayor que tú y puedo hacer lo que me plazca –ladró Ron.
–¡Apenas tienes un año más que yo, grandísimo hipócrita! –graznó su hermana, furiosa nuevamente.
–¡Y que no se te olvide! –Le devolvió Ron.
–¡Dejen de pelear!
El chillido de Hermione, a modo de orden, logró su efecto y ambos hermanos se callaron. Harry sabía, sin embargo, que era sólo temporal y que volverían a la carga.
–Entonces, ¿recibieron la lechuza y decidieron venir hasta aquí? –continuó indagando el muchacho de la cicatriz.
–Ron pensó que era una broma de alguien y quiso cerciorarse personalmente de que tanto Bill como Fleur habían llegado a Shell Cottage –explicó Hermione.
–Si tuvieran teléfono… –pensó Harry.
–Pero cuando llegamos vimos la casa a oscuras y luces de varitas adentro, así que nos preocupamos. Sabíamos que ni Bill ni Fleur estarían con sus varitas encendidas adentro y entramos para sorprender a los intrusos –completó Ron, con su ceño fruncido.
–¿Y quisiste sorprendernos entrando por la cocina?
–No te pases de listo –se quejó el pelirrojo ante la chicana de su amigo, e inconscientemente se frotó con su mano la parte de la cabeza que se había golpeado cuando lo derribaron. –Sólo fue una distracción para que Hermione pudiera entrar sin ser vista –completó.
–Sí, claro. Y seguro que también planearon que te reventaras la cabeza contra la pared –añadió Ginny con cinismo.
–No, ¡pero Hermione te quitó la varita más rápido que un escarbato encuentra oro! –le espetó su hermano.
–¡Acábenla de una vez!
Un par de furibundos relámpagos fueron seguidos de un poderoso trueno que estalló violentamente justo cuando Hermione terminaba de reprenderlos; el efecto del trueno superpuesto casualmente a su exasperación había resultado formidable (y atemorizante).
–Revisemos la casa para asegurarnos de que Bill y Fleur no están.
–Ya lo hemos hecho, Ron –dijo Harry, fastidiado.
–Quizá… luego de cenar se fueron a otro lado –especuló el pelirrojo.
–Tú los escuchaste al igual que yo. No quisieron quedarse hasta tan tarde en la Madriguera porque debían levantarse temprano por la mañana y se marcharon hacia aquí –dijo Hermione.
–Bueno, entonces si esa nota que recibimos es cierta algo pudo ocurrirles en el camino.
Harry notó cómo su amigo se estaba poniendo nervioso.
–¿En el camino? El Fidelius sigue activo en ambos lugares. Se deben haber desaparecido justo fuera del límite del encantamiento en la Madriguera y haber aparecido apenas pasando el muro de piedra del jardín a escasos metros de aquí. ¿Cómo pudo haberles ocurrido algo en el camino?
Para Harry, la reflexión de Hermione era correcta, y súbitamente recordó lo que había visto en la cocina. Sin mediar palabra alguna se dirigió hacia allí y cuando llegó cerró la puerta y encendió la pequeña chimenea nuevamente. Unos momentos después el frío húmedo de la noche comenzó a ceder ante el fulgor del cálido fuego.
–Yo tampoco creo que les haya ocurrido algo en el camino. De hecho, creo que han estado aquí y por algún motivo se han ido –sostuvo, luego de que todos llegaran a la cocina tras él.
–¿Por qué lo dices? –preguntó Ron, que fue hacia el fuego para calentarse las manos.
–Por la botella de cerveza y el periódico –dijo Harry, señalando la mesa. –Se me ocurre que Bill se aprestaba a sentarse a leer El Profeta luego de llegar de la Madriguera, antes de irse a dormir.
–¿Y eso lo deduces solo por mirar lo que hay en la mesa, Sherlock? –Se burló Hermione, extrañamente bromista.
–¿Sherlock? –interrumpió Ron. –¿Qué es un Sherlock?
Hermione se dio vuelta para mirarlo con seriedad. –¡Lo dije por Sherlock Holmes!
Ron hizo su típico gesto de no comprender (levantar su ceño y encogerse de hombros).
–¿Es que nunca has oído hablar de Sherlock Holmes? ¿O de Scotland Yard? –se exasperó Hermione. Obviamente le resultaba inverosímil que alguien no lo conociera, aunque fuera un descendiente de decenas y decenas de generaciones de magos y brujas.
–Mira, no conozco a los políticos muggles, ¿de acuerdo?
–¡Sherlock Holmes no fue un político! Fue un… bueno, no importa –se conformó la muchacha, desistiendo de explicarle a su novio sobre el famoso detective inglés al notar que Ginny tampoco sabía nada sobre el sujeto.
–Bien dicho, ciertamente no importa.
Hermione le dedicó una mirada asesina. –Tú conoces a Bill. ¿Tiene sentido lo que ha dicho Harry? –le preguntó a regañadientes.
–Sí, tiene sentido. De hecho Bill suele leer el periódico por la noche antes de acostarse y ocasionalmente tomarse una cerveza al mismo tiempo –expuso Ron pensativo.
Harry se alejó de la mesa y fue hacia la ventana sobre el fregadero. Si antes la noche le había parecido cerrada, ahora parecía estarlo aún más si eso era posible. La tormenta eléctrica que se abatía sobre el sur de Inglaterra parecía estar yéndose, aunque no así el viento y la lluvia. Solo podía suponer que estaba mirando hacia el mar, ya que podía escucharlo embravecido golpeando contra las rocas de la costa pero no veía nada salvo negrura.
Se preguntó si no estaban exagerando con la situación. ¿Acaso no era posible que Bill y Fleur se hubieran ido a otro lugar? Eran un matrimonio y no tenían que darle explicaciones a nadie sobre lo que les venía en ganas de hacer. Pero allí estaban ellos cuatro, en la casa de Bill (a la que habían entrado a la fuerza) a altas horas de la noche, como si estuvieran fisgoneando su vida privada. Ese último pensamiento le dio muy mala espina, porque no distaba mucho de la realidad. ¿Qué pensaría Bill si llegara a su casa justo en ese momento?
Sin embargo, estaban esas dos extrañas advertencias que habían recibido por separado.
Harry suspiró y se dio vuelta. Si algo había aprendido era que nunca había que descartar ninguna posibilidad, por lo menos hasta que se pudiera descartarla… y nada de lo que habían advertido esas dos notas había resultado cierto. ¿Correspondía entonces descartarlas?
–Bien, miren. Pienso que no deberíamos estar aquí ya que por ahora no ha ocurrido nada.
–¿Nada? ¿Y qué hay de las notas?
–A eso iba, Ginny. Alguien las ha enviado con algún propósito que desconocemos y a dos lugares distintos. Eso es todo lo que sabemos.
–Pero… el que las haya enviado sabía que tanto ustedes –expuso Hermione, señalando a Harry y a Ginny –como Ron y yo terminaríamos viniendo a Shell Cottage a cerciorarnos de las advertencias.
–Seguramente.
–¿Entonces, por qué crees que no ha ocurrido nada? –cuestionó Hermione.
–No había extraños rondando por el lugar y tanto Bill como Fleur han estado aquí pero parece que se han marchado a algún otro sitio. Ambas notas de advertencia resultaron falsas, o por lo menos no ciertas, así que nada fuera de lo normal ha ocurrido.
–¿Nada fuera de lo normal? ¡Harry, alguien nos ha enviado dichas notas con algún propósito! –se indignó Ron. –¡Eso es poco normal!
–Pero no ha ocurrido nada de lo que debiéramos preocuparnos. ¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Llamar a los Aurores para que busquen a Bill y a Fleur? ¡Apenas transcurrieron tres horas desde la cena en la Madriguera!
–Lo que creo que mi queridísimo hermano quiere decir es que está preocupado por Bill y que quiere estar seguro de que no le ha ocurrido nada –terció Ginny. Ron le dedicó un gesto a su hermana, aunque era justo lo que quería decir.
–Bien, entonces dinos qué hacer, Ron –repuso Harry, fastidiado. Debería estar en su casa disfrutando de la compañía de Ginny y no perdiendo el tiempo en lo de Bill y Fleur.
–Yo creo…
–¿Por qué no observamos las notas con más detenimiento? –sugirió Hermione. Tomó la que aún sostenía su amigo y la puso sobre la mesa, justo al lado de la que Ron había recibido. Encendió la luz de la varita, ya que el fuego de la chimenea no era suficiente, y comenzó a examinarlas con cuidado.
A simple vista, los dos pequeños trozos de pergamino amarillento le parecieron muy similares a Harry, pero Hermione no pensaba lo mismo.
–Creo que ambas notas provienen de pergaminos diferentes –murmuró, acercando su rostro a la mesa para ver mejor. –Y estoy segura de que fueron escritas por dos personas distintas. Las letras de las notas son diferentes.
–¿Qué quiere decir eso? –indagó Ron, impaciente, luego de un rato de silencio.
Hermione se irguió y se puso derecha. –Que como mínimo hay dos personas involucradas en esto, las cuales obviamente actuaron conjuntamente.
Ron levantó sus cejas esperando más información, pero al no escuchar más nada lanzó un bufido al aire, detalle que no se le escapó a su novia.
–Si no te es suficiente lo que pienso, podrías salir de al lado de la chimenea y acercarte a la mesa para colaborar –dijo Hermione a modo de reproche.
–Creo que la lechuza que nos llevó la advertencia era Edlyn, de la tienda de George –acotó Ginny, mirando a Ron. –¿No has reconocido a la que voló hasta la Madriguera?
Ron negó con su cabeza. –No. Y no creo que haya sido Edlyn. George y Verity aún la están adiestrando y no la utilizan por el momento.
–Estoy segura que…
–Edlyn es demasiado joven como para que la hubieran enviado de noche y con esta tempestad abatiéndose por toda Inglaterra –respondió tajantemente Ron.
–Harry creía que podía haber sido George el que…
–¿George? No lo creo, por lo menos no la que hemos recibido esta noche –opinó observando las notas de más cerca. –No, la que recibieron ustedes tampoco la ha escrito él. Si hubiera sido él las hubiera firmado, ¿o no? ¡Además, no tiene sentido! George no escribiría algo como "Matrimonio Weasley" ni avisaría sobre extraños en Shell Cottage sin identificarse…
Ginny comenzaba nuevamente a perder los estribos por las interrupciones de su hermano pero Harry creía que la lógica de Ron era acertada. Y si además no había sido una de las lechuzas de la tienda de George, entonces éste quedaba descartado como el que había enviado las dichosas notas de advertencia.
–Genial. Cada vez sabemos menos –masculló Harry.
–Quizá volvieron a la Madriguera. Deberíamos ir a ver si están allí –sugirió Hermione.
–No quisiera que mamá o papá se preocupen si no es extremadamente necesario –dijo Ginny, mirando a su hermano para buscar su apoyo; Harry comprendió a qué se refería.
Ron asintió con su cabeza. –Sí, yo tampoco quiero eso.
–No hace falta que le digan nada, por el momento. Sólo tienes que ir y fijarte si están, y si tu mamá o tu papá preguntan, diles que has regresado a buscar algo que olvidaste –le explicó Hermione.
Sin mediar más palabras, Ron fue hacia la puerta de salida al tiempo que se ponía el abrigo. Debía salir por la puerta que daba al jardín y caminar unos cuantos metros en subida hasta traspasar el muro de piedra para poder desaparecerse.
–Espero que no se tarde.
–No lo creo, Ginny. La Madriguera no está nada lejos de aquí y puede aparecerse directamente.
Harry volvió su vista nuevamente a la ventana de la cocina. Seguía lloviendo a cántaros y la oscuridad del exterior era tal que le daba la impresión de que lo envolvía por completo; incluso las palabras de Hermione le parecieron lejanas.
De pronto, un estruendo resonó por toda la casa, tan repentino y potente que Harry y las dos muchachas se petrificaron en sus sitios sin poder reaccionar del susto. Claramente no había sido un trueno, sino más bien como un furibundo golpe al exterior de la casa que incluso había hecho temblar hasta el piso.
–¿Qué… fue… eso? –preguntó Hermione tartamudeando. Solo obtuvo como respuesta la mirada desencajada de la pelirroja; Harry, con su corazón aún sobresaltado, tenía su varita en mano pero no comprendía qué había sido ese ruido.
–Yo… no lo sé… un trueno? –sugirió Ginny, que al igual que su novio ya había sacado su varita de su bolsillo.
La lluvia golpeando contra el techo y el crepitar del fuego volvieron a ser los únicos sonidos que se escuchaban, mientras que los tres muchachos permanecían expectantes en sus lugares, como si esperaran otro de esos ruidos. Harry sabía que no había sido un trueno, pero al no hallar respuesta sobre lo que pudo haber ocasionado semejante estallido su mente comenzó a imaginar causas tan inverosímiles como una bomba o alguna clase de avión que se había estrellado justo al lado de la casa.
–Un trueno no hace temblar el piso ni las paredes de semejante forma –aseguró el muchacho, sacudiendo su cabeza para sacarse esas ideas absurdas de encima.
Unos instantes después el sonido de la puerta cerrándose y la luz de una varita iluminando el hall indicaron que Ron había vuelto. Al entrar en la cocina no pudo dejar de notar la forma en que su amigo, su novia y su hermana lo observaban.
–Ni rastros de Bill o Fleur en la Madriguera –dijo, yendo directamente a la chimenea para calentarse un poco e incómodo por cómo lo seguían mirando. –Bueno, ¿por qué me miran así?
–¿No has escuchado nada?
–¿Cómo qué?
–¡Una explosión, Ron! ¡Hace solo unos momentos! –insistió Hermione.
–Acabo de regresar, Hermione. ¿No has escuchado lo que dije? Bill no estaba en la Madriguera…
El desinterés de Ron desapareció al instante; un nuevo y ensordecedor ruido estalló en los oídos de los presentes, tan fuerte como el anterior.
–¡Pero qué demonios!
Harry apenas pudo escuchar la queja de su amigo por culpa del zumbido en sus oídos. Las paredes habían vuelto a sacudirse y un candelabro de metal ubicado en una repisa cayó al piso.
–¿Acaso se ha caído un gigante sobre la casa? –gimió Ron, mirando inconscientemente hacia arriba.
–Bueno Harry, creo que ya no puedes decir que aquí no ha ocurrido nada –dijo una nerviosa Ginny quien, al igual que el resto, mantenía la varita lista para lo que fuera.
Resoplando de fastidio, Harry se dirigió a la puerta de la cocina. Fuera lo que fuera lo que había provocado semejante estruendo lo haría trizas en un par de segundos, pero su curiosidad se imponía (cuándo no…) a todos sus sentidos, los que le indicaban que permaneciera dentro de la casa.
–¿Dónde crees que vas? –cuestionó Hermione alarmada, al intuir lo que su amigo quería hacer.
–Afuera. Es la única manera de saber qué está ocurriendo, ¿o no?
Su amiga no le respondió, aunque su mirada reflejaba cierto temor.
–Yo saldré por la puerta que da al jardín –dijo Ron, con su voz forzosamente firme.
–No creo que sea conveniente que salgan ambos al mismo tiempo, Ron –le dijo su novia. –Deja que Harry se asome por la puerta a ver si puede ver algo.
–Si, seguro que Harry sólo se asomará por la puerta… –le respondió mientras se iba hacia la parte de la casa que daba al jardín trasero.
–Harry, no veo la necesidad de que ambos… –volvió a insistir su amiga.
–Descuida, Hermione. No saldré, sólo me asomaré –le contestó interrumpiéndola, poniendo sus ojos en blanco.
En cuanto abrió la puerta un vendaval de viento y lluvia lo azotó salvajemente, haciéndolo retroceder un paso. Cerró la puerta con gran esfuerzo y varita en mano se dispuso a escudriñar los alrededores. El sonido del viento se entremezclaba con el del oleaje, que por la tormenta rompía con fuerza contra las rocas de la costa. No podía ver dicho espectáculo, ya que la casa estaba ubicada cerca del borde de un acantilado, pero se estremeció al imaginarse la furia del oleaje golpeando la casa.
De a poco, sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad y comenzó a distinguir sombras y siluetas.
–Lumos Solem –dijo, haciendo una floritura con su varita. Desde su punta salió un rayo de luz lo suficientemente potente como para poder iluminar los alrededores, aunque sólo por algunos segundos (los hechizos lumínicos–calóricos utilizaban mucha energía mágica y no tenía casi nada de práctica con ellos). No pudo ver nada extraño.
Rodeó la casa en dirección al jardín trasero, intentando no patinar en las empapadas rocas del sitio y lo más pegado posible a la pared externa de la misma, para cubrirse un poco de la lluvia. Caminó hasta el muro de piedra para inspeccionar el terreno pero sólo pudo distinguir la luz de la varita de Ron, que vagaba por el jardín a varios metros de distancia.
–¿Has visto algo?
El grito de Ron llegó a los oídos de Harry mezclado con los del viento y la lluvia, dándole la sensación de que estaba mucho más lejos de lo que en realidad estaba.
–¡No! ¡Volvamos! –le respondió, con gritos y con señas de su varita.
Harry y Ron retornaron frustrados y empapados, y en cuanto se metieron al hall de la casa comenzaron a sacudirse y a escurrirse la ropa y el cabello. Hermione, con un vago movimiento de su varita, encendió de nuevo un par de lámparas de gas al ir a recibirlos junto a Ginny.
–Menos mal que sólo ibas a asomar tu cabeza…
–Quise ver si aún estaba lloviendo –le respondió Harry con cinismo a su amiga mientras se echaba aire caliente en su cabello.
–¿Y vieron algo, además de mucha lluvia?
–Sí, un viento que te daría vuelta los calzones y…
–Déjalo ahí Ron –dijo Hermione, interrumpiendo el comentario malhumorado de su novio. –¿Harry?
El muchacho aún tiritaba del frío pero de a poco estaba recuperando un poco de calor. –¿Además de lluvia y viento? Nada de nada.
–¿Pero entonces que han sido esos ruidos?
Nadie pudo responder la inquietud de Ginny, y se miraron entre ellos con un dejo de preocupación. Ya no se trataba sólo de que no supieran nada de Bill y Fleur sino que ni siquiera podían explicar el origen de aquellas explosiones que parecían abatirse sobre la casa. En ese mismo momento, un tercer estruendo sacudió la casa hasta los cimientos y hasta el piso volvió a temblar. Al igual que las dos veces anteriores, el ruido pareció provenir de afuera y retumbó con fuerza en cada rincón de cada habitación, dándoles la sensación de que ellos cuatro eran como pequeños insectos indefensos que estaban a la merced de algo gigantesco. ¿Alguien estaba golpeando la casa desde arriba?
–¡Ahí está de nuevo! –gimió Ron con un poco de miedo; apuntó su varita al techo, al igual que el resto.
–¡Esto es ridículo, no puede ser! –exclamó Harry irritado, quien varita en mano corrió hacia la puerta para salir nuevamente.
–¡Harry, no!
Pero el muchacho no hizo caso al ruego de Ginny. Estaba asustado pero al mismo tiempo ardía en ganas de dilucidar qué estaba ocurriendo; nuevamente su curiosidad terminaba tomando la última decisión. En cuanto salió miró hacia arriba de la casa y buscó con su vista en todas direcciones; esperaba descubrir qué o quién era el causante de los estruendos pero se frustró al no ver nada… nuevamente.
Un par de instantes después Ron también salió a investigar a la fría y húmeda noche pero se llevó por delante a Harry, distraído con lo que veía con sus propios ojos.
–¿Qué demonios…? –gimió el pelirrojo, casi en un susurro.
Harry estaba observando hacia arriba cuando Ron se chocó con él, haciéndolo trastabillar unos pasos. Sin embargo, reconoció al momento el tono de voz de su amigo y supo que estaba aterrado, algo que pudo comprobar al ver su rostro lívido y casi transparente.
Con el corazón en su boca, se dio vuelta para mirar hacia donde miraba Ron y su sangre se congeló al instante.
Una figura los observaba.
***HP***
