Cáp.
1: Para que algo se limpie otra cosa debe ensuciarse; pero se puede
ensuciar todo sin limpiar nada.
Sirius pegó un respingo al ver a Remus y Tonks riendo en la cocina. Creyó que ya hacía rato se habrían ido. La cita acordada y planeada en gran parte por él hacía horas que debía haber finalizado.
Charlaban animosamente e intercambiaban miradas de cariño rodeados por varios platos sucios. La cena había pasado y por la cantidad considerable de platos se daba cuenta que ambos habían disfrutado de un abundante banquete. Ninguno de los dos había notado su presencia, debían de creer que aún seguía molesto y oculto en su cuarto.
Molesto estaba, oculto, también, en el rellano de la escalera hacia la cocina al resguardo de la luz, en una penumbra que lo envolvía.
Los vio sonriendo felices ensuciando la esponja para limpiar los platos y, se rió al mismo tiempo que Remus cuando Tonks en un movimiento brusco ensució todo a su alrededor con detergente, la camisa de su compañero y ella incluida. Los vio arrimarse un poco sin dejar de reír para supuestamente limpiar el desastre hecho, pero se dirigió con velocidad escaleras arriba cuando su mejor amigo acercó sus labios a los de ella, buscando limpiar una mancha inexistente con ellos.
Más tarde, mucho más tarde que medianoche cuando ya ni los ecos de las risas de los enamorados quedaban de recuerdo se encontró con una catástrofe que sabía muy bien no limpiaría. Espuma y restos de comida estaban esparcidos por doquier, sobre la mesa y en las paredes, en los bordes de la pileta y los grifos de plata.
Una risa sarcástica brotó de sus labios y llamó a Kreacher para que, antes de limpiar la estancia, llevara a sus respectivos dueños las ropas que se habían quitado y arrojado bajo la mesa.
