Un paisaje árido y rocoso se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Una lujosa caravana recorría el camino levantando el polvo a su paso. Detrás, una jaula llena de desanimados y abatidos esclavos tirada por un carro de caballos seguía al primer vehículo. Por último, aun siendo la mercancía más importante de todo el cargamento, se hallaba Fenris. Los eslabones de una gruesa cadena mantenían sus muñecas atadas a la jaula pero lo mismo daba, no tenía ganas de escapar, ya no.
El elfo contemplaba con hastío la formación rocosa que se erigía a lo lejos. Conocía aquel paraje, por eso sabía que en cuanto sobrepasasen ese punto quedaría al descubierto la ciudad más esplendorosa que el mundo jamás hubiera conocido: Minrathous.
El intenso sol hacía que le escocieran los ojos, así que optó por apartar la vista y volver a dirigirla a sus pies, que ya estaban tan doloridos y magullados a causa del largo viaje que Fenris se había acostumbrado al dolor y podía hasta casi ignorarlo. Ser el único que fuera a pie había sido el duro castigo impuesto por Danarius, ése era el motivo por el que el viaje hubiera sido tan lento, Fenris debía ser capaz de mantener el paso.
"Tranquilo, mi pequeño lobo, cuando lleguemos a casa yo mismo te curaré las heridas. Hasta entonces, tienes que aprender la lección. Espero que esto te ayude a reflexionar." le había dicho el maese. ¡Y vaya que si había reflexionado! Todo el dolor y cansancio que sentía su cuerpo no era nada comparado a lo que sentía en el alma. Traicionado, por Hawke, nada más y nada menos, y a cambio de unas míseras monedas de oro. Fenris había sacado algo en claro de esto: no podía confiar en nadie, mago o no. De hecho, él había culpado de todos los males del mundo a la magia y quienes la portaban; pero Hawke no era mago, y aún así le había vendido.
Paso a paso, se acercaba más y más a todo lo contrario a un hogar. Porque un hogar es donde te sientes cómodo, protegido, querido. En definitiva, un hogar es aquel sitio al que echas de menos cuando no estás, y aquel al que siempre quieres retornar. Fenris no sabía si había una palabra que fuera la antítesis del "hogar", pero si la había sabía perfectamente que para él ese era el sitio al que se dirigían.
De pronto, la caravana paró en seco, y con ella todos los que la seguían. Un hombre al que Fenris conocía demasiado bien para su gusto se apeó. En su mano asía una botella de cristal recubierta con una fina capa de hielo cuyo propósito era que su contenido permaneciera siempre fresco. Fenris no pudo evitar sentir desagrado hacia tan minúscula prueba de magia, por muy beneficiosa que fuera. Con paso firme y decidido, Danarius se dirigió a él.
-Toma, bebe. No puedo permitir que te deshidrates. Sabes que te quiero, Fenris, aunque te empeñes en negarlo.
Obediente, bebió directamente de la botella que el mago sostenía para él. Atrás había quedado todo el orgullo. ¿De qué servía cuando estabas maniatado, con los pies ensangrentados, abrasado de calor, y a merced de lo que quisieran hacer contigo? El orgullo era algo que se podían permitir los héroes, los reyes y los estúpidos; no un esclavo.
No habían llegado a su destino cuando la luna se alzaba hermosa y luminosa en el firmamento. Una fogata iluminaba y ofrecía su calor a Danarius y los ricos mercaderes que charlaban animadamente sentados alrededor. Tal privilegio les era privado a todos aquellos miembros del grupo a quienes también se les privaba de libertad. Desde una posición apartada, Fenris observaba a su amo. Los mercaderes habían levantado, como todas las noches en su travesía, improvisadas tiendas de campaña en las que dormirían. Danarius, evidentemente, tenía la caravana exclusivamente para él. O al menos así había sido hasta esa noche, en que sus planes cambiaron. Ya de madrugada, mientras dormitaba sentado en el suelo apoyado en una rueda del carro, una mano se posó en su hombro. Despertó sobresaltado. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta de que alguien se le había acercado? El cansancio del viaje le estaba pasando factura.
Danarius, con su silueta recortando el cielo y los astros a sus espaldas, ofrecía una visión bastante imponente. Su mano se deslizó desde el hombro, pasando por el cuello hasta detenerse en su barbilla. Entonces, con delicadeza, obligó a Fenris a alzar su rostro, quedando los dos mirándose directamente a los ojos.
-Siento despertarte, pero la preocupación no me deja conciliar el sueño. Apenas has hablado desde que te recogí, ¿cómo te encuentras?
De sobra sabía el elfo que aquella preocupación no era tan grande, se trataba simplemente una excusa para dirigir la conversación hacia donde él quería. Había algo más...
-Hace frío.- fueron sus parcas palabras. Nada que Danarius no pudiera adivinar por sí solo.
Una sonrisa afloró en los labios de Danarius. Esa respuesta parecía venirle bien para sus propósitos. También para los de Fenris, ya habían jugado numerosas veces en el pasado a ese tipo de juegos, así que sabía dónde le llevaría. Era pura palabrería. Unos preámbulos. Una introducción que lo hacía casi adecuado y educado.
-Entonces ven conmigo a compartir el lecho.- un movimiento de sus manos y el leve susurro de un hechizo hizo que las cadenas cayeran en pedazos.- Así yo estaré más tranquilo y tú no tendrás frío, ¿qué te parece?
Y a Fenris le parecía perfecto. No había nada que desease más en ese momento que pasar la noche a resguardo. Había que ser prácticos, la compañía era lo de menos.
Una vez dentro de la caravana, Fenris sabía cuál era su papel. Se despojó de su ropa y se tendió en la acolchada y templada cama. El maese no tardó en unirse. A su lado, podía sentir su cuerpo, pero por muy dócil que estuviera no quería ni pensar en arrimarse más a él ni en ver su cara. La oscuridad reinante en el interior del vehículo era bienvenida.
-Cuando estemos en casa todo será como antes. Volverás a ser feliz y conforme a mi lado, ya lo verás, yo me ocuparé de ello.- empezó a decirle en un tono conciliador.- Nada de lo que hayas vivido en tu pequeña aventura te perturbará, pequeño lobo.- sus dedos comenzaron a trazar surcos sobre las marcas de lirio impresas en la bronceada piel. Fenris sintió un escalofrío.- Siempre has sido especial, diferente a los otros esclavos, incluso el hecho de alejarte de mí como lo hiciste fue un gesto tan inusual... Pero ahora está todo arreglado, volveremos a ser tan íntimos como antes.
Pronunciadas estas últimas palabras, el mago atrajo el menudo cuerpo de Fenris para sí. La cabeza de Fenris quedó pegada al pecho de su amo. Desde ahí, podía oír el bombeo de su corazón. Era tentador, o más que eso: su instinto se lo pedía a gritos, podría acabar con la vida de ese hombre de manera rápida y precisa gracias a las marcas de lirio que él mismo le había regalado.
Rápidamente, la lógica y la razón se impusieron al instinto. Él quería vivir, y si mataba a la única persona que le consideraba necesario poco propósito le quedaría en esta vida. Cerró los ojos y se acomodó. Al día siguiente, su vida volvería a cambiar, más le valía estar descansado para lo que le deparaba.
