Soy tu eterno servidor

Capítulo 1: Amanecer.

Por siglos existió, asentados en una fecunda y distante región que fungía de punto de inflexión para la inconmensurable violencia del oleaje marítimo, una sedicente dinastía de Delphox «malos», como inocentemente les tildaría una cría, que en su apogeo legitimaron su hegemonía como dueños de la tierra, de los comercios y de los hilos que movían a las masas, encarnando así el peor prejuicio que el vulgo podía guardar de los oligarcas. Sin ningún ápice de vergüenza o misericordia o sentido común, expusieron casi con orgullo los más apabullantes e indiscriminados niveles a los que la codicia de un Pokémon podía llegar. ¿Pero qué es de ellos hoy? Veras, esos tiempos oscuros ya no perduraban mas que como recuerdos en la indemne memoria colectiva; los Heartflare, apellido que en cada esquina polariza opiniones y cuece malos augurios, ya no gozan más de la gracia del poder que una vez tuvieron y vieron perder. Los indescifrables azares del destino pusieron fin a una bonanza que pensaron sería eternamente próspera. Tanto así, que en el presente momento resta un único miembro con vida de la familia de las llamaradas: la lozana doncella Adalia Heartflare, recatada Delphox de discreto actuar y juvenil ver, heredera de la exuberante fortuna que sus polémicos antecesores amasaron durante años, mediante maneras —para variar— igualmente polémicas. Descrita como arisca y ampliamente reservada por la prensa, pasa sus días enclaustrada en la privacidad del envejecido castillo de los Heartflare, lejos de ojos que la juzguen y bocas que calumnien.


Los primeros rayos de sol se colaban por el ventanal del balcón, embadurnando de oro al cuarto y al mobiliario, que bien por la edad podría tomarse por muy vetusto y para tirar, pues saltaba a la vista que la madera estaba descascarada y que debían estar harto mohosos por donde no les daba la luz, pero eran piezas antiquísimas y valían su peso —y moho— en oro. La brisa de la alborada hacía sacudir las cortinas y jugaba con la dirección en que apuntaba el telescopio del barandal, que por las noches hacía deleitar con sus vistazos al cielo estrellado. Consigo, no obstante el frío, trajo el chiflón el pétalo de una flor de rosa, todavía conservándose su majestuosidad a pesar de haber sido ya desprendido del sustento de su flor. Revoloteó por el cuarto en una danza de serenos e ingrávidos movimientos por sobre la cama, los roperos y los libreros, y a lo mejor pasó a dar una ojeada a los cuantiosos ejemplares de novelas románticas que exhibían. Voló como quiso y descendió exhausto, alojándose a descansar en lo que primero en que aterrizó; una cumbre peluda y respingada que, al parecer, no era otra cosa que la nariz de una Delphox. Y no de cualquier Delphox, sino de la mismísima Adalia Heartflare. Qué horror, qué honor.

Profundamente dormida, el pétalo de una rosa no peligraba en perturbar su letargo. La soledad de su castillo y lo baldío de los terrenos boscosos que lo circundaban se materializaban en un ambiente idóneo para dejarse llevar por largas jornadas de flojera, máxime si se hacía hincapié en las poquísimas responsabilidades de las que debía hacerse cargo. Sin labores pero con arcas tan insondables que necesitaría de más tiempo en la tierra si se propusiera a gastarlas, la mayor de sus preocupaciones era cómo iba a ingeniárselas para matar el tiempo hoy. Se podría decir que su vida en sí era un lujo, pero para ella su cotidianidad distaba mucho de ser envidiada. Después de todo, ¿quién querría cargar con el estigma de ser Adalia Heartflare, la que tal vez era en la región la Pokémon más controversial de la que se pueda hablar?, entretanto, un tardío reflejo le hizo dar un estornudo estrepitoso que envió al pétalo a desandar de vuelta a fuera, dando inicio, a su vez, a una frenética seguidilla de tics en las sienes.

Hmmmmn, no, no… — murmullaba a regañadientes, todavía dormida, a buen seguro a causa de una nueva pesadilla. Lo que de entrada no sería inusual, padecer de ellas se había vuelto una costumbre desde hacía meses. Las razones seguían siéndole desconocidas, pero de lo que sí tenía certeza es que no podía seguir lidiando con esas hórridas visiones del infierno. Echarse a dormir temiendo a la posibilidad de caer en un espiral de pesadillas que escapaban a la imaginación, es algo que disuadiría a cualquiera que pretendiera tener dulces sueños y que convertía el camino a la cama en una auténtica milla de la muerte con destino al patíbulo.

—No... No, por favor, ¡no! ¡Déjame!— clamaba en sollozos, retorciendo su figura bajo las sabanas.

Sufrirlas a menudo era un calvario sin igual. En su desesperación buscó una solución consultándolo con expertos en todo tipo de maestrías, e inclusive, con terapeutas naturistas sin diplomado alguno pero con fuertes convicciones en su arte, sin hallar en sus píldoras ni en sus infusiones de yerbas un alivio a su problema. Ya daba por sentado que luchar era inútil.

—¡Gr-Gren! ¡ven, ayúdame, por favor!— gritó, a tiempo en que escurridizas lágrimas brotaban de sus ojos. Presumiblemente debía de estar experimentando el clímax del sueño, momento en el que el horror escalaba a su punto culmine.

De repente, las gruesas puertas que conectaban con su habitación se abrieron de par en par, permitiendo la entrada de una silueta poco reconocible y azulada, que se desplazó a pies de la cama en evidencia de su agilidad y sigilo, elegancia e increíble velocidad, dificultosamente perceptible para un ojo no apto. Se detuvo en seco, revelando ser un gallardo Greninja, y sin vacilaciones se enfrascó a la caza cualquier peligro que pudiera morar por el cuarto, no dando con nadie mas que Adalia, que seguía inmersa en su mal sueño.

—No puede ser, está pasando de nuevo… — se lamentó el tipo agua al constatar lo que sucedía. No pensándoselo dos veces, se le acercó y la agarró por los hombros, procurando actuar breve y a su vez no lastimarla —¡Adalia! Ey, ¡despierta!—

—¡No! ¿¡eh!? ¿Greninja?— farfulló la chica al volver en sí, muy exaltada.

Él, por su parte, se limitó a asentir y a limpiarle las lágrimas, surcando tiernamente su rostro con sus dedos palmeados.

—¿Estás bien? Preparaba el desayuno hasta que te oí gritar. Creí que, ya sabes, pasaba algo peor—

—Eh, eh… s-sí, estoy bien… estoy bien— afirmó distante, no demostrándolo así externamente. El quiebre en su voz, su desapercibido temblor de manos y un curioso tic discordando su oreja izquierda, la delataban.

El tipo agua, no apeteciéndole abandonar a su ama tan abruptamente al dar fe de su precaria condición, resolvió en hacerle compañía un rato más y tomó asiento a una orilla de la cama —Y dime, ¿fue el sueño en que caías al vacío otra vez? ¿o el del juicio?— preguntó.

Comúnmente eran ésas las visiones que más le frecuentaban al caer la noche, según la propia Adalia, que en una que otra charla le había asegurado haber tenido el mismo sueño en más de una ocasión. Prefería pensar que así era, en lugar de creer que su ama comenzaba a desvariar.

—Ninguno de lo dos. Ahora fue uno totalmente nuevo, en que sombras incorpóreas escurrían de las paredes. Dios, no creo poder soportar esto por mucho tiempo más, siento que me volveré loca. Ya es la tercera vez en lo que va del mes— señaló, rascándose los ojos con somnolencia, en lo que reparaba de aun hallarse en pijamas y totalmente desarreglada en presencia de su leal ciervo. Percibió sus mejillas ruborizarse al instante.

—No tienes de qué preocuparte, todo está en tu mente, sabes bien que yo siempre estaré aquí para protegerte. En mi guardia nada podría pasar… hmm, estás muy roja, ¿no tendrás fiebre?— inquirió dudoso, tocando su frente y verificando su temperatura.

—N-No. Ya te dije que estoy b-bien... Sólo un poco acalorada, es todo— se excusó ella, tratando de disimular su sonrojo escondiéndolo bajo las sábanas —Este... ¿Qué hay de desayunar, Greninja? Estoy hambrienta— le informó, deseando cambiar de tema.

—Ah, claro. Pues de desayuno hoy preparé tus favoritos, panqueques con leche Mu-mu y tostadas—

—¿Con mermelada?... — preguntó, ilusionada.

—No la olvidaría— convino Greninja, sonriente.

—Bien, iré en un momento. Eres libre de retirarte, Greninja—

—Claro. No tardes mucho o se enfriarán— advirtió él, pudiendo dejarla con la seguridad de que estaba lo suficientemente bien como para reclamar el desayuno.


Al cerrar la puerta tras de sí y dejar a la Delphox a solas, ésta pegó un suspiro de alivio y se echó nuevamente sobre la cama, estirándose y exhalando un bostezo vago. No le hacía ninguna pizca de gracia que su querido sirviente la viera tan desaliñada. No por una cuestión de vanidad ni nada por el estilo, al contrario, los vestidos ostentosos y los quilos de maquillaje no iban con ella, pero dejarse ver tan poco atractiva ante el único macho con quien convivía le horrorizaba.

Inevitablemente, notó la a su juicio indecorosa dirección por la que iban encarrilados sus propios razonamientos, aduciendo a que por sentimientos encontrados había pensado en Greninja como un macho a quien debía impresionar con sus atributos. Enmudeció, llevó ambas manos a su busto, examinándolo minuciosamente a través del tacto.

—No son grandes... — se dijo, volviendo a enrojecerse espontáneamente.

No, no, no, no, ¡NO! No puedes dejar de pensar en irrealidades ni estando despierta, Adalia Heartflare..., pensó ella, jalándose las orejas para ocultar su rostro al rojo vivo de la vista de nadie, pues con nadie ella estaba, pero aun así sentía la necesidad de ser tragada por la tierra, a las profundidades de algún lugar en paz en el que poder dar rienda suelta a sus fantasiosos pensamientos sin sentirse mal por ello.

Se levantó de la cama con una mirada de desquicio, yendo a escudriñar en su librero. Hace mucho que las extensas horas de no hacer nada de las que era partícipe la habían conducido a explorar en más de una actividad recreativa que pudiera servirle de pasatiempo, una de muchas, siendo la astronomía. Sujeto al balcón y como prueba de ello no podía faltar estar su entrañable telescopio, con el que de vez en cuando observaba el firmamento nocturno y documentaba sus descubrimientos. Le parecía un mundo muy mágico y surrealista el que oscilaba allá fuera, en el vacío infinito. Pero sin lugar a dudas, apreciar las estrellas jamás desplazaría a su pasatiempo número uno de su puesto de honor: la lectura. Más precisamente, la que versaba sobre el género romántico. Pues leer era lo que más le apasionaba hacer. La manera en que convergían las palabras de tal forma que lograban despertar sentimientos y emociones en el lector, era para ella el arte más gratificadoramente atrapante de todos. Teniendo como autores predilectos a connotados exponentes del género, inclusive algunos más afines al erotismo, como lo eran el siempre polémico Empoleon de Sade. A tal punto llegaba su devoción por las letras, que ella misma se había animado a dedicarse a la escritura como un nuevo y renovador pasatiempo, al que por supuesto, enfocó enfáticamente al romance.

Tomó tres de sus, a su opinión, mejores obras; textos sin encuadernado e impresos a máquina de escribir, únicamente por el capricho de hacer la experiencia más glamorosa. Abrió uno y husmeó en él con premura casi desesperada, encontrando justamente lo que esperaba hallar. Exactamente ello, sin dar cabida a variaciones. Ni siquiera comprendía el porqué necesitó volver a releer su libro para dilucidar lo hecho, a sabiendas de lo que todos y cada uno de sus escritos narraban, pues no era un desconocido sino ella la artífice de los mismos. Pero suponía que era por una cuestión meramente ilustrativa, como cuando uno mismo se cerciora si tiene fiebre o no, estando consciente de estar ardiendo por dentro.

Ojeando en sus páginas inmediatamente reconoció impresa La historia del cautivo, uno de sus primerísimos trabajos y el que más le avergonzaba. No por sus erratas ni sus clichés, sino más bien por el aspecto de su vida que inconscientemente plasmó en él. La obviedad era ineludible. La historia de la Blaziken que sufre de agorafobia y recibe la ayuda de un Swampert, amigo suyo desde la infancia, que la insta a dejar de lado sus miedos irracionales y a conocer el mundo, convirtiéndose así en su interés amoroso; era una simplona alegoría de ella y Greninja. El plagio con final idílico de una historia inconclusa que perfilaba a acabar en decepción.

—Soy… tan patética—

Cerró el libro, no molestándose en volver a ponerlo en su lugar, al igual que la otros dos. No necesitaba ver más. La verdad absoluta nunca dejaría de prevalecer por sobre la mentira, y mentirse a uno mismo era una lucha sin sentido e imposible de ganar. Le hecho era que se había enamorado de su sirviente, de Greninja.

Desentenderse de ello era un esfuerzo vano, empero, se negaba a asumir por completo que lo que en su pecho latía era amor, refutaba, lo que incluso en momentos llegaba aceptar como verdad. Una que tontamente creyó poder evadir por siempre, y así lo intentó, a raíz del indomable temor que le aprensaba imaginar derruida la que, en su opinión era, una sólida relación con su sirviente; llenadora, cordial, sana, una amistad tan incondicional que no concebía una mañana en la que al despertar no fuera así. Su supuesto amor era una arma de doble filo que dudaba fuera conveniente usar. Al menos no hoy, ni mañana.

¡POR QUÉ! ¿Porqué todo es tan complicado?

A pesar de no saber llevarlos, ni mucho menos tratar con ellos, sus infumables dilemas en torno al amor no le eran para nada un tópico ajeno, pues desde adolescente que, la manera en que veía y tenía a Greninja, comenzó su audaz carrera a evolucionar, acoplando matices que antes le parecerían impensables. Y hoy siendo una adulta joven, sus enredos sensibleros respecto a su sentir por el tipo agua aun le eran un tema de conflicto y debate, uno que pintaba a nunca acabar, no mientras no sean asumidos sus sentimientos como irrefutables verdades y así pueda plantearse una eficaz manera de afrontarlos, porque seguir guardándoselos tampoco era una "solución", si así podía llamársele, de su agrado.

No sé si amar sea la palabra adecuada, digo, es una palabra muy fuerte. Sólo sé que me siento… atraída, por él, no sólo físicamente, sino atraída por todo su ser, por su sonrisa, por la manera en que me trata, en que me mira, en que me abraza, reflexiona absorta, hecha un manojo de inseguridades, nervios y sentimientos peleándose entre sí en total desarmonía. Él… él es mi única compañía, aquí, en esta fortaleza de piedra sucia y grisácea que aprendí a llamar hogar. Es la única persona que tengo, que me queda, y con la quiero estar. Si eso no es amar, no sé qué será.

—¡Adalia! ¿ya te bañaste?— oyó gritar a Greninja, presumiblemente desde la cocina y con el desayuno enfriándose.

Si sus cavilaciones hubieran sido un auto y el ritmo en que las llevaba, la carretera, el llamado de Greninja fue, sin lugar a dudas, un murallón de roca a mitad del camino, uno que al impactar la envió eyectada de regreso a tierra. Efusivo golpe y caída, que por muy metafórico que fuese, le granjeó la jaqueca de su vida. No podía dejar de sentirse rara y desorientada a un tiempo, aires que no se diseminarían hasta no oír, conciso y fugaz, otro estridente llamado de Greninja recorriendo su canal auditivo, que al llegarle, siendo más cerril e impaciente que su predecesor, y a diferencia del mismo, más oíble, la sacó en cuerpo y alma del abismo oscuro de su propio pensar.

—¡A-Ahora voy!— respondió a primera instancia de recobrado el normal control de sí y apresurándose en ir a asearse. Avergonzada, casi tropezándose con una calceta al salir y sobre todo: hambrienta.


Yacía ella frente a un largo mesón flanqueado por un sinnúmero de sillas, extendiéndose de principio a fin del salón, que como el mesón mismo, era muy amplio y desolado. Con decir que cada sonido provocado, por más ínfimo que fuera, desembocaba en un deprimente eco que se replegaba a los pasillos más recónditos. Sobre la madera, un tanto polvorienta, reposaba exactamente lo prometido por Greninja, ni una migaja menos, más uno que otro bocadillo extra. Todo perfectamente acomodado para su fácil alcance. Se notaba el esfuerzo en ello.

—¿Greninja, te falta mucho?... ¡Greninja!—

Y sus pasos palmeados no se hicieron esperar.

—¿Qué sucede ahora? Pero si ya te serví el desayuno— protestó el tipo agua, asomándose por uno los pasillos que conectaban a la cocina.

—No es eso, es que… siempre desayunamos juntos— dijo Adalia, haciendo los pucheros propios de una cría.

En cierto sentido, no le parecía del todo correcto que estando así de confusa respecto a sus sentires amorosos continuara buscando (o mendigando) la atención de Greninja, quien posiblemente no la veía con esos ojos, pero aun si así fuera, tenía la certeza que restringirse el hacerlo sería muy para peor, tanto para sí como para Greninja. Quizás un poco más para sí. Greninja era el cable a tierra que la mantenía en la realidad, sin él a buen seguro habría enloquecido de soledad, y, al mismo tiempo, era la razón por la que ahora estaba perdiendo la cordura, a merced de sentimientos que le eran confusos e indescifrables, pero que giraban indudablemente en torno a él y su persona. La idea de tomar distancia, de coartar arbitrariamente la relación que tanto la llenaba por una excusa tan burda como «Es lo mejor para ambos. No quiero hacerte daño», le era intolerable.

—Ah. Lo sé, pero tengo mucho trabajo que hacer. Debo cortar el césped, limpiar los tejados, asegurar las ventanas. Las tormentas de invierno se acercan, ¿lo sabías?—

Adalia le miró, inmutable —Greninja, soy tu ama, y te ordeno, por el poder que se me fue conferido, desayunes conmigo— decretó, tratando de emular un tono autoritario, sin mucho éxito.

—¿No habrá un castigo menos cruel, mi ama?— replicó Greninja, sarcástico.

—Vamos, hablo en serio. Sólo serán unos minutitos. No quiero comer sola— confesó, esbozando una mueca de tristeza y bajando las orejas.

Greninja bufó con resignación. Simplemente no podía decirle que no cuando ponía esa cara —Está bien, tú ganas— accedió, no muy entusiasmado, en lo que tomaba asiento a un lado suyo.

—Sabía que aceptarías. ¿Quieres unos panqueques? Es que me serviste muchos— ofreció la tipo fuego, soltando una pequeña risilla nerviosa.

—Claro, por qué no, rechazarlos conociendo la buena mano del chef sería un pecado imperdonable— bromeó, e inmediatamente recibiendo un copioso plato de panqueques por parte de la Delphox.

El resto de la comida continuó con normalidad, con su cotidiana charla matutina en la que divertidas trivialidades salían a la palestra, como por ejemplo, lo soporífero que fue el programa de entrevistas de las doce o la insufrible travesía que el cartero sorteaba a fin de llegar a puertas del castillo Heartflare, una imponentemente almenada edificación que databa desde antes del inicio de la gran guerra de Kalos, que esplendorosa, descansaba en la alta cumbre en una empinada colina abundada por rosas rojas, cimentado sobre vigas tan viejas como árboles. Sin embargo, ésa sería la mañana en que insospechadamente Adalia rompería este esquema tan arraigado en su rutina, pronunciándose con una curiosa pregunta —Greninja, ¿tienes planeado salir esta tarde?— inquirió, sonriente.

La duda se cernió sobre al tipo agua. Él y Adalia acostumbraban a quedarse en el castillo y cuando salían lo hacían siempre juntos, puesto que, además de agradarles su mutua compañía, Greninja no podía descuidar su trabajo de guardián de la familia Heartflare, una labor de veinticuatro horas al día, con posibilidad de descanso pero sin días libres. No era factible simplemente dejarla salir sola y ya, su deber era el de garantizar su bienestar a toda costa, incluso por encima de su propia integridad. Lo que ameritaba no distanciarse en ningún momento.

—No— respondió él, extrañado.

—¡Perfecto! ¿te apetece acompañarme a una salidita casual por la ciudad? No voy de compras desde que fuimos de picnic a Johto— explicó, alegre.

Conque era eso.

—Suena, eh, bastante bien, pero… — carraspeó —Tengo una apretada agenda abarrotada de quehaceres pendientes que requieren de mi atención. Más de los que me gustaría, de hecho. Lo mejor será dejarlo para otra ocasión— dijo Greninja, tratando de no desilusionarla mucho.

—¿Y cuál es el problema? ¿acaso es que te va a regañar tu jefe? Pues te tengo noticias, ¡tu jefe soy yo!— vociferó con ironía.

—No se trata de eso. El castillo necesita mucho mantenimiento y lo sabes. Desatender algo tan simple como una gotera o la limpieza de una caldera podría desembocar en accidentes terribles—

—¡Vamos! Sólo será por hoy, regálame este día y prometo dejarte en paz todo el tiempo que quieras. Lo juro— suplicó la chica.

—Arceus, dame fuerza... — Espetó a tiempo que hacía rodar sus ojos —Está bien, como tú quieras. Iremos—

—¡Sí! Ya verás que nos la pasaremos bien, nos divertiremos— canturreó triunfante.

—Sí, lo que digas. Aunque insisto, si contrataras un poquito más de personal, aparte de mí, a que me echaran una pata no tendríamos este tipo de problemas—

—Pero si ni tú trabajas bajo contrato. Además, sabes bien que no me gusta que cualquier persona interactúe con mi hogar o conmigo. Nadie más que tú goza de ese privilegio—

—«Privilegio». Más bien castigo— murmulló divertido.

—¿Dijiste algo?— interrogó la tipo fuego, amenazante.

—N-No dije nada— le negó, haciéndose el desentendido.

Hmmmm, claro—


Los segundos tornaron a ser minutos, y ellos a horas, hasta que la mañana se hizo tarde y ésta, noche. Estaban en la ciudad, la que desde el castillo podía verse, mas no tocarse. Habían disfrutado estrechamente su tiempo juntos, yendo a juegos, comiendo y maravillándose con los espectáculos callejeros, en especial con uno que pillaron de un Machamp malabarista que a la Delphox le pareció particularmente hilarante. Se hacía tarde y planeaban regresar dentro de poco al castillo, y mientras tanto, cerraban la noche con el broche de oro de su mutua compañía, a lo largo de un ameno paseo nocturno por el centro.

Caminando así, tan unidos, tan felices, ni el mejor de los observadores los vería como un sirviente y su ama, sino como dos buenos amigos pasando un rato gozoso, incluso puede que hasta más.

En ello, sintió lo que a su parecer fue el brazo de Adalia horadando por el suyo, enroscándose de manera que pudieran caminar el uno al lado del otro, bien juntitos por el rose anudado de sus brazos. Giró a verla al sentir su tacto, y ella lo vio, pero al instante volvió el rostro al frente, ligeramente ruborizada. No pudo hacer más que sonreírle a pesar que ella no le observara, enternecido.

Era curioso, pues con decírsele que saldrían de compras se le vino a la mente un panorama muy distinto al vivido, imaginándose cargando bolsas y bolsas de atuendos y productos de un lado a otro, de allá para acá, sufriendo por el peso de ello y aquello, pero como en realidad se desenvolvió la tarde distó mucho (felizmente) de sus especulaciones.

—Greninja, ¿te la pasaste bien?— preguntó Adalia, seca, manteniendo la vista absorta en el camino.

—A decir verdad, sí. No estaba muy acorde con lo de salir, como pudiste notar, pero he de admitir que no me arrepiento de haberlo hecho— sinceró él.

—Pero, ¿realmente la pasaste bien?—

De un momento a otro, distinguió evanescerse en la chica el alborozado semblante que había imperado en ella durante todo el transcurso de la tarde, por uno que, entrañable, reflejaba una suerte de aflicción que Greninja no había tenido la tristeza de presenciar en ella tras mucho tiempo. Por más que buscara a la Adalia con quien salió aquella mañana, adentrándose a explorar el fulgor carmesí de sus ojos, sólo pudo hallar angustia y desánimo.

—¿A qué vienen esas preguntas?—

—Pues verás… necesito saber algo— confesó, jugando ansiosamente con sus dedos.

—Ya veo— convino Greninja, perspicaz —¿Y ese «Algo» sería…?—

Era ineludible que a su amiga estaba así por alguna razón. Pero la pregunta era ¿cuál?¿Qué es lo que podría estarle afectando a tal grado de desmedrar sus ánimos en tan escasos segundos?

—Yo… yo te quiero mucho—

Las palabras lo atraviesan como lanzas, despojándolo de su aliento y seguridad. No vio venir eso, ni estaba preparado.

—T-También te quiero mucho, Adalia, pero no comprendo a dónde quieres llegar— dijo él, deseando no haberse sonrojado. A razón de la brisa nocturna que resbalaba por sus mejillas y poros, refrescándolos del sofoco interno que le hizo sentir la conversación a segundos de creer que no lo conduciría a nasa, deducía que no.

—Te quiero mucho y… y me gusta que salgamos juntos, me encanta. Pero a la vez me inquieta, me llena de culpa y tristeza, porque no sé si tú realmente te diviertes conmigo o sólo lo hago yo a tu costa. No eres un juguete con el que pueda capear mi aburrimiento, para mí eres mucho, mucho más. Eres tanto para mí que… que me duele— masculló, cansada de la carga que sus sentimientos por él significaban. Dio un resoplido, infausta, percibiendo que muy a verdad su comportamiento debía de estar cuajando preocupaciones de más en Greninja. Se mordió el labio superior, en vano intento de calmarse y proseguir con lo que urdía. No era ni el momento ni el lugar para sacar a la luz ese otro asunto, que al igual que el que le competía ahora, mucho le carcomía la cabeza no poder hablarlo, dado a que reacciones tan involuntarias como lo son las impulsadas por el sentimiento no eran un suplicio sencillo al que habituarse. Pero, en tanto no se resolvieran otros cabos sueltos igual de importantes, pasar de lleno al grueso de sus preocupaciones podría resultarle contraproducente. Estás callada, ¡no estás diciendo nada y nos está viendo! ¡Apégate a lo que decías, estúpida! Pensó de repente.

—Pues, este...—

—¡Espera! Aun no acabo, espera— retrucó, vivaz —Nos conocemos desde que tengo memoria y en verdad necesito saber, por tu felicidad y por consiguiente, la mía, si te disgusto de alguna manera obligándote a hacer lo que se me antoje—

—Adalia… — murmulló Greninja, sobrecogido por la situación.

—Porque eso es lo que hago, obligarte a hacer lo que se me antoje— masculló, cabizbaja.

—No digas esas cosas. Soy tu sirviente, sí, es mi deber hacer valer tus órdenes y menesteres, pero yo no me siento como tal. Me gusta pensar que soy más bien una especie de confidente, de amigo, uno muy cercano y leal. No ha habido día en que la pase mal a tu lado, desde hace años que servirte pasó de ser una obligación a algo que en verdad quiero, y me gusta hacer— le aseguró, sonriéndole reconfortado al saber el mismo que no decía nada más que la verdad.

Adalia se había quedado sin palabras. Pese a haberle dolido que textualmente se refiriera a si mismo como sólo un «amigo», no podía culparlo por ello, ni menos desprestigiar por un detalle tan superfluo lo esencial de su discurso, que era todo lo demás.

—¿H-Hablas en serio o sólo dices eso para tranquilizarme?— interrogó, expectante.

—Hablo muy en serio—

Y así lo era, o al menos según él, así lo era. La inmensa carga que le alivianó saber de su boca, de su inalterada versión de los hechos que su trato y presencia le resultaban gratos, fue un alivio del que por él ávida había estado en una espera demasiado prolongada.

—Greninja… yo— decía, en un hilo de voz que fue abruptamente cortado por un llamado a la lejanía.

Volteó a qué se debía el escándalo, invocando a mil demonios del averno con el pensamiento. Alguien, un auténtico bastardo a sus ojos, acababa de coartarle un sublime momento con Greninja, que sin exagerar, pensó pudo haber concluido con su revelación de amor y un apasionado beso. Quien fuese el culpable, pagaría el precio más alto.

Y allí discernió de él, ellos mejor dicho, acercándose a grandes zancadas desde la acera contigua. Las irreconocibles figuras de una Audino y su camarógrafo.

—Atento estudio, estamos en exclusiva con el último vestigio de la familia Heartflare, la señorita Adalia Heartflare, que aparentemente ha dejado su castillo por razones que desconocemos y por supuesto, queremos ahondar. Un saludo su excelencia, ¿podría privilegiarnos con una pequeña entrevista?— preguntó la reportera, situándole un micrófono a escasos centímetros de la cara, por la comisura de los labios y casi atragantándola con él.

Asió el micrófono por la cabeza y lo alejó —¿Disculpa?— espetó, completamente fastidiada.

Como figura mediática que era tenía muy normalizado en su cotidianeidad que la prensa anduviera en constante acecho suyo, aguardando tal Mandibuzz cualquier hecho del cual darse un festín. Pero ni conociéndoles como eran creyó tendrían la bajeza de molestarla justo allí y ahora. Tan inoportunamente.

—Señorita Heartflare, estamos transmitiendo en vivo, queremos saber, conocer, todo lo que usted pueda decirnos respecto a los actuales escándalos que la rodean—

—Mire, no quiero ser grosera, pero no tengo ni el tiempo ni las ganas para esto, y si me disculpan, debo retirarme. ¿Vamos, Greninja?— le exhortó Adalia, al comenzarle a incomodar el rumbo que estaba tomando la entrevista.

—¿Qué relación tiene con su sirviente, señorita Heartflare, carnal tal vez? Es lo que se comenta— dijo la Audino, sin ninguna pizca de decoro.

—¿Qué?... ¡no tengo porqué responder a eso! ¡es por esto que no salgo de casa! Por alimañas amarillistas como ustedes, que descontextualizan hasta un suspiro con tal de vender— respondió Adalia, montando en cólera.

—Ya Adalia, déjalos. Lo mejor será irnos— recomendó el tipo agua, fulminando a los reporteros con la mirada.

El alboroto provocado llamó la atención de un pequeño gentío de curiosos que fue congregándose alrededor de la pareja. Observándoles, husmeando absortos a qué se debía tanto griterío.

«¿Es Adalia Heartflare?» «¿Es ella?» «Obviamente debe ser ella, incluso trae consigo a su lacayo» murmullaban con repudio colectivo. Greninja lo notó, percibió su odio y temor, cuajándose a fuego lento al dilucidar de a quién tenían ante sí.

—¿¡No te da vergüenza salir a la calle!?— gritó un extraño en la multitud.

—¡Sinvergüenzas!— le secundó otro.

La Delphox se hallaba entre atemorizada y sumamente dolida. Nada menos que toda una turba de extraños se habían convocado alrededor de su persona con el único propósito de insultarla por cosas que ella no hizo, ni en las que tuvo participación alguna. Estaba consciente del resentimiento que algunos le guardaban, pero ignoraba que fuera así de generalizado, y que éste fuera tal que los motivara a purgarla públicamente.

Giró a ver a Greninja, suplicando internamente a gritos su intervención, su conforte, oír el calmo susurro de su voz en su oreja asegurándole que todo estaría bien, que él se encargaba, pero sólo estaba ahí, pasmado, puede que tan consternado como ella por lo que les sucedía, pero no asustado, para nada, pues muy al contrario, su espectro no denotaba más que ira contenida al irremediablemente deber tolerar tales afrentas hacia Adalia. Estiró su mano hacia él, esperando en el sempiterno y distócico trayecto que él al recibirla, su calvario se evaneciera como burbujas a merced del viento, que volviera a transportarla con el enloquecedor tacto de su piel anfibia al mundo de ensueño sobre el que versaban sus relatos, uno en el que inflexiones como ésa eran efímeras y culminaban en un idealizado desenlace con el que se reafirmaba su mutuo amor. Pero, ¿qué amor podrían reafirmar cuando el mismo siempre ha estado en entredicho?

No, no te pongas a pensar en eso, ¡no ahora! No es el momento, pensaba, instándose a desviar la atención a otro lado, a tiempo en que distinguía la silueta de Audino eclipsar la suya.

—Señorita Heartflare, no huya, por favor— pidió Audino, posando su pata sobre su hombro para intentar detenerla.

—¡No me toques!— chilló en respuesta, sacándosela de encima de un empuje psíquico —Greninja, vámonos de aquí, quiero irme, ¡vámonos de aquí, por favor!-

—¡Bien, ha sido suficiente!— exclamó iracundo, y haciendo uso de Pulso Umbrío dio contra la muchedumbre, apartando a varios y enviando a volar a otros, claro que limitando su propio poder para así no lastimar de gravedad a nadie.

—Dame la mano. Nos vamos— le pidió, llevándosela rápidamente del lugar.

—¡No pueden huir de su pasado!— Les gritó una voz desde los suelos.


El viaje a casa fue cansino, muy agotador y sobre todo, sepulcralmente silencioso. Greninja, sintiéndose él, el único culpable de no haber podido evitar el tortuoso desenlace que tomó la noche, no se atrevía a decir palabra alguna. La Delphox, acallaba cualquier indicio de palabra coherente ahogándolo en sus lágrimas.

Habiendo llegado, Adalia corrió a encerrarse en su cuarto, ordenándole a Greninja no querer ser molestada por nadie. Él, por supuesto, se negó a consentir que se hiciera más daño al recluirse en soledad. A nadie le hace bien no recibir ayuda cuando más se necesita.

—Por favor, Adalia, no te encierres. No puedes permitirte derramar lágrimas por esos imbéciles, no saben lo que dicen— le consolaba Greninja del otro lado de la puerta.

—¡NO!— replicó —¡No quiero que me hables, no quiero que me veas así! Vete, necesito estar sola… —

Dio un suspiro, sabiendo inútil el esfuerzo. Ella no daría su brazo a torcer, no esta noche —Está bien, como quieras. En casos así es perfectamente comprensible que requieras de tiempo para ti, lo sé. Buenas noches, y descansa…— se despidió, para luego alejarse a paso lánguido por el corredor a oscuras.

Adalia lo oyó, mas no profirió respuesta.

Tal vez, sólo tal vez, si hubiera ahuyentado un poco antes a los reporteros nada de esto hubiera sucedido… debí protegerla y fallé, pensó para sus adentros, furioso, pero consigo mismo.

Mientras se dirigía a apagar todas las luces del castillo e irse dormir, fuera de éste, y escabullido en las sombras, se ocultaba un misterioso ente, esperando paciente al mejor momento de actuar. Había sorteado el portón principal y estaba ahora en los jardines delanteros del castillo. No era un lugareño, ni lugareños había para serlo. Los únicos habitantes en varios kilómetros a la redonda eran nada más Greninja y Adalia. Venía de fuera, de la ciudad.

Le daba un mal rollo tremendo ese lugar, y todo lo que de él emanaba. Los rumores contaban que los fantasmas de los Heartflare siguen morando su viejo hogar, y que no gustan exactamente de las visitas. Pero debía estar ahí, eran razones más allá de su voluntad. Desde el vamos se dejaba en claro que los dueños del castillo, ya sean los actuales o los antiguos, tenían una abierta aversión por las visitas, pues en una placa de una de las profusas estatuas de Delphox con que se topó, leyó, y helándole al sangre en cada letra «Abandone toda esperanza aquellos que entren aquí», en letra arcaica y poco legible. Un disuasivo tapete de bienvenidas.

Entonces su teléfono sonó —¿Aló, quién es?— contestó él, apenas se lo sacó de los pantalones —Ah, sí. Síp, aún no he entrado. No me había dado cuenta, ¿entendido? Sí, fue mi error, no se preocupe, yo me encargaré. Estaré dentro en un santiamén— aseguró confiado, con su ojos puestos en la colosal estructura.

Esta historia continuará...

Nota: ¡Hallo! Este mensaje está especialmente dirigido a los viejos lectores de esta historia. Si eres nuevo, pues, puedes leerlo pero probablemente no comprenderás de qué hablo.

Puede que se estén preguntando: ¿Qué significa esto? ¿Por qué has borrado la historia original para remplazarla por esta 'Remasterización'? ¿¡QUÉ HAS HECHO!? Y son dudas totalmente justificadas, que podrán ser contestadas si leen mi biografía. Allí explico todo a profundidad, y si aun les queda alguna inquietud pendiente, siempre podrán hablarme directamente mediante mensaje privado.No muerdo.

Como sea. Gracias por leer y si quieres más te invito a dejar tu follow, review o fav. Sobre todo review, ya que me interesa conocer tu opinión. ¡Nos leemos pronto!