El médico solo tuvo que echar un vistazo a la zona afectada para hacer una mueca de simpatía, siendo lo bastante fuerte como para no vomitar. Afortunadamente, su paciente estaba totalmente anestesiado y el sangrado se había detenido lo suficiente como para no empeorar su estado actual.

Suspirando, colgó una cruz en la puerta y salió de la habitación. Tras comprobar que no se había ido, llamó la atención de la chica que lo había traído al hospital y entraron en su despacho. Ahora venía la parte realmente incómoda, por lo que echó un vistazo a su botiquín particular antes de que se sentasen para hablar.

—Señorita Summers, ¿podría explicarme qué le pasó al señor Harris?

Ella lo miró con incomodidad, lo que no lo sorprendió dado que había muchas razones para no querer hablar de ciertos «accidentes» o «asaltos» en Sunnydale, aunque él había intentado investigar más al respecto, principalmente porque tenías que sobornar a los policías locales para que se molestasen en hacer su trabajo, hasta que una visita menos que agradable por parte del alcalde lo convenciese de mantener su boca cerrada o afrontar las consecuencias.

Tras un par de minutos la chica decidió hablar, aunque el médico podía ver que debía ser algo vergonzoso dado que estaba roja como un tomate.

—Bueno, hace una semana nos convertimos en... algo así como novios.

—¿Cómo explica ese cambio de relación la situación de su novio?

—Decidimos..., ya sabe, hacerlo... y sufrimos un... pequeño accidente.

—¿Accidente?

—Estábamos intentando un juego previo y, antes de sacarle los pantalones, le apreté un poco entre las piernas...

—¿Le apretaste un poco los testículos y uno de ellos explotó? —preguntó el médico con sorpresa. Francamente, no sería tan raro como algunas de las cosas que había visto desde que se había trasladado a Sunnydale, pero, aun así, necesitaba comprobar si le estaba diciendo la verdad, por lo que abrió uno de los cajones de su mesa y sacó una pequeña pelota roja—. Muy bien, vamos a comprobarlo. Aprieta esto lo más fuerte que puedas.

—¿No hay un aparato o algo así que pueda medir mi fuerza con más exactitud? —preguntó la mujer confundida.

—Sí, pero el último paciente que lo usó lo rompió accidentalmente y aún no ha llegado el recambio —respondió el médico—. No te contengas cuando la aplastes.

Ella lo hizo y la pelota antiestrés estalló en su mano, algo que no pasaría si fuese una persona normal de su edad y complexión física. Otras dos pruebas similares confirmaron los resultados, por lo que el médico lo anotó todo en un cuaderno antes de enviarla de vuelta a casa, tras prometer que iba a hacer todo lo que estuviese en su mano para ayudar a su amigo.

Una vez que la mujer salió, el médico le dijo a un enfermero que no deseaba que lo molestasen, abrió su botiquín particular y sacó una botella de Jack Daniel's, llenó un vaso hasta el borde y se lo bebió de un trago. Con eso hecho, descolgó el teléfono que tenía sobre la mesa y marcó un número, antes de llevarse el aparato a la oreja.

—Samantha, ¿qué necesitarías para reparar un testículo destruido accidentalmente por alguien con fuerza sobrehumana?... ¿Y dónde quieres que consiga plumas de demonio zrack? —Él escuchó atentamente y escribió en su agenda el nombre de un proveedor del mercado negro—. Ah, es para reforzar el cuerpo del chico de forma que esto no vuelva a pasar. Bien pensado, empezaré a buscar los ingredientes... ¿Agua del Lete? Sí, creo que aún tengo... Bueno, no tengo la culpa de que tengamos que mantener todo esto en secreto, ¿no crees?... Sí, cariño. Llevo la estaca siempre en mi persona, no hace falta que vengas a buscarme y quemes a los cadáveres andantes otra vez. Nos vemos ahora.

Tras colgar el teléfono, el médico cogió otra botella del botiquín y tomó un trago de agua bendita para asegurarse de que, si los vampiros que infestaban la ciudad intentaban atacarlo, se llevasen una sorpresa desagradable al chupar su sangre.