Era una de esas ocasiones en las que, aunque no recordaba detalles de la pesadilla, podía sentirla con horrorosa intensidad. Por eso, cuando Izzy despertó bruscamente aquella noche, empapado en sudor pero sintiendo un frío glacial en la espalda, tardó unos segundos en comprender que estaba en su habitación, y dirigió nerviosas miradas a las oscuras esquinas. Cuando al fin se percató de dónde estaba, su respiración se volvió cada vez menos agitada y los latidos de su corazón amainaron. Al cabo de unos minutos solo se oían en la estancia los crujidos de los muebles.
Echó un vistazo a la calle; estaba pobremente iluminada por la luz de un farol, que tintineaba de vez en cuando. Izzy temía que alguna vez se apagara, pues era ésa la única luz de la que disponía, y tenía miedo de dormir completamente a oscuras. A sus quince años, probablemente debía sentir vergüenza de sí mismo. Pero en esos momentos no se planteaba esas cosas, solo esperaba a que amaneciera para poder sentirse a salvo. Había probado con usar la luz de su portátil para confortarle, pero lo único que había conseguido era que se pasara toda la noche sin dormir frente a la pantalla del ordenador.
Como sabía que no podría conciliar el sueño en toda la noche, decidió bajar a la cocina en silencio, procurando no hacer chirriar a la escalera a su paso.
Una vez allí sacó un cartón de leche y lo vertió sobre un tazón mientras contemplaba el reloj. Las agujas marcaban las cuatro y media de la mañana, lo que significaba que apenas había dormido un par de horas. Últimamente no había podido dormir todo lo que hubiera deseado.
Sacó su ordenador portátil y se sentó en la mesa, sorbiendo de su tazón de leche con miel. En aquellos momentos, su portátil era la mejor compañía, e incluso se había sorprendido a sí mismo hablándole como si fuera una persona. Tocando con suavidad el teclado, se dirigió hacia su página de correo electrónico.
Antes de que pudiera abrir la bandeja de entrada, sonó el teléfono. Izzy se quedó inmóvil, preguntándose quién podría llamar a esas horas. Decidió esperar a que dejara de sonar. Se quedó contemplando el oscuro pasillo que daba a la habitación de sus padres hasta que todo quedó en silencio.
Respiró aliviado y abrió la bandeja del correo, pero el irritante sonido del teléfono volvió a interrumpirlo. Disgustado, lo cogió y preguntó quién era.
Entonces la oyó, como un suspiro a sus espaldas que le heló la sangre. Sonaba terriblemente familiar, pero Izzy no lograba identificarla.
-Quiero verte.
Su reacción inmediata fue colgar el teléfono y alejarse de la habitación. Cuando llegó junto a la pared y se quedó pegado a ella, el teléfono volvió a sonar. Izzy se tapó los oídos, pero todavía oía la voz susurrante en su cabeza.
Y el teléfono seguía sonando cada pocos minutos. Cuando al fin cesaron las llamadas, había pasado una hora. Izzy había contado treinta y siete.
Se sentó de nuevo en la mesa. El último mensaje que le había llegado era de un desconocido y contenía unas escuetas palabras.
-El mundo digital y el mundo humano serán míos. Os doy una última oportunidad para que podáis enfrentaros a mí en el lugar donde comenzó todo hace seis años. Quiero ver cuánto habéis crecido, niños elegidos.
