~Para este día de la navidad, mi amor me dio un limón para chupar~ (Curiosamente sonó extraño). Mmm... olviden mi mala adaptación de ese villancico sobre peras, días y cosas así. Pero el chiste es que para aquellas fechas mi regalo es un poco de prohibido (de mis temas favoritos) y lemon (al menos un intento). Acomódense en sus asientos y disfruten un regalo atrazado (demasiado. No es mi culpa que el señor del mostacho cerrara su cyber TToTT).

DISCLAIMER: Los personajes aquí citados le pertenecen a Rumiko Takahashi.


Nada santo

Vivía al lado, así que era muy fácil el percatarse de lo que ocurría. Y, claramente, ahí estaban otra vez.

Como siempre, Inuyasha era el que parecía estar peleando solo, pues Kikyou sólo hablaba, tratando de aparentar calma —al menos eso suponía porque su voz casi nunca se interponía a la grave y estruendosa.

Y, también como siempre, ella tuvo que usar sus audífonos para escuchar música y así evitaba enterarse de algo que no debía saber —aunque eso no impedía que pensara sobre ello. Tal vez los conflictos que parecían ser más frecuentes se debían a que su relación no estaba realmente definida. Al verlos tan cerca, todo el mundo diría fácilmente que eran novios. Sin embargo, cuando le preguntabas a uno —Inuyasha—, la respuesta era «Creo. Tal vez. No lo sé».

Al parecer, los títulos no les parecieron importantes al principio. Ahora... era algo complejo.

Kagome se volvió a repetir que ese no era su asunto.

A pesar de que conocía a Inuyasha desde hacía tiempo atrás, cuando cursaba la secundaria y él era uno de sus sempai. Uno con el que, por el casi inexistente tiempo en el que podían encontrarse, no había formado una amistad estrecha o algo así. Su relación se basaba en peleas y unas escasas conversaciones serias. Fueron tres años en los que no lo vio, así que el reencontrarse siendo vecinos fue una sorpresa. De entre todos los lugares de ese país, de esa ciudad... Vaya coincidencia.

«Ah, hola».

«Hola».

A pesar de la atracción que sentía por él. Sí, sólo era eso. De todas formas, y suponiendo que de casualidad sintiera algo más, ¿qué ganaría con eso? Sólo parecer una tonta, por supuesto.

Un suspiro profundo.

Con el sonido de una balada en sus oídos, vio su apartamento. No era la gran cosa, y mucho menos le parecía mejor vestido de rojo, blanco e incluso algo de verde. Ni siquiera la idea de ver su diminuto árbol con las aún más diminutas esferas le reconfortaba. Su madre le había insistido por teléfono que adornara el lugar para «contagiarse del espíritu navideño». Ella no le veía mucho sentido el celebrar la navidad. Con su familia y amigas lejos tras comenzar la universidad y Sango —la chica que en poco tiempo se había convertido en su mejor amiga— estando junto a su novio, realmente se encontraba sola.

«Trataré de llegar mañana, lo más pronto que se pueda», en la pantalla de su celular se leía el mensaje que le acababan de enviar «Así pasaremos el día juntas». Y, con una carita feliz, Sango firmaba una promesa que quizá no podría cumplir.

Entonces Kagome respondió: «No te preocupes. Estoy bien, sólo un poco congelada. Salúdame a Miroku y diviértanse mucho (no me preocuparé de que ustedes se congelen)». Un emoticón con una ceja levantada provocó que, seguramente, Sango se sonrojara dondequiera que se encontrara.

Dejó el celular sobre su pecho y observó hacia arriba. Entonces hizo que la silla en la que estaba sentada —casi recostada— comenzara a girar.

No quería que las personas que sí tenían planes los cambiaran para estar con ella. Tal vez sonaba un tanto petulante, pero quería que quienes estuvieran a su lado fuera porque en verdad lo quisieran, no que se vieran obligados a hacerlo. Y mucho menos si era porque les daba tristeza.

Kagome, con todo ese análisis, movimiento de silla y música calmada de fondo, terminó por adormilarse.

Párpados pesados, respiración que se alentaba. ¿Qué tan triste resultaba el que sus propias manos fueran las que pasaran por sus brazos? Por el cuello, sus mejillas, cabello... ¿Acaso habría otra noche sola? Incompleta, insatisfecha. Además de alguna que otra lágrima que solía convertirse en un llanto que debía sofocar con una almohada, de la misma forma que había tenido que sofocar anteriormente los ruidos —gemidos— que salían de su boca.

Y todo, ¿por qué?

La lista de reproducción terminó, y sólo cuando hubo silencio se percató de que estaban tocando su puerta.

Kagome se puso en movimiento rápidamente: —¡Voy! —se levantó casi saltando, por lo que su celular cayó, chocando contra el piso—. ¡Demonios! —tras recoger la mezcla de batería, celular y audífonos, por fin le atendió al impaciente visitante—. Hola.

—Hola —él le saludó, cansado y hasta un tanto molesto. Así era como Inuyasha parecía encontrarse. También su cabello (de ese extraño color que resultaba ser natural) reflejaba su estado de ánimo, pues parte de su flequillo estaba despeinado.

Ahora que vivían al lado uno del otro sí habían tenido la oportunidad de conocerse mejor. Eran teóricamente «amigos».

—Tu blusa... —él agregó, apuntando incluso hacia ella. Kagome no entendía su repentino gesto avergonzado (al menos eso era lo que su pequeño sonrojo señalaba). No hasta que bajó la vista hacia su pecho.

Una parte de la preparación de su rictus sensual había alcanzado al punto de desabrocharse algunos botones, mostrando parte de su sujetador.

Si antes hubo una gran probabilidad de haberlo recibido con un rostro rojizo, ahora estaba segura de ello.

Rápidamente cruzó los brazos, tratando de cubrirse. Y, con un intento de sonrisa, le ofreció pasar. Inuyasha obedeció, entrando primero. Kagome aprovechó el que no la estaba observando para arreglar su ropa y no mostrar de más —también para golpearse mentalmente. Debía tener más cuidado con sus distracciones, o un día olvidaría incluso cerrar la puerta.

No quería ni siquiera imaginar una escena en la que Inuyasha la descubriera, así. La pena no cabría en su pequeño cuerpo. Su pequeño cuerpo... ¿Lujurioso? ¿Natural? ¿Enfermo? ¿Atractivo? Todo dependía de lo que él opinaría ante el espectáculo.

Kagome agitó la cabeza, ahuyentando esos pensamientos. Nada de eso debía ocurrir. Sería extremadamente vergonzoso y perturbador en tantas formas posibles. También muy erótico, una parte extraña de su mente le hizo una mala jugada. Una que contaba con un intento de cubrirse y alguien que se lo impedía, pues deseaba unirse. Con unos ojos ámbar intensos.

Al parecer, sí estaba un poco mal.

Casi quiso reír por lo irracional e improbable de sus pensamientos —locuras, diría ella. Así que los hizo a un lado, tratando de concentrarse en la preparación de la cena. Los fideos eran fáciles, pero se transformaban en toda una odisea si se tenían ese tipo de cosas en la mente. Porque un deber que se ganó al ser la amiga de Inuyasha era ser la persona que solía alimentarlo.

—¿Acaso no hay nada para los amargados? —él comentó desde la sala. Ya se había hecho de la televisión, la que cambiaba de canal al ver toda la programación con temática navideña. Al parecer, no era la única que no parecía estar muy festiva esa noche.

—¿Estás aceptando que eres un amargado? —desde la cocina ella le preguntó. No estaba muy lejos de Inuyasha, así que no había necesidad de elevar la voz.

—Pienso en ellos —dijo, pretendiendo sonar molesto. Siempre era así. Inuyasha resultaba ser tan infantil como si fuera un niño, a pesar de tener la edad para considerarse legalmente un adulto—. Y en mí, un poco —terminó por aceptar, aunque llevándosela a ella entre los pies—: También en ti.

—¿Piensas que soy amargada? —esa sí que sería una sorpresa. En todo caso, Kagome podría pensar que él creyera que era escandalosa, o algo por el estilo. Todo menos eso.

—Al menos hoy —contestó. Y esa debió de ser su última frase, pero como si le hiciera falta sentido común, continuó hablando—: Y también otras veces lo eres, varías diría yo —sus palabras no fueron respondidas con otras palabras, sino con una almohada chocando contra su atractivo rostro.

Kagome no trató de negar tontamente el que ella había sido la responsable. Aunque no hubo contrataque, pues la muchacha cargaba con el preciado alimento que él quería consumir como fuera. Recientemente había estado enojado, y la ira sumada al desgaste emocional terminaba por darle hambre. Era extraño, mas eso era lo que ocurría.

Por eso aceptó gustoso el plato y los palillos.

No había nada que pudiera distraerlo de ese acto tan natural —no quería hacer cosas que necesitaran gran parte de su cerebro, pues eso terminaría por hacerle recordar, y eso era algo que no quería hacer. Y así continuó, hasta que algo robó su atención.

—¿Qué es esto? —con una de sus manos tomó esa hierba verde con bayas rojizas que se encontraba abandonada en el piso.

—Muérdago —fue la respuesta que Kagome dio, comprobando sus sospechas—. Decidí no colgarlo pues, porque no tendría mucho sentido —ella terminó por levantar sus hombros, hasta que casi tocaron sus orejas. Esta noche nadie se aparecería para recibir de ella uno de los besos más cliché y fáciles de todos los tiempos.

—Esas cosas son muy peligrosas —Inuyasha, dejando ese adorno aparentemente inocente a un lado, comentó—. Cualquiera puede llegar.

Kagome asintió, aunque en su rostro había una sonrisa cansada: —Desde un repartidor, hasta algún otro desconocido.

—Todas suenan mal —para él esa era una costumbre muy tonta. No sabía cómo era que a las personas les gustaba seguirla. Sólo a los occidentales se les ocurriría tal cosa.

—Sí. También pudiste ser tú —sólo lo dijo sin pensarlo, imaginando que lo tomaría como una broma. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario: la expresión de Inuyasha era de verdadera sorpresa—. ¿Quieres más? —le ofreció, planeando borrar al menos un poco de su falta.

—Ah, sí —y Kagome tomó su plato, tocando momentáneamente sus dedos. Ella dio un pequeño salto por el tacto, por la descarga de calor que se quedó estacionada en su rostro, calentándolo.

Una sonrisa de disculpa después y ella se encontró nuevamente en la cocina, segura de las extrañas reacciones que sus nervios le estaban causando. No, en todo caso, era culpa del cuerpo demasiado sexy que ese tipo tenía y parecía no percatarse de ello. Que su cercanía, tacto e incluso gestos hacían estragos consigo misma.

Casi sintió ganas de llorar sin necesidad de haber participado en su juego mental. Sin darse cuenta de quien la había tocado sólo fue un fantasma, un producto de su imaginación. Porque a quien deseaba se encontraba lejos de su alcance, siendo tomado por alguien más.

Así que eso era.

Sola. Patética. No hubo un cambio positivo en sus emociones.

Lo único que le hizo regresar a la sala fue la triste vista de unos fideos solitarios, los que perderían su encanto sin que su deseo de ser tocados por eso labios se cumpliera. Kagome suspiró. Que al menos alguien —algo— lograra hacerlo.

El plato fue puesto de nuevo en sus manos —esta vez procurando que no hubiera contacto. Entonces se sentó a una distancia mayor a la que anteriormente se encontraba para observar su propio alimento. De repente sintió nauseas, así que lo hizo a un lado, alejándolo de su vista.

—¿Discutieron? —ella comenzó una nueva conversación. Al parecer, esta noche Kagome tenía una gran tendencia masoquista.

—Sí —Inuyasha dejó los palillos y miró hacia el frente, sin observar algo en especial—. Parece como si los problemas nunca se fueran. Todo está hecho una mierda —expresó, casi escupió. Lo más acuerdo a su personalidad era molestarse. Sin embargo, en esta ocasión parecía lamentarse.

Pensando en su duro pasado, en su presente que no dejaba de tener conflictos.

Kagome se acercó hacia él, poniendo una mano en su hombro y tratando de animarlo: —No te preocupes, estarán bien —recitó. Esa frase ya la había dicho varias veces con anterioridad, como para que saliera naturalmente—. Siempre lo están —y seguramente esta no sería la excepción.

Pulsar la herida. Sumergir la espina. No había nada agradable, pero no podía dejar de hacerlo. Alguien debía ganar y alguien perder, eso era algo natural.

La boca de Inuyasha se abrió: —El muérdago —dijo, de forma repentina.

—¿Qué hay con él? —a Kagome le extrañó el tema, también el que él continuara sonando serio.

—Dijiste que también pude ser yo —respondió, viéndola de nuevo a los ojos. Ella volvió a sentir la presencia de su falta.

—Ah. Como todos. Todo depende de la probabilidad —mencionó. Y si no tartamudeó fue porque algún dios parecía haberse apiadado un poco de su situación, otorgándole algo de elocuencia—. Aunque de todas formas no planeaba ponerlo —sonrió de nuevo, sin que la sonrisa llegara a serlo realmente.

—¿Y por qué lo compraste? —Inuyasha parecía no querer dejar el tema. Una situación muy diferente a la suya, quien lo menos que deseaba era hablar sobre ello, sobre lo que fuera. Ahora sólo quería irse a dormir.

—No... Yo no lo compré —aun así, terminó por cooperar—. Todos los adornos los envió mi madre.

—¿Entonces por qué lo habrá enviado? —esto parecía un interrogatorio más que una simple conversación.

Kagome se apretó contra el sofá en el que ambos estaban sentados, deseando mezclarse en él. Existía una reciente incomodidad que era provocada por Inuyasha. Él, quien parecía querer desenterrar algo que parecía ya saber.

—Porque es la costumbre, ¿no? Tal vez ni siquiera se dio cuenta de lo que había hecho. Es decir, ¿como por qué un muérdago? No es como si hubiera alguien que aceptara uno de mis besos —no habría quién vería ese gesto como algo más que un acto corporal.

—Sí hay —Inuyasha volvió a sorprenderla. Ahora ella era quien quería analizar atentamente sus reacciones.

—¿Como quién? —se encontró curiosa, sedienta de un conocimiento que podría transportarla al cielo o hundirla en lo más profundo del inframundo, ardiendo con los insanos.

—Por ejemplo... —él comenzó. Una parte de la mente racional de Kagome aún le seguía susurrando que su respuesta no era más que la lista de supuestos pretendientes que él le daba. Sin embargo, por primera vez se equivocó—: Yo.

¿Acaso había escuchado mal?

Kagome prefirió imaginar que eso era: —¿Terminaste con tu comida? —ni siquiera permitió que él contestara, pues tomó el plato que aún tenía contenido y lo llevó consigo. Otra vez intentaba hacer de la cocina su barrera.

Sin embargo, fue seguida: —Kagome —ahora sí parecía molesto. Tanto que, con una velocidad impresionante, se interpuso entre ella y el fregadero—. No estoy jugando como para que me ignores —con el rostro inclinado, sus ojos dorados observaban atentamente, enojados al igual que su dueño.

—Pues me pareció que lo estabas haciendo —no supo cómo, pero estaba hablando. Por fin ponía en palabras aquello que pensaba—. No te compadezcas de mí sólo porque soy tu amiga —Inuyasha abrió los ojos, ampliándolos.

—No lo estoy haciendo —su molestia pareció descender, hasta encontrarse casi extinta—. Hablo en serio —y no sólo lo dijo, también lo ilustró.

No tomó su barbilla para levantar su rostro —una de las formas más poéticas—, pero sí fue él quien se inclinó para intentar igualar estaturas. No hubo un contacto inmediato, pues Inuyasha se detuvo cuando sólo habían unos milímetros que los separaban. Mentiría si Kagome dijera que no pensó que era alguna broma que en ese instante terminaba.

Los ojos dorados miraron a los marrones, para después entrecerrarse y desaparecer casi totalmente bajo sus párpados y las pestañas blancas.

Sus labios firmes tocaron los suyos. Un toque ligero como una pluma que logró entumecerla. Kagome perdió todas sus fuerzas, tanto que sus manos dejaron de sostener el plato de Inuyasha, chocando contra el piso, rompiéndose en muchos pedazos.

Kagome, ¿qué parte de ti se unió y cuál se rompió?

Inuyasha debió saber que era el momento de parar, pues se detuvo. Sólo la observaba, buscando alguna reacción. Molestia, pena... pero lo que vio fue una sonrisa como luna creciente.

—Como si besaras a una hermana, ¿verdad? —ella comentó, tratando de sonar normal. No debía haber una razón para emocionarse, ¿verdad? Sólo un acto producido por una costumbre tonta—. Saldré por algo. No tardo —y sin esperar una respuesta, Kagome se alejó rápidamente.

Él sólo vio su espalda y, después, ya no estaba ahí.

...

Inuyasha volvió a ver a Kagome algunos minutos después, casi media hora. Sólo abrió la puerta y pasó de largo hasta entrar a su habitación. Dejando su lugar en el sillón, velozmente le siguió el paso. Así fue como se topó con su nueva apariencia recién adquirida. Su cabello negro tenía partes blancas, pues la nieve había caído libremente sobre ella. Y lo peor era que ni siquiera vestía algún abrigo, sólo una blusa.

Kagome se encontraba dándole la espalda, tomando una toalla para intentar deshacerse del polvillo blanco y gélido de su cabello. No parecía saber que se encontraba ahí, o simplemente lo estaba ignorando.

A pesar de que Inuyasha aceptaba que ella podría tener muy buenos motivos para no hacerle caso y estar molesta con él, se situó frente a ella. De esta forma fue como vio que incluso sus pestañas fueron blanqueadas.

—Estás congelada —mencionó con voz baja, colocando una de sus manos sobre sus hombros fríos y otra en una de sus muñecas.

—Sólo un poco —contestó, con la vista baja. Tal vez se sentía un tanto incómoda con esas manos que recorrían sus brazos, tratando de darle calor. Algunas veces Inuyasha olvidaba el concepto de espacio personal.

Y, aun haciendo eso, tenía el valor suficiente como para mirarla de forma estricta y regañarla, claro: —Eres una gran tonta al salir así.

—Tenía que hacerlo —tras el reciente suceso, la opción que parecía más inteligente era el pensar antes de actuar más y hacer algo de lo que se pudiera arrepentir después. Pero finalmente no logró hacer alguna reflexión. Una imagen se repetía constante en su mente, sin existir alguna forma de hacerla a un lado.

Quién había empezado todo y quién había cedido, quizá demasiado fácil. No se sabía.

—No tengo una hermana —murmuró. Estaba comenzando el mensaje que en verdad quería que supiera.

—Pues fue como si besaras a tu hermano —ella respondió. Él en verdad la hubiera golpeado si no fuera una mujer, o Kagome por supuesto.

Grotesco —Inuyasha respondió, poniendo un auténtico rostro de asco. En verdad le desagradaba la presencia de Sesshoumaru, mucho más algo como eso. A pesar de que esa imagen mental perturbadora apareció, pudo volverse serio en un lapso considerablemente corto—. Sólo te estaba besando a ti, Kagome —a nadie más.

—¿Por qué? —sus ojos café le imploraban una respuesta.

—No lo sé —porque a pesar de que él lo había hecho e incluso pasado varias veces en su cabeza, desconocía la razón, el origen—. Sólo porque quería hacerlo —así era, aun cuando el trasfondo no podría ser tan sencillo como eso—. Aún quiero hacerlo.

—Está mal —Kagome intentó retroceder, pero al encontrarse atrapada en sus brazos, su movimiento no fue exitoso. Sólo logró tropezar y, cuando Inuyasha se movió para evitar que cayera, se encontraron más juntos—. Tú y Kikyou... Tú y... Nosotros no... —por más que quisiera encontrar una excusa, un impedimento, no pudo terminarlo. Después de todo, no podía ocultar el que también lo deseara.

Cuando la mano de Inuyasha se encontró en la barbilla de Kagome, las máscaras simplemente se cayeron.

Otro toque ligero que poco a poco se transformó en un beso fuerte, desesperado —¿Desesperado por qué? El acto duró varios segundos que para sus anhelos de más tacto parecieron serles tan cortos, y para su necesidad de oxígeno, mucho; pero bien podrían tratar de posponer algo tan natural, al menos un poco.

Manos que se aferraban al cabello y los cuellos, chasquidos húmedos, tacto suave o firme... Todo eso se detenía por respiraciones cortas y comenzaban de nuevo. Al menos hasta que simplemente se pararon. Tal vez porque los labios comenzaron a arder un poco.

Con unas puntas de los pies aumentando su altura, ambas frentes podían tocarse. Los ojos se mantenían ocultos, hasta que las miradas se encontraron. Ambos sabían que aún estaba a buen tiempo para dejar eso por la paz. Fingir que nada de eso habría pasado en una situación normal. Eso sería lo más razonable.

Pero aquí, frente a ellos, había una necesidad que les urgía ser saciada. Demasiado fuerte como para callar a la consciencia o parecido. Dolía y ardía. Gritaba para que le dieran más alcance y poder, intensidad.

Simplemente se rindieron.

Y otra vez se encontraron unidos por los labios, pero esta vez tenía algo diferente: las manos de Inuyasha bajaban por el cuello, pasando levemente por los pechos —algo que la hizo saltar— y aferrarse a la tela, tomándola con fuerza. Los botones de la blusa volaron, arrancándose de la tela y el hilo.

Kagome debió sorprenderse por tal acto tan desesperado, pero ni siquiera tuvo el tiempo de hacerlo o al menos preocuparse por su blusa arruinada. Ella se encontró perdida cuando sus hombros, clavícula y espalda eran tocados piel a piel, sin algo que los protegiera. El camino que los dedos recorrieron parecía diferente ahora.

Los temblores y descargas no se hicieron esperar. Como acto reflejo, ella se aferró a la nuca y el cabello, más cuando retrocedieron hasta caer en el colchón. Él cayendo lentamente para evitar aplastarla.

Ella pudo respirar en el momento en que Inuyasha se separó, parándose. El contacto visual continuaba sin poder romperlo. No al menos hasta que él emparejó las situaciones, quitándose el abrigo y todo lo que había bajo él.

Acercándose poco a poco hacia la cabecera de la cama, Kagome veía una piel más clara y tensa, dura, mostrando una forma que le resultó perfecta. Su pecho se movía rápidamente, acelerado. El ardor aumentaba. Tampoco dejaba de temblar, mas no era por el frío. Esto era por las infinitas posibilidades que se mostraban libremente.

El colchón se hundió con el peso de Inuyasha, quien se colocaba a su lado. Después de los besos y caricias, aún podía mostrar un rostro tímido, al igual que un sonrojo.

—¿Por qué...? —ella ni siquiera sabía qué iba a preguntar.

Aun así, hubo una respuesta: —No lo sé —la voz que salió de sus labios era más grave.

Tan cerca y tan cálidos. ¿Cómo es que podían expulsar tal cantidad de temperatura? La piel dorada de los hombros de Inuyasha comenzaba a mojarse, también su frente. Sin conocer la razón —otra cosa más en esa lista—, Kagome se quitó fácilmente su blusa y la tomó para secar las gotas. Los ojos dorados se ampliaron, sorprendidos. No era como si tuviera fiebre. Al menos no una mala.

La tela delgada cayó en el piso, junto con la demás; mientras que los besos regresaron —intercalando de lentos a fuertes—, diluyendo lo poco que quedaba de sus dudas.

Nunca pensó que no se pudiera pensar en absoluto. Mas así era. Todos sus pensamientos se habían ido, como si fueran agua y hubiera una fuga. Como si alguien los hubiera aprisionado y guardado la llave. Nadie la había tirado a un rio, pero sí fue oculta por un buen tiempo.

—Voy a... —Inuyasha dijo, dando aviso mientras sus manos buscaban algo en la espalda femenina. Kagome sólo asintió, sin encontrar que su voz lo dijera. Sabía lo que pretendía hacer, pero una cosa era pensarlo y otra más el verlo con sus ojos.

Después de ver cómo el rostro sonrojado se movía en aprobación, Inuyasha desabrochó el sujetador, retirando esa tela blanca y con listón rosado de la que había tenido antes un ligero vistazo. Las cimas de un rosado marrón se endurecieron por el cambio de temperaturas, y también por el tacto. Ella no pudo evitar hacer ruido por ello y por la visión del chico atractivo que se encontraba sobre ella, sostenido en sus codos, tocando su cuerpo.

Tras el jugueteo leve de sus dedos y viendo las reacciones, terminó surmergiéndose en ellos.

—¡Ah! —la sangre parecía acumularse en la zona donde los labios chupaban y la lengua lamía, también donde los dedos presionaban, tanto en uno de los pechos como en su cadera. Hasta ese punto fue cuando se percató de que sus manos se sentían un poco rasposas, y eso la encendió aún más.

Ahí había una prueba más de que no era ella quien provocaba eso. Si estuviera sola jamás habría logrado sentir ni siquiera una pequeña parte de esas sensaciones que te hacían querer retorcerte, huir y rendirte al mismo tiempo.

Kagome, quien había apretado los ojos fuertemente ante las sensaciones múltiples, terminó abriéndolos violentamente cuando Inuyasha se acercó aún más y ella abrió levemente las piernas. De esta forma, cuando él cambió de posición, sintió algo que reposaba sobre una de sus piernas. Esa era la reacción de un cuerpo masculino.

Y no pudo continuar sintiéndolo, pues se distrajo al seguir con la piel el trayecto de los labios de su compañero. Ahora se encontraba en su vientre, demasiado abajo para Kagome, pues volvió a gemir sin saber cuántas veces ya lo había hecho o si se detendría en algún momento. Después se sintió decepcionada cuando lo boca dejó de moverse. En cambio, tocó la cinturilla de su pantalón y una mano de deslizó dentro del territorio peligroso.

—¿Q-qué vas a...? —trató de decir, pero Inuyasha la calló. Su lengua se adentraba en su ombligo, por alguna razón. A pesar de lo extraño que le pareció Kagome sintió mucho placer ante ese acto. Después se mezcló con la sorpresa.

La mano rebelde había logrado bajar considerablemente, acunando con toda la palma el interior de sus muslos. Moviéndose en círculos.

El labio de Kagome fue mordido por ella misma. Así al menos evitaba suprimir un poco el volumen de su voz. Aunque seguía sin parar de retorcerse.

—No te muevas tanto —Inuyasha pidió, y sus labios vibraron sobre la piel.

—Eso es... imposible —le costó, pero lo había dicho. Si los papeles fueran cambiados, seguramente él estaría haciendo lo mismo que ella.

Más si su pulgar frotaba con vehemencia el lugar donde se concentraba la mayoría de la sangre ardiente, y el índice rozaba la entrada, torturador. En verdad sintió cómo su humedad aumentaba. Y también la vio en los dedos del muchacho al separarse un poco de ella.

Brillante y con triunfo, el líquido que había salido de ella la avergonzó. De la misma forma en que le detuvo el corazón al observar cómo Inuyasha se lo llevaba a la boca, lamiendo y probando a qué sabía.

Kagome lo conocía lo suficiente como para saber que él no planeaba acciones que lo hicieran verse «sensual», por lo que cuando se veía de esa forma realmente era inconscientemente. Ésta no era la excepción.

Y su mirada ámbar intensa enmarcada por pestañas claras completaba el conjunto.

Después de su peculiar degustación, Inuyasha se sentó a un lado. Con esa posición le fue más fácil el quitarle sus calcetines. También el separarla de sus pantalones y ropa interior al mismo tiempo.

Ahora sí estaba completamente desnuda, mostrándose sin disfraces.

Los ojos de Inuyasha la examinaban totalmente, y Kagome no pudo evitar sentirse apenada por tanta exposición.

—No me mires así —su tonó sonó casi como regaño. Sus ojos tenían el aspecto de un niño al que se le presentaba algo desconocido, mas estaba ansioso por descubrir.

—Es que no puedo evitarlo —y no lo hizo. Descaradamente contemplaba. E incluso cuando las manos de Kagome se posaron rápidamente sobre su monte de venus, él las hizo a un lado.

Solamente después de regresar la vista hacia su rostro, fue como Inuyasha se dio cuenta de que su situación la cohibía. Entonces pareció pensar en algo un poco y hasta movió ligeramente su cabeza, tal como si hablara con él mismo.

Kagome sonrió ante la escena. Aunque dejó de hacerlo cuando él decidió emparejar las situaciones. Más ropa se sumaba en el piso. Ahora él tenía su oportunidad de mostrarse avergonzado.

Santo Dios.

Bello y arrogante. Sensual e inocente. Una combinación peligrosa la que tenía en frente.

Y al ver hacia su excitación, Kagome tuvo un repentino pensamiento sobre física. Sobre la imposibilidad de que dos formas encajaran.

Tal vez podría aceptar que sentía algo de temor.

Inuyasha se arrastró entre sus piernas, echándose sobre sus codos, sobre ella. Sus rostros estaban tan cerca que resultaba evidente el que alguno de los dos aprovechara para tomar un beso. Y ya estando libres del bailoteo de las lenguas, fue fácil el hablar.

—Kagome... —él fue quien comenzó, con su ahora característica voz ronca—. Dime que siga. O dime que pare.

—¿Quieres que lo haga? —Kagome le preguntó entre respiraciones apresuradas—. El que lo dejemos así —con ambos cuerpos tan cerca de la máxima unión, sólo tocándose tentadoramente.

—No —encontrándose siendo abrazado por las piernas de Kagome y a centímetros, el no hacerlo le pareció un gran pecado.

Tal como el hacerlo, claro.

Kagome sonrió con autosuficiencia, a pesar de que se voz temblaba un poco: —Entonces... ¿Por qué no?

Ambos le prohibieron a su mente el detenerse a pensar en una respuesta para la pregunta.

Con la mandíbula apretada, Inuyasha se preparó, encontrándose tocando las pieles. Se estaba aguantando con toda la voluntad que encontró en su cuerpo. ¿Y por qué? Porque aún le faltaba un permiso verdadero. Kagome tenía el poder, era el ama de las dos vías y sólo tenía que hablar. O ni siquiera eso. Un simple gesto sería suficiente.

Temor. Consecuencias. Dolor.

Y lo deseaban tanto.

—Vamos, Inuyasha. Me hago vieja —y después de las palabras dulces, le apretó la nariz y le dio una sonrisa. Inuyasha intentó poner un gesto molesto, pero terminó por imitar su rostro. Ella en verdad amaba la forma en que sonreía de lado. Y a él le gustaba la forma en que Kagome era.

Entonces, hizo el movimiento.

El pinchazo fue profundo, pero supuso que habría sido peor si no se encontrara tan húmeda.

Kagome —sus ojos estaban abiertos a más no poder. Su miraba observaba a la chica que apretaba fuertemente sus párpados y mordía su labio inferior. Era evidente que le fue doloroso, como lo que significaba—. Ey —tomó su rostro, un tanto inseguro—. Kagome...

—Estoy bien —sus ojos marrones aparecieron lentamente. Si ella había dicho eso... debía ser verdad, ¿no?

Por eso se animó a moverse. Había mucho relieve y estreches en el interior. Cálido y húmedo. Le era muy difícil el evitar perder la cabeza.

—¡Oh, Kagome! —su boca era la que mostraba la pérdida de su razón—. Te sientes tan bien.

Y por los sonidos de Kagome que se mezclaban con los suyos —y hasta los húmedos— parecía encontrarle el lado placentero después de todo.

Al menos hasta que habló: —Espera —levantó la mano, lo que lo detuvo (muy a su pesar)—. Eres muy brusco.

—Es que no sé cómo —no tenía la culpa de que se dejara llevar. Aquí el cuerpo mandaba, no su mente.

—Sólo... más despacio —y él lo intentó. Respirando con dificultad por la boca y haciendo sonidos con la garganta. Era lento, saliendo completamente y entrando de nuevo. No tenía la misma velocidad que antes, pero no dejaba de ser agradable.

Siempre estuvo buscando calidez, aun cuando —gracias a lo perra que había sido la vida con él—, no sabía realmente qué era eso. Ahora ya lo hacía, y no había nada más cálido que Kagome. El interior de Kagome.

Se derretía ante la fricción y los miles de gestos y sonidos que ella le regalaba. Ahora que su rostro parecía disfrutarlo y que sus caderas lo buscaban en cada encuentro, decidió que era el momento de aumentar el ritmo. Kagome le agradeció con un gemido profundo.

Ahora era un contrato mutuo y equivalente, a pesar de su naturaleza salvaje y puramente corporal.

No. Debía de haber algo más profundo que un deseo carnal. Él temía hacerle daño, herirla de cualquier forma. Deseaba protegerla y conseguirle todo, a pesar de que lo único que pudiera darle en ese momento era su cuerpo. De la misma forma en que quería verla temblar por su causa, su toque.

Inuyasha hizo un recorrido con su lengua desde el hombro derecho hasta el cuello de Kagome, probando el sabor fresco y acompañado con el olor al champú de su cabello. Entonces vio cómo sus ojos se humedecían y su boca liberaba un sonido agudo.

Ese sentimiento de encontrarse realmente vivo y también desfallecer se sentía cada vez más cercano.

Los dedos finos se aferraron enérgicamente a la espalda fuerte y dura. Mientras que Inuyasha se apretó contra el hombro de Kagome, sintiendo los suaves pechos contra él, las piernas abrazándolo.

La corriente lo regó todo. Desde los puntos de unión donde se mezclaron dos tipos de líquidos lujuriosos, hasta las piernas rígidas y los rostros calientes.

El sonido del exterior llegó poco a poco a sus oídos, haciéndoles conscientes de que ya no estaban en el mundo donde sólo existían dos personas. Había ruido de gente y música navideña, también las luces que se colaban por la ventana a pesar de que las cortinas estaban cerradas. Aun así, el sonido que dominaba era el de las respiraciones tratando de regresar a su ritmo normal.

Sus huesos se sentían hechos polvo. Tan agotados por un nuevo uso del cuerpo, pero tan satisfechos.

Inuyasha se atrevió a darle un vistazo al rostro de Kagome, cuya boca se abría y cerraba, buscando oxígeno. Y sólo después de eso, cerró los ojos.

...

Cuando Kagome despertó, había un cuerpo que la aprisionaba. Un brazo la envolvía y, en el hueco entre su cuello y hombro, se recostaba una cabeza demasiado atractiva que dormía pacíficamente. Tan lindo que parecía un niño inocente. ¿Quién diría lo que le había hecho a su cuerpo unas horas antes?

Kagome sintió de repente mucho calor, casi asfixiante, así que necesitaba salir. Por fortuna, Inuyasha parecía estar completamente desconectado del mundo real, pues cuando se deshizo del nudo que ambos habían formado. También sintió una leve fricción cuando él salió de su interior. Así tuvo un recuerdo de lo que había pasado.

Tras recuperarse, rápidamente tomó ropa y se fue al baño. Ahí se dio una ducha rápida y se cambió. Aunque antes se tomó un momento para verse en el espejo. No parecía haber cambiado de la noche a la mañana. Era ella. Higurashi Kagome.

Al salir del baño, entró a la cocina y encontró los restos de un plato. Los pedazos que comenzó a recoger. Al menos hasta que se topó con la presencia de una persona. Kagome levantó la vista para toparse con Inuyasha. Vestido, claro —¿Por qué no lo haría?

—Te ayudo —se sentó frente a ella, tomando los fragmentos para ponerlos después en la basura.

—Gracias —fue todo lo que le dijo. Al levantarse se encontró sin qué comentar. «¿Quieres hablar sobre lo que hicimos», no parecía lo más apropiado. Entonces, optó por la técnica que casi siempre le servía—: ¿Tienes hambre?

—Sí. Mucha —el rostro que puso le hizo reír.

Minutos después estaban sentados en el mismo lugar que horas antes se habían encontrado. Sólo que ahora su relación... ¿de qué forma había cambiado?

—¿Tú alguna vez habías...? —comenzó, por más que quisieran evadirlo no lo podrían. Aunque el «Es que no sé cómo hacerlo» podría darle una gran pista para llegar a la respuesta.

El rostro de Inuyasha se sonrojó un poco y sólo respondió hasta que bajó la vista hacia sus manos: —No —bien, era evidente que se encontraba apenado por su situación de virgen a los veinte años, algo de lo que ya no tendría de qué preocuparse—. No hasta ese punto —agregó.

Eso estaba mal. Ni siquiera lo había hecho con su propia novia.

Ella se encontró mirando hacia la nada. Tratando de darle un significado o tal vez buscando redención tras tal pecado.

—Kagome —Inuyasha la llamó.

—No me preguntes sobre lo que siento —ella predijo lo que él iba a hacer.

—Tengo que saberlo —insistió.

—Mi cuerpo está bien. Se sintió muy bien —aceptó, sorprendentemente sin sentirse realmente avergonzada por el recuerdo—. Pero no quiero hablar sobre mis sentimientos —Kagome se puso de pie, viendo hacia la pared.

—¿Por qué? —él la siguió.

—Porque no —sonaba como una niña—. No quiero ser una carga. Así que no te sientas responsable por lo que pasó. Estoy bien —entonces trató de parecer realmente despreocupada.

Conoció ese nuevo acto con la persona que estaba enamorada y fue una experiencia demasiado placentera. No debía esperar nada más. Sería demasiado avariciosa.

—No estamos en tiempos antiguos —retomó la conversación, a pesar de la vista del rostro de Inuyasha, quien parecía confundido—. No es como si tuvieras que casarte conmigo o algo así, ¿verdad? —él pareció sorprendido al tocarse ese tema. Claro que no había pensado en eso—. Así que respeta mi derecho de decidir qué hacer con mi cuerpo —a pesar de lo serias que eran esas palabras, Kagome fue capaz de sonreír.

Entonces, habiendo arreglado las cosas —si es que se podría llamar así—, el momento en que Inuyasha se tenía que ir a su apartamento llegó. Así era. Sólo fue algo que pasó. No tendrían por qué calificarlo como bueno o malo. Fue... inevitable.

Con la puerta de la entrada abierta e Inuyasha en el pasillo, Kagome se preparó para la despedida, casi como si se fuera de la ciudad en lugar de irse al apartamento que estaba al lado del suyo. Obviamente no hubo un «te amo» —su relación no lo ameritaba. Sin embargo, Inuyasha se aventuró para tomar de sus labios un último beso.

Inuyasha creyó que sería demasiado estúpido y soñador el tocar la puerta y esperar que ella lo recibiera de esa nueva forma.

Kagome pensó que era una completa idiota al esperar que él lo hiciera y ella seguirle el juego.

Y cuando ambos se encontraron solos en sus propios universos, suspiraron hacia el vacío.


Tuve que usar mucha imaginación, así que mi cerebro se secó un poco (o un mucho). Tal vez haga una segunda parte, no lo sé. Escribir lemon tiene su complejidad —más si quieres que sea realista y no caer en los cansados clichés. ¡Pero hay que practicar!

Loops Magpe. Feliz no-navidad.