Thorfinn Rowle miró a su amo atacar el domo que valientemente cubría la escuela. Cerró los ojos, permitiéndose sentir el luto que apretaba su corazón.
Recordaba las verdes banderas colgando del techo, su casa celebrando la victoria. Recordaba la ira y frustración que sentía cada vez que perdían la copa de Quiddicht, o siquiera un simple partido.
Las risas, las infinitas horas estudiando, las lágrimas y, sobre todo, los lazos que había formado dentro de esos muros. El lugar que lo había creado.
Abrió los ojos al escuchar una pequeña celebración a su alrededor, pero incluso el más despistado sería capaz de sentir la poca emoción tras ella. Por suerte para ellos, su Amo no les estaba poniendo atención, demasiado eufórico de haber roto las impenetrables murallas de Hogwarts.
Thorfinn observo su alrededor, notando como todas las miradas estaban puestas sobre el castillo. Y aunque durante los últimos años muchos habían expresado su desprecio por el colegio, ninguno pudo ocultar la momentánea tristeza que apareció en sus ojos.
Hogwarts caería hoy, de eso no había duda. Y con él, caería millones de historias, recuerdos y alegrías que habían rodeado al colegio como una suave manta, siempre dispuesto a aceptar cualquier estudiante.
Thorfinn agarro su varita con fuerza y, como sus compañeros, se preparó para atacar.
Solo la pequeña vacilación que tuvo antes de avanzar revelo su arrepentimiento.
