Notas:
Storybrooke. Nochebuena. Meses después de que Emma se viera liberada de la Maldición Oscura. Prescindo completamente de los apéndices que la serie ha colocado a sus protagonistas como compañeros sentimentales.
Por cierto, hay un pequeño guiño a un fanart de erandil.
Se agradecen (y se necesitan) los comentarios. Muchas gracias por leer.
Flotando en algún punto entre su difuso reflejo en el cristal y el claroscuro vibrante de la tormenta, su mirada desenfocada le remite información del temporal que sacude con violencia las descarnadas ramas de los árboles fuera, y del que se ha desatado a este lado de la ventana, un estallido de berridos, sillas arrastrándose por el suelo, olores de comida, vajilla que se entrechoca y torbellino de colores. Todo se mueve rápido, muy rápido. Pero, más allá de las embestidas de nieve, la noche está quieta.
Como Emma, que aprieta la frente contra el frío cristal y su móvil en la mano. Sabe que está dramatizando, y se siente ligeramente molesta por no poder controlarlo, pero el caso es que no puede evitar que el estómago le presione el diafragma en un claro intento de asfixia. Está claro que no debería haber visto hoy Quédate a mi lado. Da igual cuántas veces vea la maldita película, en cuanto Susan Sarandon y sus hijos montan la performance "Ain't No Valley Low Enough", empieza a llorar con una congoja inconsolable y no para hasta varias horas después.
-Si alguna vez me ves arrancando las cortinas de la habitación para improvisar una coreografía, hijo mío, ten por seguro que estaré padeciendo una enfermedad terminal- había dicho Regina esta mañana, seguramente con intención de aligerar un poco el ánimo, pero eso sólo había conseguido que Emma sollozara aún con más fuerza. El recuerdo ahora le da otra vuelta al estómago.
Pulsa el botón del teléfono y desliza el pulgar sobre la pantalla, haciendo desaparecer una imagen del elaborado muñeco de nieve que Henry y ella se esmeraron en hacer hace una semana y cuyas ruinas languidecen penosamente junto a su porche. Comprueba los mensajes (nada) y la hora (53 minutos desde la última comunicación).
Oye que su madre la llama desde la entrada de la cocina. Se vuelve para mirarla y percibe su gesto inquisitivo, la arruga en el ceño que vaticina la puesta en marcha de la maquinaria de preocupación. Así que se apresura en sonreír de manera convincente, un arte que ha perfeccionado hasta la excelencia estos últimos años. Casi se siente decepcionada cuando su maniobra tiene éxito y Mary Margaret le devuelve la sonrisa, el ceño liso y brillante. Casi. Porque hace tiempo que se está esforzando en aceptar la extraña y, en muchos sentidos, dolorosa naturaleza de la relación con sus padres, y cree que la aceptación de esa parcela de su realidad es un arte que también ha perfeccionado. Al menos, eso espera. Tanto más cuanto que no le sale precisamente barato. Puede que el título académico del Dr. Hopper se manifestara mágicamente de un momento para otro, pero eso no implica, aparentemente, que sus pacientes puedan beneficiarse de ningún tipo de descuento.
En la cocina, Henry se enfrenta valientemente al aceite caliente de la sartén, midiendo cuidadosamente los pasos que le separan del fogón antes de aventurar un triple con la primera empanadilla. Al ritmo del grito de horror de su madre, Emma esprinta hacia él y llega justo a tiempo de evitar el desastre, lo enfunda en un delantal ("besa a la cocinera"), y le da el curso rápido Frituras 1.0, que implica el uso de tapa, espátula y una estrategia de retirada de la sartén del fuego para el trasvase de elementos. Comprueba mentalmente que está bien aprovisionada de pomada contra las quemaduras antes de volver a dejarlo a su suerte para atender la petición de su madre.
Suben juntas las escaleras hasta el primer piso y avanzan hasta la preciosa alacena que compró en el taller de Marco y después pintó ella misma al comienzo de lo que sería una larga de terapia de bricolaje y manualidades para combatir la ansiedad derivada de su experiencia como La Oscura. O de enterarse de que sus padres la habían diseñado a su gusto antes de nacer, condenando para ello a otra persona. O de la abrumadora carga de las expectativas que un buen día se impusieron sobre ella. O del abandono que... En fin, es evidente que Archie y ella tienen material de sobra con el que juguetear en las sesiones.
Abre la portezuela superior de la alacena y saca de una de las baldas un paquetito envuelto en papel de seda. Se lo tiende a su madre, quien comenta:
-Aún no lo has estrenado- una observación innecesaria que tiene toda la pinta de ser un reproche. O quizás no, y sólo esté proyectando una culpabilidad del todo infundada.
-Claro. Lo guardaba para hoy -responde Emma.
Mary Margaret asiente y prácticamente baja en saltitos hacia el salón, procediendo después a abrir el paquete y extender la tela del interior de un modo casi reverencial. Lo cierto es que es una pieza de mantelería espectacular, con un bordado rústico pero a la vez elegante. Emma está a punto de arrepentirse de haberlo dejado olvidado desde su cumpleaños, pero advierte que su madre se siente feliz con la excusa que le ha ofrecido, y en cambio se limita a sentirse fatal por haberse molestado con ella.
Brevemente.
Enseguida su atención regresa a la espera, al móvil. Lo saca del bolsillo de sus vaqueros y le echa una ojeada. 1 hora y 4 minutos. ¡Un mensaje! Oh, es Ruby en el chat del grupo, con un meme muy obsceno que incluye un calcetín en forma de Papá Noel cubriendo no precisamente un pie. Su estómago presiona un poco más hacia arriba.
En ese momento, David sale del cuarto de invitados con un pequeño Neal muy despierto y muy desvestido, que lo persigue encantado dando chillidos de emoción. Su padre le dirige una mirada de socorro mientras se lanza hacia la puerta de salida.
-Agarra a la bestia. Voy un momento al coche.
Emma hace un placaje perfecto bajo la beatífica mirada de Mary Margaret, que enseguida vuelve a atarearse poniendo la mesa, y levanta a su hermano por los aires.
-Ven. Vamos a ver si tu sobrino sigue vivo- le dice, mientras él se afana en deshacerle la coleta agarrando inmisericordemente puñados de pelo que acto y seguido se lleva a la boca.
La cocina es el escenario de batalla campal que cabría esperarse. El despliegue de utensilios sobre el fogón parecería una muestra de cubertería y batería de cocina si no fuera porque todos y cada uno de ellos están cubiertos bechamel. La vitrocerámica brilla en aceite, que también ha acabado salpicado en las baldosas de la pared y, en generosas proporciones, en el delantal de Henry, que los mira triunfante agitando en alto la espumadera. Emma va a advertirle del reguero de grasa que gotea de esta hasta su brazo, pero nota una vibración en el trasero y se apresura a sostener al pequeño Neal sobre su cadera para poder sacar el teléfono.
Una retahíla de iconos y signos de exclamación por parte de Belle, Ashley y las otras recibe el meme de Ruby, y Emma casi siente el dolor físico de la mueca que se dibuja en la cara y del nudo que le aprieta la tripa un poco más. 1 hora y 6 minutos.
-Eh, mamá, ¿todo bien?- Henry deja la espumadera chorreante en el fregadero y se restriega las manos en el delantal, acercándose a ella. -¿Son malas noticias?
-Qué dices, qué va- le contesta. Pero es incapaz de sostenerle la mirada, así que opta por emplear una táctica de despiste. -Henry, por lo que más quieras, recoge esto. ¿Quién te ha enseñado a cocinar así?
-Lo dices de broma, ¿no?- su hijo la mira entre ofendido y herido-. Desde luego, mi otra madre no ha sido.
-No hace falta que lo jures- le responde, pero la mención de Regina le produce un repentino escozor en los ojos. Antes de que Henry pueda verlo, da la media vuelta y sale de la cocina. -¡Tienes diez minutos para dejarlo todo como estaba antes de la cena!- le lanza desde el salón, procurando imprimir un tono animado a su voz.
-¡Sí, hombre! Por si no te has enterado, la esclavitud se abolió hace tiempo. Yo he cocinado. ¡Que recoja otro!
Emma reflexiona fugazmente sobre la conveniencia de trabajar en la relación materno-filial con Henry, para establecer con claridad los roles de autoridad, mientras intenta despegar al pequeño Neal de su pelo. Su padre entra en ese momento en la casa y anuncia que se han dejado en casa los pañales, por lo que tiene que hacer un viaje rápido al supermercado de las afueras.
-¡Ya voy yo! -el entusiasmo de su ofrecimiento no parece del todo coherente, pero no piensa darles tiempo de analizarlo. -Quédate tú con tu fiera- dice, mordiendo suavemente la mejilla del susodicho y pasándoselo a su padre con un movimiento de rugby. El pequeño Neal amenaza con romper la barrera del sonido con un nuevo grito de emoción.
Emma supone que debería dejar de usar el epíteto en algún momento, pero es que aún es incapaz de llamar Neal a su hermano sin sufrir un amago de colapso mental.
-¿Necesitamos algo más del súper?
A David y Mary Margaret no se les ocurre qué más comprar, y Emma recoge con prisas su abrigo y las llaves del escarabajo.
-Enseguida vuelvo-dice, abriendo la puerta de entrada y recibiendo un beso de hielo en la cara. -Ah, aseguraos, por favor, de que mi fiera haga lo que le he dicho- añade, antes de volverse de nuevo hacia la noche y cerrar tras de sí la puerta, bloqueando así el quejido indignado de Henry.
