La lluvia cae sin parar, limpiando todo a su paso y trayendo calma consigo. Pero también trae dolor, cada fría y diminuta gota que cae en su piel es una fina y afilada aguja de hielo que le atraviesa.

Su ropa empapada se pega a su cuerpo, volviéndose pesada e incómoda. La lluvia no parece querer parar, más no hace ni el menor esfuerzo por evitar mojarse con heladas y silenciosas lágrimas que llora el cielo.

Se queda en su lugar parado e inmóvil, observando a un punto fijo perdidamente.

– Yamamoto vámonos, te vas a enfermar si sigues aquí – habla una preocupada voz a su espalda, más no se molesta en voltear y niega débilmente con su cabeza.

La persona se le queda viendo un rato más mientras se cubre de la lluvia con su paraguas negro, con un suspiro resignado y una mirada vencida en sus ojos decide dejarlo solo con sus pensamientos y se marcha del lugar.

La lluvia sigue cayendo imparable y con fuerza más él sigue con la mirada fija en la piedra con un nombre grabado frente suyo.

– Viejo – dice casi inaudiblemente.

Y una gota cálida se estrella en el sepulcro.