Esme era una joven que vivía en un pequeño pueblo en el que las reglas eran dictadas por hombres. Toda su vida le habían dicho que hacer y qué no hacer. Sabía que debía respetar a sus padres y a su religión, la cual era muy estricta en cuanto al matrimonio y las parejas. Desde que había nacido la habían juntado con uno de los jóvenes más codiciados, William Gutenberg, que era doce años mayor que ella. Habían comenzado a verse a solas desde que ella tenía solamente quince años, la habían casado a fuerzas a los diecisiete y ahora tenía seis años casada con un hombre abusivo que no la respetaba ni la amaba. Para lo único que la quería era para mantener limpia la casa y cuidar a su único hijo de cuatro años. Después de que su primer hijo llamado Benjamin nació, Esme contrajo una enfermedad que la dejó estéril. Le agradecía a Dios ese detalle, así no podría dar a luz a hombres que fueran como su marido, su padre y el resto de los hombres que vivían en ese pueblo, el cual ella consideraba como su infierno personal, o bien dar a luz a mujeres que fueran tratadas como ella o como su madre.

Nunca había aprendido a amar, respetaba a su esposo porque era su obligación más no lo amaba. El único hombre que la respetaba era su hermano, la ayudaba en momentos difíciles. Era el único que logró salir de ese lugar. Después de que conoció a una mujer afroamericana que se perdió en el bosque. Su hermano Daniel la rescató y le ayudó a sanar. En el proceso se enamoró, sabía que era incorrecto pero no le importó, huyó con ella ya que trató de hacer las cosas correctas y habló con sus padres pero no había conseguido su aprobación. La chica no era de su agrado ni de su religión. Daniel tuvo que huir con el amor de su vida para que pudieran estar juntos.

Esme siempre era agradecida por tener al pequeño Benjamin, era la luz de su vida y el punto de motivación que la obligaba a continuar.

-Mami, me duele mi garganta – dijo el pequeño Ben.

-Ven cariño, te daré un té de limón con miel – Esme dejó en un lado lo que estaba tejiendo y cargó a Ben.

Lo llevó a la cocina y le preparó si té, el niño era fan de los deliciosos tés de su mamá. Benjamin la amaba y respetaba, su madre lo era todo para él. A pesar de tener el mal ejemplo de su padre, nunca le hacía caso. Él respetaba y amaba a cada mujer, las trataba como lo que realmente eran y no las despreciaba. Era pequeño pero inteligente y hábil.

Mientras estaban en la cocina jugando y bromeando se escuchó la puerta de la entrada.

-¡Esme, ya estoy aquí! Mas te vale que tengas preparada la cena porque tengo hambre y no tengo ganas de esperar.

-Ya está lista, gusta que Benjamin cene con usted – a pesar de tener seis años casada con ese hombre, nunca le había hablado de "tu". Para él era una falta de respeto por parte de una mujer.

-No, no tengo humor para ese niño irrespetuoso – dijo de mala forma.

-Está bien – se giró para ver a su pequeño – Hijo ve a bañarte y ponte tú pijama, iré en un momento a arroparte ¿de acuerdo? – le dio un beso en la frente a su hijo y lo dejó ir.

William se sentó a la mesa y comenzó a comer mientras Esme limpiaba y lavaba platos. -¿Tuvo un buen día? – Preguntó Esme tratando de romper ese incómodo silencio.

-No quiero hablar así que cállate – Esme hizo lo que se le pidió y siguió con su labor. De repente sintió como le arrojaban algo en la cabeza. - ¡¿Qué no puedes hacer una comida decente?!

Esme se apresuró a recoger lo que se había caído y a tratar de ocultar el dolor en su cabeza. Estaba sangrando, el plato que le había aventado se había partido en su cabeza. Tenía un pedazo incrustado, pero aun así siguió limpiando.

-¿Qué tiene de malo? – preguntó con la voz temblorosa.

-¿Por qué demonios me casé contigo?, no sabes hacer nada eres una inútil, no puedes ni darme hijos. El único que me diste está defectuoso al igual que tú. – Esme no pudo contenerse más y comenzó a llorar.

-Tú no eres precisamente un modelo de hombre – dijo en un susurro.

-¡¿Qué?! – la tomó por el cabello haciendo que el pedazo que tenía incrustado le hiciera más daño. Gimió de dolor pero William la ignoró. – Te enseñaré a respetarme.

La tiró en el suelo y comenzó a golpearla más fuerte, ella nunca gritó ni se quejó porque sabía que su hijo podría escucharla y bajar. Trataba lo más que podía de ocultar las apariencias frente a Benjamin. La golpeó con el pié en los costados y con el puño en la cara hasta que se cansó. William la llevó a la habitación y como cada noche que la golpeaba se aprovechó de ella. Esme lo único que pensaba era que no había ido a arropar a su hijo.

A la mañana siguiente despertó adolorida y llena de cardenales morados y verdes por toda la cara. Sabía que tenía que ir con el doctor para que le diera algo para el dolor y comprobar si tenía algún otro hueso roto a parte de sus costillas. De una manera muy despacio se dirigió al baño. Se quitó con la mano el pedazo incrustado en su cabeza y trató de frenar la hemorragia.

-Mamá, ¿Dónde estás? – trató de disimular sus golpes con maquillaje, se le dificultaba respirar por las costillas quebradas.

-Acá amor – fue a la cocina y comenzó a preparar el desayuno para su hijo.

-¡Mami! – Ben fue corriendo a su madre y la abrazó. El movimiento brusco hizo que Esme siseara de dolor. – Lo siento mami ¿te he lastimado?

-No bebe, no es nada. Ve a sentarte a la mesa, en unos momentos llevaré tu desayuno. – El niño hizo lo que su madre le ordenó y se sentó en la mesa. Cuando los ojos de Benjamin se posaron en los de Esme, la sonrisa se borró de su cara.

-Mami, ¿Qué ha pasado? – se puso de pie en la silla y quedó casi a la altura de su madre – tu carita mami, esta lastimada. ¿Quién te hizo daño? – Esme no pudo evitar que una lágrima se derramara de su rostro.

-Nadie amor, me caí de las escaleras anoche cuando subía a arroparte. Es por eso que no lo hice. – Ella vio en los ojos de su hijo la sospecha. Ben no hizo más comentarios, tomó la cara de su madre en sus manos y besó cada una de las partes dañadas. Después la abrazó por el cuello. Esme respondió su abrazo, no sin antes soltar unas lágrimas más.

Benjamin se encontraba cursando el primer año de preescolar, su madre lo dejó en la única escuela que estaba en ese pueblo. Cuando pasó por el supermercado escuchó a un par de mujeres hablando de ella.

-Pues yo escuché que está con él por conveniencia. Lo único que busca de él es su dinero. William es tan dulce, es todo un hombre.

-Sí lo sé, el otro día me ayudó con las compras, me llevó a mi casa y me ayudó a desempacar todo. No sé cómo esa mujer no puede respetarlo y tratarlo como debería.

-Y cambiando de tema, ¿no escuchaste del nuevo médico del pueblo? Dicen que es…

Esme se alejó lo más que pudo, no quería seguir escuchando. La gente ignoraba completamente el comportamiento de William hacia ella. Todas las mujeres idolatraban a los hombres, fueran como fueran con ellas. Esme era la única que pensaba diferente y que deseaba ser amada y no solo deseada o codiciada por el dinero de su familia. O ser vendida al mejor postor, como lo habían hecho sus padres.

-Señora Gutenberg, hola – saludó la cajera, una dulce muchachita de dieciocho años.

-Hola Alice, ¿Qué tal todo? – dijo de una manera amable.

-Pues conocí a mi futuro esposo. Es el hombre más maravilloso del mundo – Esme quería agarrar a esa muchacha y zarandearla para que aprendiera que sus padres no tenían razón en todo.

-Pero Alice, no lo conoces. No siempre son lo que aparentan – Ella sabía más que nadie sobre ese tema.

-Jasper lo es, el es amable y me respeta. Lo sentí cuando lo vi por primera vez, sabía que debía pasar el resto de mi vida con él.

-Bueno, pues mucha suerte con eso. – Dijo mientras tomaba las bolsas de papel con sus compras adentro.

Alice se acercó a ella y le sonrió – No se preocupe señora Esme, todo será mejor en un futuro cercano.

Esme no comprendió sus palabras pero siguió con su camino después de despedirse con una sonrisa. Cuando vio su reloj de muñeca, se dio cuenta de que se le estaba haciendo tarde para preparar la comida y recoger a su hijo. Caminó lo más rápido que pudo pero se topó con algo haciéndola caer.

-Lo siento mucho señorita, ¿está usted bien? – Dijo la voz de un hombre. Conocía a la mayoría en el pueblo y no le sonaba conocida aquella voz.

-Señora, y sí estoy bien. Gracias – dijo Esme mientras intentaba recoger todos los productos que sin querer había esparcido por la calle. El hombre la ayudó a recoger y cuando terminaron le extendió la mano para ayudarla.

-Carlisle Cullen, mucho gusto señora…

-Gutenberg, mucho gusto – por primera vez miró al hombre que le había ayudado. Vio sus hermosos y profundos ojos color miel. Sus rasgos eran de un dios o un ángel más no de un ser humano. Se quedó mirándolo un rato hasta que recordó que andaba corta de tiempo. Carlisle extendió su mano y sonrió. Esme la tomó y en el momento en que tocó su piel corrieron miles de descargas por su columna. Carlisle la tomó de una forma muy dulce y beso la parte superior de su mano.

-Si no es muy inapropiado, es usted hermosa señora Gutenberg.

-G…gr…gracias – Esme se encontraba atónita, nunca le habían dicho que era hermosa. Siempre la habían visto como un objeto valioso, más no como una persona hermosa.

-Me permitiría el honor de saber su nombre, no está obligada es solo curiosidad.

-Esme, Esme Gutenberg. Gusto en conocerlo señor Cullen.

-Llámeme Carlisle por favor – sonrió una vez más haciendo que el corazón de Esme aumentara de rimo y sus pulmones necesitaran más aire. Respiró profundamente pero fue un error, le causó un gran dolor en una de las costillas fracturadas. Hizo una mueca y llevó su mano a su costado. - ¿Se encuentra usted bien? – dijo Carlisle con semblante preocupado.

-Sí, no es nada. – Esme miró su reloj y se quedó pasmada por la hora – Discúlpeme señor Cull… Carlisle, es tarde. Fue un gusto conocerlo.

-El placer fue todo mío – volvió a tomar la mano de Esme y depositó otro beso.

Esme no dejó de tener una sonrisa en su cara, recogió a su hijo de la escuela y se dirigió a su casa. Comenzó a preparar la cena, esta vez siendo más cuidadosa y haciendo su mejor receta. La que sabía que era la favorita de su esposo. En todo el tiempo no dejó de pensar en ese apuesto señor de cabellos dorados y ojos color miel. Aun sentía el cosquilleo en su mano y se preguntaba si volvería a verlo.

Hey otra vez yo. Bueno pues es una idea que traía hace algunos días pero no me había puesto a escribirla porque me voy a distraer más en la escuela :s y eso no es bueno. Qué más da, lo que hice mal ya no puedo repararlo.

Espero que les guste, no soy muy buena escribiendo en tercera persona. Dejen sus reviews para saber que piensan. Gracias

Los personajes son de Stephenie Meyer.