—¿Has hablado ya con él?

—¿Mm? — Marinette Dupain continuó trabajando en su mesa de dibujo, dividiendo el papel diligentemente con la habilidad que daba la costumbre—. ¿Con quién tengo que hablar?

Se oyó un largo resoplido que obligó a Marinette a morderse los labios para no sonreír. Conocía bien a su vecina Alya De Lahiffe y sabía perfectamente quién era ese «él».

—Del guapísimo señor misterioso del 3B. Vamos, Marinette, ya hace una semana que se mudó aquí y aún no ha hablado con nadie. Tú vives justo enfrente de él. Necesitamos algunos detalles.

—He estado bastante ocupada —Marinette levantó la mirada brevemente hacia Alya, que no dejaba de caminar por el estudio—. Ni siquiera me he fijado en él.

La primera respuesta de Alya fue resoplar de nuevo.

—Eso es imposible. Tú te fijas en todo.

Alya se acercó a la mesa de dibujo, se asomó por encima del hombro de Marinette y arrugó la nariz. No había mucho que ver, sólo unas líneas grises; le gustaba más cuando Marinette comenzaba a dibujar en las diferentes cuadrículas.

—Ni siquiera ha puesto el nombre en el buzón y nadie lo ve salir nunca durante el día. Ni siquiera la señora Mendeleiev y es imposible esquivarla.

—A lo mejor es un vampiro.

—Vaya —Alya apretó los labios, intrigada con la idea—. Sería increíble, ¿verdad?

—Demasiado increíble —murmuró Marinette antes de volver a concentrarse en el dibujo, mientras su vecina seguía yendo de un lado a otro y hablando sin parar.

A Marinette no le molestaba tener compañía mientras trabajaba; de hecho le gustaba. Nunca sentía necesidad de aislarse, por eso estaba tan contenta de vivir en Paris, en un pequeño edificio, rodeada de vecinos ruidosos.

Y no sólo era algo que le satisfacía en el aspecto personal, también le resultaba muy provechoso para su trabajo.

De todos los ocupantes del antiguo almacén convertido en viviendas, Alya Lahiffe era la preferida de Marinette. Tres años antes, cuando Marinette se había trasladado allí, Alya era una recién casada llena de energía, que tenía la firme convicción de que todo el mundo debía encontrar la felicidad que ella disfrutaba.

Lo que quería decir, según intuía Marinette, que todo el mundo debía casarse.

El nacimiento del adorable Tommas, ya de ocho meses, no había hecho más que reafirmar a Alya en sus ideas. Y Marinette sabía que era el primer objetivo de su vecina.

—¿Ni siquiera te has cruzado con él en el pasillo? —le preguntó Alya.

—No, todavía no —Marinette se llevó el lápiz a los labios. Tenía los ojos azul como el mar y profundos, tan azules que habrían resultado tremendamente seductores si en ellos no hubiera siempre un brillo de simpatía y buen humor—. La verdad es que creo que la señora Mendeleiev está perdiendo facultades porque yo sí lo he visto durante el día... lo que desmonta la teoría de que sea un vampiro.

—¿Lo has visto? —preguntó Alya rápidamente—. ¿Cuándo? —Acercó un taburete para sentarse a su lado—. ¿Dónde? ¿Cómo?

—¿Cuándo? Al amanecer. ¿Dónde? Saliendo hacia la avenida Pigalle. ¿Cómo? Tenía insomnio —dejándose llevar por el espíritu de Alya, Marinette giró el taburete y miró a su vecina con una sonrisa en los labios—. Me desperté muy temprano y no podía dejar de pensar en los pasteles que habían quedado de la fiesta de la otra noche.

—Eran explosivos —recordó Alya.

—Sí, me di cuenta de que no iba a poder volver a dormir, así que vine a trabajar un poco. Antes de sentarme a la mesa miré por la ventana y entonces lo vi salir. Debe de medir un metro noventa y tiene unos hombros...

Las dos cerraron los ojos al imaginarlo.

—Llevaba una bolsa de deportes, así que supongo que iba al gimnasio. Desde luego, nadie tiene esos hombros si se pasa el día sentado en el sofá comiendo patatas fritas y bebiendo cerveza.

—¡Te pillé! —exclamó Alya con gesto triunfal—. Te interesa.

—Tengo ojos, Alya. Ese tipo es increíblemente guapo; tiene un aire de misterio y un trasero... Cualquier mujer se habría recreado la vista.

—¿Y por qué limitarte a eso? ¿Por qué no llamas a su puerta y le llevas unas galletas o algo así? Puedes darle la bienvenida al barrio y averiguar qué hace ahí todo el día, si es soltero, en qué trabaja... —dejó de hablar de pronto y levantó la cabeza—. Ese es Tommas, se ha despertado.