Disclaimer: Por desgracia ni Crepúsculo ni sus personajes me pertenecen, son propiedad de Stephenie Meyer.
Capítulo 1. ¿Bienvenida?
LEAH POV
Es curioso como en un solo segundo todo tu mundo puede derrumbarse, hacerse pedazos y desaparecer ante tus ojos, es curioso y a la vez aterrador despertarse cada día sin saber si seguirás con vida durante las próximas veinticuatro horas, pero nunca nadie suele pararse a pensar en ello hasta que te topas frente a frente con la muerte.
Hace dos semanas lo tenía todo, una familia, un hogar, amigos… y de repente en un parpadeo todo se esfumó, ese maldito Sábado por la noche, todo se fue a la mierda y por mucho que quiera, por mucho que me empeñe no puedo dar marcha atrás ni rebobinar la historia de mi vida. Mamá y papá sólo habían salido a comprar comida china, me había emperrado en cenar eso aquella noche así que irían al restaurante, harían el pedido para llevar y volverían tranquilamente a casa para ver una película todos juntos, pero no, ese plan era demasiado perfecto y el loco borracho que se atravesó en la carretera con su camioneta estaba empeñado en matarse y llevarse con él a un par de inocentes.
Así que, aquí estoy yo, en un taxi a las ocho de la noche con mi pobre hermano dormitando en el asiento trasero, volviendo de nuevo a la reserva, regresando a La Push después de tantos años. Nunca imaginé que volvería a pisar este lugar, la última vez que respiré este gélido aire tenía tan solo nueve años y después de ocho, los recuerdos eran un tanto difusos.
Los chicos de la reserva habrían crecido muchísimo, ¿seguirían Sam y Emily juntos? Aún no puedo creer que saliese con él. ¡Cosas de críos! ¿Quil y Embry se acordarían de mí? Y ¿Qué sería de Jacob, seguiría siendo tan insoportable como siempre?
Suspiré mientras bajaba la ventanilla, necesitaba un poco más de oxígeno, era difícil asimilar todo aquello, la muerte de mis padres, una forzosa mudanza a casa de Billy Black, reencontrarme con mi pasado, ocuparme personalmente de mi hermano y volver a empezar en aquel lugar donde nací.
El frenazo del automóvil me hizo volver a la realidad.
─ Ya hemos llegado señorita ─ dijo bostezando el taxista.
Saqué mi cartera de la mochila y pagué lo que marcaba el taxímetro.
─ Seth… ¡Seth! ─ giré el cuerpo en el asiento para poder alcanzar su hombro con mi mano ─ ya hemos llegado, estamos en la reserva.
─ Déjame en paz Leah, tengo sueño ─ y haciéndose un ovillo se reacomodó en la parte trasera del auto.
A veces mi hermano podía ser bastante desesperante y aunque últimamente evitaba enfadarme con él había momentos en los que ni el mismísimo Gandhi podría haberse contenido. Desde la muerte de papá y mamá ya no era el mismo, y ese chico dulce y cariñoso se había convertido en un pitbull, no había día que no me recordase que fui yo la que se empeñó en cenar comida china esa noche.
─ Discúlpele ─ le dije forzando una sonrisa al conductor ─ está un poco desorientado de tanto viajar.
Abrí la puerta del copiloto y me baje del coche, el frío me golpeó en la cara como un puñetazo invisible y la humedad me caló los huesos en apenas un suspiro. Me aproximé a la puerta de atrás y la abrí bruscamente.
─ Seth, ya vale, estás haciendo perder tiempo a este hombre y yo me estoy congelando aquí fuera, haz el favor de salir ¿Quieres? ─ ni caso ─ ¡Este chico es tonto!
─ Vaya pequeña Leah, veo que sigues teniendo el mismo genio que cuando eras una cría. ─ Sabía de quien era esa voz.
Allí estaba el viejo Billy Black, con su también vieja silla de ruedas y su negro sombrero de vaquero. No había cambiado tanto desde la última vez que le vi, el brillo de sus ojos seguía siendo el mismo aunque después de todos estos años mis sentimientos hacia él eran los mismos que hacia un desconocido.
─ Eh… Hola Billy, cuánto tiempo, siento el espectáculo, pero mi querido hermano ha decidido acampar en el taxi y cuando se duerme no hay quien le levante.
─ No te preocupes, yo me encargo de él. ¿Por qué no coges tus cosas del maletero y entras en casa? Jacob está en el garaje con una amiga, salúdale y dile que os presente, seguro que hacéis buenas migas. ─ Siempre tan amable este Billy.
Recogí mis maletas y me encaminé hacia mi nuevo hogar, atravesé el umbral de la puerta y busqué un buen sitio para dejar mis pertenecías pero como no sabía dónde estaba mi habitación las dejé junto al sofá desgastado del comedor. Justo al sentarme en él es cuando oí voces.
─ Gracias mil y una veces más Jake por arreglar mi valiosa tartana, qué haría yo sin ti.
Una voz femenina se escuchaba a través de la puerta de madera que tenía a pocos metros a mi derecha.
─ Pues para empezar, ir en transporte público a todos los sitios ─ bromeó una potente voz masculina. Era increíble el vozarrón que se le había puesto a este chico.
Me levanté del sofá y suspiré estática en pie, me aproximé a la puerta por la que las voces se filtraban y di dos tímidos golpecitos con mis nudillos. Se hizo el silencio, por lo que supuse que estaban esperando a que quien quiera que fuese entrase, así que, tomé el pomo y girándolo lentamente abrí la puerta.
Aquello no eran caras, aquello eran dos enormes interrogaciones, podía leer la confusión en sus rostros, y viniendo de la joven castaña que estaba pegada a Jacob podía entenderlo, ¿pero de él?
Por lo visto no sólo le había cambiado la voz, había crecido muchísimo y me sacaba dos cabezas enteras, sus espaldas eran anchas y su torso marcado se pegaba a la camiseta de tirantes blanca que llevaba puesta, tiznada por el aceite del motor. Su piel era más tostada que nunca y sus ojos castaños relucían bajo sus largas y negras pestañas y el alborotado cabello que llevaba de pequeño se había convertido en una cascada negra que caía a ambos lados de sus marcadas facciones.
─ ¿Leah? ¿Eres tú? ─ por lo visto no daba crédito ─ Has cambiado ─ dijo mirándome de arriba abajo ─ Si pareces casi una chica ─ No sonó como una broma, sino como un verdadero comentario hiriente. Algo que me extrañó muchísimo viniendo de él.
─Vaya, Jacob Black, por mucho que hayas crecido, mentalmente sigues siendo igual de imbécil.
Había dejado abierta la puerta del garaje por lo que Billy que acababa de entrar con mi hermano a la casa escuchó nuestro "ansiado" y "entrañable" reencuentro.
─ No, si está claro que hay cosas que nunca cambian ni después de ocho años. ─ rió por lo bajo mi nuevo tutor.
─ Vaya Seth, estás hecho todo un hombre, menudo estirón has pegado ─ dijo Jacob mientras abrazaba a mi adormilado hermano que nada más recibir el saludo se despanzurró en el sofá.
La chica de cabellos castaños y piel pálida no dejaba de mirarme y estaba empezando a ponerme nerviosa, ¿sería la novia de Jake?
─Bueno, hola Leah, ya que Jacob no ha tenido la delicadeza de presentarnos ─ le reprochó ─ me llamo Bella Swan y si necesitas cualquier cosa puedes contar conmigo.
─ Gracias ─ dije intentando sonreír mientras en mi cara se dibujaba una mueca indescifrable. ─ Billy, me gustaría darme un baño y guardar mis cosas en mi cuarto, así podré acostarme pronto. Al igual que Seth, estoy rendida. ─ reconocí dirigiéndome al padre de Jacob.
─ Por supuesto que sí. Hijo, muéstrales a los dos sus cuartos en un momento mientras le preparo a Bella algo de cenar. ─ Definitivamente tenía que ser su novia. Pero… ¿y a mí qué carajo me importaba lo que esa chica fuese para Jake?
─ Oh, no Billy, yo me marcho ya, llevo toda la tarde fuera de casa y Charlie debe estar preguntándose por qué tardo tanto, pero gracias de todos modos. ─ Dicho esto se aproximo al joven Black y alzándose de puntillas, le dio un beso en la mejilla.
─Hasta mañana, Bella─ contestó Jake mientras la joven salía por la puerta del garaje.
Decidimos no despertar a mi hermano, que andaba ya por el séptimo cielo, así que me acerqué hasta mis maletas, sin embargo Jacob no me dejó cargar con ellas, por lo que simplemente me dediqué a seguirle escaleras arriba. Se dirigió a través del pequeño pasillo hasta la última puerta del fondo, y empujándola con el hombro, pues sus manos estaban ocupadas con mis bártulos, la abrió.
─ Bueno, está es tu habitación, no es el Palace pero al menos la cama es bastante cómoda. ─ dijo con desdén tirando por el suelo las maletas y sentándose en el mullido lecho. Algo raro le pasaba…
La habitación al igual que toda la casa no se caracterizaba por ser demasiado grande, sin embargo los tonos anaranjados de la madera hacían de ella un acogedor y cálido lugar, la cama estaba situada justo en el medio y a ambos lados del cabecero unas pequeñas mesillas me custodiarían al dormir. El armario de madera era bastante grande y apuesto a que me sobraría espacio pues había dejado la mitad de mi ropa en mi antiguo domicilio. Pero lo mejor, a parte de la suave moqueta morada del suelo y el inmenso escritorio que se encontraba frente a la cama, era sin duda la gigantesca ventana que daba hacia el lado opuesto de la entrada. Las vistas eran maravillosas, y un enorme bosque se expandía ante mis ojos, La Push seguía siendo tan densa y verde como siempre y eso me gustaba.
─ Está bien Jacob, muchas gracias, me gusta.
─ Se me hace raro todo esto, ¿sabes? ─ habló repentinamente ─ nunca pensé que volvería a verte. Billy me contó por qué regresabas… y lo siento, pero ¿por qué te largaste sin despedirte de nosotros? ¡Toda tu familia vino el día anterior para decirnos adiós, pero tú ni siquiera telefoneaste! ─ ¿Pero qué bicho le había picado? Me quedé en shock mientras me escupía con ira toda la lista de "cosas que echar a Leah en cara".
Es cierto que no me despedí, ni de él ni de nadie, esos días me encerré en casa esperando a que llegase el día de mi marcha. Me sentía defraudada por mis padres y no quería irme, allí estaban mis amigos, a los que consideraba parte de mi familia, y me resultaba horriblemente duro recordarlos para siempre en una despedida inundada por las lágrimas. Así que me quedé en casa, llorando a escondidas y rememorando todos los buenos momentos que pasé con ellos. Sin embargo, eso no le daba derecho a hablarme de ese modo y mucho menos ahora, no tenía la cabeza para discusiones después de todo lo sucedido en las últimas dos semanas y el viaje me había dejado terriblemente exhausta.
─ ¿A qué viene ahora este numerito? Por favor Jacob ¡Teníamos nueve años!, ¡Supéralo!
─ Me parece que eres tú la que tiene más cosas que superar, así que mucha suerte en el intento. ─ Y tras esa puñalada en forma de palabras salió de la habitación dando un sonoro portazo.
Me quedé clavada un par de minutos en el mismo punto donde había estado durante la breve discusión, intentando comprender la reacción del que una vez fuera uno de mis mejores amigos. No logré sacar nada en claro así que para olvidarme del tema me di una rápida ducha y me vestí con el primer pijama que encontré en el revoltijo de ropa de mi maleta, abrí las enormes ventanas de mi habitación y me dejé caer bocarriba sobre las suaves sábanas. Al parecer no iba a resultar tan fácil empezar de cero, al menos Jacob me lo iba a poner difícil. Él me conocía, sabía que era fuerte, pero toda persona tiene un límite y yo, que siempre había sido un pedazo de hielo, estaba empezando a derretirme. No hubiese estado de más un recibimiento cordial por su parte, me hubiese dado un poco de ánimos… ¡Menudo imbécil!
Me revolví en la cama para mirar el reloj que latía encima de mi mesilla y me sorprendí al ver que marcaba las tres de la madrugada. Hoy tampoco dormiría, lo sabía. Hacía diez días que no pegaba ojo y las noches eran incluso más largas que los días, sólo que con más tiempo para pensar y revolcarse en las propias miserias. Me incorporé y me asomé al espeso bosque que parecía no tener fin en el horizonte y mientras lo escudriñaba recordé algo, la casita del árbol. Cuando éramos pequeños Jacob y yo solíamos ir allí, era nuestro "centro de mando secreto" y nunca informamos a los demás de su existencia. Ya que no podía dormir, estaría bien visitarlo o al menos averiguar si seguía en pie, aunque con la ira que guardaba Jake hacía mí, capaz era de haberlo quemado.
Abrí cuidadosamente la puerta después de ponerme unas viejas deportivas, y sin hacer ruido recorrí el pasillo hasta llegar a las escaleras. No pude evitar asomarme al cuarto de Jacob, parecía tan tranquilo y pacífico que resultaba chocante imaginar que era el mismo que horas antes gritaba exasperado en mi habitación. Bajé poco a poco los escalones y cogí del perchero de la entrada un enorme jersey gris que obviamente no me pertenecía y que me quedaba como un larguísimo y ancho vestido.
Salí al fin de la casa y en cuanto estuve a unos diez metros del porche corrí hacia la parte trasera adentrándome en un santiamén en el inmenso boscaje, seguí corriendo tan rápido como mis pies me lo permitían durante diez minutos y me detuve en seco frente a un gigantesco árbol. Allí estaba, escondida entre un veintenar de ramas. Trepé por ellas hasta encontrar la escalera de cuerda que fabricamos hacía ya tanto tiempo y ascendí temerosa hasta llegar a la puertezuela de la cabaña.
Estaba llena de polvo y la vegetación se había instalado dentro, pero a pesar de la poca visibilidad pude vislumbrar en el suelo un pequeño cuaderno de cuero. Me acerqué a él apartando algunos ramajos y me senté para ver su contenido. Dentro, un sinfín de fotografías decoraban las amarillentas páginas de la libreta, eran trocitos de mi infancia pegados con pegamento en un pedazo de papel, y allí estábamos todos retratados, en medio de la playa jugando a la pelota mientras un pequeño Jacob me pasaba el balón.
Cerré el pequeño librito sorprendida, y algo dentro de mí, quizá nostalgia, apareció, y con ella miles de recuerdos y momentos junto a mis antiguos amigos. No quería seguir allí con Jacob lanzándome miradas de odio, no quería seguir viviendo entre silencios sepulcrales cuando estuviésemos solos, sólo quería arreglar las cosas y empezar de nuevo, necesitaba rehacer todo lo que se había deshecho en tan poco tiempo, así que mañana hablaría con él y solucionaríamos las cosas a nuestro modo, sin disculpas ni ñoñerías, como antes.
Dejé el cuaderno en su sitio y regresé a la espesura para ponerme rumbo a casa, sin embargo, a los pocos minutos me di cuenta de que me había perdido.
─ ¡Genial!, ¡Lo que me faltaba por hoy! ─ bufé por pura desesperación.
Seguí caminando sin tener un rumbo fijo, traté de encontrar en la oscura noche alguna estrella que me orientase, sin embargo, para variar el cielo estaba completamente encapotado por lo que sobre mi cabeza solamente podía verse un enorme manto oscuro, me fijé entonces en los árboles y sus musgosas cortezas pero me detuve secamente al escuchar ruidos entre la maleza.
─ ¡Quién narices anda ahí! ¿Jacob eres tú? ¡Esto no tiene ninguna gracia!
No obtuve ninguna respuesta, excepto más sonidos inquietantes. El corazón me iba a mil por hora, pero fuese lo que fuese tenía que defenderme, así que agarré una gruesa y afilada rama del suelo y me puse en posición de ataque. Desde ese instante todo lo demás pasó demasiado deprisa, como si alguien hubiese apretado un botón de aceleración.
De pronto una mujer de cabellos dorados y ojos profundamente negros se encontraba gruñendo como una fiera frente a mí. Sus colmillos eran más largos de lo habitual y su tez era tan pálida que parecía estar esculpida en mármol, sus labios estaban tintados de rojo, pero no era pintura lo que los recubría…sino ¡sangre! Una palabra cruzó mi mente como un rayo justo antes de que se abalanzara sobre mí. ¡Vampiro!
Sentí sobre mi pecho su duro puño de piedra y salí despedida unos cuantos metros hasta que el tronco de un árbol se interpuso. ¡No había tenido tiempo ni para defenderme, era sobrehumanamente rápida! Me dolía todo el cuerpo, mis músculos estaban agarrotados y mi garganta tan seca que el sólo hecho de respirar ardía. De pronto, sentí un dolor atroz en la cabeza y comencé a marearme, algo caliente y espeso descendía lentamente por mi cuello y espalda. Me puse en pie con los ojos nublados ayudándome con el árbol que había detenido mi trayectoria y fui tambaleándome hasta el palo que reposaba a un par de metros de mí hasta sostenerlo de nuevo en mis manos.
Volvió a abalanzarse profiriendo un agudo chillido, pero esta vez no sé cómo, logré estampar contra su pétrea cara la rama, que inmediatamente se hizo mil añicos desintegrándose en el aire.
─ ¡Serás estúpida maldita loba! ¡Vuelve a tu territorio si no quieres que te arranque la cabeza de un mordisco! ─ Por lo visto sólo la había hecho cosquillas con el golpe, a pesar de que el palo estaba completamente destrozado, ni siquiera había un solo arañazo en su pómulo derecho.
Estaba a punto de caerme redonda al suelo, lo sabía, así que abrí las piernas con la intención de tener más sujeción y miré desafiante a la cosa que rugía frente a mí, si era mi hora lo aceptaría, pero no sin antes luchar. La rubia no se tomó demasiado bien mi actitud desafiante y enseñándome los dientes se lanzó de nuevo al ataque. Pude ver reflejado en sus ojos mi espeluznante final.
Mi sentencia de muerte estaba escrita.
Es mi primer fic, así que no seáis muy duros conmigo. Espero que no se os haya hecho pesado ya que el primer capítulo es bastante largo. Se aceptan comentarios, sugerencias y algún que otro tomatazo. ¡Ojalá os guste!
Hasta pronto
