Con esta sincera sonrisa, siendo capaz de recordar sin que duela; de poder vivir sin que cada segundo sin ti ardiera; de ser capaz de sonreir, sin que tú agarrases mi mano, ayudándome a aumentarla, recuerdo todo lo anterior pasado, cómo comenzó todo.
Era un día horrible, ni siquiera recuerdo si hacía sol o llovía cántaros. No me fijé, la verdad es que el tiempo no me importaba. Hacía días que eso carecía de sentido, que para mí la vida era quedarme en nuestra cama, abrazando el hueco en la cama en el que solías estar, tratando de aferrarme un poco más a tu olor, que cada vez se iba más y más.
Soul se había ido. Te habías ido, para no volver nunca más, por mucho que lo desease, por muy fuerte que le hubiese rogado en silencio a Shinigami-sama, no había servido. Ya no estabas.
¿Cómo empezó? Éso lo recuerdo nítidamente. Fueron momentos muy oscuros, en los que sufrí muchísimo, en los que vi como te marchitabas día a día, poco a poco, lentamente, aunque era inevitable. Éso está algo borroso.
Pero si recuerdo el primer síntoma, veníamos de recoger un huevo de Kishin. Estábamos cerca de conseguir las 99 almas y así convertirte en una guadaña mortal, pero, no sé por qué, acabaste muy cansado aquella vez, y te dolía mucho la cabeza.
-¡Vamos, Soul! -te insití.
-No es nada Maka, y los médicos no son nada cool -te volviste a negar.
-Ya lo sé, pero estoy preocupada. Llevas varios días con dolores -te recordé.
-¿Y qué?, ya se irán, además, no son nada cool.
-¡Maka chop! -te golpeé con un libro -. Iremos.
A rastras conseguí llevarte a la enfermería, donde te hicieron unas pruebas, aunque nos aseguraron que no sería nada. Lo más probable es que fuese por el estrés, ya que nos faltaba muy poco para alcanzar nuestro objetivo y tú te encotnrarías en tensión.
Tal y como nos habían dicho para tranquilizarnos, y lo que me dijsite para no asustarme, era por que estabas un poco cansado. Me recomendaron que te mimase, y que descansásemos unos días.
-Oye, Soul, ¿estás mejor? -te pregunté, acurrucándome contigo en el sofá.
-Claro -me dedicaste una sonrisa y besaste mi frente.
Pero no era verdad.
Después de ésos días de vacaciones pareciste mejorar, y yo me sentí aliviada. No quería perderte, después de todo lo que nos había costado empezar a estar juntos, admitir nuestros sentimientos y dejar a un lado la vergüenza, mi alma y la tuya se habían conectado completamente. Para siempre.
En nuestra última matanza, buscando a una bruja, te debilitaste muchísimo y, aunque conseguimos vencerla y engulliste su alma con gusto, acabaste físicamente bastante mal. Estabas hecho polvo, y la cabeza volvía a arderte.
-¡Soul! -exclamé al ver que te derrumbabas,
-No es nada -sonreiste -, estoy cansado, las armas también se cansan en las luchas.
-¿Seguro?
-Claro -asentiste, acercándome a ti para que nos besásemos.
Esa vez tampoco me quedé muy contenta, pero no protesté.
La aflicción continuaba, muchas veces cuando me despertaba en medio de la noche te encontraba en la cocina, derrumbado sobre la encimera y con los ojos abiertos como platos.
-Soul...,¿qué pasa? -alzaste la mirada y me viste.
-No puedo dormir – me confesabas.
Muchas de aquellas veces me quedaba contigo, nos íbamos al sofá a ver la tele, para entretenerte un rato y así que dejase de dolerte. Conseguía que te durmieses echado en mí, mientras te acariciaba el pelo, ayudando a que te relajases
Otros días tenías horribles pesadillas. Unos días te encontraba al día siguiente en la otra punta de la cama, en posición fetal, tratando de protegerte de algo que habrías visto dormido. Me acercaba a ti y te abrazaba por detrás, para darte seguridad. Otras veces me despertaban tus gritos, y tenía que sacarte de tu sufrimiento.
-Soul...-comenzaba susurrándote siempre -, ¡Soul! -decía más fuerte -, ¡Soul! -chillaba agitando tu cuerpo.
Al abrir los ojos chillabas asustado y casi me golpeabas, como si yo fuese lo que trataba atacarte. Yo agarraba tus brazos, hasta que te tranquilizabas y veías que era yo, y no otro, después te aferrabas a mí, totalmente asustado.
Por mucho que me insististe en que no eras nada cool los hospitales, conseguí llevarte a uno, y conté los nuevos síntomas. Esta vez se lo tomaron en serio, y te hicieron muchísimas más pruebas, para ver si podías tener muchas cosas diferentes.
Ésos días te reías de mí, burlándote de mi preocupación.
-Verás cuando en los resultados no sea nada -te reías.
-A lo mejor. Mejor prevenir que curar.
-Como no sea nada te diré `te lo dije´ -me sonreiste.
Cuando me notificaron ese tumor que crecía en tu cerebro no fui capaz de ir a por ti y, con una reluciente sonrisa, decirte "te lo dije". Aquellos días sólo quería que me lo hubieses dicho tú, que me hubieses hecho sentir estúpida y hubiésemos acabado peleándonos y tú con un libro sobre la cabeza.
El primer día no paré de llorar, en silencio, en un lugar en el que no me vieses, sintiéndome la más desgraciada del mundo. Iba a perderte, y lo peor de todo, es que sería progresivo, no pasaría de golpe, sino que te vería marchitarte poco a poco, en una cama de hospital nada cool, con sábanas blancas poco cool.
Aquel día me viste derrumbarme. Te levantaste de la cama y fuiste a la cocina, donde me encontraste hecha polvo. Intenté usar el viejo truco de " se me ha metido polvo en el ojo", pero como alma gemela mía, no podía mentirme. Me rodeaste con tus entonces brazos fuertes y me diste consuelo.
-No llores Maka, una técnico como tú debe ser fuerte -me sususrraste con dulzura.
-No quiero perderte, ahora que había conseguido convertirte en una guadaña mrotal, ahora que ahs conseguido tu sueño...
-Shhhh...Maka, siempre voy a estar contigo. Jamás te abandonaré -me promestiste.
Los primeros meses sólo tomabas medicación, y podías estar en casa. Aquellos días los aproveché como nada, fuimos de viaje a infinidad de sitios que siempre habías querido ir, comimos cosas extrañas, e hicimos deportes arriesgados. Pero fueron momentos breves.
Al empeorar, tuvieron que ingresarte. No me separé ni un sólo día de ti, cada segundo estuve contigo, entreteniéndote, peleándonos, diciendo tonterías...tratando de evitar lo invitable e intentando de olvidar lo que no se iba de mi mente.
Las últimas semanas de vida, apenas me hablabas, sólo me sonreías y me hacías gestos de cariño, para hacerme sentir que aún seguías ahí, aunque medio cuerpo estuviese ya en otro lugar.
Sucedió un frío marte, a principios de febrero, a las cuatro de la mañana. Fue el día en el que me miraste, como sólo tú sabías mirarme, hasta tocarme el alma y me dedicaste una sonrisa. Yo no dejé de apretarte la mano, mostrándote que seguía contigo, que no iba a dejarte, que me quedaría lo que hiciese falta a tu lado.
-Soul, te quiero -dije con la voz quebrada, viendo lo que venía.
-Yo también te quiero -me confesaste con tu último suspiro.
Cuando cerraste los ojos me sentí aliviada, porque dejabas de sufrir, y al mismo tiempo me sentí traicionada. Nuestro plan había sido sencillo, pasar la vida juntos, pero me traicionaste, y así estuve pensando hasta que un día cogí el teléfono.
-¿Sí?
-¡Hola cariño!, ¿cómo estás?, ¿por qué no cojes el teléfono?-escuché la voz de mi padre.
-Déjame en paz, papa -casi colgué.
-¡Espera, espera, espera! -dijo muy deprisa.
-¿Qué quieres?, no estoy de humor para tonterías.
-Hace algún tiempo me llegó un paquete para ti, pone "la lista..."
El auricular del teléfono se resbaló de mis dedos.
