Hola chicas… ¡Sí! Por fin después de mucho tiempo de estar ausentes venimos a dar lata nuevamente. No nos estábamos haciendo las locas, ni queremos dejar nada a medias, lo que pasa es que Chiquita Andrew andaba enfermita, y después pues llego la Guerra Florida… y entramos a participar como "Legión Andrew"

Es un grupo pequeño pero con muchas ganas de participar en el Candymundo, y venimos con serie de minifics describiendo los siete pecados capitales. Este trabajo fue presentado en la Guerra Florida 2015 y se hizo en conjunto con: Candy Fann, Chiquita Andrew, Kitten Andrew e Ishy que aquí en FF esta como Ishylinda.

Este es un trabajo que veníamos planeando desde hace mucho tiempo, y gracias al talento de las chicas del grupo pudimos sacarlo adelante. Está dedicado a todas las chicas de LEGION ANDREW por su apoyo en nuestras locuras, y a todas las chicas que nos dieron sus hermosos comentarios en la guerra, la verdad nos quedamos con un buen sabor de boca, espero que lo disfruten así como nosotras disfrutamos escribiendo.

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Los siete pecados capitales son una clasificación de los vicios mencionados en las primeras enseñanzas del cristianismo para educar a sus seguidores acerca de la moral cristiana. Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza.

Gula: Se conoce como gula ese mecanismo humano caracterizado por el apetito desmedido en el comer y el beber. Dentro de las normas de la religión cristiana, una persona que se deja llevar por sus ansias de comer y/o beber más de lo que su cuerpo necesita, está cometiendo un pecado capital.

Disclaimer: los personajes de Candy Candy no me pertenecen, pertenecen a Kyoko Mizuki y Yumiko Igarashi, este fanfic es de entretenimiento sin fines de lucro.

Los siete pecados Andrew: La gula

=Escapadas Nocturnas=

By Chiquita Andrew

Los pétalos de las dulce Candy y de las demás estirpes de rosas danzaban al compás de las ráfagas de viento. Día con día, las rosas perdían sus hermosos corolas anunciando que el otoño había llegado.

Dentro de la mansión Andrew reinaba el silencio, salvo el sonido del péndulo del viejo reloj que se encontraba en la sala principal, marcando las 3 de la mañana. Desde hace dos semanas atrás a la misma hora, unas pisadas se escuchaban bajando las escaleras, eran muy lentas y temerosas de ser percibidas. Poco a poco llegaban a su destino final: la cocina.

Con mucho cuidado, tratando de no tirar nada, el intruso nocturno encendió la luz. Una sonrisa se dibujó en su rostro; la cocina se había convertido en su lugar favorito desde hace días. Su olfato se había sensibilizado, podía oler el dulce aroma de las frutas de temporada, las especies que las cocineras ocupaban para darle sabor a las comidas y el penetrante olor a café que se había preparado esa misma noche. Su mirada lentamente fue recorriendo cada rincón de aquella cocina, hasta que llego a su objetivo principal: la nevera.

Su sonrisa se hizo aún más grande, el delicioso sabor del pastel de chocolate que había tomado como postre en la cena volvió a sus recuerdos, pasando su lengua por los labios al recordar tan exquisito sabor.

Una gran cantidad de comida se encontraba frente a sus ojos, simplemente era un paraíso… pero su mirada fue directamente a parar sobre el delicioso pastel de chocolate. Con mucho cuidado sacó la charola depositándola en la mesa de madera que se encontraba en el centro de la cocina. Tomó una gran rebanada de pastel y la depositó en un pequeño plato de porcelana, el cual iba a lavar terminando de comer, no quería dejar ningún rastro ya que eso le estaba funcionando para esconder sus asaltos nocturnos a la cocina. Si la tía abuela se enterara de que todos los días bajaba a comer algo se enfadaría, era mejor no dejar ninguna pista.

Sacudió la cabeza tratando de disipar esas ideas de ser descubierta y se dispuso a comer su rebanada de pastel. Tomó una pequeña porción y se lo llevó a la boca, cerrando los ojos sintiendo una explosión en su paladar… El chocolate siempre había sido su debilidad pero ahora lo sentía como su paraíso personal.

-Candy, ¿Qué haces despierta? –Dijo una voz proveniente de la puerta trasera de la cocina.

La rubia se atragantó al escuchar su nombre, por un momento se imaginó que la tía abuela la había descubierto. Como pudo se tragó el pastel y abrió los ojos de par en par.

-¡Dorothy! ¡Por poco me matas del susto! – Exclamó la rubia aun con el corazón latiendo como potro desbocado – Yo, sólo… sólo baje a la cocina porque tenía hambre. Y, y… no puedo dormir con mi estómago chillando de hambre – Dijo sonrojándose y jugando con sus dedos como una niña que acababa de ser pillada haciendo travesuras.

-Candy, no tienes por qué darme explicaciones, tú tienes todo el derecho del mundo de estar aquí; eres la señora Andrew, es tu casa. Si tenías hambre debiste llamarme, por eso soy tu mucama. ¿Quieres un vaso de leche?

-No hace falta llamarte Dorothy. Tú no tienes la culpa de mi hambre nocturna, yo puedo hacerlo. Eres mi mucama pero también eres mi amiga ¿lo recuerdas? Y sobre el vaso de leche… ¡Me encantaría!

-¡Candy, no cambias! – Dijo sonriendo, imaginando siempre a la pequeña niña que fue Candy, aunque ahora ya era la señora y dueña de la gran mansión Andrew. - Toma, un vaso de leche tibia para tu pastel, ¿Quieres otra rebanada?

-No, así está bien gracias, si como otra rebanada no podré dormir con tanta azúcar y Albert será el que pague mi mal humor por no poder conciliar el sueño - Recalcó acordándose como en días pasados estaba de pésimo humor por no dormir bien después de sus asaltos a la cocina.

-Ja, ja, ja ¡Ay Candy!

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Dos semanas más habían pasado y Candy seguía con sus asaltos diarios a la cocina. Por más que ella lo quería evitar su estómago lo pedía a gritos. Aunque Dorothy ya no la había topado, le dejaba un vaso de leche tibia, lo cual Candy agradecía mucho.

Esa era una noche importante para Albert, ya que uno de sus grandes socios venía a cenar con su familia a la mansión Andrew. La tía abuela y Candy habían realizado un excelente trabajo con la decoración y la selección de la cena, claro que el postre sería el favorito de Candy.

La rubia estaba muy feliz, ya que su papel como la señora de la casa lo estaba realizando muy bien pues la tía abuela no la había retado en ningún momento. Así que cuando ya estuvo todo preparado, subió a tomar un placentero baño de burbujas; el vestido que tenía para esa noche era divino. Ella nunca había tenido afán por la moda de la ropa elegante y cara, pero ese vestido era lo que toda mujer deseaba poseer. Así que, como la señora Andrew que era, tenía que estar bien vestida para el momento y que su esposo se sintiera orgulloso de ella.

Al final del baño, Dorohty la esperaba para ayudarle a vestir.

-¡Candy! ¡Este vestido es maravilloso! Te verás como una princesa.

La rubia sintió orgullo por haber escogido tal vestido.

-¡Sí! Es hermoso, espero que a Albert le guste, lo compre pensando en él – dijo en un suspiro.

-Estoy segura que al señor le encantara, pero hay que apurarnos: la anfitriona no puede llegar tarde a su fiesta.

-¡Sí!

Dorothy comenzó a maquillarla notando que sus mejillas estaban un poco infladas pero no dijo nada, tal vez era por el estrés que estaba sufriendo por organizar la dichosa cena de negocios, así que siguió con un peinado alto para poder disimular y que su rostro luciera más fino y delgado. Cuando terminó Candy lucia hermosa, su piel tenía un tono fantástico, a lo que Dorothy suspiró para sus adentros, tal vez había sido solo su imaginación y Candy seguía igual que siempre. El siguiente paso fue el corsé que no cerraba del todo… ¡Candy había subido de peso! ¡No era su imaginación! Como pudo, la mucama cerró el corsé y se dispuso a colocar el vestido. Y fue ahí cuando la cara de Dorothy se puso en blanco ¡El vestido no cerraba!

-Caaaan…dy

-¿Qué pasa Dorothy? – Preguntó la rubia sin preocupación alguna.

-Es… es… el vestido… ¡No cierra! – dijo tartamudeando.

-¡¿Qué?! – Se tapó la boca tratando de ahogar su grito - ¡No puede ser! ¡Debe haber un error! Si apenas hace un par de días me lo medí y me quedaba perfecto – replicó con furia. Caminó hacia el espejo y su cara se tornó completamente blanca, como si hubiera visto a un fantasma. El vestido no sólo no le cerraba sino que sus pechos eran enormes.

-Candy ¿Qué pasa? – preguntó Dorothy preocupada al ver la reacción de la rubia.

-Mis… mis… pechos… parecen… dos grandes ubres… ¡No puede ser! ¡Mis caderas… son más anchas! ¡Por Dios! – La rubia respiraba muy agitada, ella sabía la causa de todo y en sus pensamientos sólo había una explicación– Por Dios Candy… has engordado, todo es por ir todas las noches a la cocina y comer mucho… ¿Qué vas a hacer? Tranquilízate, piensa en algo. Tienes más vestidos. ¡Sí! Eso puede ser la solución.

-Candy ¿Estas bien?

-¡Claro! Debe de ser un error de la modista, por eso no me queda el vestido, pero no te preocupes tengo muchos vestidos más – dijo guiñando un ojo – ¿Podrías pasarme alguno que este igual de hermoso que este?

-Enseguida.

Cuando Dorothy comenzó a buscar algún vestido para la ocasión, Candy caminaba de un lado para otro. Ese momento de preocupación le causó que su estómago chillara de hambre. Era una sensación tan grande de comer que no podía reprimirla, necesitaba algo que comer o se volvería loca.

-¡Aquí esta uno igual de hermoso, Candy!

-¡Eh!

-Candy quita esa cara. No te preocupes este vestido es precioso, igual lucirás muy hermosa. Ven, vamos a probártelo.

A regañadientes reprimió su hambre; no era hora de comer, tenía que estar lista para la importante cena. Así que se dispuso a cambiar su atuendo, respiró profundamente y sonrió. Un vestido no iba a arruinar su día.

Dorothy se llevó la mano a la boca, el segundo vestido tampoco le cerraba.

-¿Qué pasa Dorothy?

-Tam… tampoco… cierra… este vestido – dijo entre susurros.

Candy abrió los ojos completamente, busco la silla de su tocador y se sentó. Esto era más que una pesadilla… había engordado y su ropa ya no le quedaba ¿Qué iba a hacer? La fiesta era en una hora y ella no tenía nada que le quedara. Lágrimas comenzaban a inundar sus ojos, pero eran lágrimas de coraje. Sus asaltos a la cocina habían surtido efecto; había subido de peso. Ella se había sentido un poco extraña pero no le dio importancia, ya que su mente estaba en otras cosas como para verse detenidamente en el espejo. Pero ¿por qué no se había dado cuenta? Su ropa habitual si le quedaba, bueno un poco apretada… pero le quedaba.

Su mente era un ir y venir de preguntas y respuestas, pero su mayor preocupación llegó súbitamente. ¿Acaso Albert habría notado que subió de peso? Y si fuese así ¿por qué no le dijo nada? Sus pensamientos fueron aún más allá de lo que esperaba haciéndola sentir poco atractiva. ¿Y si ya no le gustaba a su esposo? No, ella no podía permitir descuidarse; nunca había sido vanidosa pero el temor de no gustarle a Albert era más fuerte.

-¡Tengo que dejar de comer! – dijo para sus adentros.

-Candy, ¡Despierta! – refutó Dorothy, sacando a la rubia de su trance.

-¡Eh!

-No te preocupes, tiene solución. Soy muy buena cociendo, yo misma hago mi ropa, y si quieres puedo arreglar tu vestido.

-¿En verdad, Dorothy?

-Claro que si Candy, no soy una gran modista, pero debo admitir que tengo talento. Sólo no desesperes, tu vestido estará listo muy rápido. Y en cuanto a tu pecho, podemos disimularlo con otro corsé y un poco de maquillaje.

Candy respiró profundo, sintió como su alma regresaba a su cuerpo. Sobre todo por la idea de cambiar de corsé: ese que traía sentía que la ahogaba aún más.

Después de que Dorothy arreglara el vestido, no hubo ningún problema más. Candy lució espectacular en la cena y todos la felicitaron por su buen gusto.

Albert estaba orgulloso de su esposa, siempre se imaginó a Candy a su lado y amándola por el resto de su vida. Estaba tan feliz por su buena fortuna, pero si le pareció muy raro que Candy no comiera postre; a ella le encantaba y era su postre favorito. Y a pesar de que Candy le dijo mil veces que no tenía ganas de postre, su mirada hacia el pastel decía todo lo contrario. Algo estaba raro ahí y él iba a averiguarlo.

Eran las tres de la madrugada, Candy no podía dormir. Tristemente veía como su adorado esposo dormía sin ningún problema. Ella ya había delineado su hermoso rostro más de mil veces esa noche tratando de disipar sus pensamientos de comer. Pero si el rostro de su amado le quitaban las inmensas ganas probar el postre que rechazo muchas veces en la cena.

Sin hacer ruido, bajo de la cama y camino hacia el baño, se lavó la cara con un poco de agua fría pero ni eso la calmo un poco. Su ansiedad por comer estaba incrementando, trato de respirar muy lento y comenzó a dar vueltas en el baño pero al cabo de unos minutos decidió salir de la recamara e ir a su refugio personal nocturno: la cocina.

Con una pequeña vela en las manos, bajo y llego a su objetivo. Sin encender la luz, fue directo hacia la nevera y sin dudar ni un segundo la abrió y saco el resto de postre que había quedado de la cena, lo deposito en la mesa y con una pequeña cuchara de plata comenzó a comer directo de la bandeja. El sabor del chocolate en su paladar la hizo tranquilizarse pero no estaba satisfecha, el hambre que tenía era inmensa, así que siguió comiendo aun sin terminar lo que tenía en la boca provocando que su boca se llenara por completo.

La rubia seguía atragantándose con el pastel cuando vio que la luz de la cocina se encendió cegándola por un instante y una dulce voz replico en sus oídos.

-Candy, Pequeña ¿Qué haces?

La rubia se quedó en shock, como pudo se tragó el bocado que tenía en la boca: ¡No podía creerlo! Albert la descubrió en su peor momento: atragantándose de pastel y con la cara llena de chocolate. Sin duda una escena nada atractiva…

-Al… bert – susurro en un atisbo de voz y con los ojos llenos de lágrimas.

Albert se dio cuenta el dolor en los ojos de Candy, había sorprendido a su esposa en la cocina comiendo como desesperada. Sabía que Candy era comelona pero no a llegar a tal grado. Sin dudarlo camino hacia ella y la abrazo fuertemente haciendo que la rubia comenzara a llorar.

-Albert… no puedo, no puedo dejar de comer – decía entre sollozos – Esto que me pasa es más fuerte que yo, desde hace más de un mes por las madrugadas bajo a la cocina y comienzo a comer – llorando aún más fuerte – he subido de peso, mi ropa no me queda y mírame aun así estoy aquí atragantándome como un cerdo porque tengo mucha hambre… lo, lo, lo siento mi amor.

Albert acaricio su cabello y cargándola entre sus brazos la llevo a su recamara. Dulcemente la deposito en la cama y limpio su cara con la yema de sus dedos. Le dio un poco de agua para que bebiera y la arropo.

-Sé que no puedo ser atractiva para ti, mi cuerpo ha cambiado por completo y eso me aterra –dijo en suspirando y bajando la mirada a las sabanas de seda.

-Candy… a mí no me importa si tu cuerpo cambia, yo te amo por lo que eres, no por tu cuerpo, que también me fascina y para mi eres hermosa. Princesa yo te voy a amar en cualquier talla que tengas, lo único que quiero es que tú te sientas bien contigo misma. Me preocupa tus reacciones hacia la comida Candy y eso puede ser un trastorno que tengas mi amor. En cuanto amanezca iremos a que te revise un doctor. Pero no quiero que pienses que no eres atractiva para mi ¿Si? Porqué para mí eres la mujer más bella y atractiva del mundo.

-Albert – arrojándose a sus brazos – te amo, eres todo para mí. Y si quiero ir al doctor y curarme de esto que tenga. No es normal que yo quiera comer tanto y a cada rato.

-Debo de confesarte pequeña, que me había dado cuenta de tus huidas por las madrugadas pero quise darte un poco de espacio para ti, por eso no iba tras de ti. Pero desde ahora estaré más al pendiente de ti mi amor, superaremos esto juntos.

-Si mi amor – respondió la rubia dándole un beso en los labios.

-Entonces descansa, tendremos un largo día mi amor. Te amo Candy, eso nunca lo olvides.

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En la sala de espera del hospital la pareja de rubios estaban muy nerviosos, el doctor había hecho todo tipo de análisis a Candy y tendría los resultados.

-¿Señores Andrew? – dijo una enfermera.

-¡SÍ! – contestaron los dos en unísono.

-Pasen, el doctor los espera en su oficina.

La pareja se tomó de las manos y comenzaron a caminar hacia la oficina del doctor. Candy en particular sentir que las piernas le temblaban y transpiraba más de lo normal.

-Señores Andrew, tomen asiento por favor – dijo el doctor en lo que él tomaba asiento detrás de su escritorio de caoba.

Se hizo un silencio incomodo el cual fue Candy quien rompió de inmediato.

-Doctor ¿Qué es lo que tengo? ¿Por qué mi gran impulso a comer tanto? ¿Estoy enferma? ¿Es muy grave doctor?

-Tranquilícese señora Andrew – refuto el doctor al ver la impaciencia de la rubia.

Albert tomo la mano de su esposa y le dio un pequeño apretón tratando de tranquilizarla. Candy volteo a ver a su esposo y su bella mirada azul le dio paz y tranquilidad. Candy sintió que no necesitaría ningún tratamiento, la mirada de Albert podía calmarla de cualquier padecimiento que tuviera. Dio un suspiro y volvió la vista hacia el doctor.

-Señora, hemos hecho muchos análisis y no tiene usted ningún trastorno alimenticio, eso que usted tiene es normal para una señora recién casada – dijo en una gran sonrisa.

-Disculpe doctor, ¿Dice usted que mi esposa no tiene nada? – pregunto Albert levantando la ceja, ya que no entendió al doctor.

-Así es señor Andrew, su esposa está en perfecto estado de salud, lo único que tiene son antojos debido a su estado.

-¿Mi estado? No le entiendo doctor – contesto algo confusa.

-Así es señora. Señor Andrew, señora Andrew: Felicidades van a hacer padres – dijo el doctor sonriendo como un niño.

Candy de inmediato se llevó la mano al vientre y Albert sonrió de oreja a oreja. Después de unos segundos ambos se levantaron de sus asientos y se abrazaron. Olvidándose del doctor se dieron un beso en los labios.

El doctor carraspeo un poco sacando a los rubios de su burbuja de felicidad.

-Señora Andrew, tiene usted dos meses de embarazo, y su gusto por la comida es normal. Los cambios en su cuerpo son completamente normales. Solo tiene que tener una alimentación balanceada, evitar un poco los postres llenos de azúcar, pero no dejar de comer sus antojos. No tiene nada de qué preocuparse solo de cuidar mucho su embarazo y disfrutarlo al máximo. Y por supuesto tenemos que llevar un control mensual de su avance eso es todo, señora. ¿Alguna duda?

-Ninguna doctor – contesto muy feliz y sonriente la rubia – me quita un peso de encima, pensé que estaba enferma o que había caído en el pecado de la gula.

-Ja, ja, ja, como cree señora un embarazo no es ninguna enfermedad y su cura tarda nueve hermosos meses, disfrútelos.

Después de tener las indicaciones necesarias del doctor la pareja de rubios salió con un nuevo semblante en la cara. Y muy listos para su nueva etapa: ser padres.

-¿Pecado de la gula? – pregunto Albert con una sonrisa.

Candy se sonrojo y mordió su labio inferior.

-Si mi amor, excederse con la comida es un pecado y se llama Gula.

-Bueno, por esta vez estas exenta de ese pecado señora Andrew, pero de lo que no puedes estar exenta es de otro pecado que podemos hacer…

-¿Ah, sí? – dijo levantando una ceja y con una sonrisa coqueta - ¿Y cuál es ese pecado?

-La Lujuria amor… y eso lo podemos arreglar desde ahorita, Señora Andrew.

-¡Oh, Sr. Andrew, me encantaría! – exclamo cerrando un ojo y sacando la lengua muy coqueta.

FIN

Continuara el próximo pecado...

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Dejamos los links de las chicas de LEGION ANDREW para que puedan disfrutar sus trabajos individuales.

Ishylinda

u/5574561/ishylinda

Candy Fann72

u/5399541/CandyFan72

Chiquita Andrew

u/5520933/Chiquita-Andrew