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LA OTRA HISTORIA DE CORN
No recuerdo mis primeros tiempos. No recuerdo nada de esa época.
Las primeras imágenes que puedo evocar son borrosas, y en ellas veo a gente que huele a humo y a pieles sin curtir. El aire fuera hiela la carne al instante y todos están dentro junto al fuego. Son tiempos de oscuridad, de errar sin rumbo allá donde pueda encontrarse alimento para todos. Inevitablemente, los más débiles van cayendo. Primero los ancianos, luego los niños más pequeños.
Por comida me vendieron a unos hombres a caballo. Tras días de viaje, frío y viento, alcanzamos el pueblo, y allí fui de mano en mano hasta acabar en una casa que olía a pino nuevo, a resina fresca. Oigo niños. Tres. Me encantan los niños. Fueron días de luz.
Pero las risas de los niños se extinguieron y más tarde me entregaron a los hombres de hierro y seda. El más grave y serio me eligió para el deleite de su amante. Pero él se desposó con otra y ella renegó de mí. Huyó conmigo, y entre gritos de pena y llantos de rabia, me abandonó en el bosque.
El tiempo deja de existir para mí hasta que dos jóvenes, una pareja recién casada, me acogen. Son alegres, felices y brillan como la luz del verano.
Años más tarde, el hijo que han tenido se ha vuelto gris y reservado. Ya no le queda nada de la alegría de sus padres y la oscuridad empieza a llenar su alma. Yo intento ayudarle pero a veces no es suficiente. Él está a punto de quebrarse.
Y un día, cuando ya mi amigo parecía perdido sin remedio, la conocimos. A ella. Fue por pura casualidad, la verdad, y si tal cosa fuera posible, te diría que me enamoré al instante. Igual que él.
Aquellos fueron los mejores días de luz. Él volvió a brillar. Brillaba por ella y brillaba para ella. Él borraba sus lágrimas con una sonrisa (de verano, como la de sus padres), y con un gesto tierno de sus manos.
Pero entonces se nos dijo que debíamos irnos. Y ella quedaría atrás. No. No debe quedarse sola. Y mi amigo decidió por los dos. Me encargó velar por ella y aliviar su tristeza. No hubo más que lágrimas y pequeños corazones rotos el día en que nos separamos.
Y él se fue.
La vida con ella no es fácil. Siempre hay penas y congojas. Y desprecios y desaires. Siempre. Pero aún así, ella parece encontrar su propia luz una y otra vez. Dice que yo la ayudo a soportarlo, pero no es cierto, esa luz siempre ha estado en ella.
Un día el destino quiso reunirnos otra vez. Fue extraño. Él fingió no reconocernos. Sin embargo, fue como abrir una vieja puerta, puro ruido y estruendo, y su amor por ella volvió. Más fuerte. No se ha dado cuenta, pero yo lo sé.
Ahora él la busca, la ronda, casi hasta la acecha. No puede evitarlo.
Una vez trajo a alguien consigo. Ella es como yo. Pero no, ella está llena de amor, rebosante del amor de él. Nunca ha conocido la tristeza. Princesa, la llamaron. Huele a rosas…
Y yo tan solo espero. Espero el día en que él declare abiertamente que nos recuerda. El día en que admita que ahora la ama más de lo que la amó en su infancia. Espero el día en que él le diga el nombre por el que ella le recuerda. El mío.
Sí, me llamo Corn. Y esta es la otra historia de Corn. Aunque tú más bien dirías, la historia de una piedra.
