Sin esperar nada a cambio

Miguel miró por la sucia ventana de la cafetería donde se encontraba. Fuera llovía copiosamente. El cielo, teñido de gris, se le antojó muy similar a su estado de ánimo. Lo acababan de despedir.

Esa misma mañana Don Santiago, su jefe, le comunicó que la empresa tenía graves problemas financieros, y por eso se veía obligado a reducir personal.

De nada habían servido su puntualidad, los intentos por superarse a sí mismo cada día, ni las numerosas noches en vela que había pasado revisando informes para que su trabajo fuera impecable.

Pensaba en cómo y cuándo conseguiría trabajo, cómo pagaría el alquiler; y lo que más apenaba su corazón, cómo podría proponerle matrimonio a Patricia si ni siquiera podía comprarle un anillo de compromiso.

Un desagradable sonido lo sacó de sus pensamientos. Miró a su alrededor. El ruido provenía del hombre que estaba sentado a su lado y tosía con dificultad. Instintivamente el chico sacó un paquete de pañuelos de su bolsillo y se los entregó

_ ¿Se encuentra bien?-preguntó Miguel, preocupado.

_Sí, gracias-respondió el hombre después de beber un trago de café-Es usted muy amable.

Hizo ademán de devolverle el paquete, pero Miguel le dijo que se lo podía quedar.

El hombre miró su reloj. Se levantó, se acomodó un poco el traje, dejó un billete sobre la mesa y se marchó.

Miguel se quedó de nuevo solo. Se puso a mirar la televisión sin demasiado entusiasmo, intentando olvidar por un momento su triste realidad. Aunque lo que encontró allí no era mucho mejor. Había un pequeño de unos dos años. Sus ojos eran negros como la noche, su mirada resignada y estaba tan delgado que se adivinaban cada uno de sus huesos bajo la piel.

Su primera reacción fue mirar para otro lado, pues él ya tenía demasiados problemas para pensar en ese niño, pero al instante se sintió avergonzado.

Bajo la imagen apareció una palabra, "Apadrínalo" junto a un número de teléfono.

Cogió su móvil y lo HIZO. Lo hizo y se sintió más satisfecho de lo que había estado nunca.

Todas sus frustraciones habían sido eclipsadas por esa satisfacción que le producía poder ayudar a alguien sin esperar nada a cambio.

Pagó y salió rápidamente en busca de Patricia. Estaba seguro de que esa noticia le haría más ilusión que cualquier anillo de compromiso.

Estaba a punto de llegar a casa de su novia cuando se fijó en unos carteles pegados en una farola. Se paró y pudo leer: "Importante multinacional necesita personal." La dirección que mostraba se encontraba cerca de allí, así que pensó que ninguna persona en paro debería desaprovechar una oportunidad.

Llegó allí y una amable secretaria le indicó el camino hasta el despacho del encargado de personal.

Cuando abrió la puerta, se encontró con la cara sonriente del hombre que tosía en el bar. Entre sus manos descansaba un paquete de pañuelos.


Bueno, con este relato gané el tercer premio de un concurso de cuentos sobre la solidaridad. Espero que os haya gustado

Pau