Cada capítulo constituye una historia indepediente y puede ser leido como tal, el rating de cada historia varía pero se aclara al principio de la misma.

El Conde D prueba a domar caballitos del diablo.

Advertencia: No es muy gráfico pero el rating M está ahí por algo. Obviamente esto es un homenaje al trabajo de Matsuri Akino y no pretende ser nada más. Y este cuento en particular se lo dedico a un tipo al que le gusta hacer preguntas incomodas y que también nació en el año del caballo… Chico, aquí está tu respuesta.

Pet shop of Horrors

Dragonfly (Libélula)

赤蜻蛉 (La libélula roja-)
かれも夕が (De una u otra forma)
好じゃやら (Ama también la noche)
Del poeta japonés del siglo XVIII: Kobayashi Issa
(小林一茶).

María de las Mercedes, Mer para los amigos, nació el año del caballo a la hora del tigre después de un parto de 30 horas. Y, desde el momento en que su pobre madre puso sus ojos cansados en ella, la mujer supo que esa niña iba a ser algo serio. A su padre lo había embrujado desde el primer vistazo con su sonrisa desdentada, y desde entonces el buen hombre no había sabido negarle nada. Él fue el primero de muchos, para cuando ya no era ilegal mirarla de cierta manera Mer tenía una larga lista de corazones rotos a su espalda.

La chica siempre había conseguido cuanto había querido y pensaba que cuando alguien decía que no, lo que en realidad quería decir era que tenía que trabajar un poco más para conseguir lo que quería. Sus padres hacía tiempo que habían dejado de intentar sostener las riendas de su purasangre desbocado; pero su hermano, que era dos años mayor que ella, era un optimista y había tomado el relevo haciendo su mejor esfuerzo para controlar a la loca de su hermana.

Bruno era el único hombre que le daba afecto a Mer sin pedirle nada a cambio, por eso ella lo amaba sin reservas. Esa fue la razón de que cuando su mascota se puso enferma ella estuviera dispuesta a mover montañas para ayudarlo. Aunque de hecho odiara a la pequeña criatura que le disputaba el afecto de su hermano. La bestia era un horrible xoloescuintle, una especie de rata prehispánica que se suponía era un perro calvo. Un día había dejado de comer y Bruno se consumía junto con el trocito de vida que adoraba.

Visitaron a cuanto veterinario pudieron encontrar y ninguno pudo hacer más nada. Bruno estaba tan desesperado que ya estaba dispuesto a probar cualquier cosa. Quizá fue por eso que cuando un conocido de Mer sugirió una alternativa poco convencional, los dos encaminaron sus pasos hacia el Barrio Chino, en busca de la tienducha en donde les habían dicho encontrarían al hombre que sería respuesta a sus plegarias.

"¿Ese es?" susurró su hermano al verlo. El escepticismo de Bruno estaba bien justificado. Él o ella, sólo el diablo lo sabe de cierto, era una criatura delicada envuelta en un exquisito kimono de seda. Tenía su sedoso pelo negro cortado al estilo bob, unas uñas larguísimas y un par de intrigantes ojos dicromáticos. Mer pensó: '¡Qué importa que sea! Este tal D es lindo'.

El tipo aclaró que era un él y además decía que era Conde. Mer se quedó inmediatamente prendada del sujeto, le obsequió con su mejor sonrisa y una mirada coqueta. Eso solía ser suficiente para que la mayoría cayera rendido a sus pies, pero el muy grosero se limitó a ignorarla y se fue directo a examinar a la rata.

"¡Pero mírate! En que estado te has puesto. A ver, dime ¿Qué pasa contigo, preciosa?"

Usualmente Teoxihuitl era una perra en el peor sentido de la palabra y no dejaba que nadie más que Bruno la tocara. Así que Mer se relamió los bigotes pensando que la única respuesta que iba a conseguir el tipo era una buena mordida. Pero no, la bestia se le deshizo en mimitos en cuanto D la tocó, moviendo la colita y lanzando gemiditos. Mer observó el intercambio con cierta envidia, pensando que ni el triste animal era inmune al encanto del fulano.

"Dejó de comer hará ya cerca de dos semanas. Nadie se explica porque. Los médicos dicen que físicamente nada está mal con ella. ¿Puede ayudarla?" preguntó Bruno mirándolo esperanzado.

D miró a Bruno con su ojo dorado y dijo: "Realmente la ama."

Aquello no había sido una pregunta, pero Bruno movió afirmativamente la cabeza.

D sonrió enigmáticamente y dijo: "Su pequeña turquesa está perfectamente bien, sólo está asustada."

Mer parpadeó asombrada: "Uy que raro. Muy poca gente sabe que eso es lo que quiere decir el nombre de la perra en Náhuatl. Y ahora que lo pienso, ni siquiera le habíamos dicho como se llama el animal. ¿Cómo demonios lo supo?"

D miró a Mer con su ojo violeta sin molestarse en responder a su pregunta: "Y madame es la culpable."

"¿Pero qué diablos? Miente Bruno, tú sabes que a mí no me importa un comino tu animal. Si apenas lo miro. No voy a perder mi tiempo dándole sustos."

"Pues eso no es lo que me dice Teoxihuitl"

"¡Este hombre está loco! ¿De veras oye como qué el perro le habla? ¿Y qué le dice? ¿Acaso le ordena que mate a alguien o que se vaya a comprar un vestido nuevo?"

"Turquesa dice que esta… señorita," el Conde D hizo una pausa mirando a Mer con disgusto, encendió un pebetero de incienso y después continuó: "Le dijo que la estaban engordando para comérsela."

"¡Eso no es cierto!" clamó Mer, pero no pudo evitar ponerse roja. El olor del incienso la estaba mareando y en lugar de cerrar la boca, siguió hablando: "Yo… fue sólo una broma… Lo que dije es que en tiempos prehispánicos se los comían… pero nunca dije que..." No pudo terminar. Le estaban dando ganas de vomitar. Tuvo que sentarse.

Bruno la miró acusadoramente, después cargó a su rata, clavó sus ojos en los de Teoxihuitl y le dijo: "Mi adorable joya, sabes que nunca permitiría que te hicieran daño." La perrita batió las pestañas y le lamió la nariz. Entonces Bruno salió por la puerta sin mirar atrás.

Después de un minuto de estar en estado de shock, sin poder respirar, Mer se paró y se le lanzó a D con las manos en puños, dispuesta a partirle la cara; pero antes de que lograra ponerle un dedo encima un conejo con alas de murciélago se interpuso entre ellos. Fue entonces que Mer se dio cuenta que la tienda estaba llena de bestias raras. ¿Era verdad que las sombras de los animales se estaban alongando, asumiendo formas humanoides o es que la chica comenzaba a alucinar por el fuerte olor a incienso? Mer no se quedó a averiguarlo, le lanzó una mirada de desprecio a D y se marchó con la cabeza bien alta. Al salir tropezó con un rubio que se quedó embobado mirándole el pecho y que acabó pagando los platos rotos cuando la chica le dio una sonora bofetada.

"¿Qué diablos se trae esa?"

"Mi querido detective Orcot, uno pensaría que ya está usted acostumbrado a que lo abofeteen, especialmente por la delicada manera que tiene usted para referirse a las damas. Pero por una vez su apreciación es la justa; "esa", como tan coloquialmente lo ha dicho, "se trae" algo, detective. Y mucho me temo que va a ser un problema para mi pobre tienda. Algunas personas no entienden lo complicado que es vender sueños…" dijo D comenzando la diatriba que usaba siempre que quería dejar claro que nada extraño pasaba en su "pobre" tienda.

Leo lo interrumpió, ya había escuchado el discursito más de una vez y seguía sin convencerlo: "Pues que saque boleto y se forme en la fila. Yo también tengo un problema contigo. El jefe quiere que investiguemos que hay de cierto en los reportes de una comadreja come hombres que anda suelta por el parque y, por supuesto, al primer lugar al que se me ocurrió venir fue a tu tiendita de los horrores…"

"No se nada del asunto," dijo el Conde D conduciéndolo hacía la puerta.

"Traje pastel," aclaró Leo mostrándole la delicada caja de una de las mejores pastelerías de la ciudad.

"Oh, entonces pase, mi querido detective, y tomaremos el té."


Mer se había quedado en la cama por dos días, no podía dormir, no tenía ganas de comer; y, peor, su hermano no había ido a visitarla aún. A través de la puerta cerrada lo había oído hablando con su padre: "Es una mocosa malcriada. Esto no es más que una pataleta y, francamente, ya está muy grande para andar haciendo estos teatritos. Yo, por lo menos, no voy a caer en su juego."

La abuela le daba el beneficio de la duda, según la buena señora la chica andaba así porque estaba enamorada. Bruno bufó con sorna: "Es demasiado egocéntrica como para enamorarse."

A pesar de todo, la chica no culpaba a Bruno, no, la culpa la tenía ese mentado chino travestido que en mala hora le habían recomendado. La ira tuvo su lado positivo, la hizo salir de la cama. Al mirarse en el espejo se asustó, estaba horrible. La chica pensó: '¿Y qué esperabas después de dos días de llorar hasta cansarte? Pero eso ya se acabó. Y como dicen tampoco sirve enojarse, es mejor vengarse… Ese hombrecito no sabe la que se le viene encima. Juro que voy a verlo rogando de rodillas.'

Mer convenció a tres ex, no muy listos pero convenientemente musculosos, de que fueran el instrumento de su venganza. Pero el Conde D resultó ser más peligroso de lo que sus kimonos florales presagiaban. El tipo acabó con los tres musculitos sin sudar ni una gota. Después de hacer otro entripado y comerse dos litros de helado de chocolate para calmarse; Mer se dio cuenta que la venganza es un plato que se sirve mejor frío. Pensó: 'OK, es hora de cambiar de estrategia. Y en el fondo es mi culpa, no hay que mandar a un hombre a hacer el trabajo de una mujer. Todo el mundo tiene una debilidad, sólo necesito averiguar cuál es la de ese bastardo'.

Después de un par de días de vigilar la tienda la respuesta le llegó: El dulce. Ese hombre iba a acabar en el hospital con un coma diabético. La chica pensó: 'Genial, y yo le voy a dar el último empujoncito.'

D era un gourmet del dulce, le gustaba lo caro y lo exótico. Uno nunca debe ser tacaño cuando está en medio de una vendetta, así que Mer sedujo al chef pastelero del hotel M. Resultó que la chica era toda una musa, el chef se sintió inspirado y creó: Las alas plateadas de Mercedes. El nombre era cursi y el chef era demasiado dulce como para tragarlo; pero el postre prometía ser bueno, así Mer aguantó como pudo al chef hasta que tuvo entre sus manos un prototipo.

La chica estaba lista para el baile, vestida para matar, con la cajita rosa y blanco en la mano, salió rumbo al campo de batalla.

El tipo no parecía feliz de verla nuevamente en su puerta.

Mer pensó: 'Bien, que sufra el bastardo'. Mientras trataba de parecer inocente, algo nada fácil, considerando el vestidito que traía puesto, la chica dijo: "Lamento tanto la horrible manera en la que me comporté la última vez que nos vimos… Traje esto para pedirle una disculpa."

D mantuvo su cara de esfinge, pero sus fosas nasales aletearon como alas de mariposas y después de abrir la cajita el tipo estuvo a punto de gemir.

Mer pensó: '¡Te tengo!'

D le estaba sirviendo una taza de té de jazmín cuando Mer inició el ataque. "He pensado que sería bueno tener una mascota… ¿Tiene alguna sugerencia, Conde?" dijo la chica entrecerrando los ojos, descruzando sus largas piernas, quitándose una sandalia y deslizando el pie desnudo hasta que quedó a milímetros del suyo, rozándolo.

D la miró a la cara con una sonrisa extraña en el rostro. La sonrisa la puso a temblar y no sólo debido al miedo. "Bueno, Señorita…" dejo la frase en suspenso hasta que la chica respondió.

"Cierto, no hemos sido presentados. Puedes llamarme Mer, todos mis amigos lo hacen," dijo enrollando un rizo de cabello color miel en un dedo.

"Siendo así, Señorita Mer, me temo que en mi tienda no encontrará lo que busca."

"Oh, yo no estaría tan segura, soy muy fácil de complacer."

"Se ve, pero desafortunadamente, madame, como ya le dije, aquí no podemos darle lo que busca. De hecho, no veo ninguna razón para seguir haciéndole perder su valioso tiempo," dijo el Conde D mientras la tomaba del brazo y la conducía hacía la puerta.

Mer se quedó estupefacta, parada en la acera, con su diminuto vestidito y la sandalia que apenas había logrado rescatar en la mano. Cuando su cerebro volvió a funcionar pensó indignada: 'Me echó... Ése fenómeno de circo me acaba de correr de su tienducha.' Apretando los dientes, la chica desgarró su vestido y estaba más que lista para aullar: ¡Socorro! ¡Violación! cuando se lo pensó mejor: 'Seguro que no le gustan las mujeres. Con esa pinta que tiene el fulano, esa es la explicación lógica.'

Iba bajando las escaleras del porche cuando volvió a tropezarse con el rubio de la vez anterior.

Leo vio el vestido desgarrado antes de reconocerla, así que la ayudó a recuperar el equilibrio y preguntó: "¿Se encuentra bien, señorita?"

Pero Mer sí que lo reconoció, y también reconoció la caja de dulces que el tipo llevaba en las manos. El mundo es un pañuelo y el hotel M estaba forrándose de plata con los panquecitos. Así que la chica le espetó a Leo en la cara mientras corría en la dirección opuesta: "¡Quítame las manos de encima, puto!".

Leo se le quedó mirando mientras el Conde D abría la puerta: "D, te gusta rodearte de desquiciados. Esa fulana está loca de atar. ¿Cuál es su problema?"

El Conde D suspiró: "Dudo que incluso ella misma lo sepa; sólo espero que no termine por convertirse también en mi problema."


Mer no podía creerlo, nunca antes le habían negado algo que realmente quisiera obtener. Y nunca en su vida se había topado con un obstáculo que no pudiera remontar. Ella no era de las que se rendían. Así que se paseó arriba y abajo en su cuarto, pensando: 'Tiene que haber algo… Algo que pueda usar para llegarle a este tipo. El problema es averiguar que es.' La respuesta le llegó por una mezcla de determinación y azar que la habían hecho estacionarse cerca de la tienda del Conde D durante varios días con sus noches.

Y fue una de esas noches que salió disparada de su coche cuando vio salir al Conde con una capa oscura flotando detrás de su silueta recortada por la luna. El hombre había salido de su tienda usando una ventana y de un par de saltos se había encaramado en el techo de la casa de enfrente, justo como en una película de artes marciales de bajo presupuesto. No había ni como seguirlo, como no fuera en helicóptero. Regresó al coche pero se estaba quedando dormida, así que la chica volvió a salir y se quedó a esperarlo, temblando en el quicio de una puerta. La aurora estaba haciendo su espectáculo en technicolor cuando el tipo se dignó a volver con la respuesta chorreándole como un arroyito escarlata de los labios.

Cuando la chica volvió a casa se encontró un pandemonium. Sus padres estaban al borde de la histeria y su hermano estaba furibundo. En cuanto entró por la puerta comenzó a interrogarla: "¿Dónde has estado? ¿Por qué no llamaste?"

"Vaya, así que vuelves a interesarte en mí. ¿Qué pasó? ¿Tu joyita se fugó con un callejero?"

Bruno movió la cabeza: "Mer, estábamos muy preocupados."

Su hermano se veía realmente preocupado y Mer lo quería, así que trató de mentirle lo menos posible: "Fui a ver a un amigo, pero no estaba. Así que decidí quedarme a esperarlo, me quedé dormida y el tipo no llego hasta hace un rato."

Él la miró y preguntó: "¿Estás bien?"

Mer se encogió de hombros: "Sí," luego señaló el chichón que tenía en la frente y que se había hecho contra la puerta del auto cuando se sobresaltó al ver al Conde D saltando en los tejados: "No es nada serio, sólo estoy cansada." Su hermano y sus padres estaban tan aliviados de verla que sólo tomo un poco de persuasión para convencerlos de dejarla ir a acostarse.

Pero su cabeza estaba demasiado revuelta como para dejarla dormir. Mer rodó y rodó en la cama hasta que incorporó de un salto y se enfrentó a la chica en el reflejo preguntándole: '¿Por qué estás haciendo esto? Y no me vengas con esas mierdas de la venganza. Si quieres vengarte, contrata alguien que le prenda fuego a la tienda y olvídate del asunto. Estás obsesionada y ese tipo es peligroso. Así que dime: ¿Por qué estás haciendo esto?'

Su reflejo le respondió: 'Honestamente no tengo idea; pero no voy a rendirme. No soy de esas, voy a llevar esto hasta sus últimas consecuencias.'

Al menos en eso tenía razón, la chica no era de las que se rendían. La noche siguiente se fue a confrontar al Conde bebe sangre. No se molestó en ponerse vestiditos sexy, se puso sus jeans más viejos y su playera favorita, la del gato tendido al sol en la arena y sobre una toalla que decía Copurrtone.

Llamó a la puerta sintiéndose como una sonámbula.

El Conde D abrió sólo un resquicio de la puerta y tendiendo la mano a través de la puerta dijo: "Graciosamente acepto su disculpa, si es que viene nuevamente a eso…"

Esa noche no había regalito. El Conde D ya le estaba cerrando la puerta en la nariz cuando la chica se lo impidió metiendo un pie: "No vine a disculparme. Vine a hablar del problema que tiene con la bebida."

"No tengo idea de que está hablando," dijo D tratando de forzarla a que sacara el pie.

"Pues yo creo que sí. Y también creo que a la policía podría interesarle. Digo, con todos los asesinatos extraños que han estado sucediendo a últimas fechas. Y si no, pues está el Inquirer, me apuesto a que esto es un artículo de portada."

Él no respondió pero la dejó entrar. Mientras le servía el té dijo: "Dígame, entonces, señorita Mer. ¿En qué puedo servirla?"

"Puede comenzar por darme una taza de café, odio el té."

Él se paró y fue a la cocina.

Mer tomó el cuchillo que él había usado para cortar el pastel, lo examino, era bastante filoso. Mordiéndose el labio inferior y entrecerrando los párpados la chica se abrió el interior del brazo, donde éste se inserta con el codo. Se cortó lo más profundo que pudo y la sangre comenzó a manar de la herida, chorreando hasta la mano. Las criaturas de la tienda comenzaron a alborotarse.

"¿Pero qué crees que estás haciendo?" chilló él saliendo de la cocina con un delantal y la angustia pintada en el rostro.

Ella dio un paso al frente. Y él dio un paso atrás.

Mer se lamió el brazo, alzó la cabeza y dijo con una sonrisa: "Que raro, sabe dulce. Es un desperdicio dejar que se caiga en la alfombra ¿no crees?"

Él se quedó parado, viéndola como un venado ve las luces del camión que lo va a arroyar.

Mer continuó caminando hacía él y cuando llegó junto a D, le acercó el brazo y preguntó: "¿No quieres probar?"

Sus dos ojos se volvieron azul oscuro cuando él posó sus labios en la herida y comenzó a beber. Mer se reclinó contra él y pensó con una sonrisa malvada que debajo del kimono el cuate era definitivamente un hombre. Él fue subiendo por su brazo hasta la garganta y con un movimiento tan rápido que la chica apenas pudo verlo, una uña afilada abrió otro manantial. La chica dejó caer la cabeza hacia atrás, para darle un mejor acceso a su cuello, y dejó caer el brazo lánguidamente a su costado. La sangre estaba manchando el piso y las bestias de la tienda comenzaron a aullar.

Él olía a incienso y Mer volvió a sentirse mareada. Inhaló profundamente y giró la cabeza buscando más aire. Se dio cuenta de que no estaban solos. Estaban rodeados por una pequeña multitud de gente vestida de manera extraña. Bajo otras circunstancias quizá no le habría importado tener audiencia, pero un par de ellos con rasgos que sólo podía calificar de feraces le dieron un poco de miedo. Así que la chica ordenó entre dientes: "¡Fuera de aquí!"

El Conde D pareció estar de acuerdo, la llevó en brazos mientras caminaban por un largo pasillo. Un pasillo demasiado largo para estar adentro de una tiendita acunada entre dos edificios en una esquina del Chinatown. Él se detuvo en frente de una puerta y la abrió. De la nada habían aparecido frente a un estanque. El la recostó en el pasto, a la sombra de un sauce llorón, le pasó la playera por la cabeza y comenzó a desabrocharle el sujetador. Él estaba quitándose el kimono mientras Mer se preguntaba como podía caber un estanque tan grande en una tienda tan pequeña.

De pronto él se inclinó sobre sus senos y sin saber muy bien como Mer volvió a sangrar del cuello, el brazo y se descubrió una nueva herida en el pecho. La chica se desangraba en el pasto, pero el tipo la estaba llenando de otra manera y a ella no se le ocurrió protestar. Cuando él alzó la cabeza para besarla, pudo sentir el sabor a cobre en sus labios. Dos segundos después el mundo se fundió en blanco y la chica comenzó a flotar. Literalmente, podía ver el mundo discurrir debajo de sus cascos. Cuando se vio a sí misma y a él en la orilla del estanque un aleteo de miedo le subió por el pecho, sacudió su crin y relinchó. Sabía que se estaba muriendo.

"Realmente es una pena" bromeó la chica, susurrándole a D al oído mientras acariciaba su mejilla con su hocico: "podrías haber sido el único al que dejara encerrarme en un establo."

Él la miró a los ojos, apoyando la cabeza en su testuz mientras le acariciaba el largo cuello con su mano de uñas afiladas. Sus ojos volvieron a sus colores habituales mientras le reprochaba: "Mira lo que me has hecho hacer."

La chica resopló: "No tengo nada que lamentar."

Estaba batiendo sus cascos en retira cuando él la agarró de la pata delantera y la forzó a entrar de vuelta en su cuerpo. De golpe sintió mucho frío y un dolor tan intenso que la hizo recular. Sacó aire indignada a través de sus belfos y empezó a patear las paredes de su encierro, ni loca se iba a quedar en ese establo.

Él le acarició el pelo e intentó tranquilizarla. Después hizo un pase con la mano y apareció una flauta que no produjo ningún sonido cuando D sopló en ella.

La chica escuchó un zumbido, volvió la cabeza y se dio cuenta de que provenía de una nube de libélulas. Comenzó a luchar aún más contra las riendas que la sujetaban a su cuerpo moribundo. Siempre le habían aterrado los insectos.

Él continuó murmurándole palabras tranquilizadoras mientras la recostaba de lado, haciéndola pasar una de sus piernas por encima de su cadera, mientras él pasaba una pierna por entre las de ella. Pudo sentirlo besándole gentilmente la nuca mientras volvía a entrar en ella. Los rodeo un enjambre de libélulas, podía sentir como batían sus alas contra su piel y los rozaban con sus apéndices mientras él la tomaba. Los insectos volaban a su alrededor arqueando su abdomen y juntándolos, formando una especie de corazones. Las libélulas pueden verse hermosas, pero en realidad son pequeños carnívoros con feroces mandíbulas que pueden partir a sus presas en dos. Pero las mordidas de los bichos no eran nada comparado con las pequeñas mordidas de él en su nuca con las que acabó de vaciarla.

El grito final de la chica, a medio camino entre el dolor y el placer, se perdió en un mar de parejas azul-verde. Cuando las libélulas se fueron, el único que yacía en el pasto era el Conde D. Después de un rato, él se paró, se vistió, recogió algo que estaba debajo del sauce llorón con un suspiro y salió del estanque cerrando la puerta.


El detective Orcot estaba otra vez tomando el té en la tienda del Conde D. Y nuevamente le contaba con voz cansina acerca de la última desaparición misteriosa en su distrito: "… Así que ha estado perdida por una semana. No creemos que podamos encontrarla ya, al menos viva. Encontramos su auto a las afueras de la ciudad, hundido en uno de los estanques artificiales de un balneario abandonado. La familia sospecha de un nuevo novio, pero nunca lo vieron y esta chica tiene una lista más larga de ex-novios que nosotros de ladrones en la estación de policía. Descartarlos a todos como sospechosos va a ser una pesadilla. ¿No es extraño qué su hermano haya sido tu cliente, D? Incluso recuerdo haber visto a la fulana un par de veces por aquí."

"Detective, ya le he dicho lo que sabía. Esto es un claro ejemplo de Kamikakushi." dijo D encogiéndose de hombros.

"Sí, claro. Si hemos de creerte a ti, se la llevaron los duendes."

D lo ignoró y continuó sacudiendo la escultura colgante de bronce que estaba encima de la mesita de café.

Leo Orcot llevó la vista del extraño conejo volador que revoloteaba alrededor de D hacia la escultura. Con el ceño fruncido comentó: "Eso es realmente horrible. Una jaca flaca perseguida por moscas ¿quién pone eso como adorno encima de su mesa? Hasta quita el apetito."

"Sinceramente dudo que haya algo capaz de quitarle el apetito. Debo recordarle, detective, que esto no es un restaurante. Esa es una yegua purasangre, esas son libélulas y no la están persiguiendo, están retozando juntos."

Leo hizo un gesto despreciativo con la mano. Vale, la yegua parecía feliz, pero no le hacía gracia darle la razón a D, ni siquiera en eso. Así que alzó la ceja y dijo: "¿Retozar? ¿Quién usa una palabra como esa? Además da igual que sean caballitos del diablo, son bichos y los bichos son asquerosos."

"Detective, es usted un ignorante. Sólo un filisteo diría eso. Los caballitos del diablo son el epítome de la delicadeza y de la belleza salvaje," dijo D escondiendo una enigmática sonrisa detrás de su taza de té.

AN: ¡Chispas! Y ahí va un cuento con el que no me siento del todo cómoda. Puedo vivir con la primera parte, digo es casi clásica. Los griegos y romanos hacían que sus chicas se transformaran en arañas, arbustos o voces adentro de cavernas, así que ¿por qué no una yegua? Pero es lo de los bichos lo que realmente me incomoda… No estoy muy segura de que parte de mi subconsciente viene eso. Pero me sospecho que es cortesía de uno de esos manualitos de tortura tántrica que menciona una postura llamada la libélula. O quizá fue de un documental en donde ponía que las libélulas al aparearse forman una especie de corazón. Resulta que los odonotos (libélulas y caballitos del diablo -que en el fic he usado, incorrectamente, como término intercambiable) tienen un abdomen dividido en once segmentos, las hembras tienen los órganos reproductivos en el octavo y los machos en el segundo, así que ya se imaginaran las acrobacias… Y de ahí los corazoncitos, que por cierto no tienen nada que ver con la forma real de un corazón. En fin, que eso viene a demostrar que la naturaleza no es romántica, o quizá sí, dependiendo de cómo lo vea uno. Los que sí somos románticos somos los seres humanos, que vemos un bicho en su etapa de ninfa y le llamamos náyade (como los espíritus de los ríos). Y les hacemos poemas. Si hay por ahí alguien realmente interesado en aprender más del orden odonata: es decir de las libélulas (epiprocta) y los caballitos del diablo (zygoptera), les recomiendo las páginas de la Texas A&M University y del Slater Museum of Natural History. Y si les interesa el género del haiku y/o la poesía de Kobayashi Issa, en la wiki vienen links a algunos de sus poemas. También, y para acabar la diatriba: se agradecen los reviews.

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