Hola de nuevo. Comenzamos con un nuevo fic. Se trata de Confidente's diary. Como el título está en inglés, así lo voy a dejar. Recalcar una vez más que se trata de una traducción del fic de Sedgie (misma autora de Las flores del mal y Apariencia de vacaciones) Aquí no hay magia, ni Storybrooke, solo una mujer solitaria encerrada en su mansión con sus sirvientes. Una joven llega a esa mansión para rescatar a esta dama, según los propios sirvientes, de una "maldición". Como ya estamos acostumbrados a esta escritora, vamos a encontrarnos muchos sentimientos, mucho diálogo, y mucho amor, aunque el sexo en este fic es algo que sí vendrá, pero no es lo principal.

Espero que os guste. Ya me contareis.

Llegada

Newport, Vermont

Llovía a mares esa tarde de sábado. Ella se resiste a salir del taxi, pero ya no puede retroceder: había encontrado un trabajo, y en estos tiempos difíciles, no podía renunciar a esa oferta providencial.

«¿Va a bajar?» le cuestiona el chofer, golpeando nerviosamente su volante.

Como si esos minutos extras en el cuentakilómetros fueran a preocuparle, piensa ella. Traga saliva, esperando calmarse, antes de que el chofer la saque del coche.

«Son 80 dólares» concluye él

¿Qué se creía? ¿Que porque iba vestida como una vagabunda, no tenía dinero para pagarle? Levanta una ceja, antes de abrir su bolso y sacar sus últimos billetes. A pesar del poco entusiasmo del hombre, le da cinco dólares de propina, los últimos. Le tiende los billetes que él agarra sin demora. Los recuenta ávidamente, y se para en la propina que le acaba de dar. Él frunce el ceño, con una mueca, mitad de desilusión, mitad fanfarrona. Ahora, solo está esperando una cosa: que ella salga del taxi para ir a gastarse esa pequeña recompensa en el primer bar.

Ella alza la mirada al cielo que parecía oscurecerse cada vez más, para su tristeza.

«¡Bien, entonces!» se impacienta el chofer que, si no hubiese tenido miedo de mojarse, él mismo habrá abierto la puerta y la habrá sacado del taxi.

Ella suspira y abre la puerta dejando entrar una brisa fresca que la hace temblar. Sonríe y se da prisa en sacar su equipaje del maletero, gruesas gotas se cuelan por el cuello de su chaqueta, sus cabellos sobre el rostro, reduciendo su visión a un metro escaso. Con dificultad, saca la maleta, y apenas cierra el maletero, el coche arranca precipitadamente, salpicando a la joven y manchando sus pantalones de barro.

«¡No puede ser cierto!» gruñe intentando limpiarse las manchas pasando las manos por ellas , pero el resultado fue peor: había expandido las salpicaduras «Perfecto…» suspira sarcásticamente.

Se detiene ante las inmensas rejas de la entrada. Nunca había visto semejante pórtico. Busca un interfono, pero nada. Reza para que las puertas estén abiertas y no tenga que desgañitarse gritando para que alguien le abra. Intenta empujar las pesadas rejas y, con alivio, constata que no están cerradas.

No se toma el tiempo de mirar alrededor, y apenas ve el largo camino que conducía a la mansión. Corre tanto como puede arrastrando su equipaje hasta el umbral de la entrada. Es en ese momento cuando se da cuenta de la inmensa mansión que tiene delante. Anchas puertas de madera maciza, talladas con los escudos de armas, al parecer, de la mujer que vivía ahí. Nunca había visto una mansión como esa. Parecía que el tiempo se había detenido en ella: solo la hiedra y las grietas de la pared testimoniaban la erosión y el tiempo que pasaba.

Allí tampoco había timbre, y tiene que tocar en la puerta. Pero sus débiles puños parecen no tener fuerza frente al grosor de la puerta. Entonces toma la aldaba de metal, herrumbrosa desde hace tiempo, y con un sonido metálico, llama a la puerta.

Tiritando de frío, reza para que alguien se dé prisa en abrir, imaginándose poder encontrar calor y bienestar en esa mansión. Y al cabo de un largo minuto, la puerta se abre con un lúgubre chirrido.

Ella inclina la cabeza y se sobresalta cuando un hombre anciano saca su cabeza «Buenos días»

«¡Wow! ¡Euh, buenos días…yo…soy Emma…Emma Swan, me es…!»

«Entre» dice él apartándose

Ella duda unos segundos antes de que un trueno y un relámpago no la hagan entrar de un salto en la mansión. Cuando la puerta se cierra detrás de ella, se siente inmediatamente asfixiada: en el interior, el hall de entrada es gigantesco: colgadas en las paredes, inmensas pinturas en las que se representaban tanto escenas de caza como escenas de cruentas batallas. Esculturas de madera por todos lados, dando al interior una apariencia más antigua. En el suelo, el parqué gastado crujía a sus pasos. Visiblemente, la persona que vivía aquí era muy rica, pero completamente desinteresada en el mantenimiento de la mansión: el polvo se acumulaba sobre los muebles, la madera no había sido encerada ni lustrada desde hace años, proporcionando un color apagado al jaspeado. En cuanto a las enormes ventanas y a sus cortinas, ninguna de las dos cosas habían sido lavadas desde hace tiempo.

Cuando levanta la mirada, las arañas, seguramente de cristal, parecían fijas en el tiempo. A continuación, baja mirada y se avergüenza de la huellas de agua y barro que se acumulaban alrededor de ella, ensuciando el parqué.

Esboza una mueca de turbación, aún más cuando el hombre la mira de arriba abajo, y frota de forma mecánica sus manos mojadas sobre su chaqueta que, sin embargo, lo era todo.

«Voy a avisar a la Señora» dice él con un tono monocorde y lúgubre, encajando perfectamente con el decorado, piensa Emma.

Ella no pronuncia ninguna palabra, haciendo solo un ligero gesto con la cabeza. No se atrevía a moverse por miedo a expandir el barro que tenía en las botas, pero picada por la curiosidad da varios pasos hacia delante: una imponente escalera, de unos treinta anchos escalones, se bifurcaba en dos en lo alto, una hacia la izquierda, otra hacia la derecha. Al final de la misma, un pared que tenía la apariencia de haber acogido en otro tiempo un gran cuadro, pero que había sido quitado de ahí, quién sabe por qué razón. Al final de cada lado de la escalera, comenzaba un corredor y una puerta al extremo que Emma pensaba que se trataría de las cocinas y de las habitaciones del personal…¡Porque tendría que haber servicio en una mansión como esta!

Avanza y descubre una estancia a cada lado: a la izquierda, lo que parecía un enorme comedor con una mesa de madera maciza y ocho sillas a su alrededor. A la derecha, lo que parece un salón con un piano que ya no tenía ni edad, un arpa que solo parecía estar ahí como decoración y anchos sillones que, si no estuvieran tan polvorientos, parecerían mullidos y confortables. Por supuesto, debía haber otras estancias en la planta baja, pero se imaginaba que en la planta de arriba estaban las habitaciones y los cuartos de baño. ¿Habría una planta más abajo? ¿Estaría allí su cuarto de criada?

Una criada…Jamás lo hubiera pensado. Oh, por supuesto, no había trabajo indigno, pero sus estudios le habían prometido un brillante futuro en el derecho. Pero estos tiempos difíciles y el mercado de trabajo tan competitivo habían triunfado sobre sus deseos. Boston bullía de trabajo, cierto, pero nada que la hiciera alguien económicamente independiente.

Entonces había pensado en trabajos que ella llamaba «2 en 1»: trabajos que requerían que estuviera en un lugar fijo, con estancia y manutención, y, por supuesto, pagada. Se había inclinado por trabajos de niñera o de au pair… Pero las familias exigían competencias que ella no tenía.

Entonces, no sin algo de rechazo, se decanta por los de sirvienta. Buscó por los lugares en los que ese tipo de demanda de empleo se daba… Pero nada que satisficiera sus deseos: salarios de miseria, y ninguna garantía de ser alojada…

Después, llegó esta oferta de empleo, que parecía venir de ninguna parte: mientras hacía las compras, el panel en el que la gente colgaba sus anuncios de venta de objetos o vehículos, de demandas de empleo de todo tipo, llamó su atención sobre una oferta de empleo atípica: escrita sobre un trozo de papel que parecía un pergamino, la escritura caligrafiada a mano, decía: «Se busca una joven para cuidar una mansión en el norte de Vermont. Alojamiento, manutención, dos días libres a la semana. Discreción y silencio son recomendados. Salario: 2000 dólares al mes»

Vermont no era su destino favorito, pero ¡sea! Salario más que decente, además de ser alojada y con manutención…Emma no podía pedir nada mejor. En cuanto a la discreción y al silencio exigidos…Debía aclimatarse a eso. Había arrancado el papel y había llamado al número que figura en la parte de abajo del papel. Una voz taciturna y fatigada le había respondido, se trataba ciertamente del hombre que le había abierto la puerta. Nada de pedirle referencias, contactarían con ella en los próximos días. Finalmente, al día siguiente, el hombre la telefonea dándole la dirección así como la hora de la cita.

Ella había puesto todo en ese trabajo: poco importaba su naturaleza, pagaban bien, y la llevaba lejos…Era todo lo que importaba. Devuelve su pequeño apartamento, hace sus maletas y se marcha a bordo de su escarabajo amarillo, el que la había estado con ella desde que se sacara el carné a la edad de 16 años. Pero el viejo coche ya estaba en las últimas y entrando en Vermont, da sus últimos signos de vida echando un humo blanco, que según los expertos, es peor señal que el humo negro.

Al no tener dinero para hacerlo reparar, le dice adiós en un taller a la entrada de Newport. De allí, toma un taxi para llegar a la mansión bajo una tromba de agua.

Y aquí está, tiritando en el hall de esta inmensa mansión. Ahora comprende por qué el salario es tan alto: tal superficie requerirá una paciencia y una saber hacer que ella probablemente no tendría. En algunos días, la propietaria se daría cuenta y la echaría sin excusas. Pero al menos habría aprovechado algunos días de calefacción, de una cama y de un techo sobre su cabeza.

Pero debe mantenerlo: lo había dejado todo por ese trabajo, y queda fuera de toda cuestión que sea echada a la calle, con el invierno ya encima.

«¿Señorita?»

Sale de sus pensamientos y ve al hombre en lo alto de las escaleras

«¿Sí?»

«Sígame»

Duda por un momento y se descalza antes de quitarse la chaqueta y colgarla en lo que parecía un perchero. El hombre frunce el ceño, perplejo, antes de conducirla a la planta de arriba. No se ofrece para subir sus maletas…Además, ¿quién lo habría querido? Una mochila y dos grandes maletas mojadas y, seguro, que también todo su contenido.

Toman la escalera de la izquierda y suben a la primera planta, y se adentran en un ancho pasillo: a un lado las balaustradas que daban al hall de la entrada, y por el otro, una pared con cuatro puertas.

«¿A dónde me lleva?» le pregunta febrilmente Emma que esperaba dormir en el subsuelo

«A su habitación»

La conduce hasta la puerta más alejada, al fondo del pasillo. Abre la puerta y la deja pasar. Ella que se esperaba un cuchitril, o pensando algo mejor, una habitación de criada, dijo dejado caer las maletas «¡Wow…!»

«¿Le gusta?»

«Es solo que…esta habitación es dos veces más grande que mi antiguo apartamento…En fin si así se le puede llamar a aquello»

«Cierto» dice él antes de entrar. «Aquí está su cuarto de baño, completamente independiente, por supuesto»

«¿En serio?»

Se adelanta y descubre un cuarto de baño en mármol blanco y dorado, un bañera…¡Nunca había tenido bañera! Anchos espejos en la pared y un conjunto de toallas, guantes y albornoz en conjunto con la decoración.

«¿Le va bien?»

«Pero…yo…¿Por qué esta habitación?»

«¿Qué quiere decir?»

«¿No se supone que soy una criada y tendría que dormir en una habitación en las entrañas de esta mansión?»

«No comprendo» dice él frunciendo el ceño con un gesto interrogativo «Usted no será una criada»

«¿Ah, no? Entonces, ¿qué soy?»

«Será la dama de compañía de la Señora»

«La dama de…Espere…¿No será un término políticamente correcto para decir prostituta, no? Porque yo no hago ese tipo de cosas…»

«No se trata de nada de eso. Su tarea será esencialmente entretener a la Señora con vuestra presencia o simplemente de estar ahí para ella, de satisfacer sus deseos, caprichos e intereses»

«Sí…en resumen, soy la criada personal de la Señora… ¿Con beneficios?»

El hombre frunce el ceño y se gira, antes de dejar la habitación, se para «Si no desea el puesto, podremos arreglar su vuelta al pueblo»

«¿Qué? No, no. Está bien, de verdad»

«Bien. La dejo para que se instale. La cena se servirá a la siete en punto»

«¡Espere!»

«¿Sí?»

«¿Cómo debo llamarlo, su nombre?»

«Marco, me llamo Marco» dice antes de cerrar la puerta.

Emma se encuentra sola en esa inmensa estancia de color madera y burdeos. Al lado, la cama de baldaquino con cortinas de terciopelo de color burdeos, como solo se ven en las películas de época.

Grandes alfombras en el suelo, cortinas en gruesas barras. Enormes ventanales, e incluso un balcón solo para ella que daba sobre un jardín ajado, en consonancia con la casa: sin cuidar, dejado casi en el abandono. Puede ver a lo lejos los vestigios de algunas manzanas, e incluso de una fuente de piedra, seca desde hace tiempo.

Deja vagar su mirada una vez más por la habitación: encuentra un escritorio, armarios, cómodas, pero también cuadros y otros objetos de decoración llegados de otro tiempo. Deshace sus cosas que coloca con precaución en los armarios.

Saca su ordenador portátil, único vestigio de una vida más cómoda, y lo deja sobre el escritorio. Lo abre, sin demora, pincha sobre un fichero en el cual había un documento.

«He llegado bien a Newport, Vermont. Es la primera vez que pongo los pies aquí y ya siento, en este mes de septiembre, que el invierno será muy duro. El pueblo es agradable: una típica ciudad portuaria con sus grandes avenidas comerciales, con sus escaparates y vitrinas adornadas según la estación. Pronto los colores otoñales deberán revestir las calles, las farolas y todo lo demás…¡Puede ser bonito! Tengo ganas de ver el periodo de Navidad…en fin, si todavía estoy por aquí…

Acabo de llegar a una casa que yo calificaría de…mansión. En serio, ya había visto esto en películas, normalmente en thrillers o películas de terror en la que la chica bonita muere tontamente en primer lugar…¿Puede que no pase la noche?

En fin, solo estoy desde hace 20 minutos y si no me lo hubieran dicho, pensaría que habría dado un salto en el tiempo. Sí, eso es: el tiempo parece haberse detenido a comienzos del siglo XX y en la Inglaterra victoriana.

Todavía no he visto a la propietaria. El mayordomo, bueno, creo que se trata de él, no la llama sino Señora…No conozco ni siquiera el nombre de quien me contrata, es raro por lo menos. Además, acabo de saber que, aquí, seré dama de compañía…Acabo de desembarcar en una casa en la que una misteriosa madame contrata a jóvenes inocentes como yo para servirse de ellas como carne fresca para los turistas de paso…No, seamos positivas: ¡no hay turistas aquí!

De todas maneras, tengo ganas de visitar el lugar, parece que hay una multitud de estancias para descubrir, y espero conocer a los otros habitantes de esta casa…Espero no estar sola con Marco, el mayordomo que tiene un aspecto tan jovial como una tumba»

Apaga su ordenador y suspira: tantas cosas se le presentaban en la actualidad y tenía ganas de descubrir que le puede ofrecer este nuevo entorno. Echa un vistazo a su reloj: todavía tiene dos horas antes de la cena. Se desviste y se hunde en un baño caliente y relajante….Sí, parece que ha dado con el trabajo del siglo.

Después de haber dejado a la joven en su habitación, Marco se dirige con paso apresurado a la otra ala de la mansión, descendiendo las escaleras, y tomando las de enfrente. Desliza sus pies evitando hacer ruido y se para delante de una puerta sobre la que hay grabado una corazón coronado. Toca dulcemente una vez, después dos, antes de que una débil voz le invite a pasar. Empuja la pesada puerta que hace un lúgubre chirrido y avanza algunos pasos hacia el interior de la habitación inmersa en la obscuridad, solamente alumbrada por algunas velas, aquí y allá y el fuego que crepitaba en una gran chimenea esculpida en piedra. Delante, un imponente sillón daba la espalda al mayordomo, pero no necesitaba saber hacia dónde hablar, ella está siempre en ese sillón.

«Señora…ella está en su habitación»

Una voz ronca se alza entonces del sillón «¿Cómo es?»

«Muy joven, de estatura media, rubia. Sus maneras no son muy nobles, pero…creo que hará el trabajo»

«¿Vos creéis?» silba la voz

«Yo…ella no está mal»

«¿Su nombre?»

«Emma. Emma Swan»

«Swan…» murmura la voz, como una brisa espectral «¿Es curiosa?»

«De momento no ha preguntada nada»

«Bien. Esperemos que permanezca más tiempo que la precedente»

«…« Marco se muerde el labio inferior, frenándose para no decir lo que pensaba «¿Deseáis cenar esta noche?»

«Como habitualmente»

Sabe que la conversación ha acabado de momento. Se despide, aunque ella no puede verlo, y deshace el camino, discretamente, sin un ruido. Cierra la puerta y se dirige a la cocina.

En la habitación, el fuego comenzaba poco a poco a morir. Una estilizada mano coge un tizón y mueve los troncos haciendo que el fuego vuelve a recobrar vida, desprendiendo algunas brillantes chispas.

«Bien…Parece que tenemos una nueva invitada….» murmura ella, mientras que uno de los troncos se parte en dos con un crujido seco que hace surgir algunas chispas fuera del hogar. En las comisuras de su boca se dibuja una ligera y discreta sonrisa «Interesante»

Como veis este primer capítulo es introductorio. Se nos ha presentado a Emma y el escenario de la historia. Pero quedan muchas cosas por delante.