No poseo Bleach, ni ninguno de sus personajes, aunque Kaoru es mía.

ES IMPORTANTE QUE LEAN ESTO: Escribí este fic el año 2010, así es que el estilo es más básico que en mis trabajos más recientes. Había visto solo algunos capítulos de la serie y ya me había enamorado de Byakuya. En total, en toda mi vida solo he visto unos 80 capítulos de la serie, lo cual explica las incoherencias, que pueden ser muchas. En fin, es casi el primer fic que he escrito, pero quiero publicarlo, así es que aquí vamos. ¡Están advertidos!


―Hemos terminado con el chequeo ―dijo Retsu Unohana a una paciente―. Puedo certificar que te encuentras en perfecto estado de salud.

―Gracias ―dijo una mujer joven, incorporándose en la camilla y volviendo a acomodarse el uniforme.

―¿Estás segura de esto, Kaoru―chan?

―Lo estoy.

―¿Realmente? ―dijo la capitana, alzando el mentón de la muchacha con una mano.

―Estaré bien. Además, si me rompo, puedo repararme. Tú me enseñaste cómo ―respondió la joven, agregando a sus palabras una sonrisa de fondo triste.

―Esto no me gusta ―agregó la capitana, soltándole el mentón para tomarla de las manos y ponerla de pie. La muchacha era muy bella. Tenía su misma estatura, el cabello largo, negro con reflejos azulados. Tenía unos ojos de color azul oscurísimo, como el mar en sus zonas más hondas y lejanas. Y así eran, profundos y melancólicos, como el canto de las sirenas. La piel blanquísima, los rasgos y las manos muy finas, características sin duda nobles, aunque con cierta resemblanza a los de la capitana―. Llevas demasiado tiempo en el mundo de los vivos, temo que no te adaptes.

―No te preocupes.

―Al menos déjame acompañarte.

―No es necesario. El vendrá por mí.

En ese momento se escuchó que alguien se aclaraba la garganta desde la puerta. La capitana soltó bruscamente las manos de Kaoru y ambas miraron hacia la puerta, como si las hubieran sorprendido en un mal paso.

―Esteee... Buenos días, Capitana Unohana. El Capitán Kuchiki me ha enviado a retirar un paquete ―dijo Renji, algo cortado. Hubo un lapso de silencio, en que la sorpresa de las mujeres se trocó en desazón.

―Ah, pues veo que sus modales no han cambiado nada en sesenta años ―señaló la capitana con una sonrisa de dientes apretados. Su reiatsu pareció dispersarse por la habitación en tono tan poco amable que casi parecía maligno y acabó por asustar un resto a Renji. Ello sólo acabó cuando Kaoru tocó la mano de Retsu.

―No hay que matar al mensajero. Está bien ―le dijo, con voz suave.

―No, no lo está, no debería ser así ―replicó la capitana, moviendo la cabeza de lado a lado, en un gesto profundamente contrariado que Renji no le había visto jamás.

―No te preocupes. Estaré bien ―concluyó la muchacha tomando un pequeño bolso, para agregar, en tono de despedida.― Espero contar con tu bendición, madre.

―¿¡Madre!? ―exclamó Renji en el colmo de la sorpresa, pero nadie pareció prestarle atención.

―Ve con cuidado, hija ―dijo Retsu, tomando las manos de Kaoru y besándola en la frente.― ¿Teniente Abarai? ―agregó volviéndose hacia Renji.

―¿Sí? ―replicó éste con un miedo apenas disimulado.

―¿Me harías el favor de darle un recado a tu capitán?

―Claro.

―Dile que habría esperado que retirara "el paquete" por sí mismo y sin intermediarios. Dile también que le envío dicho paquete en perfectas condiciones y que si me ha de ser devuelto, espero que venga tal y como... se lo entregué ―había un claro tono amenazante en sus palabras, no de bruja amable, como siempre, sino de alguien que se haya haciendo algo profundamente a disgusto.

―S―se lo diré ―contestó Renji, con una reverencia, mientras Kaoru caminaba hacia él.

―¿Kaoru? ―dijo aún la mujer.

―¿Sí?― se detuvo la joven, sin volverse a mirarla.

―Si por cualquier motivo no te sientes a gusto, las puertas del Cuarto Escuadrón siempre estarán abiertas.

―Lo sé, mamá, estaré bien ―murmuró la chica volviéndose hacia su madre con una sonrisa.

―Oh, Kaoru, lo olvidaba ―se adelantó la madre y le prendó una azucena fresca al pelo.

―Mamá, esto es embarazoso ―dijo la muchacha, sonrojada y mirando a Renji de reojo.

―Lo sé, es casi humillante, pero es la tradición ―replicó la capitana observando su obra terminada.―Puedes marcharte ya.

―Teniente Abarai, guiadme por favor.

―Eh, por supuesto, déjame cargar tu equipaje.

―Gracias.

Retsu los miró aún por la ventana y con expresión preocupada dejó escapar un suspiro.

Ya en la calle, Renji no podía evitar mirar de reojo a la muchacha. Le habían dado la orden de traer "un paquete" desde los cuarteles del Cuarto Escuadrón hasta los del Sexto, pero en ningún momento le dijeron que se trataría de una bella muchacha, y menos de la desconocida hija de la Capitana Unohana. La joven vestía con el uniforme de un Shinigami pero Renji nunca la había visto.

―Preguntad lo que queráis saber, Teniente Abarai, pero dejad de mirarme de reojo, me hacéis sentir incómoda ―dijo la joven sin mirarlo.

―Oh, no era mi intención ―replicó él, cortado como siempre. Aún así, no se le escapó el detalle de las buenas maneras y el lenguaje formal de Kaoru. ―Pues, sí tengo muchas cosas que preguntarte, aunque me gustaría partir por pedirte que me llames sólo Renji.

―De acuerdo, Renji―san, podéis comenzar con el interrogatorio.

―Es que, no sabía que la capitana Unohana tuviera una hija y, si no me engaño, no te había visto nunca.

―Así es, cuando entrasteis a la Academia yo había egresado hacía varios años.

―¿Ya estabas sirviendo en el Gotei 13?

―No exactamente. Debido a algunos problemas de carácter personal decidí quedarme en el mundo de los vivos. He permanecido las últimas décadas en diversos puntos del mundo real.

―Vaya, conozco sólo algunos Shinigamis estacionados en el mundo de los vivos y casi todos son casos de traición o desersión.

―¿Me llamáis traidora o desertora?

―Oh, no, por supuesto que no, tan sólo me pareció extraño, es decir, está contra las reglas permanecer demasiado tiempo en el mundo de los vivos.

―No si vienes a reportarte por dos horas cada una semana y a buscar nuevas órdenes a tu Cuartel.

―¿Usaste gigai? Que esas cosas a la larga se pegan y...

―No.

Renji le otorgó una mirada más bien confusa. Si vas al mundo real sin utilizar un gigai, nadie puede verte. Si permaneces "las últimas décadas" en el mundo real siendo invisible y vienes a la Sociedad de las Almas sólo a buscar órdenes, te transformas en una persona... muy solitaria. Eso explicaría aquella mirada de Kaoru, melancólica, con el peso de siglos encima, a pesar de parecer sólo unos cuántos años mayor que él.

―Y bueno... ―dijo para romper el silencio.― No sabía que la capitana Unohana fuera casada.

―Es viuda. Mi padre murió antes que yo naciera.

―¿Quién era él?

―Era un miembro de la nobleza. No le conocisteis, ni yo tampoco. Al enviudar, mi madre cortó los lazos con mi familia paterna y me crió por sí sola, de modo que prefiero llevar su apellido. Y cuando pareció que iba a prestar alguna utilidad a la familia de mi padre, luego de variados problemas, mi madre prefirió protegerme enviándome al mundo de los vivos, de donde sólo he vuelto esta semana, aunque esta vez se supone que debo quedarme.

―¿Y por qué has vuelto, Unohana―san?

―Porque por orden superior he sido transferida al Sexto Escuadrón.

―Ya veo. Eso explica muchas cosas.

Hubo un silencio algo tenso. Renji miraba de reojo la azucena cogida al cabello de la muchacha.

―¿Os queda alguna pregunta, Renji―san?

―Eh... ¿para qué es la azucena?

―Es un certificado de castidad ―contestó la joven sin ninguna expresión, pasando adelante a un muy avergonzado Renji, al tiempo que habían alcanzado el zaguán de los cuarteles del Sexto Escuadrón.

Renji no sabía que tal cosa se le exigiera a las Shinigamis a la hora de cambiarse de escuadrón. Habiendo avanzado unos pasos, Kaoru se volvió e hizo una reverencia.

―He llegado sin novedad a mi destino, podéis informarlo ―dijo en voz alta.

De improviso, como si se hubieran materializado de la nada, aparecieron en medio de la calle Isane Kotetsu y una anciana desconocida, vestida de negro y portando un bastón. Hicieron una reverencia a su vez y se marcharon.

―Nos estuvieron siguiendo todo este tiempo, ¿cierto? ―preguntó Renji, acercándose a Kaoru.

―Así es ―replicó ella para volverse a mirar las grandes puertas del cuartel, cerradas y exhibiendo el número seis pintado en negro dentro del rombo que simbolizaba al Seiretei.― ¿Podemos entrar ya?

―Claro ―dijo Renji, tratando de digerir lo que habían hablado en el camino, aunque cada vez que miraba la azucena tendía a sonrojarse.