Pon los pies sobre la tierra

Capítulo 1. Todo se viene abajo.

Hacía frío.

La nieve caía suavemente desde el cielo, como pequeños fragmentos de plumón de cisne congelados. El clima de invierno se había adelantado esa temporada, con las nevadas manifestándose desde mediados de octubre. Observó cómo el autobús que venía de Denver se alejaba, perdiéndose entre los copos que flotaban en el aire. Ganas no le faltaron para correr y detenerle para conseguir que lo llevara a un nuevo destino, con caras desconocidas y, quizás, un clima más agradable. Suspiró con desencanto, puesto que con los escasos ocho dólares que traía en su bolsillo esa posibilidad se evaporaba rápidamente.

Sus dientes comenzaron a castañear. Definitivamente no era buena idea traer puestos tennis en terreno nevado, ya podía sentir sus pies empapados y congelados; debía llegar rápidamente con sus padres o los calambres llegarían como pizza caliente. Aseguró su mochila marino y cogió sus maletas para comenzar a caminar por la avenida principal con notable pesadez.

South Park, un pequeño pueblo campirano donde la gente era lo único que podía generar cierto interés por su excentricidad. Recordó compartir la mesa del almuerzo con un chico pálido que aseguraba ser el anticristo cuando estaba en primaria; nunca le constó, pero las fiestas hubieran sido la puta hostia de haber sido así, seguro que podía escupir fuego o esas cosas que hacen los darks en las películas.

Pasó por el parque donde solía ir a jugar en preescolar, era más chico de lo que recordaba. Giró a la izquierda y se encontró con la biblioteca, jamás había entrado allí. Siguió caminando con fastidio, irguiéndose cada vez que pasaba cerca una chica linda que le miraba de reojo. ¿Es que no había taxis en ese jodido agujero al que llamaban pueblo? Tal vez podría pedir un Uber, aún le faltaban algunas cuadras y sus maletas pesaban demasiado. A lo mejor cargar el Play Station no había sido tan buena idea, pero tenía una cita con Dark Souls esa noche y no pensaba perdérsela. Recordó que ya no tenía tarjeta de crédito y no le quedó más que resignarse y apretar el paso, la nieve comenzaba a arreciar.

Continuó divagando durante el resto del camino. Pudo saludar con cierta vergüenza a la madre de Wendy, quien lo saludó feliz desde el otro lado de la calle. Respondió rápidamente y decidió no acercársele. Pasó por la casa de los Marsh y los Broflovski, y se sintió tentado de entrar a calentarse a la cafetería de los Tweak, seguramente que le darían chocolate gratis, siempre lo hacían. Sin embargo, una nueva ola de vergüenza lo arremetió al pensar que seguramente se encontraría a Tweek dentro, y no tenía ganas de detenerse y charlar con alguien. Además, ¿de qué tanto tendrían que hablar? Seguramente, Tweek nunca salió del pueblo por su condición, ¡qué complicado sería tomar clases en una ciudad! Pobre, demasiada presión.

Al fin se detuvo. Soltó un gruñido de agradecimiento y desesperación cuando vio su casa frente a él. Los árboles ya eran más grandes y anchos, de perfecta altura para escalar por ellos desde la ventana de su cuarto. Pudo darse cuenta que los rosales que su padre había cuidado con tanto esmero habían sido sustituidos por unos arbustos de hojas chicas. Subió la escalinata de piedra, y presionó el timbre de la entrada. Entonces, un nuevo sentimiento se apoderó de él: la angustia. Acababa de caer en cuenta que estaba a segundos de ver frente a frente a sus padres y tener que explicar todo de una vez por todas. Seguramente que su madre se pondría histérica y le cortarían la mesada, o peor, tendría que hacer los quehaceres de lugar o conseguir un trabajo o comenzar a vender-

Escuchó pasos y el pasador de la entrada deslizarse. Lentamente, emergió ante él una figura rodeada por la luz proveniente del interior de su hogar, y pudo encontrarse con un par de ojos aceitunados, enmarcados por su respectivo juego de arrugas, un par de lentes con armazón de pasta y unas cejas abundantes.

- ¿Clyde? – los ojos pasaron de pesadez a desconcierto, y luego comenzaron a abrirse cada vez más al observar al joven castaño parado frente a él.

- Hola, pá. – Contestó con pesadez. Antes de lo que hubiera podido imaginar, sintió una embestida brutal y le faltó el oxígeno. Su padre lo abrazaba como un oso panda y no paraba de mecerse de un lado a otro, mientras hacía un ruidito agudo parecido al de un ratón. Le daba palmadas toscas y firmes en la espalda, sacándole el resto de oxígeno que le quedaba. Cuando por fin se separó de él, lo tomó por los hombros y lo agitó con emoción mientras lo escrutaba de pies a cabeza.

- ¡Pero qué grande estás! Vaya que no has dejado tu buen apetito, ¿eh? ¡Betsy, amor, ven acá! ¡Mira quién vino a visitar a sus viejos! ¡Pero qué músculos! No por nada eres gran capitán Donovan, ¿no es así? ¿Tienes hambre? Tu mamá está cocinando unos bollos de pavo con queso que seguro te encantan, le ha dado por cocinar desde que tu hermana comenzó sus prácticas. ¡Betsy, ven, te digo!

Clyde no sabía si esconderse en una cueva o permitir que el suelo lo tragase. No esperaba una bienvenida tan calurosa, y el sólo pensar que esa alegría estaba postergando el fin de su vida hacía que su estómago pareciera un nido de arañas. Su madre llegó correteando y gritando como toda una señora, y el joven recibió un segundo abrazo asfixiador aún más intenso que el pasado. Su madre lo cogió de las mejillas para descenderlo a su baja altura y comenzó a besarle la cara, dejando restos de labial rosáceo por todo su rostro.

- ¡Pero mi vida, la última vez que te vi no estabas tan alto! ¿O es que yo me he ido encogiendo? Anda, ¡dale otro abrazo a mamá, cariño! – El aludido obedeció con incomodidad, sólo para volver a ser cortado de su suministro de aire - ¡Pero qué guapo estás! Saliste a tu padre. Claro, con pelo. ¡Pasa, Cly, te estás congelando allí parado! – Entonces, los ojos de su madre se detuvieron en las dos bultosas maletas de deporte que su hijo cargaba por los hombros. Algo no cuadraba, y las madres nunca lo pasan por alto. Y Clyde se dio cuenta.

- Oigan, yo…

- ¿Y esas maletas? – Inquirió su madre, con extrañeza. - ¿Adelantaron tus vacaciones? Qué raro, la universidad siempre nos manda una notificación… - Su padre se alejó unos pasos de su hijo, al que seguía revolviéndole el pelo enérgicamente.

- Bueno, es que… son unas vacaciones algo "especiales". – bromeó el moreno, sin poder ver a la cara a su madre. El piso nunca le pareció tan interesante como en ese momento.

- ¿Está todo bien, Cly? – El señor Donovan frunció el ceño, preocupado. Al obtener como respuesta a su hijo evitando sus miradas y jugueteando con sus manos, se cruzó de brazos en espera de una respuesta. Su hijo simplemente suspiró.

- E-esto… tal vez quieran sentarse.

- ¡Donovan, recibe!

Siguió corriendo a todo lo quedaba, quitándose a los matones que iban tras él para tumbarlo al suelo. Uno menos, ahora otro. Debía ir más a la izquierda, podía alcanzarlo. Tomó impulso y brincó rápidamente, estirando sus brazos hacia el cielo. Cayó de espaldas con un sonido sordo, pero eso no era lo importante. Lo tenía contra su pecho y eso era todo lo que contaba.

Dos pitidos: uno corto y uno largo, luego gritos. Todas las gradas se alzaron eufóricas y pudo ver cómo comenzaban a caer los pedazos de papel metálico por el aire, hasta posarse en su rostro. Enseguida, sintió cómo cada uno de sus compañeros se tumbaron encima de él para celebrar su reciente victoria en el campeonato universitario de americano. Él no podía más que reír y sentir el césped bajo sus brazos, mientras se deleitaba con la gente que coreaba su nombre.

- ¡Ya, a volar, imbéciles! ¿No ven que aplastan a nuestro jugador estrella? – Los demás obedecieron al demandante entrenador, quien tendió una mano al oji-verde que sonreía sin parar. – Otra jugada espectacular, Donovan. En el siguiente juego estarán los contratistas de las grandes ligas y si vuelves a jugar así, seguro que pelearán como perros hambrientos por ti, cabronzote.

- Gracias, Trent. No fue nada, sólo se me dio la jugada – Sonrió el moreno, inflando el pecho como un pavorreal. - El siguiente partido seré la bailarina estelar – rió mientras hacía una reverencia de burla.

- ¡Date un baño, chico, o ahuyentarás a todas las chicas! - Su entrenador rió y se dio la media vuelta, para celebrar con el resto de su equipo. Clyde no pudo más que esbozar otra sonrisa perfecta y girar hacia la horda de chicas escandalizadas que iban hacia él para alabarlo, como de costumbre. "¿Bañarme? Incluso oliendo a mierda de cerdo ¿quién no querría estar con Clyde Donovan?"

- Entonces le dije: 'Si no me lo vas a dar, vete a casa y llora por tu gordo culo pobre!

Todos alrededor del moreno soltaron carcajadas estruendosas, mientras chocaban entre ellos mismos y derramaban su cerveza por todos lados. Clyde simplemente se reclinó en el sofá y sonrió con satisfacción, todos amaban esa historia. Era el puto amo.

Una pelirroja de con falda corta se sentó en sus piernas, a lo que él no se resistió.

- Vaya, Donnie, te veo muy sobrio para estas alturas de la fiesta – Ronroneó la chica, mientras le tendía una nueva botella de cerveza - ¿No te estás divirtiendo?

- Claire, cariño, sabes que mi cuerpo es un templo. Además, mañana tengo un examen muy importante. – Dijo el castaño con aires de grandeza, aunque se dejaba mimar por la chica que ahora jugueteaba con un mechón de su pelo. Ella rió y se apretujó más contra el pecho del capitán del equipo.

- ¿Eh? Pensaba que el legendario Clyde Donovan era un poco más divertido. Es una decepción ver que estaba equivocada…

Clyde sabía lo que su compañera lo estaba provocando, pero no podría dejarse ver como un inútil frente a todos los demás que los veían con ojos inquisitivos. Tomó la cerveza y bebió todo su contenido de un jalón, animado por el coro de chicos que gritaban 'fondo'. ¿Qué más daba otra botella?

Una hora y cuatro cervezas más tarde, se encontraba sobre una mesa, sin playera y con una corona de cartón bien acomodada en la cabeza. Gritaba a todo pulmón, proclamando lo grande e importante que era. En respuesta, la multitud gritaba y aplaudía su nombre, mientras que los flashes de los celulares parpadeaban sin cesar, capturando todo el momento. Entonces, pudo divisar a un pálido chico que fumaba desinteresadamente en una esquina. Venía vestido de negro, y lo observaba fija e inexpresivamente. Era un reto, y Clyde lo sabía. Era un código de hombres.

- ¡Tú! – El castaño lo señaló acusadoramente con un dedo, haciendo que todas las cabezas de la multitud girasen hacia el peli-negro, quien se limitó a arquear una ceja en respuesta. - ¿Por qué no me aplaudes? ¿No ves que soy un rey? – Se le deslizaban las palabras y falló en señalar la corona de cartón sobre su cabeza. El aludido soltó una pequeña risa y se irguió.

- No, no, no, querido amigo, no eres un rey. Conozco a uno, en realidad y, para tu información, la realeza no se ve como imbéciles ebrios y egocéntricos prostituyéndose sobre una mesa. – Clyde sintió sus mejillas arder y el cuerpo temblar. – Pero te felicito, el juego de hoy no estuvo mal. Si sigues jugando a la pelotita, seguro que el entrenador te dejará lamerle las bolas en unos meses.

Todas las quijadas se cayeron al piso, incluyendo la de Donovan. Su enojo se convirtió en ira cuando comenzaron los chiflidos, risas y gritos de reto.

- ¡CIERRA TU PUTO HOCICO! ¡¿NO VES QUE SOY EL JUGADOR MÁS HIJO DE PUTA QUE HAYAS VISTO EN TU MÍSERA VIDA?!

- Si eres el mejor jugador de todos los tiempos, ¿por qué no vas y coges el trofeo de Trent Butcher? Seguro que tú lo mereces más que él. – De nuevo se hizo un silencio espectral, todos sabían que ese trofeo pertenecía al actual entrenador del equipo tras haber logrado una racha de juegos perfectos en sus años de estudiante. Nadie se atrevería a tocarlo, y menos el favorito del entrenador. Pero vamos, un reto era un reto. Y su reputación estaba en juego.

Clyde bajó de la mesa y se acercó al chico, que ahora lo veía con diversión. Cuando estuvo frente a él, le tendió su mano para que la estrechara.

- Si traigo la copa de Butcher, entonces tú tendrás decir que me amas frente a todo el campus y lamer los retretes de la conserjería. – El chico pálido dio una última calada a su cigarrillo y le aventó la colilla a la cara, pegándole en la frente.

- Vale. No pido nada a cambio, más que aceptes las consecuencias cuando falles y tengas que chupársela a media universidad para salvar tu culo gordo cuando te atrapen. – Y entonces estrechó su mano mientras esbozaba una perfecta y siniestra sonrisa. El resto de los chicos aplaudía y gritaba de emoción, alabándole y zarandeándole por todos lados. Necesitaba otra cerveza.

Un chico rubio se acercó al azabache que admiraba al oji-verde alejarse, y le dio un golpe en el hombro. El otro ni se inmutó.

- Eres un hijo de puta, Damien.

El aludido simplemente sonrió mientras exhalaba el humo de su nuevo cigarrillo.

- Lo sé.

Avanzaba de puntillas hacia la galería de los premios deportivos de la universidad. Se detenía cada tres pasos para evitar que los guardias lo vieran, porque así funcionaba en las películas, ¿verdad?

Allí estaba, la gran y platinada copa del entrenador Butcher, que le guiñaba los ojos para que la tomase en brazos. Pronto, él sería el más legendario de los legendarios en toda la legendaria historia de su campus. Un momento… ¿por qué habían dos copas? Daba igual, tomaría ambas.

Quiso correr la puerta de vidrio del exhibidor, pero tenía llave. Intentó forzar la cerradura al agitar bruscamente el aparador, puesto que la desesperación se apoderó de él, atinó a dar un golpazo que rompió el cristal de la puerta, activando una alarma al momento. Debió haberlo sabido antes.

- ¡¿Quién está allí?!

También debió prever que los guardias estarían cerca. Al escuchar las pisadas fuertes del cuerpo de seguridad, tomó el trofeo y corrió como si su vida dependiera de ello, dejando su corona de cartón detrás.

Dado que era un prófugo de la ley, debía encontrar un lugar donde esconderse. El edificio de al lado eran los dormitorios de las chicas, no podría entrar allí. ¡Quizás en las oficinas habría una mejor oportunidad! Subió hasta el tercer piso del edificio y entró en la primera puerta que logró abrir, suspirando de alivio al encerrarse.

"Carajo, todo me da vueltas… será mejor que me siente". Pensó el castaño, pues comenzaba a resentir los estragos del alcohol sumado a una correteada maratónica. Sin soltar su preciado trofeo, se tambaleó hasta el escritorio del centro. Se sentía tan mareado que la cena se le regresaba a la boca. No había sido buena idea combinar chimichangas con alcohol. Sin poder aguantar mucho más, vació su estómago sobre el escritorio; no tuvo tiempo de buscar algo más decente en dónde devolver. "Mierda, tendré que limpiar esto antes de que amanezca." O al menos esa fue su intención. Un segundo arranque de nauseas hizo que devolviera dentro de la copa, finalmente estaba hecha como recipiente, ¿no? Clyde suspiró y se dejó caer frente al escritorio, para después caer en un profundo sueño.

La decana Gorbert estaba feliz.

Eso era algo muy difícil de decir, ya que ella siempre estaba de mal humor. Rodeada de puros imbéciles, ¿cómo podría estar de buen humor? Pero ese día era diferente. La tarde anterior había dejado perfectamente aseada su oficina, con los oficios de becas para los alumnos de nuevo ingreso ordenados en su escritorio, simplemente para firmarlos esa mañana y deshacerse de las quejas de esos estúpidos descerebrados que chillaban por dinero gratis. Además, su cafetería favorita, que había estado cerrada durante meses por arreglos con los dueños del edificio, había abierto esa mañana y pudo adquirir su delicioso capuccino moka matutino. Sí, era un buen comienzo. Y estaba feliz.

El edificio estaba desierto, ninguno de los Godínez que iba a quitarle el tiempo había llegado aún. ¡Ah, la paz y tranquilidad! Otro punto a favor para esa mañana. Procedió a meter la llave dentro la cerradura de su oficina, pero se percató de que la entrada estaba entreabierta. Ella jamás era tan descuidada como para dejar su área de trabajo vulnerable, ¿qué habría sido? ¿Un ladrón? ¿un alumno que buscaba alterar su historial? Con paso cauteloso, pero firme, se adentró dentro de la habitación para encontrarse con un chico semi-desnudo envuelto en luces de navidad, y su perfecta oficina profanada por ese depravado.

Un grito chirriante despertó a Clyde, quien fue incapaz de incorporarse por las punzadas en su cabeza. Frente a él estaba la decana, más pálida que la harina y con los pelos de punta. Ya era suficientemente malo darse cuenta de su propio estado como para percatarse que la señora estaba tan impactada que no emitía palabra alguna.

- E-eh, ¡buen d-día, Doctora Gellbert! – Clyde intentó esbozar su sonrisa más encantadora, fallando en el intento

- ¡ES GORBERT, PEDAZO DE BESTIA INFERNAL! – Clyde sólo atinó a encogerse más, evitando la furia dentro de los ojos de su verdugo.

- ¡Decana! ¡Gracias a todos los dioses que la encuentro! Alguien se ha robado mi co…- El entrenador Butcher apenas tenía aliento tras haber corrido una considerable distancia, pero al detenerse en el marco de la puerta junto a la decana, los colores se le fueron a la cara al ver su preciada copa en manos de su ladrón… y más en el estado en el que se encontraba su adorado premio.

- ¡Trent! ¡Qué gusto me da verte! D-d-déjame explicarte esto, e-en realidad es una historia muy diver-

- SEÑOR BUTCHER, para usted, Donovan. – Respondió con frialdad. Clyde sintió una loza de concreto caer sobre él. Ahora sí que estaba en problemas.

Estaba en problemas y no deshacerse de ellos. Tal vez no debió ser tan explícito al contarle su aventura a sus padres, así no hubieran sido tan duros con él. El apuesto moreno bufó y se tumbó en su vieja cama, para quedarse viendo a la nada de su techo durante un buen rato. Sacó su teléfono celular y comenzó a publicar por redes su llamado de auxilio:

"Hey, estaré en South Park unos meses! Algún alma caritativa que pueda alojarme? *carita llorando, gotitas de agua, manos juntas*". Sí, eso era convincente.

Al ser suspendido el resto del semestre, no le quedó más remedio que volver a casa con sus padres. Todos sus conocidos se alojaban en los dormitorios del campus, de donde estaba vetado, y no podía permitirse rentar una habitación por lo mientras: se había gastado los últimos dólares en su Play Station y el repertorio deluxe de juegos de la tienda. No se arrepentía, valió cada centavo.

Sin embargo, se llevó la gran sorpresa de que no podría quedarse con sus padres más allá de dos días: con el intercambio escolar de su hermana a Inglaterra, sus padres se comenzaron a ver apretados y decidieron poner en renta las antiguas habitaciones de Clyde y su hermana, las cuales ya estaban pagadas por adelanto por un par de estudiantes lituanas. ¿Qué carajos podía tener de interesante South Park para Lituania? Además, dado el enfado de sus padres, su ingreso semanal de mil dólares se vio restringido a ciento cincuenta, lo cual fue una culera patada en las bolas para el joven Donovan. Pero no todo estaba perdido, aún tenía amigos en este pueblo de mierda y seguramente le echarían la mano. Tres meses se pasarían volando si vivía con un amigo, ¿no es así?

A lo largo de la noche, las notificaciones no pararon. Las notificaciones de Facebook y twitter inundaban su bandeja de notificaciones, pero no ofrecían nada interesante; los mensajes de "ánimo, tienes nuestro apoyo" y "te extrañaremos, King Donnie" brotaban como margaritas en primavera, pero no veía una oportunidad de la cuál aferrarse. Volvió a revisar las respuestas a su publicación:

Tweek Tweak: Cielos, Clyde! Me alegra que esterwees de vuelta. Puedoioi hablar con mis padres para queeeEEEe arreglen algo para ti." Hasta el nerviosismo de Tweek se manifestaba por escrito. Pasaba de largo, no podría vivir con él mucho tiempo.

Kyle B.: "Hey, mi cuarto está en renta desde hace un tiempo, ¿por qué no te instalas? Un abrazo." ¿Vivir con la señora Broflovski? Aún tenía dignidad.

Bebe Stev.: "Cari, qué gusto tenerte de vuelta! Puedes pasarte por mi casa cuando quieras! *corazones y besos*" Bebe era su ex, por supuesto que no. Aunque si seguía buena… lo tomaría en consideración.

Craig: "*dedo pintado* te veremos luego, cabrón."

Clyde suspiró derrotado. ¿Es que acaso nadie quería ayudarlo? Se quedó viendo hacia la ventana por un rato, pensando en lo bien que le hubiera servido que el árbol estuviese tan alto cuando estudiaba en la preparatoria.

Entonces, Cheerleader comenzó a sonar. Donovan se apresuró a contestar su teléfono, esperanzado en que fuera alguien a s rescate.

- ¡Donnie, amor! ¡La fiesta fue in-cre-í-ble!

- Hola, Claire… - No, no era ningún caballero en armadura dispuesto a solucionar sus problemas. A este paso, se vería obligado a coger un trabajillo de esos para jóvenes sin aspiraciones y él no estaba hecho para eso. Su trabajo era esforzarse en los entrenamientos para seguir siendo el capitán más cool de la Universidad de Denver.

- ¡No puedo creer que te hicieras con el trofeo de Trent! Seguro que te sacaste una buena selfie con eso, ¡deberías postearla en tu Instagram!

- Oye, Claire, ahorita no es el mejor momento…

- Hey, vi tu tweet hace como, tipo, dos siglos. ¿Regresaste a ese pueblucho? ¡Qué culerada!

- Claire, debo colgar. – Antes de que su amiga pudiera reprochar, el oji-verde terminó la llamada. Hablar con gente de la universidad sobre lo sucedido no era lo que más quisiera hacer en ese momento. Cheerleader volvió a sonar, y tras unos segundos y varios resoplidos después, se decidió a tomar la llamada de nuevo.

- Claire, escucha. Realmente ahorita no es un buen momento para hablar de esto, ¿entiendes?

- ¿Clyde? – Era la voz de un hombre. Era grave, pero no vieja.

- Sí, ese soy yo. – Respondió con el poco orgullo que le quedaba, aunque tras el silencio del otro lado de la línea comenzó a llenarse de dudas – Disculpa… ¿quién eres?

- ¿Es que no viste quién te llama, idiota?

- Pues la verdad es que no. – Contestó indignado. – Ya, dime quién eres.

- Soy Token, cerebro de mosquito. Token Black.

Y por un segundo, Clyde sintió cómo el cielo se abría para él.

Hola! Tras unos años en el olvido decidí volver a escribir fics de mi serie preferida. Se podría decir que esta es la primera historia de mi cuenta de redención como escritora. Estoy bastante oxidada, así que agradecería cualquier crítica que tuvieran!

Si llegaron hasta acá y están leyendo esto, tienen toda mi admiración *creo que este capítulo no es fantástico, en general* y gratitud eterna. Espero poder desarrollar esta historia de buena manera y que lo disfruten durante el transcurso. Hasta el siguiente capítulo!

South Park® Trey Parker & Matt Stone.