Rurouni Kenshin no me pertenece, es obra intelectual de Nobuhiro Watsuki. Yo tomo sus personajes para, en este caso puntual, retorcerlos y generar una lectura divertida. Esto es por puro amor al fanfiction, sin fines de lucro.
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Notas de autora
Hola! Esta vez parto al inicio, para comentarles algunas cosas.
Este medio año que llevo he escrito textos fuera de lo que solía hacer. Tuve una historia de masitas sexis, un EniKao, y otras cositas. Claro que como que ahora quería jugar con otra pareja crack.
Este fanfic es autoconclusivo, rankeado M, porque tiene escenas de sexo pero nada grave. Ya saben, si tienen algún problema con eso pueden pasar a otra historia, de esas buenas que abundan por acá. Si siguen leyendo, pásenla bien. Si tras leer y por alguna razón no les gusta... pues... no me vengan a reclamar que nos les gustó la historia de la chica simpática de 18 y el hombre madurote de 45 años haciendo de las suyas ahora que acaban de leer el subrayado. Aún pueden salir de aquí.
Ahora sí, vamos a la historia
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Perro Viejo
por
Blankaoru
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-... y después del desayuno lavé los platos y terminé rápido porque en eso nadie me gana, entonces salí al jardín trasero a desenredarme el pelo y claro, no se nota con la trenza pero lo tengo largo, muy largo, asi que lo extendí y comencé a peinarme y pasó el señor Aoshi ¡y me vio! Fue tan emocionante porque yo no sabía que andaba todavía por ahí y él se detuvo cerca mío y me dijo... "Qué largo tienes el cabello, Misao" con esa voz profunda que tiene y luego siguió de largo... y yo casi me derrito ahí mismo...-
-Ya.-
-Es que... es tan emocionante, señor Hiko. Usted no se imagina lo que es para mí que el señor Aoshi se detenga a mirarme. Porque él... es un hombre muy pensativo y si algo lo detiene es porque realmente ha llamado su atención, por eso yo tengo mucha fe en que él por fín de está fijando en mí.
-Hum... ya.
-Yo sé que él no parece un hombre muy expresivo, pero le aseguro que lo conozco a la perfección. Por eso para mí es tan importante que él me haya mirado esta mañana y haya reparado en lo largo que está mi cabello... me está mirando... -
Misao siguió hablando animadamente sobre su tema favorito, "Aoshi" y todos los subtemas que derivaban de él mientras Seijuro Hiko moldeaba un jarrón sin molestarse en ocultar el aburrimiento que le causaba el parlotear incesante de la muchacha, sentada cómodamente sobre un murito de cerca de un metro y medio al que se subió de un salto con una agilidad que una parte de su mente admiró.
-... y me encanta como luce su cabello cuando está mojado, porque se junta como al medio de su frente y se pone como en punta... - siguió Misao sin reparar en que Hiko le daba la espalda sin ningún remordimiento, más interesado en modelar el jarrón que tenía entre sus manos que escuchar del fabuloso Aoshi al que no le encontraba ninguna gracia. Sólo confiaba en ella se marcharía un día y no volviera más a perturbar la paz de su entorno.
Su mala suerte quiso que los Oniwabanshuu estuvieran siguiendo la pista de un traficante de drogas que usaba los jarrones que compraba a Seijuro para hacerles un doble fondo y esconder allí las dosis que vendía. Misao, a cargo de la investigación, había obtenido las señas del sujeto al que buscaba y como su intención era mostrarle al galanazo de Aoshi que ella era capaz de manejar el asunto sola, había decidido ir a instalarse con Hiko en su montaña con la intención de observar a sus compradores, tanto a los que llegaban hasta allá como a los que Hiko iba a venderles. Había empezado hacía dos días su vigilancia, hablaba sin parar y él ya quería que viniera el traficante de una vez, porque Misao lo estaba volviendo loco.
-A todo esto, señor Hiko, estaba pensando, ya que soy agente encubierto, creo que debería disfrazarme de alguien para justificar mi presencia aquí. Tal vez pueda ser hija suya.
-No tengo hijos.- dijo el maestro tajante, concentrado en su artesanía.
-Oh...- replicó Misao de un humor inmejorable.- Tal vez una sobrina, entonces... usted debe tener hermanos.
-Ninguno.
-¿Y qué le parece una nieta? Por su edad bien puede ser mi abuelo...
El jarron que Hiko modelaba quedó repentinamente apachurrado en uno de sus bordes. El maestro del Hiten Mitsurugi Ryu que vivía de sus cerámicas cerró los ojos con fuerza por espacio de un segundo, los volvió a abrir y tranquilo retomó la formación de su jarrón. Misao no supo que sus palabras lo habían afectado.
-Lo diré una vez más. No tengo hijos, ergo...
-No tiene nietos.. - completó Misao mirando sólo su ancha espalda cubierta por el gi verde, tal vez la más ancha que ella conocía.- Entiendo. Usted no tiene nada nada de familia. Pero... pero puedo ser, no sé, tal vez una aprendiz. ¿Qué le parece?
-No entreno chicas.
-Uf, usted es un ser muy negativo. No me refiero a las espadas ni nada de eso porque, ¿sabe? Yo soy muy hábil en lo mío. Donde pongo el ojo pongo el kunai y créame que dificilmente encontrará a una chica de mi edad con más habilidades que la mías...
-Ya.
Con el jarrón reformado y hermoso en poco tiempo, Hiko lo colocó junto a otros en un estante. Tenía que hacer dos más para componer el grupo que cocería en su horno. Puso un poco de barro sobre su superficie de trabajo y estaba decidiendo si le dibujaba más tarde un cerezo, una rama de ciruelo blanco o tal vez alguna forma abstracta cuando esa vocecita de Misao empezó a penetrar de nuevo en su oído.
-... asi que comprenderá que no es necesario que yo sea entrenada en el arte del Hiten Mitsurugi, aunque si me quiere enseñar yo no opondría. Sin embargo pienso que si decimos que soy una aprendiz suya de cerámica, estará todo bien y se verá natural. Es muy romántico pensar en una muchacha que hace manualidades. Seguro que al señor Aoshi le encantaría.
Hiko tomó aire, manteniendo esa calma zen que lo caracterizaba. Ya era un perro viejo, no era fácil sacarlo de sus casillas, aunque Misao con su verborrea interminable lo estaba poniendo a prueba. Era una mocosa obstinada. Pobre Shinomori si es que llegaba a hacerle caso y a tenerla.
-... ¿qué piensa de esa idea?
Enterrando las manos en la arcilla, Hiko no tenía idea de qué estaba hablando Misao y la miró. ¿Idea? A ver... hum...
-Te digo que no es necesario que hagas esto. Sólo dame las señas del hombre al que buscas y yo mismo, con mucho gusto lo detendré y te lo llevaré. Pero vete.
Dando un saltito digno de admirar por la gracia de sus movimientos, Misao quedó frente a dos pasos del maestro.
-No, señor Hiko, no puedo. Ya lo hemos hablado...
¿"Lo hemos hablado"? ¡Pero si solo habló ella! Hiko levantó una ceja.
-... yo tuve ocasión de oler la droga que buscamos porque este hombre sin duda tendrá ese olor encima. Usted muy maestro del Hiten Mitsurugi será, pero difícilmente puede tener su olfato más entrenado que el mío, por eso yo podré reconocer a ese traficante cuando aparezca por aquí, lo atraparé y me lo llevaré para que sea encarcelado. Ese tipo de gente es una desgracia para nuestra sociedad. En fin, mejor iré a cambiarme. Traje algo de ropa y quería que usted me orientara sobre qué llevar, ya que hemos decidido que seré su aprendiz.
"Lo hemos decidido" pensó Hiko con ironía, mirando de reojo a la muchacha que iba camino a su casa. Su larga trenza iba de un lado a otro siguiendo el vaiven de sus movimientos y pensó que si no supiera que tenía 18 años, pensaría que era una chiquilla de unos 14.
A Seijuro Hiko, o "Kakunoshin Nitsu" como lo conocían sus compradores, le gustaba la soledad de su montaña, de su trabajo y de su vida en general. Era un hombre ordenado que gustaba de beber y reflexionar sobre las cosas que veía. No le debía explicaciones a nadie, nadie tampoco se las pedía. Iba y venía a placer...
-¡Qué le parece este color, señor Hiko!-
En tiempo récord, Misao se había sobrepuesto un bonito kimono color rosa pálido sobre la ropa ninja. La miró aburrido.
-Supongo que trajiste delantal para no estropear ese kimono, ¿cierto?- Ante la cara de Misao, Hiko se apresuró en agregar.- Si no tienes delantal, debes pensar en una ropa más vieja y desgastada, que no te de pena ensuciar para siempre.
-Pero usted lleva su ropa buena...
-Yo llevo años trabajando en esto y ya casi no me ensucio. Pero aún con tus habilidades ninja, acabarás ensuciándote mucho cuando te enseñe.
Lo había decidido. Le regalaría un poco de barro para que hiciera figuras y concentrada, seguro dejaría de hablar tanto. Podría empezar enseñándole a hacer un vaso.
-Traigo otra ropa. Solo espéreme.- repuso Misao con una sonrisa brillante. Hiko soltó el aire y siguió modelando su jarro. Le gustaba sentir el barro entre sus palmas y dedos, cobrando forma según la fuerza que le imprimiera. Esas manos, capaces de matar podían crear y eso, eso le daba equilibrio a su vida.
Absorto en su quehacer, pronto comenzó a darle elevación a lo que hacía. Su largo cabello negro, con algunas hebras blanquecinas en las sienes estaba debidamente tomado hacia atrás en una coleta baja. Su rostro varonil de mandíbula definida y ojos oscuros, sumamente agudos, ya evidenciaba el paso de los años con algunos surcos bajo los ojos, aunque de mejor manera que otros contemporáneos suyos ya que con toda certeza se podría decir que representaba cerca de diez años menos. Con una contextura física poco usual, de espalda ancha que angostaba dramáticamente hacia sus caderas, la forma de su enorme cuerpo llamaba mucho la atención por donde iba, especialmente de las mujeres que lo veían pasar aunque por lo menos las del pueblo, habituadas a verlo cuando iba a buscar algunos víveres una vez al mes, sabían que él no buscaba compañía femenina o por lo menos, a nadie que él no eligiera. Nadie lo había visto coqueteando derechamente con alguna y se decía que era en extremo reservado.
Escuchó una risita justo a su lado y aunque no lo demostró, se sorprendió al notar a Misao a pocos pasos de él. La chica llevaba un kimono en extremo sencillo de color verde, similar al gi que él usaba y un delantal largo atado justo bajo el busto que seguramente mantenía la prenda cerrada y en su sitio.
-¿Y qué le parece ahora?
La pequeña ninja parecía ahora una campesina y por extraño que pareciera, lucía bastante bien. Tras mirarla de reojo para volver a concentrarse en su trabajo, Hiko la aprobó con algo como un bufido y Misao se acercó alegremente a mirar lo que él hacía.
Hiko no estaba acostumbrado a que alguien estuviera tan cerca mirando su trabajo y se empezó a molestar al cabo de un rato. Iba a decir algo sarcástico cuando Misao se adelantó.
-Dijo que me enseñaría. ¿Qué puedo aprender?
Era cierto. El vaso. Seijuro tomó un poco de barro y separándolo en dos partes iguales, enseñó a la joven cómo formar un vaso sobre su mesa de base circular giratoria. Misao se situó en otra mesa de similares características para ese trabajo.
-Ahora inténtalo tú.- repuso el maestro al terminar su pequeña introducción a la alfarería. Misao intentó amasar y elevar la masa tal como le vio hacer a Hiko, pero pronto sus dedos torpes rompieron los bordes del vaso que intentaba, empezando de nuevo. Satisfecho, él se entretuvo perfeccionando su propio jarron hasta que pudo acabarlo. Misao, que maniobraba muy concentrada, no notó que el corpulento hombre se movía cerca de ella para dejar su jarrón al estante de trabajos sin cocer. Tras unos minutos se quejó de que la masa se le secaba y se agrietaba, de modo que Hiko le enseñó a humedecerla, poniendo una cubeta con agua a sus pies y de manera muy escueta, un par de trucos para que le resultara. Tras varios minutos, Misao pudo conseguir su primer vaso.
-Le dije que tengo mucho talento.- dijo Misao orgullosa de su trabajo.- Me costó un poco al comienzo pero cuando me lo explicó mejor, tuve un buen ritmo.
Hiko le iba a decir algo irónico, pero viendo el vaso que hizo sólo pudo pensar que para ser el primero, era perfecto. La miró con cierta extrañeza. ¿De verdad era la primera vez que hacía una pieza como esa? La torpeza que observó al inicio no le dejó lugar a dudas pero...
-Me ayudó mucho haberlo observado estos días.- dijo la muchacha.-Usted es muy hábil y rápido. Me gustaría hacer otro vaso. ¿Puedo?
La paz de la que había gozado mientras Misao trabajaba en silencio bien valía la pena perder otro poco de barro. De mejor ánimo, Seijuro le dio otra porción.
Nunca antes había tenido un compañero de trabajo porque no se le había pegado la gana tener uno, menos se le había ocurrido traspasar su conocimiento a otra persona, pero siendo este un caso de extrema necesidad, le parecía algo bueno.
Al terminar el día, una anciana había pasado a comprar un cántaro para acarrear agua y nadie más fue a visitar a Kakunoshin Nitsu. Misao se quitó su ropa de campesina y decidió emprender el camino de regreso a Aoiya. Durante su labor había hecho cinco vasos bonitos que luego coció junto a la cerámica del maestro y se puso muy contenta cuando él le anunció que le enseñaría a pintarlos si quería. ¡Y claro que quería! A ella no le gustaba estar sin hacer nada.
Debía reconocer que la casa de Hiko le quedaba bastante alejada de la suya, cerca de hora y media andando a paso rápido y una hora saltando de árbol en árbol. Desgraciadamente con la poca luz que lograba entrar entre el follaje del bosque no pudo notar algo anormal en un rama sobre la que saltó, cayendo estrepitosamente cerca de dos metros y medio. Se raspó un muslo en la caída y aunque no tuvo un daño significativo al aterrizar bien, sintió el escozor en la pierna y supo que lo corto de sus pantaloncillos no ocultarían la sangre que se asomó.
Apretando los dientes se obligó a reponerse y cojeando, se fue hacia el rio que bordeaba para refrescarse la herida. Se sentía mosqueada por su accidente y regresó a casa caminando el sendero. Llegó tarde y Okón la esperaba en la puerta. Todos se habían preocupado y más al notar lo de su pierna. Aoshi le recordó, con esa parsimonia que lo caracterizaba, que debía poner más cuidado al saltar de rama en rama y que no en todos los bosques era posible. Le recordó las indicaciones ninja sobre en qué reparar al hacer la elección en milésimas de segundos y aunque la intención era buena, Misao se sintió nuevamente una niña de diez años y no la mujer de dieciocho. Ella conocía las reglas de memoria, en serio, pero algo había pasado, algo en esa rama no había estado bien. Trató de explicárselo a Aoshi, pero este insistió, sin mirarla, en el cuidado que debía poner para luego, beber su té. Omasu limpió su pierna y no le vio caso vendar, dado que el raspón era superficial. Mientras sus amigas y Okina le preguntaban por su día, ella notaba de reojo, con desazón, como Aoshi salía del cuarto, porque quería dormir.
Al día siguiente se levantó muy temprano y realizó sus pequeñas labores. Fue a peinarse al mismo lugar que el día anterior y al soltar su trenza, esperó a que Aoshi pasara por allí, pero nada. Cepilló su cabello y al recordar que tenía que hacer el camino a pie, decidió recogerlo sólo en una coleta y marcharse, llevando un delantal limpio para jugar con la cerámica. Okina le deseó un buen día, Okon y Omasu le pusieron unos postres en su bolsa para que le convidara al maestro Hiko. Kuro y Shiro la acompañaron el tramo dentro del pueblo porque iban a sus propios puestos de vigilancia en otros lugares.
No ver a Aoshi en su mañana le causó cierto pesar y mientras emprendía el camino sola, se animó pensando que tal vez la venía siguiendo. Nada de eso sucedió y para colmo de males, cuando arribó a la casa de Hiko, este despedía a un cliente que se iba muy contento con dos vasijas. Corrió hacia el maestro como pudo.
-Dígale que vuelva... ¡Señor... Señor! ¡Se le quedó su dinero!- gritó Misao al hombre que se había ido, pero ese ni se inmutó y siguió andando. Hiko de inmediato reparó en que ella no se movía como hacía siempre.
-Déjalo. Volverá más tarde.- dijo Hiko poniendo sus pinturas y pinceles sobre una mesa recta en su taller al aire libre.- Dijo que llevaría los cinco vasos que hiciste pero le gustaría uno más. Haz otro y enseguida te enseñaré a pintar flores de cerezos, porque pidió eso.
-¿En serio volverá?
Hiko asintió.
-Ahora dime qué te pasó en la pierna de la que cojeas.
Avergonzada, Misao le contó de su accidente. Contrario a lo que pensó, el maestro no se burló de ella ni hizo comentario alguno. Sólo le mostró como hacía la mezcla de agua y tierra para formar el barro de trabajo y le puso la porción para que hiciera el vaso que faltaba. Rato después, mientras se cocía, dibujó sobre un enorme jarrón para que ella tuviera una idea de cómo hacer las líneas con el pincel. Le pasó un jarrón grande para que practicara los dibujos de flores de cerezo en su superficie y él siguió en lo suyo. Cuando Misao terminó de pintar sus vasos, Hiko la miró con disimulo. ¿De verdad nunca había pintado? Los dibujos eran exactos al que él hizo en el jarrón, pero la forma de aplicar la pintura era interesante.
Colocó los vasos más los jarros propios a orear y tras la comida, indicó a Misao que lo siguiera. La muchacha consideró que su delantal no estaba demasiado sucio y sin molestarse en cambiarlo, lo siguió. En silencio, caminaron un rato hasta un lugar en que el bosque se ponía más frondoso, entonces Hiko se acercó a un árbol.
-Este árbol es muy parecido al Roble, pero su madera es muy blanda. Su madera es de un tono ligeramente más claro aunque para la mayoría pasa desapercibido, especialmente de noche. Hay un tramo de unos... más o menos un kilómetro desde aquí en dirección a Kyoto en que está plagado de este árbol, pero más allá casi no hay. Obsérvalo con atención para que puedas distinguirlo más adelante. Tienes buenos ojos, podrás hacerlo.
¿Un árbol parecido al Roble pero de ramas blandas? Eso era nuevo para Misao. Ella había estudiado mucho para ser una buena ninja y estaba segura que en ningún escrito se mencionaba aquello. Se acercó al tronco para tocarlo y estiró una mano hacia una rama cercana. La rompió jalándola apenas y siguió a Hiko, que ya había emprendido el camino de regreso a su casa. A poco andar la joven se volvió a mirar hacia el árbol, notando una diferencia muy tenue en su color respecto a los otros.
Ese día se retiró más temprano para aprender de ese árbol que conoció y tal como le dijo Hiko, un kilómetro más allá no había más de ese falso Roble. Se sentía bien cuando llegó a la ciudad, como privilegiada por saber ahora algo que estaba segura, sus amigos ninjas desconocían. Mientras caminaba a casa se encontró con un viejo perro Akita que se le acercó y tras olerla un poco comenzó a seguirla. El perro era bonito y ella le dio la mitad de una golosina que compró por ahí. Agradecido, el animal comió y enseguida comenzó a seguirla al punto que, a pesar de sus protestas, llegó con él a Aoiya.
Como siempre, Okina salió a su encuentro más sus amigos. Les llamó la atención el perro y tras discutirlo, decidieron darle de comer esa noche y ya verían al día siguiente, pero el animal sólo recibió la comida que le daba Misao, asi que ella quedó a cargo de su manutención. La joven no sabía que pensar sobre eso, aunque luego decidió hablar con Okina sobre el falso Roble. Aoshi, sentado junto al anciano, no creyó la historia.
-No es posible. Por años hemos investigado toda la información disponible sobre la flora para poder usarla para movernos, escondernos o utilizarla con otros fines y nunca se reportó de un árbol tan grande pero blando a la vez.
-Le digo, señor Aoshi, que yo lo ví. Por eso sufrí el accidente ayer... El señor Hiko dice que sólo existe en ese lugar...
-Misao, eso no puede ser posible.- Insistió Aoshi. La joven miró a su anciano abuelo y Okina, muy serio, respondió.
-Aoshi, si el señor Hiko dice que ese árbol crece en una zona tan acotada, es posible que no lo conozcamos a pesar de ser naturales de esta zona. Misao, tal vez puedas traer una rama que puedas transportar para nosotros.
-Así lo haré, Okina.- dijo la joven satisfecha. De inmediato se fue a acostar.
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Hiko disfrutaba la soledad de su mañana, sentado sobre una roca y bebiendo un poco de té. El sake prefería reservarlo para cuando estaba solo y sabía que Misao llegaría en cualquier momento, pero cuando lo hizo, no venía sola. La seguía un perro.
-Ayer le di algo de comer y desde entonces no me ha dejado de seguir.- repuso ella avergonzada. El perro miró a Hiko y se echó por ahí, perezosamente a pleno sol. Misao trató de indicarle al animal que se fuera hacia la sombra, pero Hiko le llamó la atención.
-Déjalo. Es un perro viejo. Sabe mejor que tú lo que necesita. Hoy iremos a buscar barro al lugar de donde lo saco. Ponte lo peor que tengas, porque me ayudarás.
Obediente, Misao de inmediato corrió a cambiarse. Le parecía muy cómodo su traje ninja para ir y venir de Kyoto y dejaba su ropa de campesina en la cabaña de Hiko. En cuanto estuvo lista siguió a Seijuro y a ambos los siguió el perro. La joven animó la caminata hablando sobre el maravilloso Aoshi que esa mañana había querido saber cómo seguía su pierna y sobre que se había puesto una camisa occidental que se le veía muy bien. Pensaba comprarse ella también un vestido de estilo occidental para lucirle al señor Aoshi, y tal vez un calzado alto, botas, le decía, para verse bien. Cargando una pala y dos sacos de tela, el maestro iba un poco aburrido, pero aguantando. Llegaron a un lugar donde la tierra era de un intenso color rojizo y había un socavón sin duda causado por Hiko a lo largo de los años, extrayendo desde allí. Indicó a Misao como cavar y muy rápido llenaron los sacos que él cargó de regreso a casa, escuchando esta vez una lista detallada de todos los atributos de Aoshi como persona. Le explicó muy escueto a Misao sobre la importancia de arnerear la tierra para sacar las piedrecillas y nuevamente le mostró como hacer la mezcla.
Cuando la chiquilla no estaba hablando de Aoshi y atendía sus explicaciones, Seijuro realmente lograba llegar a un punto de equilibrio con ella. Es decir, llegaba a sentir que no le importaba que estuviera allí, invadiendo su espacio. Misao era, a pesar de lo que parecía a simple vista, sumamente inteligente pero además, sumamente ubicada, mucho más de lo que llegó a ser su estúpido pupilo como alumno. La joven atendía las recomendaciones de Hiko y siempre preguntaba si iba bien antes de proseguir en algo. Ordenaba todo, su misma casa la limpiaba como una gentileza por dejarla hacer su investigación, pero no tocaba nada ni cambiaba las cosas de lugar. Con el pasar de los días notó que el respeto que le mostraba Misao no era el de alguien aterrorizada con su poder que sobradamente conocía, ni como el de alguien que buscara halagarle para tener su atención, deslumbrada con su físico. Para Misao, él era un hombre merecedor de su respeto porque lo consideraba su maestro de artesanía. No rezongaba, no le recriminaba y hacía su trabajo con gusto. La joven, una vez decidió aprender en serio la alfarería, más allá de para aparentar algo en su misión, logró resultados que tenían al maestro Hiko anonadado y su entusiasmo de algún modo lo contagiaba a él. También quería hacer buenos trabajos.
-Maestro, me gustaría que me diera su opinión sobre esta vasija.- dijo la joven ninja dos días después, enseñándole la textura que había conseguido y el dibujo de pajaritos que había pintado.- ¿Cree que esto esté bien?
Seijuro casi se atragantó con el trabajo de Misao. Estaba por sobre la excelencia. Toda su arrogancia y su altanería las guardaba para otras personas. Misao merecía su respeto y su sinceridad.
-Creo que es muy bueno. Déjalo en el estante de los que saldremos a vender en unos días más para que las personas te digan que piensan. ¿Puedes hacer unos cuantos más?
-De inmediato.- dijo la chica contenta, yendo a su espacio de trabajo a amasar barro. Hiko la vio hacer. Estando con las manos mojadas dentro del barro, Misao sintió que se desaflojaba rápidamente su delantal, que solía atar por delante de su cuerpo.-¡Ay!.- dijo, y alcanzó a sujetarlo con los brazos al apegar los codos a su cuerpo. Hiko la miró.-¿Me puede ayudar? Necesito que lo afirme.-
Tras limpiarse las manos con un paño, Hiko se acercó a la joven. Además de delgada, era muy bajita y eso lo obligaba a flexionar las rodillas para acomodarle el delantal pero claro, había algo que él no podía confesar y es que, aunque su aspecto era el de un hombre de treinta y cinco, su cuerpo si sufría como un hombre de cuarenta y cinco el paso del tiempo, a razón de molestias en los hombros y espalda baja, había un tema con la rodilla derecha cuyo dolor prefería evitar. Si él no se podía agachar, le pareció lo más práctico poner a Misao en alto y rodeando su estrecha cintura con ambas manos con una facilidad pasmosa que dejó a la muchacha sin palabras, la depositó sobre una roca que muchas veces él usaba de asiento.
Bajo su tacto él pudo sentir el cuerpo tibio y firme de la joven y eso fue como un golpe para sus sentidos. Misao separó los codos del cuerpo cuando él le indicó y rápidamente acomodó las cintas del delantal, llevándolas hacia atrás, cruzándolas tras la espalda y llevándolas del vuelta hacia el frente, donde las anudó, cuidando de no pasar a llevar su busto escaso. Muy a su pesar sus manos lo traicionaron y temblaron al hacer el nudo definitivo. Esperaba que ella no se diera cuenta.
-Ya estás lista, chiquilla.- dijo al alejarse de ella y volviendo a su lugar. Misao se bajó de la piedra y regresó también a su sitio, preguntándose qué había sido eso.
Eso como una corriente eléctrica que sintió cuando el maestro la tomó.
Se sacudió la cabeza y siguió trabajando. Mejor se concentraría en aquello que soñaba antes de lo del delantal. Ella sería ninja toda su vida, pero trabajaria la cerámica para tener una identidad secreta como Seijuro. Quizá le vendría bien tener un nombre falso también, para resguardar su identidad. Aoshi sería su esposo, él también necesitaría un nombre falso y quizá podría traerlo para que Seijuro le enseñe como a ella a hacer jarrones. El maestro Hiko se veia muy masculino concentrado cuando hacía sus trabajos y cuando sentado, vigilaba la cocción de sus piezas en el horno y sin darse cuenta, cambió el curso de sus pensamientos.
El maestro Hiko era fenomenal y no entendía por qué Himura, que era tan maduro se había peleado con él si hasta el momento, sólo le había dado buenos consejos y recomendaciones a ella. Hiko no hablaba mucho, pero casi todo lo que decía tenia relación con alguna verdad absoluta del universo que ella desconocía e incluso cuando se autohalagaba, porque si había que reconocer que tenía un ego gigantesco, algo de razón tenía en lo que decía.
Le anunció que iría al río a buscar agua, pues no le gustaba usar el agua de su pozo que era para beber para esas cosas y se fue. Misao ofreció preparar algo de comer y mientras acababa de componer una sopa, notó que llegaba un cliente, al que salió a atender. No era la persona que buscaba, pero preguntaba por el señor Nitsu. Misao le indicó que esperara y le ofreció agua fresca, antes de salir corriendo al río para buscar a Hiko. Lo encontró refrescándose en la orilla, pasándose un paño mojado tras el cuello. Había dejado su camisa por ahí y a torso descubierto, brillaba bajo el sol. Al saber del cliente tomó sus cubetas e iba saliendo cuando se lo pensó mejor y se puso la camisa. Luego siguió a Misao.
Él nunca fue pudoroso con su cuerpo, pero se tenía que recordar que Misao estaba con él y no le parecía buena idea ir medio desnudo frente a ella. El cliente vendría a buscar algunos jarrones y vasijas a fin de mes, asi como botellas para sake y cerraron un trato favorable. Si bien no necesitaba vasos, consideró que el dibujo de los pajaritos le gustaba y pidió que los pusiera en un par de vasijas. Al irse el cliente, Misao notó que cerca del perro había restos de comida y se le ocurrió que el cliente se los pudo haber dado, pero por alguna razón el perro no se los comió. Los recogió para desecharlos.
-No lo botes. Es comida. ¿Es tu perro, no? Prueba a dárselos tú.- dijo Hiko de buen ánimo por el negocio que haría. Misao se agachó cerca de su perro que dormía la siesta y al acercar los bocados a su nariz, el perro olfateó y se levantó, comiendo de buen ánimo. Misao le había nombrado "Toru".
-Si tenías hambre, debiste comer lo que te dio el señor que vino en vez de esperarme.- dijo Misao a su mascota. Hiko, acarreando leña para su horno la miró de soslayo.
-Es un perro viejo. A él no lo eligen. Él elige. No le importa esperar si sabe que la persona que eligió vendrá pronto, porque confía en su instinto y sabe que su juicio es acertado sobre tí.
-¿Cómo es eso que el perro me eligió?
-Te sigue a todos lados, ¿no? Él te eligió. Vio algo en tí que esperaba encontrar y te deja acercarte a él. No me extrañaría que el cliente se le haya intentado acercar y Toru le haya gruñido, por eso soltó sus bocados.
-¿Eso es cierto, Toru?- dijo Misao acariciando tras sus orejas. El perro se fue por ahí tras escuchar algo y el resto del día transcurrió plácidamente.
Misao se fue pensando en las palabras del maestro y con Toru siguiendo sus pasos. El perro dormía afuera, en el patio, bajo la ventana de Misao y desayunaban juntos. A Misao le daba pena que sus amigos le dijeran que pusiera la comida del perro en el piso y se le ocurrió pedirle barro al maestro para hacer un platito para su perro. Estaba soñando con la idea cuando llegó Aoshi a desayunar a su lado. Le preguntó algo sobre el día anterior, pero la mente de Misao estaba en otra parte.
Aoshi era sumamente atractivo y tan alto como el maestro Hiko, sin embargo, se daba cuenta de que no era tan corpulento. No llenaba el espacio con su presencia, el cuarto no se veía más pequeño cuando él se sentaba a comer. Sobre Okina, no dudaba de que muchas de sus dotes de guerrero seguian intactas, pero su cuerpo en la juventud debió ser muy similar al de Aoshi. No es que fuera un tema que le pareciera importante o digno de reflexionar, pero... no pudo evitar hacer la comparación. Si bien le llamó la atención verlo a torso descubierto en el río, lo cierto es que era imposible no notar al maestro desde que aparecía en su campo visual.
-... entonces irás al templo mañana?- acabó de preguntar Aoshi. Misao lo miró de reojo. ¿Qué templo? Okon vino a su rescate.
-Claro que irá, siempre lo hace, Aoshi. ¿Cómo se te ocurre que nuestra niña no asistirá a ese evento?
Misao se levantó de la mesa, dejando a Okon discutiendo con Aoshi y se fue a la montaña, seguida de Toru. El perro blanco con manchas pardas en la espalda corría tras ella cuando aceleraba su avance saltando por los árboles y caminaba a su lado cuando ella seguía el sendero, evitando los falsos Robles. Era un perro viejo, pero no tan viejo, pues guardaba mucho vigor y Misao pensaba que era un buen compañero.
Se sorprendió de encontrar a Hiko mejor vestido de lo que hacía usualmente. Estaba cargando una carretón y ni la miró.
-Llevaré una carga al pueblo de Saya. Puedes acompañarme para buscar a tu narcotraficante.
El narcotraficante... cierto... para eso estaba aquí. Fue al interior de la cabaña y se vistió con el kimono rosa y el obi rojo, ya que Hiko iba bien vestido debía estar a la altura. Se soltó el cabello y se tomó el pelo de un costado. Lucía sencilla, nada elegante, pero linda, lo que estaba bien porque sería una vendedora. Sonrió al pensar en su nueva identidad secreta. Con cuidado, Hiko acomodó las cosas que ella hizo y comenzaron a caminar. Toru los siguió.
Misao disfrutó el camino, a pesar de conocerlo como tantos otros. Seijuro no dijo una sola palabra, ocupado de jalar su carretón y Toru les seguía el paso. Desde luego tanto silencio no era algo que Misao tolerara mucho rato.
-El señor Aoshi hoy me preguntó si iría a la fiesta del templo.- dijo, por decir algo.
-Ya.
-Okón me comprometió a ir. Pero no puedo, tengo que venir aquí. Es muy importante atrapar a ese traficante.
-¿Y acaso tus amigos no te ayudan?
No era usual que Hiko siguiera una conversación de Misao. Ella se animó con eso.
-En eso están. Kuro y Shiro estan siguiendo diferentes pistas dentro de Kyoto, pero no han resultado. También irán al templo. Y yo he estado pensando en qué ponerme, porque me quiero ver muy guapa.- comentó feliz.- Vi unos adornos para el cabello y unas cintas... este año lo deslumbraré, estoy segura.
-¿Ehh? ¿A quién?
-Al señor Aoshi, por supuesto. Yo sé que él aún me ve como una niña, después de todo me crió por eso necesito demostrarle que ahora que he crecido puedo ser una opción para él.
Hiko recordó que para lo de Kenshin, hacía ya dos años, esa muchacha parloteaba sobre el señor Aoshi.
-Mi estúpido pupilo se casó hace más de año y medio...- repuso el hombre, jalando un poco más fuerte su carretón cuya rueda quedó estancada tras una piedra.
-Asi es. Himura y Kaoru ya se casaron. ¿Y eso qué?
-Mi estúpido pupilo se dio cuenta de que queria estar con la jovencita y aunque yo no le tenía ninguna fe, ese patoso no se demoró en casarse. ¿Qué te hace pensar que después de dos años tu señor Aoshi se fijará en tí? Ya lo hubiera hecho si le interesaras y tú pierdes el tiempo esperándolo, pudiendo hacer cosas mejores con tu juventud.
Si Hiko hubiera golpeado a Misao con una roca en la cabeza, le hubiera causado una conmoción similar a la que experimentó con sus palabras. Perdió el paso, pero se obligó a seguirlo.
-No puede ser así, seguramente...- comenzó insegura, tratando de justificar lo que pasaba, pero nada vino a su mente.
-Lo único interesante que has conseguido en este tiempo es que se haya dado cuenta de que tienes el cabello muy largo. Muchacha! Yo noté ese rasgo apenas te vi la primera vez y si me dejas decirlo, trenzado no luce ni la quinta parte de lo bien que se ve suelto. Yo no pienso que Aoshi te vea como una niña, simplemente no te ve porque no está interesado.
Con un nudo en la garganta, Misao no supo qué decir. Hiko siguió su camino como si nada y repentinamente ella lo odió por ser tan cruel con su persona. No era justo, ella no lo merecía. Ahora entendía a Himura quien no sentía simpatía por él. Ya no quería estar allí ni menos acompañarlo porque era desagradable y cruel.
-Yo no debería considerar las palabras de quien no tiene ni ha tenido hasta donde se, pareja conocida.- soltó con amargura.- Puedo hacerle caso en todo lo referente a las cerámicas, las espadas y la naturaleza, pero sobre relaciones humanas, para mí, usted no le ha ganado a nadie.
-Vaya...- dijo Hiko riendo de medio lado, sin apartar sus ojos del camino.- La gatita sacó las garras.
-¡Yo no soy una gatita! !No vuelva a llamarme así!
Hiko estaba divertido. Entrecerró los ojos cuando salieron de la sombra del follaje para estar un tramo bajo el luminoso sol.
-Estás atacando a un hombre que te dio una opinión sobre otra persona. No he dicho nada sobre tí asi que controla tu lengua.
Misao se cruzó de brazos y miró hacia el otro lado. Maldición, Seijuro tenía razón, ella lo había atacado, dejándose llevar por su impulso. Tras cinco minutos en silencio se sintió mal por no atajarse.
-Lo siento. Tiene usted razón.- repuso la joven. -No volverá a suceder, discúlpeme.
Tras una marcha larga, llegaron a Saya. Era un pueblo un poco más grande de lo que recordaba Misao, pero muchisimo más pequeño que Kyoto. Tras ofrecer sus productos, Seijuro vendió una importante cantidad en un puesto establecido. Amaron las vasijas de Misao, quien se presentó como la aprendiz, de modo que dejaron todas. La jovencita no podía creerlo y miró emocionada a su mentor. Luego se fueron a otro lugar y algunas personas se acercaron al carretón para comprar. Emocionada, Misao vio como toda la cerámica se iba rápidamente, con excepción de algunas cosas que Hiko llevaba aparte.
-¿Quieres comer?.- preguntó escueto. La joven asintió y llegaron hasta la casa de un anciano. Complacido al ver a Misao, preparó el mejor apartado para ellos, pues tenía un pequeño restauran, ordenado y limpio con algunos comensales. Les ofreció la comida del dia y Seijuro pidió lo suyo, pero lejos de pedir lo mismo para Misao, le preguntó qué quería ella, llamando su atención con eso. La chiquilla pidió lo mismo porque le pareció rico y aunque hablaron muy poco, más para comentar el sabor de la comida, pasaron un rato agradable y se dieron una panzada. Hiko le ofreció parte de las cerámicas a su amigo después de pagarle y el hombre se enamoró de uno de los vasos de Misao que encontró dentro de una vasija. Misao sospechó que Hiko lo había ocultado allí. Al parecer Hiko sentía aprecio por ese hombre, pues la cerámica se la regaló.
No se entretuvieron mucho en el pueblo, sólo lo suficiente para comprar algunas cosas necesarias para la casa y bastante sake. Al emprender el regreso, Misao caminó al lado del maestro, pero este le indicó que se subiera al carretón y aunque ella no quiso, él insistió.
-Luego te marcharás a tu casa y no tiene caso que camines tanto. Además no pesas nada.
Misao se acomodó y llamó a Toru para que viajara con ella. Sólo podía mirar la ancha espalda del maestro y reparar en sus fuertes brazos. Ella en general había recibido malas referencias de él, como un hombre ácido y que podría recibirla de mala manera cuando se planteó lo de la misión, pero si bien reconocía que Hiko podía ser complicado, llevaban su convivencia en paz. Él la tomaba en cuenta y la animaba a seguir adelante ahora que había encontrado que tenía un nuevo talento. Además, demostraba consideración a ella en ese momento y se sintió halagada ante la idea de que tamaño personaje se preocupaba de que no se cansara.
Al llegar a casa, Misao se cambió de ropa y al salir, Hiko le comentó que el día de la fiesta del templo (al siguiente) no era necesario que viniera, porque él igualmente se tomaría el día para ir por ahi y aunque viniera el traficante, no hallaría a nadie en casa. Habían vendido toda su cerámica, asi que no tendría nada que llevarse aún si quisiera robar y tendría que volver de todas maneras. al despedirse, ella sintió un poco de pena por no regresar al día siguiente. Había dado un par de pasos cuando Hiko la detuvo y le lanzó una bolsita. Misao sin esfuerzo la atajó.
-Cómprate tus adornos y cintas si quieres. Esa es tu ganancia. Trabajaste muy bien.
La joven miró su bolsa con emoción y al volver a mirar, Hiko ya le daba la espalda, camino a su piedra. Ignorándola, destapó su sake y tomó un buen trago, de modo que Misao decidió regresar a casa con una emoción muy agradable.
Ese era su dinero. Su propio dinero. Como ninja su paga consistía en las cosas de las que disfrutaba en Aoiya y a veces le asignaban una cantidad para sus gastos pero nunca antes había ganado dinero por hacer algo además de espiar. Se fue feliz, saltando todo el camino con Toru que animado, le ladraba y como llegó temprano a la ciudad, antes que cerraran los puestos, se compró las cosas que quiso.
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Misao había acabado de vestirse con su mejor ropa cuando Okon le pidió ayuda en algo. Se puso un delantal anudado al frente para no manchar su ropa y rápidamente hizo aquello que le pidieron. Iba con un par de bandejas cuando sintió que el nudo se desataba y le pidió ayuda a Aoshi, que estaba cerca, para que pusiera el delantal en su lugar. Como si nada el hombre cruzó las cintas por detrás y hacia adelante las ató sin mayor problema, fuertemente. Misao le dio las gracias y siguió atendiendo pero algo en Aoshi le molestó.
O tal vez no en Aoshi, algo en el maestro.
No tuvo tiempo de seguir pensando y se preparó para la fiesta llegado el momento. Okon y Omasu amaron sus adornos y ella les prestó los que no usaría. Sus amigas y camaradas le pintaron los labios y la dejaron muy bonita. Más tarde marcharon.
Por alguna razón Misao esperó encontrar al maestro entre la multitud, pero nada de eso pasó. Cuando llegó la mañana del dia siguiente, ella se levantó tan temprano como pudo y tras el desayuno se peinó rápido y corrió a la montaña.
Hiko por su parte se bañaba bajo la cascada. El agua era inmisericordemente fría, pero era lo que necesitaba para aclararse algunas ideas. Salió de debajo el chorro y caminó donde tenía su ropa y algo con qué secarse.
La tarde anterior se le había pasado la mano con el sake y ahora necesitaba despabilar bien antes que llegara la chiquilla. Se sentía mejor y más despierto, asi que tras un rato inició el sendero a casa. Pensaba en el desayuno y cuando entró a su casa, se encontró a Misao medio desnuda poniéndose su ropa de trabajo, toda la espalda descubierta. Para cuando ella se dio cuenta, él ya había salido a toda prisa.
-No sabía que habías llegado. Ni siquiera estaba ese perro tuyo a la vista.- repuso Hiko incómodo cuando ella salió vestida.- Deberías poner más cuidado cuando te cambias, ni siquiera me sentiste venir.
Si lo había sentido. Misao pudo percibirlo y no le importó que la viera. No iba a ahondar en el por qué, pero así había sido, aún cuando sabía que su cuerpo de niña no podía incentivar a nadie.
-Estaba... distraída. No lo escuché.- Mintió.- Seré más cuidadosa, se lo prometo.
Aún cuando Misao había comido, compartió parte del desayuno. Habló de la fiesta del templo y de que había esperado verlo. Habló de Okon, Omasu y Kuro y Okina metido en un lío de jovencitas. Shiro había ganado un concurso de quién comía más en menos tiempo y en todo el relato Hiko reparó que faltaba Aoshi.
-¿Acaso tu señor Aoshi no fue?-
-Fue.- dijo Misao fingiendo una sonrisa feliz. Retiró la mesa y salió al patio, lista para hacer ese día un plato para Toru. Se lo debía a su leal perro que ya dormía echado al sol.
-¿Y?- preguntó Hiko preparando el barro.
-Usted tenía razón. Lo que no pasó en todo este tiempo ya no...-
Misao desvió la vista y su voz se perdió. Hiko no siguió preguntando. Estaba claro... ella se había dado cuenta de lo evidente para los demás. Por lo mismo había decidido huír hacia él, en la soledad de su montaña.
La jornada laboral fue extenuante para Misao, quien entre otras cosas, terminó un gracioso plato para la comida de su perro. Pero el sol iba bajando y ella no se decidía a bajar a Kyoto. Le pidió a Hiko permiso para pernoctar en el espacio del taller.
-Quedarte aquí no resolverá el problema que tienes con Aoshi.- repuso ante la consulta.- Vete hoy, enfrenta lo que tengas y mañana si quieres puedes quedarte a dormir.
-No hay ningún problema con Aoshi. Sólo por hoy no quiero verlo, me siento decepcionada. Necesito... bah, no le debo explicaciones a usted. Dormiré en el bosque, ni que no lo hubiera hecho antes.
Misao comenzó a caminar con Toru siguiendo sus pasos, decidida. Ella no necesitaba pedir permiso para dormir por ahi. ¡Era una ninja! Podía hacer lo que le viniera en gana, dormir en lo alto de un árbol sin caerse y descansar. Hiko la vio marcharse y aunque sabía que se iba a arrepentir, la llamó.
-Oye... acá hay espacio de sobra. Puedes dormir en el lugar que ocupaba mi estúpido pupilo.
Calentaron las sobras de la comida y Misao se atrevió a preguntar a Hiko por qué no había ido el día anterior al templo.
-Yo nunca dije que iría al templo. Además, no me gustan esas cosas.
-Oh, bueno, yo lo esperé. Es decir, pensé que querría ver qué me había comprado con mi paga.
-Lo que hayas decidido comprar es asunto tuyo.- dijo el hombre, pasándole un pocillo con caldo. Misao reparó no solo en lo enorme de sus manos, si no en lo firmes. A diferencia de las manos de Okina, que haciendo algo similar presentaban un leve temblor, las de Hiko no. Pero ella las había visto temblar cuando le anudaba el delantal. ¿Eso significaba algo?
-Traje mis adornos para mostrárselos de todos modos.- dijo la joven, yéndolos a buscar a su pequeño morral tras terminar su cena. Se ordenó el cabello con las manos tras soltar su trenza y se puso los adornos en el cabello.- ¿Qué tal?
-Están bien.- dijo mirándola sólo de reojo, absorto en su sopa.
-¿Sólo bien? Kuro me dijo que me veía muy bonita, y que incluso un chico le había preguntado por mí. Creo que estas cosas me dan atractivo, asi que deben ser hermosas.
-No es cierto. No luces bien por usar esas cosas. ¿No recuerdas acaso a los muchachos que nos atendieron el el restauran de mi amigo? Ellos mostraron mucho interés en tí pero tú no lo notaste. Nunca has necesitado esos adornos para llamar la atención de un hombre gracias a esos ojos que tienes, a que eres bonita y tu forma de ser, por eso pienso que si tu señor Aoshi no se dio cuenta de eso es que no es para tí.
Las palabras de Hiko calaron hondo en Misao. El se terminó su sopa y volvió su cuerpo hacia el fuego.
-¿Usted entonces se dio cuenta de eso?
-Desde que llegaste.- repuso el hombre dándole la espalda.
-Ya veo.- dijo la muchacha, sentándose junto a él, hombro con hombro. Se quitó los adornos del cabello y se los pasó, sin buscar sus ojos.- Pero reconozca al menos que por sí solos, son muy bonitos.
-Lo son.- dijo Hiko. Y tras varios minutos allí se puso de pie y se fue a dormir a su rincón.
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Cuando Hiko se despertó, el espacio donde pernoctó Misao estaba ordenado. Se puso la ropa y salió a buscarla, pero ni las luces de ella en el patio. Entonces Toru, que venía de alguna parte, se le acercó. El maestro le sonrió, como solía hacerlo para los animales, a diferencia de a las personas.
-Eres un perro viejo. No la necesitas para vivir, pero quieres su compañía, no?
El perro solo movió la cola y Seijuro decidió seguirlo cuando emprendió por ahí. Llegó al río, al lugar donde la cascada formaba una poza y tras mirar unos segundos la belleza del lugar, vio emerger a una ninfa de las aguas.
Ignorante de que él se encontraba allí, Misao decidió que ya había nadado bastante y avanzó hasta la orilla con su largo cabello negro cayendo sobre sus senos, aunque luego lo tomó con ambas manos, llevándolo todo hacia atrás para escurrir el agua. Ese momento lo eligió Toru para ladrar y así ella se dio cuenta de que Hiko se encontraba unos metros más allá.
Con los brazos en alto, aún sujetando su cabello hacia atrás y nada encima, Misao no le vio caso a gritar o hacer un escándalo. Ya Hiko la había visto desnuda y aunque no era algo que le gustara, buscó su toalla para cubrir al menos la parte de adelante de su cuerpo. El maestro, sin esa expresión irónica que solía tener, dejó su lugar y se quitó la camisa mientras caminaba hacia ella. Al verlo, Misao se quedó de una pieza y su cuerpo comenzó a temblar.
Al llegar frente a ella, el hombre le puso la camisa sobre la espalda. y cuando la trató de cerrar en la delantera ella pudo notar ese temblor en sus manos. La estaba cubriendo pero Misao, soltando su toalla, puso sus manos sobre las de Hiko.
Algo raro pasó con ella en eso instante. No tenía la fuerza física del maestro, pero sujetándolo de las muñecas, logró que él abriera la camisa nuevamente, exponiéndole su cuerpo. La joven buscó su rostro y aunque él no la miró, notó cómo se arrodillaba delante de ella para besar su pecho justo entre los senos. La descarga que sintió en todo su cuerpo la hicieron abrazar su cabeza para indicarle que le gustaba eso que le hacía, entonces Hiko se movió apenas un poco hacia arriba y chupó su cuello, tomando con su lengua el sabor de su cuerpo y bebiendo las gotas de agua que aún le quedaban.
No quería que se detuviera, Misao no quería. La abrumaban esas sensaciones pero quería, necesitaba llegar hasta el final con ellas. Con una delicadeza impensable para alguien de su tamaño y su fuerza, el maestro llegó a sus senos, que sin dificultad pudo meter casi por completo, uno a uno en su boca, succionándolos y causando estragos en Misao quien, no solo temblaba ostensiblemente, sino que gemía de placer de manera incontrolable. Un gritito salió de ella cuando mordisqueó sus pezones y siguió más abajo.
Misao pudo sentir como su entrepierna palpitaba anticipando algo y es que Hiko estaba desatado. Como perro viejo, no daba explicaciones a nadie de su proceder y tomaba lo que le ofrecía la persona que él quería que se lo ofreciera. Misao aún estaba mojada entre sus piernas por el baño que se había dado y la exploración que hizo con su boca a su cuerpo siguió hasta ese lugar. Se adentró entre los rizos oscuros que ocultaban su sexo y tras pensarlo unos momentos, la recostó sobre su ropa y arremetió de nuevo. Primero separó sus pliegues y con sus dedos ayudó a su lengua a acceder a la intimidad de ella. Su olor a mujer joven, su sabor dulce lo tenían obnubilado y sus gemidos eran como música para él. Pero no se detuvo mucho tiempo en ese lugar.
-Decide.- dijo y Misao no comprendió de inmediato hasta que lo vió expectante a su lado.
-Siga, por favor.- salió de sus labios y antes de que tuviera tiempo de arrepentirse, Hiko se quitó el resto de la ropa con el fin de penetrarla.
No tardó mucho en situarse entre las piernas de la joven, pero fue suficiente para una sombra de duda le llegara. Hiko tenía un cuerpo duro y enorme y ella temió con justa razón que él podría llegar a lastimarla si seguían adelante dada su contextura pequeña pero por alguna razón, lo que Hiko tenía en fuerza, lo complementaba con delicadeza.
A su mente llegaron imágenes de sus manos trabajando la cerámica y una oleada de placer la embargó, en el momento justo que él entraba en ella, llenándola por completo con su miembro. Era un poco incómodo al comienzo pero con calma, Hiko le dio tiempo a su cuerpo para adaptarse a él, antes de intensificar su ritmo.
Misao sólo podía ver el amplio pecho del maestro sobre ella y sentía sus embestidas. Él se encorvó sobre ella y con una mano en su espalda, la acomodó de tal forma que pareció que ella quedaba refugiada en él. ¿Egocentrico? ¿Altanero? Hiko estaba siendo sumamente considerado con ella y le encantó eso. Ya llegaría su momento de complacerlo, pero por ahora no podía pensar en otra cosa que en el sexo que estaba teniendo.
Seijuro acabó y satisfecho, se fue a lavar al estanque. Viéndolo ir, desnudo en medio del bosque, Misao no podía creer que había sobrevivido a semejante hombre. Lo siguió y se lavó también.
Sin decir nada, al salir Seijuro se puso el pantalón, la envolvió nuevamente en su camisa y cargándola, se la llevó a su cabaña.
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Misao sentía que había defraudado al maestro. Sintió la necesidad de explicarse mientras limpiaban el horno para usar al día siguiente.
-Tuve una misión difícil el año pasado.- dijo Misao.- Ahí sucedió. No fue algo que decidiera, pero era mi deber.
Hiko metió su enorme brazo por la obertura del horno y sacó un montón de ceniza que no le servía.
-No estoy pidiendo explicaciones. Es tu vida.- repuso.-Yo no estoy pensando nada sobre tí respecto a eso. Soy un hombre, tú una mujer, es lo único que importa.
Agradada con esa respuesta, Misao regresó esa noche a Kyoto. Fue Hiko quien le preguntó antes de irse, así como dándole poca importancia, si ella regresaría la noche siguiente a quedarse. Riendo y sin responder, se marchó con su perro y claro, ya en su casa tuvo una reprimenda por parte de Aoshi por no avisar que se quedaba fuera.
-El señor Hiko odia relacionarse con las personas y seguramente lo estás molestando de más.- le dijo el ninja.
-No lo creo.- dijo Misao misteriosa y Aoshi reparó en que había cambiado su mirada.
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Dieron con el traficante, apenas dos días después de convertirse en amantes. Hiko se sentó a observar cómo Misao, con una agilidad envidiable, reducía al tipo tras reconocerlo por un aroma que él no llegó a notar y luego la muchacha se lo llevaba para entregarlo a sus compañeros ninjas. Él no se metió en el asunto porque Misao se lo había pedido. Era su misión y tal como pudo comprobar, era muy capaz para eso.
Pensó que no la volvería a ver, pero regresó unos días más tarde. Ninguno habló de amor o cosas por el estilo, pero si de compañía y de llevarse bien. Hiko no tuvo que decir que un perro viejo no quería estar solo pero tampoco acompañado todo el día, porque Misao aseguró que una gatita iba a donde le placía por el tiempo que quisiera ya que no solía quedarse mucho tiempo quieta. Se quedó esa noche y en el Aoiya las cosas ardieron al día siguiente.
Fue Omasu la que notó que algo estaba diferente en ella. De pronto dejó de hablar de Aoshi y un tema nuevo la ocupaba: El maestro Hiko. Preocupada, se lo comentó a Okon y quiso la suerte que el ex Okashira las escuchara. No tardó en ir a pedir explicaciones a la joven, advirtiéndole de que no toleraría que siguiera yendo a casa de Hiko y menos la dejaría pernoctar allí. Misao no dijo nada y en cambio miró con rabia al que hasta hacía poco creía amar.
-¿Es una broma? Me dices que no puedo visitar un hombre que no me trata como una chiquilla indefensa si no como una mujer, que me da mi lugar y respeta mis derechos y sobre todo, al que escucha lo que le digo?
- El maestro no es un hombre que busque una esposa, si es que eso estás pensando de él.
-Lo sé. Lo conozco. Entiendo su personalidad y debe saber que tampoco yo estoy buscando casarme.
-No consentiré que vayas a la montaña. Que venga él aquí si quieren verse. Que sea hombre.
-Lo dicho, usted no me escucha.- bufó la joven molesta. Metió un kimono en su morral y dos delantales.- Él no tiene que venir, yo quiero ir.
La discusión subió de tono, llamando la atención de los demás. Okina también escuchó.
-Te arruinarás si sigues empeñada en eso.- dijo Aoshi.
-Arruinada estuve todo el tiempo que lo busqué y lo quise.- dijo Misao furiosa.- perdiendo mi tiempo detrás suyo. Estuve dispuesta a llevar una vida que he descubierto, no me interesa. Soy libre y tomaré mis decisiones. ¿No es lo que quería cuando se marchó y me dejó atrás? ¿No me prepararon para eso?
Okina decidió intervenir, levantando una mano en dirección a Aoshi.
-La entrenamos como guerrero siendo niña y tratamos de ignorar su corazón dándole poca importancia a sus deseos por ser muy joven. Misao, discúlpanos. En esta casa no hay nadie con el derecho a exigirte explicaciones. Has demostrado innumerables veces tu valor. Ve donde quieras con quien te quiera.
La joven regresó al día siguiente con Hiko y Toru. Llevaba un poco de ropa, pero muy poco. No pensaba instalarse con Hiko para molestarlo...
-Pero me gustaría venir a trabajar con la cerámica y ayudarlo.
-Está bien.- dijo Hiko sin mirarla, concentrado en una vasija. Misao se fue al interior de la casa a buscar su delantal y estando en eso, las manos del maestro la atraparon. Le abrió la camisa que traía y sin remordimientos le bajó el pantalón. Misao se dio la vuelta para ayudarlo a quitarse lo propio y en su rincón predilecto se tumbaron ambos a procurarse placer.
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Temprano, Seijuro Hiko abrió los ojos. Desnudo bajo las mantas, encontró a Misao durmiendo algo alejada.
Poniendo su enorme mano sobre el estómago de la muchacha, la atrajo hacia él. No tuvo muchos miramientos cuando se subió a ella y la penetró con un decidido movimiento. La joven, despertando, enlazó las piernas tras su cintura, profundizando la unión entre ellos. Era pequeña, cálida y sumamente apasionada. Toda una hembra, si le preguntaban a él. Una de esas mujeres de verdad que uno se encontraba.
¿Que si era muy menuda para él? Si, lo era. Pero bien que soportaba su fuerza. ¿Veintisiete años menor? A Misao que era la afectada, parecía no importarle. Tal vez terminaría un dia, como todo, pero no iba a pensar en eso.
Tras el sexo de la mañana se levantaron. Desayunaron algo y luego ella se marchó a Kyoto, dejándole a Toru, su fiel amigo que echado al sol, lo acompañaba mientras hacía su trabajo y entre ambos esperaban que apareciera al terminar su jornada y que llegara sin daños. Su rutina había cambiado, su vida ahora que estaba ella, pero mientras trabajaba todo seguía apacible. Se reía de la cara que pondría su estúpido pupilo si supiera.
Seijuro no podía sentirse más afortunado. Aunque tarde en su vida pudo disfrutar de algo que la chica le hacia con la boca y con la lengua en la punta de su miembro y con toda honestidad, en eso y todo lo demás, no podía recordar haber tenido una amante mejor que ella.
Ahora que la tenía por las noches, se sentía rejuvenecido. Sus ímpetu actuales tenían relación con su aspecto físico y esperaba que Misao con su juventud no se aburriera demasiado pronto de él, porque si bien era cierto que un perro viejo no daba explicaciones sobre su proceder y amaba su soledad, también era cierto que una vez elegía ama...
... el perro viejo junto a ella se quería quedar.
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Fin Perro Viejo
Diciembre 3, 2015.
Notas de Autor 2.
Con este asunto de Windows 10 y sus actualizaciones, a mitad de esta historia se desinstaló mi editor de texto y el que me quedó que complicó mucho, pues no era agradable visualmente y me siento muy agotada. Ahora que terminé esto veré como resolver ese tema, porque tengo mucho que hacer.
Espero que les haya podido gustar esta historia. Originalmente iba a hacer algo más crudo, pero me pareció mejor insinuar una relación entre ambos que dejarlos a merced de las hormonas. En lo personal me gustó la historia, quizá como la encontraré de aquí a dos meses más.
Blankaoru.
