"Sólo puede acabar de una manera"


Cap. 01: Nibelheim.


El final de toda historia siempre tiene un inicio, sea la cosa más extraña, surrealista y retorcida del mundo.

Supongo entonces que mi historia tuvo un inicio propiamente dicho... pero hubo muchos antecedentes al susodicho inicio del que hablo.

Pero me estoy yendo por las ramas, supongo que la costumbre de divagar derivada del mucho tiempo libre del que he dispuesto en estos meses ha hecho bastante mella en mí, siempre había estado acostumbrada a hacer un poco de todo, a mantenerme en forma como quien dice, a tener todo el día ocupado.

Ahora aquellas costumbres mundanas me parecen un eco de mis memorias tan lejano...

Según voy ahondando en las negras piscinas de mis recuerdos voy dilucidando carteles e infinidad de publicidad televisiva apoyando la campaña de Shinra contra Wutai en ésa guerra que duró varios años y que puso a la poderosa y multimillonaria Corporación al frente del gobierno mundial que conocemos hoy.

Recuerdo más que nada la publicidad porque era lo que más estaba de moda entre la gente joven como yo: todos los chicos de mi edad querían ser como ellos.

La élite de SOLDADO, los más poderosos guerreros al servicio de Shinra, la triada de elegidos: Sephiroth, Genesis y Angeal.

Salían en todas partes, a todas horas. Shinra nos bombardeaba con publicidad de sus magníficos guerreros de SOLDADO instándonos a unirnos a ellos y alcanzar la fama.

El primero y más famoso de aquella poderosa triada era sin duda alguna Sephiroth, pero Genesis y Angeal eran los ejemplos más claros de superación al haber visto al primero en los anuncios, haber querido emularle y haber alcanzado la fama como él.

Los tres eran el ejemplo a imitar, el prototipo de hombre duro y honorable que Shinra tan bien sabía vendernos. Los muchachos de las ciudades y los pueblos soñaban con llegar algún día a la añorada Primera Clase de SOLDADO.

Como Sephiroth, siempre como Sephiroth.

Yo no hacía más que verle en los spots publicitarios y en las vallas de neón a todas horas, no podías sacártelo de la vista y... por otro lado, yo, al igual que muchas chicas de por aquel entonces, no tenía ninguna intención de sacármelo de la vista.

Aquel hombre era un sueño en sí mismo, un ídolo al que adorar y admirar en la distancia: era fuerte, era leal a su causa, era diestro con la espada, un arma ciertamente no muy usual para los tiempos de hoy donde lo que prima es la munición y el napalm, y era guapo.

Arrebatadoramente guapo.

Recuerdo haberme quedado muchas veces con quince años y el pavo subido hasta las cejas contemplando ilusionada los carteles de neón donde la pulcra, fría y distante imagen de Sephiroth refulgía con un brillo propio en mitad de la plaza de mi pueblo natal, Nibelheim: piel pálida, ojos fríos y sesgados de un intenso verde pálido y helado, nariz recta y perfecta, boca de labios finos y descoloridos, hombros anchos, armadura negra, pelo largo y argénteo como las estrellas...

Ciertamente, todo en él y en su misma esencia era un sueño.

Los años fueron transcurriendo en la inopia, siempre pendientes de una guerra en la que nadie participaba pero en la que todos estábamos metidos hasta el cuello; mi hermano mayor Ike y mi primo Doug habían ido tiempo atrás a alistarse en SOLDADO y recibíamos noticias de ellos de un invierno a otro.

La guerra pasó, mi hermano regresó a casa y luego se casó con una chica de Kalm, en el otro continente. De vez en cuando nos llamaba por teléfono para saber qué tal estábamos.

Shinra se autoproclamó cabeza de Estado y los impuestos de Mako, energía combustible principal de prácticamente cualquier aparato electrónico, pilar de nuestras vidas mecanizadas e informatizadas, comenzaron a subir como la espuma.

Con el tiempo los carteles publicitarios dejaron de promocionar la figura de Sephiroth para anunciar únicamente productos de consumo y yo me olvidé básicamente del tema.

Ahora bien, unos años más tarde, cuando yo contaba dieciocho para diecinueve años, el reactor de Mako antiguo que Shinra en su momento había construido a las afueras de Nibelheim, en el Monte Nibel, comenzó a desarrollar actividad potencialmente peligrosa para nuestro bucólico pueblecito.

Los animales mutaban, las plantas se morían... el monte acabó seco y convertido en roca gris en menos de ocho meses y, para aquel entonces, decidimos tomar cartas en el asunto ante la presencia de... no sabría cómo definirlo... ¿monstruos?, a las afueras y llamamos a los de Shinra.

Y estos enviaron a Sephiroth.

Yo andaba aquel día básicamente haciendo el idiota, patrullando las afueras de Nibelheim con objeto de alertar de la presencia de aquellos posibles "monstruos" a mis vecinos hasta que llegaran las fuerzas de Shinra.

Y me topé con más de lo que podía enfrentar.

Reconozco que siempre he llevado conmigo un par de Materias subidas de nivel que me han sido bastante útiles en momentos de necesidad: Habilidad Enemiga y Curación.

En nuestro mundo, siempre se ha dicho, existen dos tipos de ciudadanos: los que pelean y los que no.

Si no tienes grandes ambiciones y te conformas con tu vida, no peleas. Si tienes grandes ambiciones, conexiones, suerte y mucha labia, no peleas. Si estás enfermo o minusválido, no peleas. Si eres cobarde, no peleas.

Pero si no tienes medios y quieres que tu vida progrese, de un modo u otro invariablemente peleas.

Y yo estaba dispuesta a pelear antes que morir. A pelear por una oportunidad. Por MI oportunidad.

Pero aquello, ni aún con Curación al tope de nivel y Habilidad Enemiga con siete ataques procesados pudieron con el temible dragón que se me presentó sin comerlo ni beberlo delante de las narices.

No podía derrotar a aquella cosa. Ni siquiera habiéndole puesto todo mi empeño.

Lo bueno es que el oportuno furgón blindado de Shinra atropelló a la bestia y, cuando esta se enfrentó a Sephiroth, el guerrero no tuvo mayor inconveniente en despacharla, forrado de Materia como debía de ir.

Lo malo es que, con unos de los coletazos del susodicho dragón en mitad de la refriega (y mi horrible tendencia a no saber cuándo quitarme de en medio) yo había quedado inconsciente.

Y ahora viene la parte graciosa del asunto: al parecer, en mitad de mi inconsciencia, anduve balbuceando incoherencias acerca de la Materia y de lo fácil que es hacer trampa y ganar a una bestia como aquella tan forrado de Materia.

Así pues, en el momento de despertar no sólo me encontré con que, en vez de al hospital o a mi casa, los de Shinra me habían llevado al único hotel del pueblo donde se les había reservado habitación.

También me encontré con la cabeza vendada y a Sephiroth básicamente a tres pasos de mí, con el ceño fruncido y aquella mirada verde helada escudriñándome con evidente intención.

- ¿Qué...? - musité medio ida hasta que una esfera verde de Materia cayó sobre mis rodillas.

Una Materia de ataque, Relámpago. Y leveada hasta la náusea.

- Considéralo un obsequio. – me dijo la grave, quizás algo pretenciosa y soberbia, voz del inimitable Sephiroth – Puedo apañármelas sin ella perfectamente, pese a lo que puedas juzgar, como bien has hecho antes, respecto a mis habilidades en combate. Por otra parte, considerando tu debilidad, creo que harás buen uso de ella. Te aconsejaría, no obstante, que la combinases con Todos; si tienes más de un enemigo cerca puede llegar a resultarte francamente muy útil.

Y así comenzó todo, supongo, así comenzó mi odisea de la mano con tan peligroso personaje.

Porque Sephiroth, pese a su apariencia de ángel, era una de las criaturas más peligrosas que jamás hubiera nacido en este mundo.


Nota de la autora: aunque haya parecido un poco técnico, el romance vendrá un poco más adelante. Intentaré mantener la esencia de Sephiroth sin volverle ñoño ni muy OCC. No tengo intención de extenderla mucho porque tiene que llegar a una conclusión final que todos conocemos. Los capítulos van a ser así, cortos y "to the point". Mirad a ver si os gusta y ¡a leer se ha dicho! ^^