La historia es mía, cualquier semejanza con otra es pura coincidencia. Los personajes pertenecen a Meyer, sólo me adjudico algunos.
Disfruten.
—Bella, es hora de ir a la cama. — me dijo mi madre, acercándose.
—Un rato más. — le supliqué
—Cinco minutos. — me respondió yéndose a la cocina.
Estaba mandándome mensajes de texto con mi hermana, Rosalie. Ella y su marido estaban de vacaciones en Jamaica. No me gustaba interrumpir sus asuntos pero debía enviarle los avances de la novela que daban en el canal cinco.
—Ya es hora, muchachita. — me dijo Reneé, acariciando mi cabello.
—Mamá, cuidado con mi pelo. — me puse de pie.
—Si quieres puedo cepillártelo. — me propuso.
—Claro que no. Mamá, ¿estás bromeando?
—Pero hija...
—No, mamá. Casi no tengo cabello y tu quieres manipular el poco que me queda.
—Lo siento, Bella. — murmuró yéndose.
El cáncer me consumía todo. El color de mi piel, mi cabello. Astillaba de a poco mis dientes y deterioraba mis lindas uñas.
Era muy difícil vivir así, pero trataba de salir hacia delante todos los días de mi vida.
Me arrodillé frente a mi ventana, cerré mis ojos y junté mis manos.
—Otra noche más, dios. En la que te pido que me cures. Que me quites el dolor que siento todos los días. Y que le des fuerzas a mi madre, para que ella logre salir adelante. — pedí en voz baja.
Me acosté en mi cama y me tapé todo el cuerpo. Sólo dejando una pierna sin cubrir.
En la mañana...
—Hoy desayunamos waffles. — me dijo mi madre, sirviéndome jugo en una copa.
—Delicioso. — le sonreí, relamiendo mis labios.
—Después de desayunar tenemos que ir al médico. Hoy tienes un chequeo.
—Da igual. — le contesté dando un bocado a los waffles.
Me vestí con unas bermudas y una remera vieja. Odiaba ir a los malditos chequeos médicos. El doctor que me revisaba era un amargado y no me caía nada bien.
Mamá condujo su vieja camioneta hacia el hospital privado en el cual me atendían.
Saludé a Georgina, la chica de la entrada como de costumbre y me senté a esperar mi turno.
—Bella Swan. — me llamó la asistente del doctor y mi madre me tomó del brazo.
—Compórtate y no hagas caras al médico. — me dijo mi madre entrando.
Pero ambas nos llevamos una gran sorpresa al ver que el doctor amargado había sido reemplazado por uno muy... lindo.
—Bienvenida... Bella. — me dijo el muchacho, fijándose en su libreta mi nombre.
—Hola. — le sonreí muy fresca.
—Señora. — el doctor miró a mi madre y ella lo miró. — Disculpe, pero yo reviso a mis pacientes sin nadie en la habitación.
—Claro, estaré fuera. — mi madre me guiñó el ojo y salió.
—Bien, señorita Swan. Tenemos que conocernos un poco. Ya que seré tu nuevo médico. — me sonrió sentándose detrás de su escritorio.
—¿Para siempre? — le pregunté entusiasmada.
—Eso creo. Ahora dime, ¿cuantos años tienes? — me preguntó.
— Veintitrés años. ¿Usted? — le pregunté.
—Dime Edward. — me guiñó el ojo. — Yo tengo veintisiete.
—Bien. — murmuré.
—Recuéstate en mi camilla, por favor.
—Claro. — me levanté y me recosté.
—Quítate la blusa para poder escuchar tus latidos. — me dijo acercándose.
Con mucha vergüenza me la quité. Mi corazón latía a mil por hora. Estaba muy... nerviosa.
Apoyó el estetoscopio en mi pecho y miró hacia un costado. Oía con atención y me miraba.
—Bella, tus latidos están muy acelerados. — me dijo. — Relájate.
Respiré profundo una y otra vez. Pero no podía regularizar los rápidos latidos de mi corazón. Que ni sabía porque estaba funcionando así. Movió el estetoscopio un poco más y dio por terminado el chequeo. Me coloqué mi remera.
—Bella, ¿porque no le dices a tu madre que ya puede entrar? — me dijo sentándose.
Salí del consultorio y le dije a mi madre que ya estaba lista. El doctor la invitó a que se sentase. Algo no andaba bien.
—Señora, mire. Yo no voy a mentirle ni a decirle cosas que no son. — dijo Edward, cruzándose de brazos. — Bella, está empeorando.
—¿Qué puedo hacer? — le preguntó Reneé, nerviosa.
—Tendremos que internar a Bella. — dijo mirándome.
—No pueden internarme. ¿Qué anda mal conmigo? — sollocé.
—Bella, todo va a estar bien. — mi madre acarició mi mano.
—Mamá. En mi vida nunca nada va a estar bien. — le dije y salí corriendo.
No quería que me encerrasen en ese hospital. Eso significaba que algo en mi interior había empeorado. Estaba más cerca de la muerte y por eso querían encerrarme.
Salí del hospital y me metí en una cafetería.
—¿Qué le sirvo? — una camarera se acercó a la mesa en la cual estaba yo.
—Un café. Gracias. — le sonreí.
—Que sean dos. — le dijo el doctor a la muchacha. Sentándose conmigo.
—¿Qué hace aquí? — le pregunté.
—Huiste y eso no estuvo bien. ¿Dije algo malo? — me preguntó.
—No. Sólo dijo con palabras sutiles que estoy más cerca de la muerte.
—Yo no dije eso.
—¿Por cuál otro motivo me internarían?
—Porque tenemos que controlar tu cuerpo todo el día. Y en tu casa no tienes los aparatos necesarios. Sólo por eso, Bella.
—No quiero estar en ese maldito hospital. — bufé. — Estaré sola ahí.
—No lo estarás. Tu madre estará contigo y yo... puedo visitarte todos los días.
—Usted no haría eso. Digo... tiene una vida. Y seguramente esposa, hijos. — le dije.
—Bella. Yo haría eso.
—No lo sé. La idea de quedarme en un hospital para siempre es muy... turbia y no me agrada.
—Aquí están sus cafés. — la chica los dejó en la mesa y tomé el mío.
—Gracias. — le dije.
—Bella. Tienes que ver el lado positivo. Podremos controlar tu organismo mucho más seguido.
—No quiero quedarme ahí. — le contesté bebiendo café.
—Bella, tienes sangre. — Edward me miró los orificios de mi nariz.
—Discúlpame. — me levanté y me dirigí rápidamente al baño.
Me miré en el espejo y gotas de sangre caían de mi nariz. Me enjuagué el rostro y la sangre no dejaba de caer.
—Qué bochorno. — me dije.
—Bella. — Edward se había metido al baño de mujeres. — La cabeza hacia atrás. — me tomó del cuello y limpió la sangre con papel.
Miraba mi nariz y yo sentía mucha vergüenza. Él era muy atento.
—¿Esto te pasa seguido? — me preguntó mientras limpiaba mi rostro.
—Últimamente... sí. — no le mentí.
—Bella, tenemos que internarte. Y tienes que acceder. Es por tu bien. — me dijo alzando su mirada hacia mis ojos.
—Yo... no quiero. — lloré cubriéndome el rostro con ambas manos.
—¿A qué le temes? — me preguntó tomándome por los hombros.
—A morir. Temo morir. — sollocé mirándolo.
—Bella, no pasará ahora. — acarició mi cabello y me estremecí. Había tocado mi pelo.
—Nadie nunca va a entender lo que siento. — le contesté.
—Por favor. Necesitas estar en ese hospital. — secó mis lágrimas.
—¿Quién va a cuidar de mí? — le pregunté.
—Tu madre, enfermeras. Y yo.
—¿Tú? — fruncí el ceño.
—Yo te cuidaré si es necesario. — me dijo. Él era tan tierno y atento.
Regresamos al hospital y accedí a la internación. Edward me había dado la confianza que necesitaba para acceder a eso. Y no sabía porqué un simple doctor se ofrecía a cuidarme. Lo que había hecho en la cafetería había sido algo muy importante para mi. ¿Limpiar mi sangre? ¿Sin asco? Era un buen hombre.
—Hija, iré a casa y buscaré toda tu ropa. — me dijo mi madre.
—Te esperaré aquí. — le sonreí.
—Yo estaré cuidándola. — le dijo Edward.
—¿Me quedaré en esta habitación? — le pregunté caminando por la misma.
—Eso creo. Así que... ponte cómoda.
—Dios mío. — me quejé cuando sentí una fuerte puntada en mi pecho.
—¿Qué pasa? — él se acercó a mi.
—Mi pecho... — murmuré desvaneciéndome.
—¡Rita! — sólo escuché que gritó ese nombre y me agarró antes de caer.
Me había desmayado o algo así. No lo recuerdo con claridad pero desperté conectada a un gran aparato. Mis brazos estaban pinchados y conectados con mangueras pequeñas transparentes.
—¿Qué me pasó? — me pregunté abriendo mis ojos y traté de levantarme.
—Quieta. — me dijo Edward.
—Hija, no puedes moverte. — mi madre estaba sentada a mi lado.
—¿Qué ocurre? — le pregunté a Edward.
—Te desmayaste y perdiste mucha sangre. — me contestó.
—¿Qué hora es? — estaba totalmente perdida con el horario.
—Son las 23.45. — me dijo Reneé.
—Mamá, ve a casa. Tienes que descansar.
—No puedo dejarte. — me dijo acariciando mi mano.
—Yo cuidaré de ella. — le dijo Edward a mi madre.
—¿Seguro? — le preguntó ella.
—Claro. — le sonrió él.
—Adiós, hija. — me besó en la frente.
—Hasta luego, doctor. — ella le tendió la mano.
—Nos vemos luego, señora. — le contestó.
Estaba sola con Edward en una habitación y no sentía vergüenza. Al contrario, me sentía segura.
—Qué cómoda es esta cama. — dije acariciando las sábanas blancas.
—Yo la pedí para ti. — me contestó Edward.
—Gracias por eso. — le sonreí.
—No es nada.
—Tengo hambre. — murmuré.
—¿Qué quieres comer? — me preguntó.
—¿Qué quiero? — le sonreí.
—¿Qué es lo que deseas comer ahora mismo?
—Papas fritas. — reí.
—Regreso en un minuto. — me contestó yéndose.
Me dolía la cabeza y el estómago. Tomé mí móvil de la mesa de noche que se encontraba a mi lado y le mandé un mensaje a Rosalie.
Bella — 23.57
Hola, hermana. Hoy no pude ver la novela porque no sé si sabrás pero estoy internada.
Rosalie — 23.58
¿Cómo que estás internada? ¿Qué pasó?
Bella — 00.01
Vine a hacerme un chequeo al hospital y mi nuevo doctor consideró que sería bueno internarme.
Rosalie — 00.03
¿Y porqué?
Bella — 00.04
Porque aquí me pueden controlar mejor y necesito estar conectada a unos aparatos muy costosos. Y en casa no los tengo así que... eso. Ve a descansar, hermana. Saludos a Emmet. Te quiero.
Rosalie — 00.06
Todo va a estar bien. Te queremos.
¿Porqué todos me decían que todo iba a estar bien? En mi vida todo estaba mal. Y las cosas para mí nunca iban a estar bien.
—¿Se puede? — Edward golpeó la puerta y pidió permiso.
—Adelante. — dije acomodándome en la cama.
—Papas fritas a la orden. — canturreó entrando con una bandeja repleta de papas fritas.
—Muchas gracias. — le agradecí tomando la bandeja.
—Espero que te gusten. — me sonrió sentándose en un sofá cercano.
Tomé un bastón de papa y me lo metí en la boca. Estaba delicioso. Así que seguí con más y más. Eran una adicción para mí. Reneé no me dejaba comerlas muy seguido pero de vez en cuando no me venían nada mal. Al contrario, me daban energías. Mi debilidad eran sin lugar a duda las papas fritas.
—Están muy ricas. — le dije a Edward y no respondió.
Volteé y estaba dormido. Ese hombre parecía un ángel. Notaba que estaba algo incómodo porque estaba durmiendo sentado.
—Edward. — murmuré y abrió sus ojos.
—¿Qué sucede? — me preguntó.
—Si estás incómodo ahí... yo puedo hacerte un lugar aquí.
—Estoy bien, gracias. — me sonrió cerrando sus ojos.
Yo me di la vuelta y también cerré mis ojos. Le había ofrecido un lugar en mi cama porque era amplia y mucho más cómoda que ese sofá. Sólo por eso. No había otras intenciones en mí.
De pronto sentí como el colchón se hundía. Volteé y era él.
—Estaré más cómodo aquí. — me dijo a centímetros de mi boca. Él estaba muy cerca de mi rostro.
—Muy... bien. — le contesté mirándolo a sus ojos.
—Descansa. — me dijo y me di la vuelta.
Eso había sido... extraño. Me había hablado muy de cerca y me había mirado los labios. Yo no era experta en el amor ni nada de eso. Pero eso había sido muy... romántico. ¿Quizás? No lo sabía. No estaba segura pero tenerlo tan cerca me había generado un cosquilleo en mi vientre tremendo. Nunca antes había sentido algo igual. Seguramente sentí eso por estar tan cerca de un hombre.
Cuando noté que estaba dormido, me tomé el atrevimiento de acariciar su cabello. No podía dejar de mirarlo, se veía tan... adorable. Su cabello era tan suave y olía a manzanas. Seguramente usaba acondicionador de esos de las propagandas de modelos.
Él se acomodó y quité mi mano rápidamente. No sé como sucedió pero me abrazó. Se dio la vuelta hacia mi cuerpo y se aferró a el. Sentía... tantas emociones. Él estaba dormido, obviamente no sabía lo que hacía. ¿Estaba bien? ¿Estaba mal? No tenía idea. A mí no me molestaba tenerlo cerca. Quiero decir... me agradaba de cierto modo.
Decidí dormirme. Me di la vuelta y ahora lo tenía de frente. No quería que me dejase de abrazar, era muy cálido.
En la mañana...
—Bella, ya estoy aquí. — Reneé me despertó con una caricia.
—Hola, mamá. — la saludé bostezando.
—¿Como dormiste? — me preguntó dándome una taza con té de manzanilla.
—Muy... bien. — recordé el abrazo de Edward. Y le di un sorbo al té.
—Eso es bueno. — me sonrió.
—¿Y el doctor? — le pregunté.
—Se fue a su casa. Él también tiene que descansar. — me contestó.
—Obvio que si. — le sonreí.
—Hija, tengo que irme a comprar unas cosas. Regreso en media hora. — me besó en la frente y se fue.
Ahora me encontraba sola. Le di otro sorbo y comí unas galletas que mi madre me había dejado.
Me sentía un poco sucia. Mi poco pelo estaba grasoso y mi cuerpo... lo sentía pegajoso.
—Buenos días, Bella. — dios mío. Edward entró y se veía tan lindo.
—Hola. — le sonreí.
—¿Como estás hoy? — se acercó con su planilla.
—Me duele un poco el pecho.
—Bella. ¿Hace cuanto fue último cigarro? — me preguntó.
—Hace años, no lo recuerdo. ¿Porque?
—Porque por culpa del cigarro estás así. ¿Lo sabías? No es simple combatir cáncer de pulmón. — me dijo.
—¿Está regañándome? — fruncí el ceño. — Sé muy bien lo que tengo y culpa de qué es. No quiero recordarlo. ¿Esta bien?
—Bella. Yo no soy nadie para regañarte. Sólo te digo las cosas como son. No quiero hacerte sentir mal. — me dijo.
—No es nada. Sé que pronto voy a morir y me faltan sentir miles de emociones. Pero ¿qué importa? Voy a morir.
—No digas eso.
—¿Acaso voy a salvarme? — le pregunté. Y no contestó. — Eso creí.
—Dime, ¿que emociones te faltan sentir? — me preguntó sentándose en la cama.
—Me da vergüenza decir esto. — lo miré. — Pero tengo veintiún años y no he dado mi primer beso. Siento que soy un fracaso y que moriré así. — le dije con mucho dolor.
—Cierra tus ojos. — me dijo.
—¿Para qué?
—Solo... ciérralos. — me sonrió y los cerré.
No podía moverme. Estaba estática y casi muero al sentir su respiración cerca de mi boca. Santa madre. Iba a besarme. ¿Debía apartarlo? Estaba al borde del colapso.
¿Qué opinan de este primer capítulo? ¿Qué creen que va a suceder entre ellos?
Espero que les haya gustado y sólo quiero decir que éste es el comienzo de un largo camino.
Como siempre, su opinión es importante para mí.
Gracias, Anbel. :)
