Subasta
Disclaimer:Los personajes y la historia base, es decir, el mundo de Harry Potter, no me pertenecen, lo único que es de mi propiedad en todo esto, es la trama en la que se desarrolla el fic.
Pareja: Harry/Draco.
Tiempo: Futuro.
Género: Romance.
Resumen: Draco Malfoy, tras haber perdido toda su fortuna después de la guerra, se ve obligado a tomar una medida desesperada para ganar dinero: subastarse en un centro de solteros acaudalados.
Las cosas no parecían marchar tan mal, hasta el momento en que vio la mano levantada de su antiguo rival de colegio, Harry Potter, ofreciendo una suma de diez mil galones por su persona.
¿Qué planes tendrá Harry para Draco?
Autora: Aleiram
Subasta
"Vendido"
Cuando Draco Malfoy vio la mano levantada de su antiguo rival de colegio, Harry Potter, supo que se encontraba en serios problemas.
─ ¿Alguien da diez mil quinientos? ¿No? ¿Nadie? diez mil galeones a la una, diez mil galeones a las dos, diez mil galeones a la tres ¡vendido al señor Potter, por diez mil galones! –el anunciador de la subasta sonrió abiertamente, golpeando con un diminuto martillo, una mesa de madera.
Las aclamaciones borrachas de todos los presentes en la subasta, subieron como fuego incontrolable. Muchas mujeres aplaudieron con fervor al salvador del mundo mágico, mientras que otras le dirigían miradas mordaces por haberles arrebatado su pedazo de carne.
Draco vio a Potter alzar una ceja mientras le observaba, dándole a entender que no estaba en lo absoluto arrepentido de haber pagado semejante precio por él. El rubio tragó saliva y desvió la mirada. Sospechaba que Potter hacía todo aquello para vengarse de él por los años de insultos y peleas en el colegio; o quizá simplemente se había vuelto loco. Muchos decían que el maravilloso niño-que-vivo-y-venció, había perdido la chaveta después de la guerra.
─ Señor Potter –dijo el anunciador, tendiéndole una mano para saludarlo –como usted ha resultado vencedor en esta subasta y a muy buen precio, hemos decidido sumarle a su premio, un bonus extra.
Una pelirroja de enormes senos hizo aparición en el escenario, generando exageradas ovaciones por parte del público masculino. La muchacha lucia una minifalda de cuero y un corset sumamente apretado, que resaltaba las dos pelotas que tenía como pecho. El conjunto era de color negro, al igual que las largas medias caladas que cubrían sus piernas.
─ Agradezco mucho el gesto, pero no necesito ningún bonus extra –dijo Potter, rechazando con toda la educación que le fue posible, a la pelirroja.
La chica en cuestión, enmudeció, no pudiendo creer que el intrépido héroe dorado estuviera rechazándola.
─ Sólo estoy aquí por petición del ministerio, no por diversión.
La excusa dada por Harry, era muy poco creíble. Todos sabían que Draco Malfoy había sido interrogado cientos de veces por el ministerio, dejando resuelto que el joven no había cometido ningún delito demasiado grabe como para terminar en Azkaban; y si en ese momento estaba ahí, siendo vendido a una decena de millonarios solterones, era porque la guerra había dejado a su familia en banca rota y Draco no podía permitir que su madre y padre, pasaran hambre. Potter, en cambio, era uno de los hombres más acaudalados de todo el mundo mágico; las malas lenguas decían que se había convertido en un ermitaño y que raras veces abandonaba su refugio en Grimmauld place. Por eso extrañaba tanto a todos verlo allí, fingiendo estar en una misión del ministerio y "comprando", nada más y nada menos que a su siempre conocido Némesis, Draco Malfoy.
Draco miró a Potter, y en su visión periférica, pudo verlo sonreír abiertamente hacía donde él estaba, cosa que hizo enfadar mucho más al rubio. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado en su vida?; ya de por sí estar ahí significaba una crucifixión para él, tener que venderse como un objeto, cuando años atrás su familia había ocupado los puestos más altos de la aristocracia, era un tormento; pero si a eso se le agregaba el hecho de que su comprador terminaba siendo Harry Potter, Draco podía darse ya por muerto y desterrado de su apellido. Si su padre llegaba a enterarse de lo que estaba sucediendo, le negaría como hijo y allí habría terminado para siempre la vida de Draco Malfoy.
Se sentía morir, sumamente denigrado y humillado al encontrarse en semejantes circunstancias con Potter, y lo peor de todo era que no podía cambiar su situación. Bien había estuchado por ahí a un mago borracho recitar una frase Muggle, que a pesar de su procedencia, resultaba ser muy cierta: No existe la casualidad, y lo que nos parece un mero accidente, surge de la más profunda fuente del destino.
Quizá su destino siempre había estado fraguado de aquella manera, un triste juego de azar de los Dioses y él en el medio, condenado a sufrir eternamente. ¿Desde cuándo su visión de la vida se había vuelto tan subjetiva y pesimista? No lo sabía con exactitud, pero intuía que ese cambio había comenzado luego de ser exonerados, él y sus padres, de todos los cargos bajo la pena de donar gran parte de sus bienes a caridad.
El destino mezcla las cartas y nosotros somos los que jugamos.
Unas tres horas más tarde, Draco cayó fláccidamente sobre un sillón de cuatro plazas en la residencia de Potter; los músculos de sus piernas estaban penosamente doloridos debido a la caminata que el moreno le había obligado a hacer desde el edifico de la subasta, hasta el 12 de Grimmauld Place.
Levantó la cabeza, y se encontró de lleno con los ojos verdes de Harry Potter, mirándole como si esperara que hiciera algún comentario desagradable con respecto a la casa.
Draco no dijo nada, sólo cerró los ojos fuertemente, la vergüenza inundando todos sus sentidos de nuevo. ¿Cómo podría mirar al maravilloso niño que vivo, en la situación en la que se encontraba? Se sentía miserable y sucio. Una escoria de primera clase, habría dicho Blaise si todavía fuese su amigo.
Harry alzó una ceja, sin dejar de contemplar el sonrojado rostro de su antiguo rival; y luego dijo:
─ Mira Malfoy, si estás preguntándote por qué estás aquí, la respuesta es sencilla; tu madre se comunicó conmigo esta mañana, informándome sobre tus planes –Draco se sorprendió al escuchar aquello ¿Su madre sabía sobre la subasta? ¡Merlín Santo! ¡Qué vergüenza! ¿Cómo la miraría de ahora en adelante? Seguro debía sentirse muy avergonzada de él.
Mi padre debe haber sufrido un infarto -pensó contrayendo los músculos de la cara.
–… y me pidió que te ayudara. Así que básicamente no lo hice por ti, si no por ella. –terminó de hablar Potter, esperando una repuesta de su parte.
¿Qué motivo habría tenido su madre para llamarle justamente a él?, dejando fuera, claro, el penoso asunto de su subasta, eso no contaba. Narcissa no era muy partidaria del niño-que-vivo, no podía imaginarla llamándole y pidiendo su ayuda; ella jamás haría algo por el estilo a no ser que… No, lo que estaba pensando era descabellado, ¿su madre y Potter en una relación?, imposible; Narcissa amaba a Lucius y nunca le engañaría con alguien como Potter, y el Gryffindor, pues como el calificativo señalaba, era un Gryffindor y por lo tanto demasiado samaritano como para meterse con una mujer casada. Lo más probable era que su madre se hubiera comunicado con él porque era el único con dinero suficiente para comprarle. Sí, eso debía ser; pero de todas formas suministraría a la situaron un poco de veneno Malfoy.
─ No sabía que eras tan allegado a mi madre, Potter. –dijo con un tono que hasta el más tonto de los tontos habría entendido.
─ No lo soy –contestó el moreno sin inmutarse; Al parecer había estado esperando algo así –, pero ella salvo mi vida hace algunos años, y pesé a que le devolví el favor a la hora de declarar frente al Wizengamot, acepté ayudarte como un favor extra. Favor que pienso cobrarme, obviamente.
─ No tenemos dinero, Potter –declaró Malfoy, sintiéndose estúpidamente apenado por ese hecho. Él, que siempre se había jactado de su fortuna, ahora padecía la pobreza en carne y huesos. Repentinamente se sintió como si estuviese desnudo y a la deriva. Se acurrucó un poco en el sillón y suspiró.
Harry, en tanto, gruñó.
─Ustedes los Malfoy siempre pensando en el dinero. Yo no quiero monedas de oro ni valiosos objetos, no me interesa la recompensa de ese estilo ¿entiendes lo que trato de decir?
─ Entiendo –refunfuñó el rubio, enojado por el desplante del moreno -¿entonces que quieres?
Harry suspiró y le devolvió una sonrisa felina, nunca antes vista por Draco. Sí que Potter había cambiado; ya no era el mismo chiquillo enclenque que cursó junto a él, Hogwarts. Ahora se veía como todo un caballero, elegante, a su manera, pero elegante, y sumamente refinado. Definitivamente, no era el mismo Potter que años atrás había rechazado su mano en el expreso.
─ Sígueme –dijo de pronto el moreno, comenzando a caminar hacía las escaleras que llevaban a los pisos superiores.
Draco lo miró, receloso, mas no teniendo otra alternativa, se puso de pie y le siguió.
Subieron por unas estrechas y sucias escaleras, hasta llegar a una especie de pasillo con dos puertas bastante astilladas. El rubio no sabía con exactitud en que planta se encontraban, pero por la cantidad de escalones que habían subido, suponía que debían hallarse en el tercer piso.
Draco no pudo evitar mirar cada rincón de la casona, con curiosidad. Su estado era deplorable, estaba en pésimas condiciones y era notoria la falta de oxigeno y luz solar. Definitivamente, Potter no era un buen casero. Pero por lo menos el lugar era amplio, no más que Malfoy Manor, pero sí triplicaba el tamaño de la casucha en el que ahora vivía con sus padres.
Después de que Voldemort fuera derrotado, el ministerio había decidido que la mejor manera que los Malfoy tenían de pagar por todos los daños que habían hecho, era donar su fortuna a una fundación para victimas de la guerra, y que para su mala suerte, era dirigida por los Weasley. Así que no sólo había bastado la humillación de la pobreza, sino también la pérdida de su orgullo al llegar a la casa de las comadrejas, con la cabeza baja, y explicarles que por órdenes del ministerio ellos donarían gran parte de su riqueza, por no decir toda, a esa institución que los pobretones habían fundado junto a otros miembros de la Orden del Fénix
Draco aún podía recordar las caras de Granger, Potter y el pelirrojo pobretón cuando le vieron llegar junto a sus padres, y bajar las miradas como perros arrepentidos.
Recordaba que luego había llorado mucho, preguntándose si haber ido a Azkaban no hubiera sido una mejor idea.
El abrir de una puerta, le sacó de sus cavilaciones. Potter acaba de abrir una de las habitaciones del pasillo, esperando pacientemente que Draco se decidiera a entrar.
El rubio miró al salvador del mundo mágico, con la duda pintada en la cara, más no dijo nada puesto que una mano en su espalda le dio un empujón, adentrándolo en la alcoba.
Draco se encontró entonces sumido en un silencio abrumador. Potter no hablaba, y definitivamente él no comenzaría una charla con el chico dorado.
Se preguntó si el moreno estaría enojado, pues lo miraba con el gesto fruncido y no había rastro de sonrisa en su rostro. Muy a pesar de lo que había ocurrido después de la guerra, más allá de haber tenido que dejar de lado su orgullo en varias ocasiones, Draco seguía siendo un Malfoy y lo seguiría siendo eternamente; así que con toda la dignidad que en un momento como ese podía tener, alzó su barbilla en forma defensiva y miró retadoramente al moreno que tenía enfrente. Si Potter estaba esperando a que le diera las gracias o se arrodillara sus pies por haberlo rescatado de la subasta, estaba muy equivocado. Él no agradecería nunca a nadie a sí estuviera al borde de la muerte, y mucho menos a él, al maravilloso Harry Potter. Aunque también existía la posibilidad de que su presencia en esa habitación no tuviera nada que ver con un agradecimiento. La idea de que Potter lo había llevado allí como producto de una venganza, no dejaba de dar vueltas en su cabeza; A lo mejor el fantástico niño-que-vivió planeaba enfrentarse a él en un duelo y cobrarse todas juntas; Pues si eso era lo que quería, Draco no le llevaría la contraria y con gusto le lanzaría un buen par de maldiciones, eso si tan sólo tuviere su varita, pero como no la tenía, debía conformarse con la imaginación de ver a Potter humeando a sus pies. Llevaba queriendo hacer aquello desde que se había topado con él y la hermana de la comadreja en una reunión social, dos años atrás; sólo que aquella vez, Draco no había sido un invitado más, sino un empleado contratado para servir bebidas. Lamentablemente para poder comer necesitaban dinero, y para tener dinero debían trabajar. Lucius no Había sido aceptado en ningún lugar gracias a sus referencias como mano derecha de Voldemort, y su madre no estaba hecha para los trabajos forzados, así que quien había tenido que salir a ganarse el pan de cada día había sido Draco, y seguía siéndolo.
Sólo cuando Potter cerró la puerta de la recamara, Draco pudo dejar de recordar aquellas cosas que no le resultaban nada gratas. Dedico un momento de su tiempo a observar la decoración rústica de la habitación, y los afiches y copas de Gryffindor que Potter tenía expuestos en una estantería de vidrio. Hizo una mueca de repulsión al ver el enorme escudo Rojo y dorado que colgaba de una de las paredes. Un enorme león con pose de rey y una corona en la cabeza, le miraba a través de un par de ojos escarlatas, con el iris bordado en hilo dorado. Se venía amenazante, pero no más que Potter.
─Quítate la ropa –dijo de pronto Potter, sorprendiéndolo.
La barbilla de Draco permaneció alzada, y sus ojos grises enfrentaron a los verdes del Gryffindor. Debía haber escuchado mal, El santo Potter, patrono de los desafortunados, no podía haber dicho aquello.
─ ¿Perdón?....
