Hola, muy buenas a todos los que le hayan dado la oportunidad a este fic. Aquí soy nueva, pero ya llevo escribiendo algunos fics en otra página. Espero que os guste esta historia y sin más ya os dejo con el capítulo, no sin antes dar unos matices:
1. Este capítulo está narrado por Lucy.
2. La letra en cursiva y en negrita son los pensamientos de los personajes.
Dicho esto, disfruten
Una última cosa: probablemente si hay por aquí algunos lectores de Fanfic, os suene este historia. Lógico, porque es la misma... PERO NO ES PLAGIO por una sencilla razón: soy la misma autora (de hecho estoy empleando el mismo nombre, Linaro). De hecho, esta no va a ser la única historia que tenga en esa otra página y que voy a subir aquí... También publicaré otras obras que tengo en esa página porque me apetece compartirlas.
EL ÚLTIMO SACRIFICIO - PARTE I
7 de Julio año XXX
En las primeras horas de la mañana de aquel fatídico día me encontraba merodeando por los bosques que delimitaban la pequeña aldea de Magnolia, lugar donde residía desde que tengo uso de razón. Conmigo se encontraba una pequeña peliazul de mi misma edad, llamada Levy. Ambas estábamos en plena realización de nuestra tarea asignada por el Jefe del pueblo: recolectar cualquier tipo de fruta o baya comestible para el abastecimiento de la aldea de Magnolia… O bien lo que quedaba de la misma.
La verdad era que la aldea estaba sumida en la miseria y con ella sus propios habitantes. Algunos más que otros, naturalmente… La existencia de diferencias era algo inevitable. Levy y yo éramos unas de las más pobres. Sin embargo, no nos quejábamos porque no habíamos conocido otra cosa…
No obstante, todos los aldeanos de Magnolia tratábamos de combatir la pobreza siguiendo nuestros propios métodos. Nos organizábamos en la mayor medida posible, repartiéndonos las distintas tareas para poder hacer algo tan básico como sobrevivir. La reconstrucción de la aldea por ahora quedaba fuera de debate… Hacer que Magnolia volviese a ser lo que una vez fue requería de mucho tiempo y mucho trabajo duro.
Nuestra labor se vio interrumpida por el sonido de unas campanas. Levy y yo intercambiamos una mirada fugaz, en la cual pude comprobar el miedo que se desprendía de sus ojos. Aquel sonido nunca supuso nada bueno. Todos los residentes de la aldea sabíamos el verdadero significado que escondía aquel mortífero sonido: la llegada del siete de julio.
Abandonamos el bosque para dirigirnos al corazón de la aldea, que no era más que una pequeña explanada circular situada en el centro de la zona residencial. Era un foco importante y fundamental donde solíamos celebrar nuestras reuniones.
Cuando saliéramos del bosque, vimos como se iba concentrando en aquel espacio una muchedumbre de gente, expectante de lo que se iba a anunciar. Levy y yo permanecimos algo alejadas de aquel gentío, observando atentamente a cada individuo de aquel tumulto. La inmensa mayoría mostraba una expresión preocupada en su rostro, aunque también había rastro del miedo y nerviosismo que sentían. Las madres más jóvenes apretujaban fuertemente la mano de sus respectivas hijas. Los padres miraban de reojo a sus niñas y cerraban fuertemente los ojos, mientras sus manos se encogían en un puño. Podía adivinar lo que estaba pasando por sus mentes en esos momentos: Por favor, mi hija no.
Dirigí mi vista al frente, fijándola en donde estaba el Jefe del pueblo, Purehito, mientras esperaba a que este diese pie a su discurso.
- Gente de Magnolia, en el día de hoy, siete de julio, se cumplen exactamente cinco años desde la última vez que celebramos nuestra costumbre más sagrada: el ritual de las ofrendas… Una vez más, es necesario presentar nuestra ofrenda a Salamander para vivir otro lustro más en paz… Mis humildes pueblerinos, las ofrendas son necesarias, aunque eso supongan un mayor peso y carga que soportar… No olvidéis que esto se hace para garantizar un bien mayor y para evitar que los males del pasado retornen en un futuro…
Ante aquellas últimas palabras, los habitantes más ancianos y algunos adultos desviaron su vista, mostrando un rostro cargado de su dolor. Un dolor que englobaba "los males del pasado", mencionados por Purehito. Nunca supe en que consistieron, pues aquel era un tema tabú.
- Como soy conocedor de la ansiedad manifiesta por los presentes, procuraré ser breve. Una vez más se ha llevado a cabo la elección de la ofrenda bajo las manos del azar.
Ofrendas que se eligieron bajo las manos del azar y bajo una serie de criterios, necesitas matizar…
Los varones estaban fuera de todo este "ritual". Las únicas perjudicadas éramos nosotras, las mujeres. Y, concretamente, las menores de edad… Los nervios y temores de cada uno de los integrantes de las respectivas familias eran más notorios. Contenían su aliento, como si así pudiesen pasar desapercibidos, y sus miradas permanecían fijas en los labios de Purehito. Sus oídos solo estaban atentos a los sonidos que provenían de su boca. No existía nada ni nadie más.
En ese momento, Levy se acercó a mi lado y agarró también mi mano, a la vez que mantenía su vista al frente con un rostro aparentemente calmo.
- La ofrenda de este año y otorgadora de nuestra tranquilidad por otros cinco años más es… – murmuraba Purehito mientras desdoblaba a duras penas un papelito blanquecino. Leyó su contenido y alzó su vista al frente. Pude percibir un atisbo de alivio en su mirada, mientras que por parte de los aldeanos aumentaba más su tensión – Lucy.
Vaya… Eso sí que fue inesperado, en cierta manera.
Probablemente se me hayan abierto un poco los ojos debido a la sorpresa, pero, aparte de eso, no creo haber manifestado algún otro tipo de emoción. Levy se giró lentamente para verme, mientras fruncía el ceño. Supongo que quería verificar si sus oídos habían escuchado bien.
- ¿Lucy? ¿Podrías acercarte, por favor?
Todos los allí presentes comenzaron a voltear su cabeza en torno a mi dirección. Yo, por mi parte, intentaba acercarme a donde estaba Purehito, pero la única mano amiga con la que contaba trató de detenerme. Levy impedía que prosiguiese con mis pasos, mientras negaba con su cabeza. Yo solo le sonreí y me solté de su agarre bajando la mirada. Podrían malinterpretar su gesto, siendo ella finalmente la perjudicada y no lo podía permitir, sabiendo el miedo que tenía… Que una u otra tuviese el papel de ofrenda daba igual para el resto de los aldeanos. Mientras sus hijas estuviesen a salvo, las demás no importaban, no existían diferencias… Además, ¿quién se iba a preocupar por unas huérfanas sin raíces ni orígenes conocidos? ¿Quién nos echaría de menos? El resultado había resultado tan conveniente… Qué casualidad que las anteriores que fueran ofrendas no gozasen de algún tipo de protección. Qué casualidad que aquel papel nunca recayese entre las familias más importantes y más reconocidas… Pero, ¿acaso servía de algo criticar aquello? No iba a haber algún cambio en ese aspecto.
Me alejé de Levy para ir hacia donde Purehito y en el momento que inicié mi caminata, comenzaron los murmullos y los comentarios por lo bajini y yo… Yo… Me sentía como un mono de feria.
- Lucy, como representante de la aldea, quiero mostrar mi más profundo agradecimiento por el paso que vas a dar por el bien de tu pueblo… También ruego que nos disculpes por las penurias… Ninguno de los aldeanos olvidaremos tu acto de valentía en este siete de julio ni tampoco su significado. Serás considerada como la salvadora…
Y en ese momento mi cerebro desconectó. Aquel discursito resultaba nauseabundo, tan falso y tan cínico… No eran más que palabras vacías, carentes de sentimiento alguno, pero no me sorprendía en lo más mínimo. Siempre he sido consciente del cinismo de la aldea. Para aquellos que no habían nacido en la pobreza, la miseria sobrevenida podía ser algo muy peligroso que podía sacar el lado más oscuro y perverso del ser humano. Y yo había sido espectadora de aquel lado tan crudo de la humanidad.
- … ¿Hay algo que quieras decir? – me preguntó el Jefe del pueblo.
¿Qué se supone que he de responder a eso? ¿Qué es lo que quería que hiciese? ¿Despedirme haciendo algún tipo de numerito? Todo aquello me parecía tan ridículo, tan sin sentido…
- No.
- Bueno… – parecía algo aturdido por la rotundidad de mi respuesta – Ve con la Consejera. Ella te dará las pautas que deberás seguir.
- Muy bien.
Me alejé de aquel punto concéntrico y me dispuse a buscar a la Consejera, cosa que me resultara un poco difícil porque había algo que me obstaculizaba el paso… Una aglomeración de gente me rodeaba. Cientos y cientos de miradas compasivas más un diluvio de palabras amables recaían sobre mí, sobre lo que sería su última esperanza… Al menos para ese lustro. En los rostros de cada uno de los aldeanos se mostraba una pena fingida e inexistente por lo que iba a ser la futura pérdida.
La suerte quiso que fuese la ofrenda, o lo que realmente ocultaba esa palabra: el sacrificio. Era aquel sacrificio del que nadie se acordaría pasado el momento del ritual.
- Buena suerte, Lucy-sama.
- Que los dioses te bendigan.
- Apreciamos tu bondad.
- Gracias por velar por nuestra seguridad…
Mi nombre es Lucy, solamente Lucy. Carente de raíces y con tan solo diecisiete años iba de camino a mi muerte…
O eso era lo que creía…
Me encontraba ya frente a la Consejera, una mujer joven de cabellos cortos y oscuros la cual me miraba apenada y con tristeza. Una de las pocas personas de las que sí me creía su preocupación. La seguí y me condujo hasta una cabaña, que era la que, con diferencia, tenía mejor aspecto que el resto de chozas que existían en la aldea. En su interior se encontraban varias mujeres trabajando con unas telas blanquecinas. Dos de ellas se acercaron a mí, cogiendo un barreño lleno de agua y comenzaron a lavarme. Las paré casi en el mismo instante en el que me tocaron. Ese tipo de actos me incomodaban mucho. Ni estaba impedida ni era una niña rica para recibir ese tipo de atenciones. Sabía valerme por mí misma…
Una vez que hube terminado, las restantes mujeres se me acercaron para vestirme con un vestido corto blanco impoluto, mientras me ponían un velo en la cabeza, que cubría la mayor parte de mi rostro. Aquello no era más que puro protocolo. Esas ropas eran un signo distintivo: quien vestía de blanco era la ofrenda y, supuestamente, representaba la inocencia…
Y yo de inocente tenía bien poco, por eso mismo no me sentía cómoda con esas ropas. Prefería vestir con mis viejos harapos, yo no tenía nada de pura… Menudo chasco se iba a llevar el monstruo con este sacrificio… Y menudo chasco se iban a llevar los del pueblo conmigo. Puede que los lleve a su destrucción, quien sabe...
Retocaron mi cara con un poco de maquillaje y me envolvieron con alguna que otra joya. Sinceramente, no entendía esta costumbre. No entendía cada una de estas pautas previas al ofrecimiento… Si iba a morir, ¿por qué se molestaban con tanto detalle? Aquello era un gasto innecesario. Podrían emplear esas telas y esas joyas para venderlas y sacar algún tipo de beneficio, o bien para crear nuevas ropas para aquellos que pasen más necesidad… Pero no, lo empleaban para un estúpido ritual.
Volvieron a sonar las campanadas que indicaban el momento de mi partida de aquella aldea que había sido mi hogar durante toda mi vida. Cuando salí de la cabaña, me sorprendió ver que todos los habitantes aún permanecían fuera, esperando mi marcha. Estaban situados a ambos lados del camino, formando un enorme pasillo hasta la entrada del bosque. Cuatro hombres me esperaban fuera en medio de aquel pasillo. Supongo que eran los escoltas que siempre acompañaban a la ofrenda... Dos se pusieron al frente y dos atrás. A mí lado se encontraban Purehito y la Consejera, Ur.
- Si juegas bien tus cartas, puedes salvarte – me volteé sorprendida para ver el rostro de la Consejera.
- ¿Qué…? – ella me interrumpió haciendo un gesto para que guardara silencio.
- Llegado el momento sabrás a lo que me refiero… Por el momento observa.
¿Observar? ¿El qué? ¿Qué quería decir eso? No entiendo nada…
Inicié mi caminata hacia las afueras del bosque, situándome en medio de los cuatro guardias. No sabía adónde tenía que ir realmente, yo solamente seguía a los que tenía al frente. Los aldeanos me miraban mientras bajaban su cabeza, como signo de respeto. Entre la muchedumbre distinguí la cabellera de la pequeña peliazul que me había acompañado durante toda mi vida. Se veía devastada, la pobre no podía parar de llorar…
- ¡No vayas, Lucy! ¡NO VAYAS! – gritaba Levy mientras se movía entre la gente, aunque no pudo avanzar más porque la agarraron – ¡NO, SUÉLTAME!... – ella forcejeaba, no con éxito – No es justo… – Levy no pudo emitir palabra alguna porque se lo impedía su propio llanto.
Todos sabíamos el verdadero significado de la ofrenda. Todos sabíamos que aquello era un sacrificio y todos sabíamos que aquella muchacha que salía de la aldea un siete de julio, nunca volvería. Y nadie nunca trató de detener aquella atrocidad. Era más fácil creer que aquello era para asegurar un bienestar mayor…
Ya estaba dentro del bosque, ahora tan solo con la compañía de los cuatro guardias. Purehito y Ur se quedaron en límite del bosque y la aldea, observándome desde la lejanía. Caminábamos los cinco envueltos en un silencio sepulcral, pero dentro de su medida, parecía que todo iba medianamente normal. No obstante, llegó cierto momento en que los guardas ralentizaron el paso. Se les veía dudosos. Diría que hasta temerosos… Quedaba poco para atravesar el tramo del bosque y podía ver como poco a poco "mis" escoltas iban palideciendo. Sus nervios eran más notorios y a alguno le comenzaba a temblar el brazo.
Cuando salimos de la arboleda, llegamos a una pequeña llanura, donde había una cabaña de madera muy distinta de la que había visto en la aldea. Parecía más descuidada, pero se notaba que era mucho mejor que la de la aldea… En ese momento en el que me abstraje observando la cabaña que tenía ante mí, me di cuenta de que "mis" escoltas habían aprovechado ese preciso instante para huir de allí, dejándome completamente sola ante lo que sería la bestia receptora de la ofrenda...
Debería sentirme tan temerosa como ellos, sobre todo al no tener ningún acompañante, pero, curiosamente, estaba muy tranquila. No sentía miedo. Tampoco estaba enfadada por el abandono, ni siquiera sentía rencor hacia los aldeanos… No sentía nada en especial. No me importaba nada de lo que me podría suceder… No es que no valorase mi vida. Simplemente había asumido mi destino y lo había aceptado. Mi situación no iba a empeorar más de lo que ya lo había hecho...
Esperé un largo rato en medio de aquel lugar y comencé a cuestionarme por qué esperaba. Lo más lógico sería escapar de allí, era lo que diría el raciocinio humano si estaba en mis mismas condiciones. Pero yo no. Yo esperaba a mi muerte… ¿Acaso era subnormal? Aunque… ¿Podía hacer otra cosa? Si escapaba, ¿adónde iría? ¿Es que podría volver a la aldea después de todo aquel paripé? Obviamente no… Maravilloso. Realmente no tenía un lugar adonde ir…
Pero tampoco pensaba quedarme a esperar a mi muerte… Aparte, estaba cansada de esperarla, por lo que decidí marcharme adonde me llevase el viento y, justo cuando iba iniciar mi marcha, salió alguien de la cabaña. Era un chico bastante exótico. Tenía unos cabellos alborotados rosados, una mirada afilada jade y una apariencia en general imponente… Llamaba mucho la atención. Su presencia era digna de atraer cualquier mirada… Vestía un poco raro, para la época del año en la que estábamos. Iba con ropa negra y con el cuerpo totalmente cubierto. Incluso sus manos.
- ¿Otra más? – su voz sonaba grave, como si recién se hubiese despertado… Quizás aquello explicaba sus alborotados cabellos – ¿O te has perdido?
¿Era él la famosa bestia, a la cual temían todos los aldeanos? ¿Realmente era él aquel demonio del que todos hablaban? Cuando lo mencionaban, siempre me lo imaginé como un monstruo con dos o tres cabezas, con alas, seis u ocho brazos y con dos colas… No sé, un ser amorfo y aterrador para la vista, de estos que te pueden provocar pesadillas por meses enteros… Y sin embargo… Me encontraba con que tenía una apariencia tan humana… No era aterrador ni amorfo. Era realmente agradable para la vista, era bello y se veía muy joven. ¿Sería quizás la belleza del diablo? No lo sabía… Lo único que sabía es que "ese monstruo" de bestia no tenía nada… Bueno quizás solamente esa apariencia salvaje que poseía. Pero aquello no asustaba en lo más mínimo, sino que al contrario… Atraía. ¿Y si aquello no era más que un cebo para llamar la atención de su presa? Como en el mundo animal…
- No… – él se acercó a mí, mirándome muy extrañado.
- Sí, ya lo veo… Ese tipo de ropas te delatan – me observaba minuciosamente, manteniendo cierta distancia –… ¿Tienes algún problema en el cerebro? – me dijo de pronto el pelirrosa – ¿O estás esperando a que te coma? – preguntó con una sonrisa ladina mientras me quitaba el velo del rostro. Aquello hizo que me sintiese indefensa…
- ¿Co-comerme? – repetí nerviosa.
- Claro… ¿No eres el sacrificio, perdón, "la ofrenda" de la aldeucha?
- ¿Y qué pasa si lo soy? – respondí a la defensiva.
Había algo en él que me sacaba un poco de quicio… No debería de ofenderme por ese tipo de minucias, teniendo en cuenta que decía la verdad y que era la que tenía una mayor desventaja, pero bueno… Siempre fui un poco combativa.
- Que cualquiera que estuviese en tu pellejo huiría despavorida…– Tiene un punto a su favor.
- Bueno, pues yo no huyo… Porque… ¿De qué sirve huir si me vas a atrapar?– me miró con una ceja enarcada.
- … Eres rara… – acto seguido se volteó y fue de camino al bosque – Haz lo que gustes…
Dicho eso, el pelirrosa se alejó de su guarida y me dejó ahí en medio de ese espacio abierto sin saber muy bien lo que hacer. Sus acciones me chocaban… ¿Como debería de considerar aquello? ¿Es que me había dejado libre? ¿O estaba jugando conmigo? No lo entiendo… ni a él ni a mí.
Cualquiera en su sano juicio hubiese escapado de ahí hace mucho, pero yo lo esperaba fuera… ¿Por qué? ¿Por qué sentía que tenía que hacer eso? Quizás fueran las palabras desconcertantes de Ur, o quizás fuera la soledad que se desprendía de la figura de aquel monstruo… ¿Por qué tenía aquella apariencia tan solitaria?... ¿Era por curiosidad por lo que me quedaba? Sea como sea, no estaba actuando como solía hacerlo. Quizás haya perdido la cordura sin darme cuenta…
Le esperé fuera de la cabaña sentada en medio de la tierra, apoyando la espalda contra una de las paredes de la cabaña. Me daba igual manchar aquel vestido, me sentía muy cansada y tremendamente confundida como para ponerme a cuidar ese tipo de detalles... Era extraño, pero algo en mí me decía que tenía que esperar, que tenía que "observar" a aquel individuo… Siempre pensé que había algo raro en todo este ritual y quizás esta fuese la mejor forma de descubrir lo que pasaba. Eché una siesta bastante larga, porque cuando desperté ya era de noche. Vi frente a mí la silueta de un chico que ladeaba la cabeza. Alcé mi vista y me di cuenta que se trataba de Salamander.
- ¿Qué haces todavía aquí? ¿En serio estás esperando a que te coma?
- Si quisieras comerme ya lo habrías hecho… Estoy sola y no tengo escapatoria… – escuché una risotada por su parte.
- ¿Y no puedes pensar que a lo mejor no hice ningún movimiento porque quiero jugar con mi presa?
- ¿Y qué sentido tendría hacer eso?
- Mujer, son cinco años de sequía a la espera de un nuevo juguete, tengo que entretenerme un poco de alguna forma…
- Pues haz lo que gustes, no pienso huir.
- Ya… Apuesto lo que quieras a que huirás en cualquier momento que tengas oportunidad.
- Si no lo hice en un principio, dudo mucho que lo haga después…
- A veces la espera a que suceda algo de lo que eres consciente puede martirizar mucho más de lo que crees – ¿Por qué parecía tan sombrío y tan solitario cuando decía aquellas palabras?
- ¿Y qué gano si no huyo?
- Más tiempo de vida, por el momento…
- Bueno… No tengo nada que perder… Tampoco podría volver a la aldea…
- No tienes interés por tu vida, ¿verdad?
- ¿Me estás llamando suicida?
- Si no te gusta, puedes decir que eres temeraria…
- Bonita forma de tapar lo que realmente quieres decir… – él volvió a soltar otra risa sarcástica.
- ¿Cómo te llamas piquito de oro?
- Lucy.
- Muy bien Lucy, ¿iniciamos la apuesta? – decía ofreciéndome la mano.
- ¿Cuánto tiempo me regalas?
- Eso depende de ti… En función de cuanto me entretengas y también en función de si escapas o no…
- Te dije que no iba a huir.
- Ya veremos… Entonces qué… ¿Aceptas la oferta?
Miré su mano enguantada y ofrecí la mía para dar un apretón de manos, como si aquello se tratase de un negocio normal y corriente.
¿En qué narices estaba pensando?
