SUMMARY: Londres 1799. Huyendo con un oscuro secreto, Sakura acaba en un barco mercantil americano, y por un malentendido que mancilla su honor, el Capitán Li se ve obligado a casarse con ella. El recelo inicial entre ambos, da paso a un creciente afecto. Pero las sombras del pasado los seguirán hasta América. Habrá muerte. ¿Logrará Syaoran proteger a su amor?

Mis estimados lectores, he vuelto de entre los muertos para traerles una historia que me ha cautivado hasta la médula. Éste nuevo proyecto se trata de adaptar una novela que vio la luz en 1974; "La llama y la flor" de Kathleen E. Woodiwiss, convirtiéndose en uno de los Best Sellers de la época.

Disclaimer: Ni el contenido, ni los personajes de CLAMP me pertenecen, pero adaptaré la historia a mi estilo de escritura y a las características de los personajes de Sakura Card Captor que tanto amámos.

Si tiene buena aceptación, subiré el resto de los capítulos. Reviews porfavor!

Camiko no Punishment

A LEER!

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CAPÍTULO 1 "LA FLOR DEL CAPITÁN"

En cualquier parte del mundo el tiempo pasaba volando, veloz, con las alas abiertas, pero en la campiña inglesa su paso se hacía lento y pesado, casi doloroso, como si anduviera desnudo sobre los surcados caminos que se extendían más allá de los páramos. El aire era sofocante y el polvo, todavía en suspensión sobre el camino, recordaba el paso, un rato antes, de un carruaje. Una pequeña granja usurpaba sombríamente el terreno bajo la bruma que cubría el pantano. La pequeña construcción, con su techo de paja, sobresalía entre unos tejos altos y delgados. Al lado había un granero destartalado, con un marco toscamente labrado, y más allá, un campo de trigo que luchaba en vano por sobrevivir en aquella región cenagosa.

En el interior de la casa, Sakura Kinomoto intentaba pelar patatas con un cuchillo romo y sin brillo. Estaba cansada. Hacía ya dos años que vivía en aquel lugar, dos desdichados años que habían ensombrecido su vida. Difícilmente lograba recordar los felices momentos anteriores al fatídico día en que la habían llevado allí, aquellos dulces días en los que había dejado de ser una niña y se había convertido en una muchacha. Entonces, Fujikata, su padre, un mercader originario de Oriente, todavía estaba vivo y ambos compartían aquella cómoda casa londinense, tenían ropa elegante y comida suficiente que llevarse a la boca. Desde luego, aquello era mejor. Incluso ahora, las noches en que su padre la dejaba a solas con el servicio parecían no asustarle. Ahora podía entender su sufrimiento, la soledad causada, hacía ya tiempo, por la muerte de su esposa, una adorable y bella muchacha irlandesa de quien se había enamorado, con la que se había casado, y a la que había perdido al dar a luz a su única hija. Ahora Sakura, podía comprender incluso la necesidad que tenía su padre de jugar, ese cruel hábito que le había robado la vida y a ella el hogar y la seguridad, dejándola a merced de sus únicos familiares, unos tíos vulgares y desabridos.

Sakura se secó la frente y pensó en su tía Seika Kinomoto (De soltera Court), que holgazaneaba en la otra habitación, el colchón de paja estaría aplastado bajo su más que generoso físico. Seika no era una persona fácil. Todo parecía disgustarle. No tenía amigos. Nadie la visitaba. Estaba convencida de que la irlandesa con quien su cuñado se había casado era de una clase inferior, una raza que, según ella, siempre estaba en guerra contra la corona debido a que era propio de su naturaleza luchar, y Sakura se había convertido en el blanco de ese odio malicioso. No pasaba un solo día sin que le echara en cara que era medio extranjera. Y ese prejuicio implicaba un sentimiento aún más profundo, que tergiversaba su razonamiento hasta convencerla de que, como su madre, la hija era medio bruja. Quizá se tratara de celos.

Seika Kinomoto nunca había sido guapa ni nada que se le pareciera, mientras que la muchacha, Sakura, poseía encanto y una belleza exquisita. Cuando entraba en una habitación todos los hombres se volvían para mirarla. Sakura había heredado la belleza de su madre, y con ella, las críticas de su tía.

Las casas de juego habían exigido el pago de las deudas que Fujtaka había contraído con ellas y se habían llevado todos los bienes materiales que poseía a excepción de unos pocos objetos personales y algo de ropa. Seika se había desplazado a toda prisa desde una destartalada granja a Londres para declarar el legítimo derecho de alguna herencia para su marido ,Sue Kinomoto, el hermano de Fujitaka, pero lo único que consiguió fue quedárse con su sobrina huérfana y la exigua herencia de ésta. Se había quejado de que Fujitaka no hubiera compartido en otros tiempos su riqueza y de que no les hubiera dejado nada. Había vendido todos los objetos menos uno, un vestido de noche de color rosa, que Sakura tenía prohibido ponerse, y se había embolsado ávidamente el dinero.

Sakura enderezó su dolorida espalda y suspiró.

—¡Sakura Kinomoto! —gritó su tía desde la otra habitación, y la cama crujió cuando se levantó—. Insecto holgazán, deja ya de soñar despierta y ponte a trabajar. ¿Te crees que otro va a hacer tus tareas mientras vas por ahí como un alma en pena? No me explico a qué colegio de señoritas has asistido. ¿Acaso no te enseñaron a hacer algo útil en vez de leer y llenarte la cabeza de ideas pretenciosas? —La corpulenta mujer cruzó sigilosamente el suelo de tierra y entró en la habitación. Sakura se preparó mentalmente; sabía lo que se le venía encima—. Mira lo bien que te ha ido vivir de la única familia que te queda. ¡Tu padre era un imbécil, sí que lo era, tirando el dinero de esa manera sin preocuparse de nadie más que de sí mismo! ¡Y todo por culpa de esa irlandesa loca con la que se casó! —Seika escupía con asco las palabras—. Intentamos prevenirle de que no se casara con Nadeshiko, pero no nos hizo caso.

Sakura dejó de mirar el rayo de sol que entraba por la puerta abierta y miró a su voluminosa tía. Había oído la misma historia tantas veces que se la sabía de memoria; a pesar de ello, los recuerdos de su infancia al lado de su padre la acompañaban en todo momento.

—Era un buen padre —se limitó a contestar.

—Eso es una cuestión de opiniones, jovencita —replicó la mujer con una mueca de desprecio—. Mira en qué situación te ha dejado: el mes que viene cumplirás dieciocho años y no tienes dote. Ningún hombre querrá casarse contigo sin dote. De acuerdo, puede que te quieran... pero solo para calentar su cama. He puesto mucho empeño en hacer de ti una persona decente. No quiero que empieces a llenar la casa de bastardos. La gente de aquí está esperando eso. Saben la clase de basura que era tu madre.

Sakura se estremeció, pero su tía continuó despotricando mirándola con los ojos entornados y amenazándola con el dedo.

—El diablo se ocupó de que fueses igual a ella. Una bruja, eso es lo que era. Es lógico que te le parezcas. Al igual que tu madre arruinó la vida de tu padre, tú harás lo mismo con cualquier hombre que se fije en ti. Es la voluntad del Señor la que le ha traído hasta mí. Él sabía que yo podría salvarte del fuego y el azufre a los que estabas predestinada, y he cumplido con mi deber al vender ese vistoso traje de noche que tenías. Esos viejos vestidos míos te quedan muy bien.

Sakura estuvo a punto de echarse a reír, y lo habría hecho si la realidad no hubiera sido tan triste. La ropa de su tía, que pesaba el doble que ella, le sentaba peor que un saco. Eso era lo único que se le permitía llevar, viejos harapos que ridiculizaban su figura. Seika incluso le había prohibido que los arreglara para que le sentaran mejor; lo único que podía hacer era acortar el dobladillo para que no tropezase al andar.

La mujer sorprendió a Sakura contemplando los trapos que llevaba puestos y le dirigió una mirada despectiva.

—Pequeña pordiosera desagradecida. Solo dime dónde estarías hoy si tu tío y yo no te hubiéramos acogido. Si tu padre hubiera tenido sentido común, te habría dejado una bonita dote. Pero no, se lo quedó todo para él, pensando que eras demasiado joven para casarte. Pues ahora ya eres demasiado vieja. Te morirás siendo una solterona... y una virgen. De eso ya me encargaré yo.

Seika volvió una vez más al único dormitorio de la casa, sin antes advertirle a Sakura que se apresurara a acabar las tareas del hogar si no quería que la azotara. Ya conocía el aguijón de aquella vara. Era normal que tras un castigo la espalda le quedase cubierta de rojos verdugones durante días. A Seika parecía producirle un placer especial dejarle aquellas marcas en la piel.

Sakura no se atrevió a soltar otro suspiro de agotamiento por temor a llamar de nuevo la atención de su tía, pero estaba exhausta. Llevaba levantada desde antes del amanecer, preparando un banquete para el arribo del tan ansiosamente esperado hermano de Tía Seika, y dudaba de su capacidad para resistir mucho más. Días atrás había llegado una carta informando a Seika de que su hermano llegaba esa noche, y había ordenado a Sakura que iniciara los preparativos de inmediato. Ella misma se había dignado a ayudar para disponer las tazas de la forma correcta. Sakura sabía que su tía sentía un verdadero cariño por aquel hombre. Había oído historias maravillosas acerca de él, un distinguido modista, e intuía que el hermano de Seika era el único ser, humano o de otra clase, por el que ella se preocupaba. El tío Sue, esposo de Seika, había confirmado a Sakura sus suposiciones al contarle que no había nada que Seika no estuviera dispuesta a hacer por ese hombre. Ella le llevaba diez años a su único hermano, por lo que lo había criado desde que era tan solo un bebé. Pero el que hubiese decidido visitarla era muy extraño.

El sol semejaba una enorme y roja bola incandescente que descendía por el oeste iluminando la tierra. Seika llegó para dar el visto bueno a los preparativos y ordenó a Sakura que dispusiera más velas para encenderlas más tarde.

—Han pasado cinco veranos desde que vi a mi hermano —dijo— y quiero que todo esté perfecto para cuando venga. Mi hermano, Will, está acostumbrado a lo mejor de Londres, y no debe echar nada en falta mientras permanezca aquí. No le gusta tu tío y tampoco le gustaba tu padre. Mi hermano tiene mucho dinero porque sabe usar la cabeza. —Hizo un gesto con su enorme cabeza y luego puntualizó—: Nunca lo verás en una casa de juego tirando por la borda su riqueza o sentado mano sobre mano como tu tío. Es un hombre que se arriesga, sí señor. No hay mejor tienda de moda en Londres que la suya. Incluso tiene a un hombre que trabaja para él, sí señor.

Finalmente le dio a Sakura la bendita orden de que se fuera a asear.

—Ponte el vestido que te dio tu padre. Estarás muy bien con él. Quiero que la visita de mi hermano sea un feliz acontecimiento y tu aspecto con esos trapos que llevas puede deslucirlo.

Sakura se volvió sorprendida, con los ojos como platos. Su vestido rosa había permanecido escondido durante dos años, nadie lo había tocado o llevado. Estaba encantada, aunque únicamente fuera para complacer al hermano de su tía. Parecía haber pasado una eternidad desde que se había puesto algo bonito, y ahora sonreía esperando el momento de lucirlo.

—Sí, ya veo que estás contenta —añadió Seika—. Siempre pensando lo encantadora que te ves con esos vestidos tan finos. —Señaló a Sakura y agregó—: Satán ha vuelto a las andadas. Ten cuidado, el Señor sabe lo importante que eres para mí.

Sakura suspiró profundamente, como si estuviera cansada de la carga que su tía le había impuesto.

—Sería mejor que estuvieras casada y fuera de mi alcance —prosiguió Seika—, pero compadezco al hombre que desee contraer matrimonio contigo, aunque... sin dote no tienes ninguna posibilidad. Necesitas un hombre fuerte que te mantenga a raya y que cada año te dé un hijo para que estés ocupada. Lo necesitas para que ahuyente al diablo que llevas en el alma.

Sakura se encogió de hombros y siguió sonriendo. Lamentaba no tener el valor suficiente para asustar a su tía haciéndole creer que realmente era una bruja. Ello tenía connotaciones ateas y desde luego la tentación era enorme para alguien atrevido, pero la idea se desvaneció rápidamente de su mente. Las consecuencias habrían sido muy graves.

—Otra cosa, jovencita —añadió Seika—, recógete el pelo en un moño. Te quedará bien. —Sonrió pícaramente. Sabía cuánto le disgustaba a su sobrina que le dijeran cómo tenía que peinarse.

Sakura dejó de sonreír y se volvió balbuceando una respuesta afirmativa. Su tía esperaba que desaprobara suavemente sus órdenes; se tomaba muy en serio el impartir disciplina con métodos severos.

Sakura cruzó la sala y se dirigió a su rincón, corriendo las cortinas que la separaban del resto de la estancia. Oyó que su tía salía de la casa y solo entonces se atrevió a mostrar un gesto de contrariedad. Estaba enfadada, pero lo estaba más consigo misma que con su tía. Se sentía cobarde, incapaz de cambiar su destino.

El deprimente cubículo tenía lo mínimo indispensable, pero al menos le servía de refugio de su tía. Suspiró y se agachó para encender la pequeña vela que estaba sobre una sucia mesa, junto al camastro hecho de cuerdas.

Si por lo menos fuera más valiente y más fuerte, pensó, me habría atrevido a darle la espalda. Si por lo menos fuese capaz de contestarle de la misma forma aunque solo fuera por una vez. Dobló su delgado brazo y sonrió sarcásticamente. ¡Tendría que ser Sansón para enfrentarme a ella!, se dijo.

Un rato antes, Sakura había llevado un aguamanil con agua caliente y una palangana a su improvisada habitación y disfrutaba pensando en el baño que se daría. Con expresión de desagrado, casi se arrancó el odioso vestido que llevaba. De pie, desnuda, se relajó y acarició su delicado cuerpo, estremeciéndose de dolor al rozar alguno de los cardenales. El día anterior, tía Seika se había puesto muy furiosa cuando Sakura había tirado accidentalmente al suelo una taza de café, y antes de que pudiera huir había cogido la escoba y le había golpeado brutalmente el trasero.

Sakura sacó con sumo cuidado el vestido rosa del fardo en el que se encontraba y lo colgó en un lugar desde donde pudiera admirarlo mientras se bañaba. Se frotó vigorosamente la piel hasta que esta enrojeció resaltando su brillo juvenil. Restregó un paño contra un trozo de jabón perfumado que había robado y se enjabonó abundantemente, regocijándose con su fragancia.

Una vez aseada, se puso el vestido sobre una desgastada camiseta. El corpiño había sido diseñado para alguien más joven que ella. El tejido le apretaba a la altura del busto, cubriéndoselo apenas, pues el escote era muy bajo; recapacitó sobre su edad y ponderó semejante atrevimiento, luego desechó el problema encogiéndose de hombros. Era su único vestido y ya no había tiempo para contemplar otra alternativa.

Se cepilló el cabello con esmero hasta hacerlo relucir bajo la luz de la vela. Ese había sido el orgullo de su padre, recordó con cariño.

Tal como le habían ordenado, se recogió el cabello en un moño, no sin antes dejarse unas pocas ondas sueltas cayéndole por la espalda con pretendido desaliño y otras dos, provocativas, sobre las sienes. Se observó en un pedazo de cristal roto que hacía las veces de espejo y asintió con la cabeza. Había quedado mucho mejor de lo que esperaba, teniendo en cuenta los rudimentarios objetos de que disponía.

Sakura oyó que alguien entraba en la casa; una tos seca irrumpió en la habitación. No necesitaba espiar para saber que se trataba de su tío. Estaba encendiendo su pipa con un tizón de la chimenea, y oyó que volvía a toser. Remolinos de humo llenaron la habitación.

Sue Kinomoto se sentía destrozado. Su vida estaba vacía. Nada le importaba realmente, a excepción de la ávida vigilancia del dinero y la dudosa compañía de tía Seika. Había dejado de preocuparse por su aspecto. Su camisa estaba cubierta de manchas de grasa y tenía las uñas sucias. Había perdido el porte de que gozaba en su juventud y ahora, ante Sakura, se mostraba como un hombre encorvado, ajado y bien entrado ya en la cincuentena. Sus ojos sin brillo revelaban sueños rotos, esperanzas minadas y días llenos de frustración bajo las limitaciones de su esposa. Sus manos eran nudosas y retorcidas, fruto de los años de arduo trabajo intentando sacar rendimiento a una tierra pantanosa, y su piel, curtida por las inclemencias del clima, llevaba grabado el paso de las estaciones en profundas líneas que surcaban su rostro.

Levantó la mirada y al ver la dulce belleza de su sobrina, una nueva expresión de dolor pareció apoderarse de sus facciones. Se acomodó nuevamente en su silla preferida y sonrió.

—Estás encantadora esta noche, hija. Imagino que es por la visita de tu tío William... -

—Tía Seika me ha dado permiso, tío —explicó Sakura.
Tío Sue dio una chupada a su pipa al tiempo que mordía con fuerza la boquilla. —Sí, me lo creo. —Suspiró—. Haría cualquier cosa para complacerlo, a pesar de que es un hombre muy frío.

De un segundo a otro, el hermano de tía Seika había llegado en un landó alquilado conducido por un cochero perfectamente ataviado que fue enviado a dormir al granero junto a los caballos. Sakura advirtió que el conductor se había ofendido al haber sido enviado a tan humilde alojamiento, pues iba mejor vestido que cualquiera de los habitantes de la casa. En el granero apenas cabían los animales. Pero a pesar de ello no protestó, y se marchó en silencio para ocuparse de los caballos y del carruaje.

William Court era casi igual de alto que Seika. Su rostro era regordete y rubicundo, con pesados carrillos, y poseía un protuberante labio inferior constantemente húmedo de saliva.

Aunque la ropa que llevaba denotaba un gusto exquisito, su amaneramiento hacía muy poco por realzar su semblante masculino. El traje era de color gris pálido, ribeteado de abundante plata, y la camisa y alzacuello blancos parecían acentuar sus manos rosadas y su rostro rojizo. William Court podía ser rico, pero a Sakura le parecía muy poco atractivo. Los pantalones le iban demasiado ceñidos; daba la impresión que incluso le molestaban, y sospechaba que los habían confeccionado de esa manera para mostrar deliberadamente, a quienquiera que le mirara, su por otro lado cuestionable virilidad.

Tía Seika, con su cabello gris recogido tras su enorme cabeza, parecía una fortaleza imponente enfundada en su vestido almidonado y su delantal. Ahora ya no decía que los vestidos elegantes eran obra del demonio, sino que se mostraba encantada al ver a su hermano hecho un figurín, y revoloteaba a su alrededor como una gallina en torno a sus polluelos.

Sakura jamás había visto a su tía mostrarse tan cariñosa con nadie, y, por supuesto, su hermano William lo recibía encantado, disfrutando de las atenciones que esta le prodigaba. Sakura hizo caso omiso de las alabanzas desmesuradas de su tía y no prestó excesiva atención a la conversación hasta que durante la cena, ésta fue derivando a las noticias procedentes de Londres. Fue entonces cuando empezó a escuchar atentamente esperando oír noticias de sus viejos amigos.

—Napoleón logró escapar y ahora todo el mundo cree que se encuentra de camino a Francia tras su derrota en Egipto —explicó William—. Nelson le dio una buena lección. ¡Ahora se lo pensará dos veces antes de meterse de nuevo con nuestros marineros! —exclamó.

Sakura se dio cuenta de que su discurso era mucho más instruido que el de su hermana y se preguntó si habría asistido a la escuela.

—¡Y los yanquis lo mismo! Son capaces de cortarte el cuello antes que mirarte. ¡Tendremos que luchar contra ellos otra vez, acordaos de lo que os digo! —

Sakura no conocía a ningún yanqui. Simplemente agradecía a su tía y al señor Court que discutieran sobre ellos en lugar de hacerlo sobre los irlandeses.

Desvió su atención de la conversación, pues si no hablaban de la sociedad londinense o de sus antepasados carecía de interés para ella. Sabía que si les declaraba su lealtad o se interesaba por las noticias sociales de Londres, su tía se ensañaría con ella. Dejó divagar sus pensamientos y permaneció sentada a la mesa durante lo que le pareció una eternidad.

Tía Seika la sacó de su ensimismamiento con un cruel pellizco en el brazo. Sakura dio un respingo frotándose el incipiente cardenal y miró a su tía conteniendo el llanto.

—Te he preguntado que si desearías dar clases en la escuela privada para señoritas de lady Cabot. Mi hermano cree que podría encontrarte un empleo allí — dijo tía Seika.

Sakura no podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Cómo? —preguntó.

William Court rió y se explicó:
—Tengo muy buenos contactos en la escuela y sé que están buscando una joven instruida —explicó—, y tú posees excelentes modales y buena dicción. Creo que serías perfecta para el puesto, y tengo entendido que asististe a un colegio en Londres lo cual nos es de mucha ayuda. —Se dio unos golpecitos en sus enormes labios antes de proseguir—: Quizá en el futuro pueda arreglarte una boda con una familia distinguida de la ciudad. Sería una lástima malgastar tu exquisito refinamiento con un granjero ordinario de por aquí. Por supuesto, el arreglo de un contrato así significaría el suministro por mi parte de una dote sustancial, la cual sería devuelta cuando ya estuvieras casada. Se trata de una ligera estratagema, pero sería provechoso para ambos. Tú necesitas una dote que yo puedo proporcionarte, y a cambio puedes favorecerme en los intereses del préstamo, que me devolverás más tarde. Nadie tiene que conocer este arreglo, y sé que eres lo suficientemente hábil como para obtener el dinero una vez desposada. ¿Sería suficiente para ti el puesto que te ofrezco con lady Cabot? -

Sakura no estaba segura del plan nupcial que le proponía William Court, pero ¡podría escapar de aquella granja, de tía Seika y de su aburrida existencia! ¡Podría estar de nuevo cerca de la sociedad de Londres! ¡Sería maravilloso! Si no fuera por el escozor del brazo habría creído que estaba soñando.

—Habla, criatura. ¿Cuál es tu respuesta? —la urgió William.
Casi incapaz de contener su alegría, no lo dudó por más tiempo y repuso: —La oferta es muy generosa, señor, y acepto con gusto.

William volvió a reír y exclamó:

—¡Bien! ¡Bien! No te arrepentirás de la decisión. —Se frotó las manos—. Mañana mismo deberíamos partir hacia Londres. He estado alejado de mis negocios demasiado tiempo y debo regresar para relevar a mi asistente. ¿Crees que podrás tenerlo todo listo, hija? —Se pasó un pañuelo con encajes por debajo de la nariz y se dio unos golpecitos en sus prominentes labios.

—Oh, sí, señor. Estaré preparada tan pronto decida partir —contestó la joven alegremente.

—Bien, bien. Entonces está todo arreglado —concluyó el señor Court.

CONTINUARÁ

AVANCES

Era así de sencillo. Debía escapar. No tenía que estar allí cuando encontraran el cuerpo de William. Debía huir.

Presa aún del pánico se obligó a buscar las llaves en el bolsillo de su asaltante. Temblaba, pero tenía que hacerlo. El miedo le dio fuerzas.

—Hola, señorita —le dijo el marinero más tosco sonriendo a su compañero—. Seguro que al capitán le gusta, ¿eh, Yamazaki?