Si alguien le hubiera preguntado a Susan Bones a qué sabían los labios de Hannah Abbott (situación bastante improbable y un poco ridícula, pero cosas más raras se han visto antes en este mundo), ella hubiera respondido sin dudar ni un segundo, que a limón. Su interlocutor, seguramente, parpadearía perplejo, frente a esa respuesta que no se hubiera imaginado, sin comprenderla, mientras Susan reiría y Hannah se ruborizaría. Susan se escondería tras la excusa de porque es Hufflepuff, tonto, con la lengua entre los dientes para contener la risa. Hannah tiraría insoportablemente de la manga de su túnica, hasta que Susan suspiraría y diría que vale, vamos a estudiar Astronomía, pero no le veo el menor sentido. Las estrellas van a quedarse en el mismo lugar por un largo rato. Se irían por el pasillo, Hannah silenciosa y taciturna, Susan tarareando una canción entre dientes. Si el susodicho interlocutor fuese atento, y prestara mucha atención, podrí notar que las manos que parecerían ir pegadas a los cuerpos, en realidad se rozarían levemente con la yema de los dedos.
Lo que no podría saber, ni aunque fuese el observador más atento del mundo, sería que, cuando doblaran en la primera esquina, Hannah se pararía en seco y diría que sí, que sus labios eran de limón, porque los de Susan eran de sal. Susan volvería a reír, nariz al cielo, rizos pelirrojos cayéndole por la espalda. Tocaría con un dedo la nariz de botón de Hannah, y diría que ella no sentía que sus labios fuesen de sal, que no tenían sabor a sal. Arrinconaría a Hannah contra la pared, ejerciendo una leve presión en sus caderas. La besaría, primero suave, y Hannah se abandonaría ante la situación. Volvería a besarla luego, llevando las manos a sus mejillas, mucho menos labio, mucha más lengua. Rompería el beso en lo mejor, provocando que Hannah soltara un gemido, tal vez incluso un insulto, Y Susan volvería a reír, lo suficientemente cerca como para que su aliento le provocara cosquillas a Hannah, e insistiría en que los labios de ella eran de limón, pero que los suyos no eran de sal.
Volvería a besarla una vez más, un beso al que solo podría caberle el adjetivo de ardiente, y diría que no podía evitar caer en la tentación de los labios de Hannah, que eran para ella como agua fresca para un sediento. Porque los labios de Hannah eran de limón, y Susan sentía que en los suyos ardía el sabor del tequila.
