Hija de la Luz
El bosque era intrincado, apenas se podía caminar entre los frondosos árboles y las enredaderas que caían de estos. Pero a la figura solitaria que se movía sigilosamente hacia el interior de la floresta no la importaba. Tampoco le interesaba que fuera media noche, las horribles leyendas que rodeaban a ese lugar, ni la luna rojiza que se encontraba en su cenit.
Era una figura alta, que portaba una capa con capucha que le cubría su rostro. Llevaba una antorcha cuyas llamas trepidaban ante la brisa nocturna que se filtraba entre los árboles. Cada rato se llevaba la mano a su cinturón, donde llevaba un estilete de empuñadura de oro en un lado y un arakh dothraki en el otro.
Su mirada se elevó al estrellado cielo, donde, a través de los claros que dejaban los frondosos árboles, se podía observar la enorme luna roja. Luna de sangre para algunos, luna de fuego para otros. Cada religión interpretaba este fenómeno natural de una forma diferente, cada cual de manera más sombría.
Entonces, escuchó voces que cantaban. Ágil como un gato apagó la antorcha contra el suelo y desenvainó su estilete de empuñadura dorada, la cual tenía la forma de una mujer desnuda.
Oculto tras un frondoso árbol observó la escena que se desarrollaba ante sí. Era un claro en medio del frondoso bosque, en el centro de este había una hoguera, alrededor de la cual tres figuras encapuchadas, aparentemente femeninas, de rojas vestimentas bailaban tomadas de la mano, mientras entonaban una extraña canción.
Ante los asombrados ojos del forastero las llamas cambiaban de forma, en esta se podían observar figuras cambiantes: dragones, cuervos, lobos, una extraña silla con un puntiagudo espaldar. Al final, solo quedó una visión, las llamas se dividieron en dos, una roja y otra azul; estas se enlazaron como dos enredaderas, elevándose extrañamente hacia el cielo.
"Magia negra" ─ pensó el encapuchado ─ "Sacerdotisas rojas del Señor de la Luz"
Sigilosamente se acercó hacia las mujeres de rojo, con el estilete en su mano derecha.
Entonces, las figuras detuvieron su baile y se soltaron de las manos. Una de ellas se acercó al forastero, mientras las otras se mantuvieron inmóviles a ambos lados de la hoguera.
─ Te esperábamos, Daario Naharis ─ dijo una voz femenina que hizo estremecer al hombre. "No puede ser" ─ pensó él.
Entonces la mujer echó hacia atrás su capucha dejando ver un hermoso rostro blanco como la nieve, con celestiales ojos, sensuales labios rojos y níveos cabellos; de un plateado que solamente es visible en los descendientes de la Antigua Valyria.
─¡Daenerys! ¡Mi amor! ─ dijo el hombre, mientras envainaba su estilete y descubría su rostro, mostrando una larga melena oscura, combinando con barba y bigote del mismo color.
La mujer se acercó a él y le acarició suavemente el rostro. Él la tomó por la cintura y se fundieron en un ardiente beso, pero apenas sus labios se tocaron él se separó. Rápidamente desenvainó el estilete y se lo puso a la encapuchada en el cuello, donde este chocó con algo metálico, un collar de plata con un enorme rubí que lanzaba destellos escarlatas.
─¡Maldita bruja! ¿Creíste que podías engañarme? ¿Crees que no conocería a la mujer que amo? ¿Para qué me citaron a este lugar? ¿Qué clase de trampa es esta? – gritó el hombre mientras apretaba el estilete en el cuello de la sacerdotisa y desenvainaba el arakh dothraki.
Entones, el rubí destelló tan intensamente que por un instante cegó al hombre; momento que aprovechó su presa para escapar de sus manos.
Al abrir los ojos Daario se encontró ante una mujer diferente, una hermosa morena de ojos esmeralda que le mostraba una hermosa sonrisa.
─ Hay verdadero poder en el corazón de un hombre enamorado, aunque sea un mercenario que vende sus servicios.
─ ¿Quiénes son?
─ Soy Kinvara, alta sacerdotisa del templo rojo de Volantis, ellas son mis sacerdotisas Kenya y Mylena. ─ dijo la mujer señalando a las otras dos, mientras estas se descubrían sus rostros. Una era hermosa joven de piel oscura y cabellos rizados; la otra era una belleza de ojos rasgados, piel amarilla y oscuro pelo lacio que se movía al compás del viento. Ambas hicieron una ligera inclinación.
─ ¿Para qué me citaron en este lugar? ─ preguntó Daario sacando un pequeño pergamino de entre sus ropas.
─ Nuestra reina te necesita. ─ respondió Kinvara
─ ¿Sabes algo de Daenerys?
Entonces, el rostro de la sacerdotisa se ensombreció. Se volvió hacia el fuego.
─ La profecía se cumplió. Daenerys Targaryen, era una de las elegidas por el Señor de la Luz para enfrentar la larga noche y la luz venció a la oscuridad en esta profetizada batalla ─ dijo la mujer. Mientras hablaba las llamas danzaban formando figuras ante los ojos de Daario. Vio dos dragones, con un hombre y una mujer como jinetes, sobrevolando una planicie nevada. Finalmente, una figura humana azul junto a un árbol, que desapareció al ser atacada por otra figura sin rostro, con una llameante daga.
─ ¿Alcanzó su trono? ─ preguntó Daario impaciente, que no comprendía lo que le mostraban las visiones y las extrañas palabras de la sacerdotisa.
─ Venció a sus enemigos ─ continuó diciendo Kinvara, ahora las llamas mostraron una amurallada ciudad y la figura de un dragón sobrevolándola, entonces, las llamas se intensificaron a tal punto que las otras sacerdotisas tuvieron que apartarse para no ser abrasadas ─ Cientos de infieles fueron purificados por el fuego, en ofrenda a R'hllor, nuestro Señor de la Luz. Jamás nuestro único y verdadero dios había recibido tal ofrenda.
─ Entonces, al fin alcanzó su sueño, es la única y verdadera reina de los Siete Reinos del Poniente.
─ No, fue traicionada. Fue traicionada por amor. Por eso te hice venir, solo alguien a quien amara y por quien fuera amada puede salvarla ahora. Pronto ella estará aquí.
En ese momento un fuerte aullido rompió la paz nocturna. Daario dirigió su mirada al cielo, desde donde parecía venir el sonido. Pero solo podía ver la enorme luna roja y algunas estrellas dispersas. Entonces, algo pareció salir de la luna y acercarse vertiginosamente. Al hombre no le costó mucho percatarse que era un enorme dragón.
─ ¿Drogón?
El enorme dragón rojo y negro pronto aterrizó junto a ellos, dejando algo delicadamente en el suelo. El enorme animal rugió furiosamente haciendo estremecer todo el bosque, mientras no dejaba de observar su triste carga.
Daario se percató que era el cuerpo de Daenerys Targaryen el que yacía frío e inerte en el suelo. Su piel estaba más pálida y blanca, sus ojos celestes parecían haberse cristalizado por el frío, de sus labios salía un hilo de sangre ya seco. Vestía una túnica escarlata, en la que sobresalía la daga clavada en su pecho, con una mancha sanguínea a su alrededor que se confundía con la ropa.
─ ¡Por todos los dioses! ¡Daenerys! ─ gritó Daario mientras abrazaba el inerte cadáver de Daenerys Targaryen, gruesas lágrimas corrieron por sus mejillas, con un brusco movimiento extrajo la daga de su corazón ─ ¿Pueden salvarla?
─ Solo el Señor de la Luz puede hacerlo ─ respondió Kinvara, después dirigió su mirada al dragón ─ Los dragones son fuego hecho carne, magia pura, el vínculo directo con la tierra del Señor de la Luz. Pronto trae las ramas secas que hay junto a la hoguera y ponlas alrededor de su cuerpo.
Por un instante el hombre dudó, pero después comprendió y cumplió la indicación de la sacerdotisa.
Entonces, Kivara miró al dragón a sus ojos, de una forma muy penetrante.
─ Dracarys─ dijo entonces la sacerdotisa, y el dragón rugió fuego sobre el cuerpo de la reina, el cuerpo de su madre. Pronto las llamas ardieron cubriendo el cadáver.
Las hechiceras se tomaron de las manos y comenzaron a danzar alrededor de la pira funeraria de la reina, las llamas se hicieron más intensas e incluso el rojo sangriento de la luna pareció intensificarse.
─ Le rogamos al Señor que haga brillar su Luz y saqué esta alma de la oscuridad ─ cantaban las sacerdotisas, mientras continuaban bailando alrededor del fuego ─ Le rogamos al Señor que comparta su fuego y encienda una vela que ha apagado. Desde la oscuridad, la luz. Desde las cenizas, el fuego. Desde la muerte, vida. ─ repitieron varias veces estas últimas frases.
Entonces, se detuvieron. Kinvara hizo un movimiento con sus manos y la hoguera se apagó. Ante ellos apareció el cuerpo desnudo de Daenerys, en cuyo pecho destacaba la puñalada que le quitó la vida.
Daario corrió hacia ella, la abrazó sin importar lo caliente que estuviera.
─ ¡Despierta, mi reina! ¡Despierta, mi amor! ─ suplicaba mientras abrazaba el cadáver. Entonces, sintió una mano sobre su hombro.
─ Lo siento ─ dijo Kinvara ─ El Señor de la Luz solo puede traer a la luz un alma a la vez.
─ ¿Qué quieres decir? ─ preguntó Daario
La sacerdotisa se agachó y guio la mano del hombre hasta el vientre de Daenerys, este pudo notar a simple vista que había crecido en los últimos minutos, y al tocarlo pudo percatarse que algo se movía adentro.
─ ¿Cómo es posible? ─ preguntó Daario acariciando delicadamente el vientre de su amada
─ El Señor de la Luz escogió salvar su hijo ─ respondió Kinvara ─ Pronto, alguien a quien amaba le quitó la vida, solo otro de sus amantes puede traer la vida de vuelta.
Daario comprendió. Desenvainó su estilete y lo clavó en la parte superior del vientre de Daenerys, abriéndolo de arriba hasta abajo. Entonces, la sacerdotisa metió ambas manos en la enorme herida, extrayendo de esta un ensangrentado bebé, que comenzó a llorar al ver la luz. Drogón rugió haciendo eco del llanto de la recién nacida.
─ Es una niña ─ dijo Kinvara, extendiéndole la pequeña a Daario ─ La última descendiente de sangre valyria, la última dragona. Hija de una madre muerta, hija del fuego y del hielo, hija de la luz.
Daario cargó torpemente la pequeña cuya piel era blanca como la nieve, desviando la mirada del cadáver ensangrentado y desgarrado de su amada, al observar los ojos celestes de la niña le pareció estar viendo los de su madre. La chiquilla agarró con una de sus sonrosadas manitas uno de los toscos y grandes dedos del mercenario.
En ese momento se escuchó un graznido en una rama cercana. Kinvara se volvió asustada, hizo aparecer entre sus manos una bola de fuego y la lanzó hacia un cuervo que pudo vislumbrar en la penumbra. El pájaro cayó al suelo abrasado por las llamas.
─ ¡Es demasiado tarde! ¡Él lo sabe! ─ gritó Kinvara.
─ ¿Quién? ─ preguntó Daario sin comprender lo que acababa de pasar
─ El ser más poderoso del mundo conocido, alguien capaz de conocer el pasado, el presente y el futuro, e incluso, manipular el tiempo a su capricho. Alguien que puede tomar posesión de cualquier ser vivo y dominarlo a su antojo y de esta forma estar en cualquier parte.
─ No comprendo
─ Debes protegerla, Daario ─ exclamó la sacerdotisa ─ Como una vez protegiste a su madre. Debes alejarla de ese monstruo que la amenaza.
─ ¿Cómo puedo protegerla de alguien que puede estar en cualquier lugar en cualquier momento?
La sacerdotisa le extendió un medallón con un enorme rubí.
─ Pónselo en el cuello, este medallón tiene una poderosa magia que impedirá que el Cuervo de tres ojos pueda verla a ella y sus allegados, aunque los tenga delante. Debes llevarla lejos de aquí, llévala más allá del mundo conocido, al occidente del Poniente.
─ ¿Hay algo al occidente del Poniente?
─ Pronto lo descubrirás. A Nadie encontrarás en tu camino. Nadie te ayudará a protegerla. ─ respondió Kinvara
