N/A: Hola a todas otra vez. Ahora vengo por aquí con una historia dulce como la miel. Romance puro sin la cantidad de angustia de mi fic anterior. Esta época del año es de amor, así que amor es lo que van a leer, por lo menos de mi parte. Espero la disfruten y les haga más llevadero el receso de invierno de la serie. Apreciaría infinitamente sus reviews; ellos me motivan siempre a escribir más pronto. Les mando un fuerte abrazo.

N/A2: Este fic se desarrolla en España; en Barcelona para ser exactos. Yo, como ya saben, vivo en México y no conozco aquel país, por lo que escribir este fic sería literalmente imposible sin ayuda de quienes, con toda amabilidad, me han brindado su tiempo y paciencia para ver Barcelona a través de sus ojos y así llevar a Rick y Kate por el camino de la reconciliación en esa impresionante y hermosa ciudad. Marga, mi mejor amiga, mi hermana del alma, mi apoyo incondicional y eterno: sin ti, esto simplemente no existiría. Isa, gracias por sacar tiempo de donde no lo tienes para responder mis dudas.

N/A3: Pido disculpas de antemano por cualquier imprecisión o error que pueda contener esta hisotoria debido a las circunstancias antes expuestas. Juro que no son intencionales y que trataré de evitarlos tanto como pueda. En casos muy extremos, recurriré a la licencia artística en favor de la agilidad en las actualizaciones.

Castle no me pertenece, sólo me inspira.


Capítulo I

El mayordomo, provisto por el lujoso y exuberante hotel de cinco estrellas al que acaba de llegar Richard Castle, deposita la última maleta en el vestíbulo de la suite Terrace para luego retirarse con toda discreción, no sin antes ponerse a las permanentes órdenes del huésped. Son las 5:30 P.M. en la ciudad de Barcelona y los múltiples ventanales de la suite permiten la entrada a raudales de la cálida luz del atardecer mediterráneo.

Tras echar un rápido vistazo al suntuoso salón de la que, más que una suite, parece un apartamento privado sobre el Paseo de Gracia, en el exclusivo y lujoso hotel Mandarín Oriental de Barcelona, Rick se encamina hacia la habitación, se deja caer en la cama, sacándose los zapatos y despojándose del saco. Se siente exhausto y con unas enormes ganas de dormir, por lo menos, doce horas seguidas sin saber del mundo.

Afuera, la calle hierve con las actividades cotidianas y con los sonidos tan propios de las vías principales en las metrópolis. Pero Rick parece ajeno al bullicio y encanto de la hermosa ciudad a la que ha arribado; y también a la opulencia y fastuosidad de la que hace gala la habitación que lo acoge. Recostado de espaldas sobre el fino edredón, con las piernas colgando –de la rodilla hacia abajo- al pie de la cama, con los ojos cerrados, el famoso escritor se pierde en sus cavilaciones al tiempo que intenta encontrar la fuerza de voluntad para ducharse y prepararse para su siguiente compromiso: una sorpresiva aparición de último momento en la sucursal de uno de los establecimientos comerciales –especializado en tecnología y cultura- más reconocidos en Europa, conocido como FNAC, para firmar libros a sus admiradoras. Luego de una gira de tres semanas por ciudades tales como Ámsterdam, Roma, Milán, Berlín, Múnich, Bruselas, Londres, Moscú, Oslo, Estocolmo, Luxemburgo, Ginebra, Budapest, Praga, Dublín, Edimburgo y, el día de hoy por la mañana, Madrid, Rick no puede menos que sentirse extenuado y un poco fastidiado también. Apenas viene llegando de la capital de España, desde donde viajó durante dos horas y media en el cómodo tren de alta velocidad, después de ser informado por su agente de que debía cumplir con una última e imprevista cita con sus fanáticas barcelonesas.

Consciente de que apenas si tiene suficiente tiempo para ponerse presentable y despojarse de esa apariencia de fatiga que le queda después de cada traslado, se impide pensárselo más y se incorpora decidido a entrar en acción antes de que el agotamiento lo venza. Se permite salir a la terraza un momento y contemplar desde ahí los frondosos jardines Mimosa que adornan la parte poniente del hotel y que, a esa hora, se encuentran casi vacíos dado que es la parte del día en que la calidez del clima invita al reposo de los huéspedes que no están recorriendo la ciudad.

Revisa su teléfono móvil para cerciorarse de que no hay mensajes de casa; se percata de que en New York son las once de la mañana y que su hija debe estar en la universidad, tomando clases, sin demasiado tiempo de sobra para extrañar y escribir a su padre. Una sonrisa se dibuja en el rostro de Rick al pensar en Alexis; la echa de menos, así como también la época aquélla en la que bastaba con hacer maletas y llevarla con él a cualquier gira que lo mantuviera lejos de ella más de cinco días. Sacude la cabeza como esperando despojarse con ese gesto también de la melancolía de la que se ha venido haciendo esclavo durante los últimos casi dos años. Sabe bien que si deja avanzar a su mente por esas resbaladizas sendas, va a terminar exactamente en el punto en el que no quiere estar…recordándola a ella; añorándola a ella. A quien fue su todo y lo volvió su nada hace dieciséis meses, dos semanas, doce días y 13 horas. Kate Beckett. Su nombre todavía duele cuando lo piensa; ha evitado con alma y vida pronunciarlo y escucharlo a lo largo de ese lapso de su vida que se ha convertido en uno de los más desafiantes y dolorosos que ha experimentado.

Durante el mes de mayo, en una primavera inolvidable –y no precisamente por motivos placenteros-, del año anterior, justo cuando Rick pensaba que él y Kate pasaban por su mejor momento como pareja, todo se derrumbó inesperadamente. La brillante detective de la doceava comisaría recibió una oferta de trabajo en Washington, D.C., a servicio de las fuerzas federales; viajó a una entrevista para tal efecto, decidió aceptar el nuevo puesto… Todo sin hacerlo partícipe a él, con quien tenía casi un año de relación y con quien prácticamente ya llevaba una vida en común. Una vez que Rick lo supo, la –según Kate- inofensiva omisión se tornó en una discusión de proporciones épicas en la que salieron a relucir dolorosos puntos de quiebra que hasta ese día habían permanecido convenientemente camuflados por el sentido del humor de él y la reserva de ella. La incertidumbre por parte de Kate con respecto al futuro de su relación; la incapacidad de la detective para abordar ese tipo de temas de manera directa y clara; el perpetuo miedo de Rick a presionarla demasiado; el mantenerse cauteloso ante la perspectiva de confrontarla con la decisión de dar un paso hacia adelante; su estúpida manía de buscar en las bromas y el humor la salida a todas los conflictos; ese cúmulo de factores se conjugaron para arrojar como resultado un doloroso enfrentamiento que derivó en una ruptura limpia y definitiva. El orgullo de ambos, más las inseguridades de una y el resentimiento del otro, se convirtieron en una brecha insalvable que se agudizó con la distancia física y que los ha llevado por caminos separados durante lo que a él le parece ya una eternidad.

Lidiar con su vida después de Kate ha sido un tormento por sí mismo; pero el hecho de tener que vivir ese infierno a solas, ocultándolo a ultranza de los ojos de su madre y de su hija, ha sido una tortura adicional. Sólo Rick sabe lo que le cuesta mantener la apariencia de normalidad y calma en beneficio de su familia, cuando hay momentos que por dentro se siente hecho pedazos, destruido y con el impulso de, simplemente, dejarse abatir por la decepción y la tristeza. Tener que fingir fortaleza y disposición a seguir adelante a pesar de la partida de Kate, de alguna manera lo ayudó a mantenerse de pie, a anestesiar el dolor y a resignarse a vivir con el vacío que ella dejó y que nada ni nadie ha podido llenar. Ese lapso de tiempo desde que su ex compañera salió de su vida y hasta la fecha, lo han convertido en alguien diferente de quien antes fue; en una versión más serena y fuerte de sí mismo. Desde luego, dejó de ir a la comisaría, pero mantuvo la relación de amistad con Esposito, Ryan, Lanie e, incluso, con Victoria, como ahora la llama. Ellos fueron siempre muy cuidadosos de no mencionar a Kate delante de él, en consideración al dolor sordo que se reflejaba en las facciones del escritor cada vez que pronunciaban su nombre delante de él. Sin embargo, fue inevitable enterarse del retorno de Kate a la 12, pasados apenas unos meses trabajando con las fuerzas federales. A partir de ese momento, Rick guardó un poco más de distancia con aquéllos que la veían todos los días. Cada uno de sus amigos lo comprendió y mantuvieron una amistad remota en favor del bienestar de Castle. De modo que ha sabido entre poco y nada de ella desde que terminaron su relación; Rick dejó suspendida indefinidamente la saga de Nikki Heat y, buscando en la escritura una evasión de la penosa realidad, hizo resurgir de entre las cenizas a Derrick Storm con un par de libros más que, como siempre, resultaron un éxito internacional en ventas y que, ahora mismo, está promoviendo a lo largo y ancho de Europa consolidándolos como dos contundentes triunfos más en su carrera.

Su carrera. Llegado a este punto de su recorrido por el camino de las reminiscencias, Rick se recuerda que es justamente la atención a su trayectoria como escritor lo que lo ha traído a Barcelona y que, si no se da prisa, va a tener a un nutrido grupo de seguidoras decepcionadas esperando por él. Según las indicaciones que le han dado, el lugar del evento está a aproximadamente 500 metros del hotel, en la plaza Cataluña; de modo que, bastará con darse una necesaria ducha, acicalarse y caminar hasta donde hará su última aparición pública como parte de la gira promocional de su más reciente libro. Luego regresará al hotel, cenará en la preciosa terraza de su suite, desde la cual se contempla la ciudad en todo su esplendor, y se permitirá una anhelada noche de descanso para tomar, al día siguiente, su vuelo de regreso a New York.

Una hora más tarde, el apuesto y célebre escritor Richard Castle se encuentra sentado ante una mesa repleta de copias de sus libros, y con una línea interminable de mujeres dispuestas a esperar el tiempo que sea necesario con tal de pasar unos segundos frente a él y de conseguir un autógrafo suyo.


Kate Beckett, con paso lento y perezoso, se dirige hacia la planta baja del edificio de cuatro niveles en el que, según el recepcionista del hotel, va a encontrar juntas algunas cosas que le son imprescindibles. En primer lugar, muere por un buen café. Entre las ocho horas y media de vuelo desde New York hasta Barcelona, y las seis horas de diferencia horaria entre las dos ciudades, se siente agotada y desorientada. A las diez de la noche del día anterior tomó el avión en el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy de NY; voló directamente a Barcelona, donde aterrizó en el Aeropuerto Internacional del Prat alrededor de las once de la mañana, hora local; para luego dirigirse en taxi al corazón de la ciudad, en donde se encuentra ubicado el hotel Pulitzer, mismo que ya tenía reservado para pasar las dos semanas de vacaciones repentinas que decidió tomar a penas unos pocos días antes. Una vez instalada en el hotel, y dada la temprana hora de su llegada, se dio tiempo de descansar en la comodidad de su habitación, pedir algo para comer ahí mismo y luego solicitar indicaciones sobre algún lugar cercano en el que pudiera pasear durante una parte de la tarde. La ubicación del sitio sugerido resultó estar a no más de 100 metros de su alojamiento; se trata de la denominada Plaza Cataluña. Una céntrica y tradicional explanada, rodeada de edificios de fachadas tan vetustas como hermosas, adornada con fuentes saltarinas y jardines pródigamente atendidos; y que, según la guía turística que le proporcionaron en el hotel, es uno de los sitios más emblemáticos de la ciudad, punto de reunión para festejos populares, y la confluencia de la parte antigua y la parte moderna de Barcelona.

Kate se dedica a recorrer el lugar, que hierve, lleno de vida. Se permite caminar sin prisa, indolente, sucumbiendo a los pensamientos que acostumbra mantener siempre a raya antes de que provoquen una fisura más a su corazón y éste acabe por desmoronarse definitivamente. Hace demasiado tiempo que no alcanza a respirar a fondo sin que el alma le duela y los recuerdos la acosen, lastimándola hasta ese punto de quiebra en el que las barreras se vuelven humo, se rompe el dique y las lágrimas afloran como si no fueran a acabarse nunca. Lo extraña. Desesperadamente, locamente, ansiosamente. Cada día sin Rick Castle se ha vuelto como un siglo; sin el calor de su abrazo, la luz de su sonrisa, la caricia de su mirada azul, la seguridad y el amparo de su presencia.

A la tristeza se añaden el remordimiento, el sentimiento de culpa y la atroz sensación de que ha perdido –por pura necedad- al amor de su vida; a quien tuvo la paciencia de recoger los despojos que quedaron de ella tras la muerte de su madre, y reconstruirlos, transformándola en una persona mejor, más feliz…pero no lo suficientemente inteligente como para conservar en su vida al mejor hombre del mundo. Nunca, durante todo el tiempo que han estado separados, ha sido Kate capaz de comprender cómo pudo ser tan insensible, y dejarlo fuera de una de las decisiones más trascendentes sobre su futuro, sólo por sus estúpidas reservas; por sus incertidumbres respecto al porvenir de su relación…y por su falta de asertividad para expresarle con todas sus letras sus deseos, sus inquietudes, sus expectativas. Todo se salió de control en cuestión de minutos. Ella dejó aflorar sus temores y su inoportuno orgullo y entonces todo se fue al demonio sin que ninguno de los dos se superpusiera a sus debilidades en beneficio del inmenso amor que compartían. Pensar en pasado respecto a los sentimientos que los han unido le cala corazón adentro. Porque lo que ella siente por Richard Castle se expresa en presente y en futuro, aún cuando no lo tenga a su lado ni sepa qué hacer para recuperar el valioso tesoro de su amor.

En el interminable transcurso de su ausencia, Kate no ha sido feliz. Ni caso tiene cuestionar ese punto. Los meses que pasó en D.C. fueron de aislamiento y encierro cada momento que no pasaba inmersa en su trabajo. Socializar nunca fue una opción. Buscar distracciones se volvió una persecución abandonada al primer intento. El concepto de diversión se trastocó al no tenerlo a su lado para ver la vida a través del cristal luminoso de su alma de niño. Una vez de vuelta en la 12, el patrón continuó: trabajo, encierro, aislamiento, eterna melancolía. La suspensión silenciosa de la saga de Nikki Heat se volvió una lanza en el costado de Kate; una doliente punción que aun supura y sangra. Sin embargo, leyó con voracidad inaudita cada uno de los dos libros publicados por Rick tras su desastrosa separación. Encontrando, como siempre, consuelo en la infalible vía de escape que las palabras magistrales de su escritor constituyen. Suyo. Ojalá aún pudiera llamarlo suyo. Si tan sólo la vida le concediera la oportunidad que su cobardía le ha impedido buscar.

Antes de que se dé cuenta, ha llegado a su destino. El establecimiento que recomendó el amable recepcionista del hotel y en cuya planta baja se encuentra la cafetería que va a satisfacer, temporalmente, su adicción a la cafeína.

Una vez terminada su taza de café, Kate decide dirigirse al nivel del edificio dedicado a los libros. Ese es su otro placer culpable, el que la ayuda a evadirse y la hace sentir como si, de alguna manera, se mantuviera cerca de aquél que le trastorna la vida y le invade los sueños…y con cuya imagen -en cartón y tamaño natural- acaba de encontrarse de frente al llegar a la librería; además de una descomunal fila de varios metros, compuesta por mujeres con miradas soñadoras y expresiones de adoración.

De pronto siente mareo; la boca seca; un familiar aleteo en la boca del estómago; y una opresión en el pecho que le impide jalar aire suficiente, como una desagradable mezcla de anticipación, nervios y miedo…mucho miedo. Reconoce el escenario que la rodea. Lo vivió muchas veces. La primera, como una seguidora más buscando una firma de su autor predilecto; la siguiente, justo como ahora, en calidad del verdugo que busca a su víctima para alcanzar la redención y la gloria; y el resto, en el privilegiado rol de la novia afortunada; la dueña de todas las miradas genuinas y las sonrisas auténticas de quien es el centro de atención en ese tipo de eventos; la guardiana que cuidaba celosamente a quien roba suspiros y halagos a las simples mortales que fantasean con él, mientras que –en ese entonces- ella era la dichosa poseedora de sus sentimientos más profundos.

Es inevitable pensar en las ironías de la vida, o del destino o quien quiera que esté detrás de las casualidades. Ni un solo encuentro durante meses, estando en el mismo país, en la misma ciudad; y vienen a encontrarse en otro continente, cuándo y cómo menos lo esperaba ella. No le pasa por la mente ni por un momento dar la vuelta e irse. Tendría que estar loca para darle la espalda a la oportunidad por la que ha estado suplicando al cielo. Tampoco puede dejar de preguntarse Kate el porqué ella no estaba enterada de la aparición de Rick en Barcelona hoy, si ella lo ha seguido a través de su página web desde…bueno, básicamente desde siempre; pero especialmente después de que terminaron su relación. No le ha perdido pisada, pues al menos profesionalmente quiere saberlo todo de él, ya que ella misma se cerró la puerta a su vida personal e íntima. Pero la va a volver a abrir; el primer paso está ante ella, esperando nada más que tome valor y determinación, y se encamine hacia el mejor de sus recuerdos.

De modo que avanza hacia el espacio de la tienda donde se encuentran los libros de Derrick Storm. Toma uno –el segundo ejemplar que compra, pero ahora traducido al español-, y se dirige a tomar su lugar en la fila. Aun no alcanza a verlo desde donde está, pero sus manos sudan, su corazón late desbocado, sus manos aprietan el libro contra su pecho como si temiera que fuera a salir corriendo. La línea avanza rápido, pero es larga. Después de 45 minutos que parecen breves y eternos a un mismo tiempo, al fin alcanza Kate una posición desde la cual puede observarlo. Y sus ojos se cuajan de lágrimas que ella pugna por retener. Es como si hubieran pasado vidas enteras desde que lo vio por última vez; pero es también como si apenas hubiera sido ayer cuando Kate salió de la vida de Rick para pasar el periodo más amargo del que tiene memoria, además del posterior a la muerte de su madre.

Nueve personas antes de ella. Ocho. Seis. Cuatro. Una. Él no ha notado su presencia. De hecho está como…ausente. Enmascara su distracción con perfecta amabilidad y cortesía para con sus lectoras, pero ella lo conoce demasiado bien como para que la engañe. No es el mismo Richard Castle que solía ser. Hay pesadumbre y cansancio en su lenguaje corporal. Hay tedio en las expresiones de su apuesto rostro. Hay un vacío insondable en el cobalto de sus ojos y una sonrisa falsa en sus labios. Y a ella le duele. Le escuece verlo así…la hiere saber que es por su causa.

La persona delante de ella recibe su copia firmada y se mueve hacia la salida. Hay sólo una lectora más detrás. La sesión de firmas está llegando a su fin. Sigue su turno. Camina, sintiendo que las piernas la traicionan, que las lágrimas anegan sus ojos castaños, que el pulso salvaje martilla sus sienes despiadadamente y que su voz se ahoga mientras que su mente decide quedarse en blanco.

Rick no alza la mirada, cansado y con evidentes ansias de terminar su labor. Extiende la mano para recibir un libro más y estampar su rúbrica de forma automática. Espera un par de segundos a que le sea indicado el nombre de quien recibirá la dedicatoria y entonces se queda petrificado cuando escucha el timbre de una voz que, por más que ha intentado borrar, está fija en sus sentidos como un lacre indeleble, y pronunciando unas palabras que lo remontan a un pasado lejano pero cargado del mismo amor y el mismo anhelo.

-Kate. Puedes dedicarlo a Kate.

Continuará…


Como siempre, gracias desde ya por sus comentarios para esta nueva historia. Abrazos desde México,

Valeria.