Hola a todos, anteriormente había escrito en otros lugares y me faltaba aquí. He venido con una historia nueva que con toda seguridad les gustara (basada en un libro que me encanto y lo he adaptado (aclaro no todo pues también voy poniéndole cosas de mi loca imaginación). En la mayoría de los fics siempre es Michiru la que hace sufrir a la pobre de Haruka. En esta no será así. Ya verán porque. Sin más me despido y que lo disfruten..

DISCLAIMER: Ninguno de los personajes de Sailor Moon me pertenecen, pues son propiedad de Naoko Takeuchi.

Simplemente Amor a primavera vista

Para Michiru, volver a Japón después de estar más de 4 años en Londres, le resultaba emocionante, volver a su país después de tanto tiempo. Michiru era la única hija del empresario minero Benjiro Kaio y de Anne Claire Laforet una mujer increíblemente bella y que en su tiempo de juventud había sido actriz. Belleza que sin lugar a dudas Michiru había heredado incluso superado, pues tenía los mismos ojos grandes y azules de su madre, pero con la diferencia del cabello, Michiru lucía una cabella turquesa ligeramente arriba de la cintura que le caían con gracia en forma de ondas como el mismo mar, una piel suave, una sonrisa dulce y afable, una figura que hacia poner nervioso a cualquier hombre, y eso le hacía gracia sin lugar a dudas. Estaba acostumbrada hacer el centro de atención allá en donde fuera, ella no era solo hermosa físicamente sino alguien conocida como prodigio, a sus 11 años había impactado a la prensa, al publico, al mundo con una ejecución magistral en el violin de The Last Rose of Summer de Heinrich Wilhelm Ernst una de las piezas más difíciles de tocar pero que una pequeñita Michiru lo habría conseguido. Gustaba de pintar en sus ratos libres, era gran admiradora del trabajo de Claude Monet, gustaba de las mezclas de colores que utilizaba y lo que plasmaba, por eso Michiru cuando tenia el tiempo y ganas le dedicaba tiempo a pintar. La vida de Michiru cambio a la semana de llegar a Japon. El 21 de Febrero, exactamente 15 días antes de que cumpliera los 18 años Michiru Kaio se enamoro. Fue algo, resumido en una palabra, estremecedor. La tierra tembló, el corazón le dio un vuelco, el momento la dejó sin aliento. Y pudo decirse, con cierta satisfacción, que el hombre involucrado, un tal Haruka Tenoh se sintió exactamente igual. Ah, No! No en el aspecto amor!. No en ese instante. Pero sí le tembló la tierra, le dio un vuelco el corazón y, Michiru lo sabía sin la menor sombra de duda, también se quedó sin aliento, unos buenos diez segundos. Caerse del caballo suele hacerle eso a un hombre. Los hechos ocurrieron de la siguiente manera:

- Madre no tengo muchas ganas de ir al club hípico hoy

- Michiru sabes que tenemos que apoyar a tu hermano en este día que es el campeonato de salto ecuestre, y nos lo pidió

- Madre lo sé, pero es lo mismo de siempre, sabemos que Ícaro se llevara el primer lugar, siempre ha sido así. Entonces no veo porque tengo que ir, además estoy cansada de la prensa, estoy segura que cuando llegue me caerán como buitres

De pronto sonó en el fondo una risa alegre era el Sr Kaio que salía de su despacho y sin querer escucho la pequeña discusión entre su esposa e hija

- Mi hermosa Sairen sabes que no tienes escapatoria y tienes que ir

Michiru se sonrojo al escuchar a su padre, referirse a ella de esa forma. Sairen que es la manera que llaman a las sirenas en Japón, No era un secreto que a Michiru le gustaba sumergirse en el agua por horas, incluso su padre le había dicho que primero aprendió a nadar y después a caminar.

- Está bien Papá iré pero prométeme algo, qué cuando el evento termine no nos quedaremos más tiempo de lo debido

- Prometido hija.

Se encontraba paseando por Negishi Park en compañía de su madre y otras dos chicas de su edad que se les habían unido cuando sintió un atronador retumbo en el suelo (véase arriba: el temblor de tierra). Su madre no le prestaba mucha atención (rara vez se la prestaba en realidad), así que ella se alejó del grupo un momento para ver qué ocurría. Mientras su madre y las chicas que las acompañaban llamadas Serena y Mina estaban embelesadas conversando con el Sr Kintaro Tenoh y su Esposa la Sra Kristen que acababan de llegar de Viena, así que fingían no haber oído el ruido. La familia Tenoh era de una importancia fundamental por ser unas de las familias no solo rica sino poderosa de todo Japón, por lo que no se podía desatender una conversación con ellos.

Cuando Michiru se asomó por un lado del tronco de un árbol particularmente ancho, vio a dos jinetes galopando hacia ella a una velocidad de alma que lleva el diablo o cual fuera la expresión favorita para describir a dos locos a caballo despreocupados por su seguridad, salud y bienestar. Se le aceleró el corazón (habría sido francamente difícil mantener el pulso tranquilo en presencia de esa temeridad y, además, eso le permitía decir que el corazón le dio un vuelco en el momento en que se enamoró).

Entonces, por uno de esos inexplicables caprichos del destino, al viento se le ocurrió soplar fuerte, en una ráfaga muy repentina, y le arranco el sombrero veraniego que llevaba echándola a volar por el aire y, ¡plaf!, fue justo a taparle la cara a uno de los jinetes. Michiru hizo una inspiración entrecortada (que la dejó sin aliento) y el hombre se cayó del caballo y fue a aterrizar de un modo nada elegante en un charco de barro.

Ella corrió, casi sin pensarlo, gritando algo que pretendía ser una pregunta acerca de su salud y bienestar pero que en realidad le salió más bien como un chillido ahogado. Sin duda él estaría furioso con ella, pues ella había sido la causa de que se cayera del caballo y estuviera cubierto de barro, dos cosas que garantizaban que un caballero se pusiera del peor humor posible. Pero cuando por fin él logró ponerse de pie, pasándose la mano por la ropa para quitarse el barro que era posible quitarse, no arremetió contra ella, no le dijo nada despectivo, no le gritó, ni siquiera la miró furioso. Se echó a reír. ¡Se rió!

Michiru no tenía mucha experiencia con risas de hombres, y la poca que tenía era de risas nada amables. Pero los ojos de ese hombre, de un color verde bastante intenso, sólo expresaban risa, mientras se quitaba una vergonzosa mancha de barro de la mejilla.

- Bueno —dijo—, no lo he hecho muy bien, ¿eh?

Y en ese preciso instante, Michiru se enamoró de él cuando encontró su voz (lo que ocurrió sus buenos tres segundos después de lo que una persona con cierta inteligencia habría tardado, le dolió reconocer), dijo:

- Oh, no, soy yo la que debo pedir disculpas. Se me voló el sombrero y…

Se interrumpió al caer en la cuenta de que en realidad él no había pedido disculpas, por lo que no tenía ningún sentido contradecirlo.

- No pasa nada — dijo él mirándola con una expresión algo divertida

- Yo… Ah

- ¡buenos días Madre, Padre! No sabía que estaban en el parque

Michiru se giró y se encontró mirando a Kristen Tenoh, que estaba al lado de su madre, la que al instante siseó:

- ¿Qué has hecho Michiru Kaio?

y ella ni siquiera pudo contestar su habitual «Nada», porque en realidad el accidente era totalmente su culpa, y acababa de hacer la tonta más absoluta delante de un soltero que era, a juzgar por la expresión que veía en la cara de su madre, un muy buen partido.