En otra vida
"Venías de tan lejos como de algún recuerdo. Nada dijiste. Nada. Me miraste a los ojos. Y algo en mí, sin olvido, te fue reconociendo…"
Nueva York 1834
- No te sueltes- le dijo.
Su voz denotaba angustia. Sus ojos color avellana lagrimeaban por el insistente picor del humo que se elevaba desde el piso llenando de grises nubes el reducido espacio que aún no era alcanzado por las llamas. De su mano pendía débilmente otra de piel muy blanca, que pertenecía a un joven apuesto cuyos ojos azules se veían nublados por las lágrimas causa de la humareda y de la desesperación. A pesar de ello, en su mirada también podía leerse la respuesta a su compañero, quien se abría paso entre la confusión de llamas y pedazos de madera cayendo: no se soltaría, no mientras él lo siguiera sosteniendo.
Habían estado juntos la tarde entera, pretendiendo pasar inadvertidos para toda la demás gente que compartía con ellos en el gran salón donde cada tarde se reunían a tomar un café. Había sido un atardecer maravilloso, que pasó entre largas miradas en silencio matizadas por el anhelo de no poder fundirse el uno en el otro sin importar nada, escondiendo para los demás un sentimiento ardiente que se desbordaba, que los hacía, sin ellos quererlo, resaltar entre la multitud de gente gris, que, en su mutua compañía a los pocos minutos pasaba a ser sólo parte del decorado de un mundo extraño en el que a ellos les había tocado vivir. Pero al mismo tiempo, no podían dejar de sentir las miradas de sospecha a su alrededor, la fijeza con la que la gente miraba a aquel par de hombres que cada tarde se reunían a la misma hora y en el mismo café a compartir la idea de una felicidad que a los ojos de los demás llevaba colgada la etiqueta de lo prohibido y que por lo tanto era lo más deseado.
Aún así, en su mundo particular como en el exterior, el sol cedió el paso a las estrellas entre sonrisas melancólicas, gestos cálidos y de vez en cuando, en el momento en el que creían que nadie estaba mirando, un roce de manos por debajo de la mesa, un choque accidental de sus pieles, ansiosos por una cercanía que les estaba vedada.
Y no sólo a la luz del sol, cuando llegaba la hora de despedirse, alejados del mundo y casi solos en medio de la penumbra de la noche, los miedos de los dos parecían acechar en las sombras y se decían adiós con un cordial abrazo o un largo apretón de manos que pretendían guardar en ellos sólo un poco del calor del otro y que llevaban también en sí, el resquemor en los labios de un beso no dado, de un beso que ardía en sus bocas como las llamas que ahora los rodeaban, dejándolos casi inermes y sin facultad para respirar.
Y lo peor, era no recordar en qué momento había empezado aquel desastre. Cuando empezaron a sentir a su alrededor el calor, los gritos y los pasos de cientos de personas que se abrían paso como podían a la salida del salón que por demás, era uno de los más grandes de la ciudad, ellos sólo atinaron a levantarse en automático y a tomarse de la mano. En realidad el acto no era un desafío, había sido lo más natural del mundo. Aquel escenario no pintaba nada bien para nadie, lo púnico que podían hacer era seguir juntos a como diera lugar, aún si el humo ya hacía de respirar algo prácticamente imposible y la madera en el piso, junto con la que caía al suelo en llamas impedía dar un paso sin temor. Los dos se movían sin saber bien a dónde ir.
Y de pronto, un madero especialmente grande ocasionó que el muchacho de los ojos color avellana soltara a su compañero, que quedó atrapado bajo un montón de escombros que sólo Dios sabía de dónde había salido.
- ¡No! - gritó el moreno de los ojos color avellana, y acto seguido corrió hacia donde su compañero, que hasta hacia segundos había estado con él, se encontraba. Trató con las pocas fuerzas que aún tenía, mover el colosal montón de restos de madera carbonizada del cuerpo del chico pálido, cuyo azul mirar se veía aún más opaco que de costumbre.
- Tienes que irte- le dijo el muchacho cuya voz era casi un susurro debajo de aquel montón en el que se encontraba- vete Blaine, corre, aún… aún puedes salir
- No te dejaré- murmuró el aludido- no puedo dejarte… yo ¡yo te sacaré de aquí Kurt!
- No- negó Kurt con las pocas fuerzas que le quedaban- vete, por favor… esto ya- su respiración se cortó por un instante- es inútil…
- No lo es- susurró Blaine con verdaderas lágrimas de dolor en el rostro y moviendo aún con fe inquebrantable pedazos de madera sin conseguir hacer realmente una diferencia en la situación de Kurt- sólo tengo que…
La voz de Blaine enmudeció cuando sintió que Kurt lo tomaba de la mano impidiendo que siguiera con la verdaderamente infructuosa tarea de tratar de sacarlo. Aquel contacto lo detuvo en seco y sus ojos se fijaron en los de Kurt por un instante. El chico de los ojos azules le estaba sonriendo, cosa extraña en medio de aquella situación. Los dedos de ambos se entrelazaron firmemente como hasta ese entonces nunca lo habían hecho.
- No podrás solo- le dijo Kurt sin soltarlo- sal de aquí y consigue ayuda, yo… resistiré, te lo prometo.
Y agregó a sus labios otra sonrisa que aunque dulce, no dejaba lugar a replicas, aún así Blaine trató de debatir el argumento
- Sí puedo Kurt, sólo dame tiempo, saldré de aquí contigo ¿entiendes?
- No Blaine, no lo harás- dijo Kurt entre toses- sal y busca ayuda, yo te esperaré, lo prometo…
- Pero…
- ¡Ve! ¡Por favor!
- Kurt yo… no me hagas dejarte, eso no…
- No me dejarás- contestó firmemente el chico aún con fuerza en su voz que a cada segundo parecía irse extinguiendo- yo sé que regresarás por mí… lo harás
Blaine lo miró por un minuto y decidió que su compañero tenía razón. Tenía que salir fuera y pedir ayuda para regresar por él. Ahora de hecho se sentía un tonto por haber dejado que tanto tiempo pasara sin hacer nada.
- Está bien- dijo Blaine al fin- resiste por favor, no tardaré, volveré por ti aunque sea la última cosa que haga en mi vida.
Y acariciando aún los dedos que seguían entrelazados a los suyos y dándole a Kurt un beso fugaz en la frente, Blaine siguió el camino que había interrumpido, en busca de una salida y de la ayuda que su compañero tanto necesitaba.
- Volveré por ti- le gritó- créeme, regresaré por ti y entonces podremos estar juntos sin importarnos nada…
Kurt escuchó las últimas palabras de Blaine y dejó escapar un hondo suspiro. Con las pocas fuerzas que le quedaban, fruto de todo el esfuerzo que había tenido que hacer para mostrarle a Blaine que estaría bien y poder convencerlo de que saliera, dejó que su cuerpo se soltará libremente en el suelo, ya sin presiones de ningún tipo. Y a pesar de que sabía que su destino era inevitable, a pesar de que algo muy dentro de él le decía que no volvería a ver a Blaine nunca jamás, tuvo aún la suficiente entereza para sonreír y decir:
- Yo lo sé… vendrás por mí y entonces, nada volverá a separarnos…
Y con la dulzura de esa eterna promesa aún resonando en sus oídos, se fue sumiendo poco a poco en ese sueño del que todos en algún momento, no volveremos a despertar.
Nueva York 2012
Era un día frio de otoño. Las hojas de los arboles cubrían totalmente las calles, donde los encargados de la intendencia se afanaban inútilmente por luchar contra la lluvia de fuego y oro procedente de los miles de árboles que se despedían sin tristeza alguna de su vestimenta.
Las calles, a pesar de eso, estaban llenas de estudiantes que se dirigían hacia sus aulas, con un café en la mano y una bufanda cubriéndolos del viento helado que los hacía querer llegar más pronto a su destino.
Entre aquella marabunta multicolor de jóvenes universitarios, resaltaba la figura de un chico de caminar galante y calmo. A diferencia de sus compañeros, el joven caminaba lentamente, al parecer, disfrutando de la maravillosa vista que a sus ojos era contemplar el reguero de hojas que crujían bajo sus pies haciéndolo sonreír. Y su sonrisa brillaba como la de los niños en navidad, en realidad, ese joven siempre sonreía haciendo que su mirada color avellana brillara hasta en medio de las penumbras más profundas.
Su abrigo negro le daba un aire distinguido que hacía que la gente volteara a verlo irremediablemente. Aquel chico, tenía todo lo necesario para ser uno de esos Narcisos enamorados de su propia imagen, el clásico chico acostumbrado a que el mundo entero fuera puesto a sus pies por el simple hecho de ser como era. Pero ese no era el caso, Blaine Anderson era un atípico joven soñador que siempre tenía para todos una palabra amable y una sonrisa franca y cálida que hacían que todo el mundo quisiera, de alguna manera, estar cerca de él.
Si podía ser sincero, soledad era lo que nunca en su vida había existido, y sin embargo… Una parte de su corazón había permanecido siempre fría en su pecho, obviamente nunca le daba mayor importancia, pero no sabía qué era. Blaine no podía entender por qué en ocasiones su alma le gritaba que en su pequeño y perfecto mundo faltaba algo, algo que siempre echaría de menos.
- ¡Buenos días Blaine!- gritó una chica alta y regordeta de ojos color verde almendra, vestida con una larga falda multicolor, abrigo rosa algo desgastado y botas militares negras. Su cabello dorado y francamente desordenado, caía sobre su frente en forma de pequeños rizos, que de haber estado un poco más ordenados, habrían resultado adorables.
- Muy buen día Adrienne- dijo Blaine realmente contento. Aquella extraña muchacha era su mejor amiga en la universidad, y se podría decir, que en el mundo entero.
- ¿Por qué caminas tan lento?- le dijo Adrienne feliz al contemplar la sonrisa de su amigo como siempre le ocurría- un día de estos cogerás una pulmonía, y no quiero saber lo qué será de mí y de la escuela si perdiéramos a nuestro mejor cantante
- Exageras Addy- le dijo él en tono cariñoso revolviendo sus cabellos dorados- me gusta el otoño, ya lo sabes…
- Romántico incurable…- dijo ella con una risita burlona
- Así me amas- contestó él como si fuera una broma cotidiana entre ellos
- Lamentablemente pare mi salud mental, así es…- dijo Adrienne con un tono que pretendía ser bajo y no pudiendo reprimir un sonoro suspiro.
- Pensé que lo habíamos superado- contestó Blaine mirándola con ojos tristes- Addy, tú sabes que yo…
- Ya, ya… no me regañes ¿está bien? Lo superé hace 6 años Anderson, pero me gusta bromear contigo ¿listo?- contestó la chica volviendo a poner en sus labios la misma sonrisa de todos los días.
Ella había pasado la mitad de su vida amando a Blaine Anderson sin esperanza alguna de ser correspondida. En cierta forma aún lo hacía, pero su amor había transmutado en uno de esa clase que es muy parecida a la que uno le tiene a su familia. Aunque la huella de aquel primer cariño, a veces asomara a sus ojos o le causará dolores de cabeza, adoraba a Blaine como el hermano que nunca había tenido y eso había sido desde el mismo momento en que lo viera tocar el piano en su casa. Él había tocado "happy birthday" para ella en su cumpleaños número 6, desde aquel entonces, aquellos dos chicos habían sido los mejores amigos del universo.
- Espero que sea cierto- le dijo Blaine algo preocupado- no quiero ser el causante de un suicidio…- sonrió.
- Estas sobrevaluándote Blaine- dijo ella captando el tono de broma en las palabras de su amigo- y hablando de amor y desamores- agregó ella con verdadera curiosidad- ¿es verdad que saldrás con Damon Luria esta noche?
- El suspiro que brotó de los labios de Blaine parecía más el de un hombre cansado que se enfrenta a lo inevitable, que el de un joven emocionado por tener una cita un viernes por la noche.
- Sí- contestó Blaine secamente
-¡Cuánta emoción!- dijo Adrienne entre risas
- No te burles de mí, es sólo que…. No tenía opción, era salir con él o aceptar cantar a dúo en el festival de otoño. Louis me dijo que ese era su plan…
- ¡Oh no!- dijo Adrienne con falso tono afectado- Señor Anderson, es usted un mafioso, ¡acallará los labios de Luria con besos sólo para no tener que cantar con él!
- Adrienne… -dijo Blaine con tono cansado- por favor, ya es suficientemente malo saber que tengo que hacerlo, además, esto te conviene a ti también- dijo Blaine en tono misterioso.
- ¿Ah sí?- contestó la chica sin pista alguna acerca de lo que su amigo le diría
- Sí… en primer lugar, no sólo yo saldré esta noche
- ¿Ah no?- contestó Adrienne sin ver la insinuación de la sonrisa de Blaine
- No, tú vendrás conmigo…
- ¿YO?- gritó ella con indignación- ¿estás loco Anderson? Me rehúso a ser tu chaperona, es injusto que me pidas que esté ahí viendo como devoras la boca de Damon y… y… ¡NO!
- Calma – dijo Blaine riendo por la reacción de su amiga- Damon no irá solo, por casualidad mencioné que quizá debería llevar a su amigo… mmm ¿cuál era su nombre?... Oh sí, Emille Haller…
- ¡Oh!
La expresión turbada de Adrienne hizo sonreír a Blaine sabiendo que había dado en el blanco. El joven Emille Haller era el amor platónico de Adrienne, pues bien, el chico esperaba que al menos aquella noche, alguien se la pasara bien para variar.
- ¿Tomo eso como un sí?- dijo Blaine sabiendo que no había otra respuesta posible en los labios de su amiga.
- Toma eso como sí, pero te odiaré toda mi vida ¿sabes? ¡Tramposo!
-Yo también te adoro amiga mía- dijo Blaine tomándola en sus brazos- de verdad Addy, no sé qué sería de mi si no hubieras aceptado…
- ¿Tan terrible resulta Damon para ti?- pregunto Adrienne algo sosegada por el contacto con el cuerpo de Blaine
- Sí…- contestó el chico- y no es sólo él, son… bueno… se escuchará algo idiota pero, son todos y no es ninguno… nadie puede… emocionarme, moverme… ¿no crees que es algo idiota, Addy?
- Para nada- dijo Adrienne lentamente- Blaine, sólo es que eres distinto a los demás… estás buscando algo más, profundo, supongo…
- ¿Tú crees que algún día pueda… hallarlo?
- ¿Y por qué no?- contestó ella tomándolo del brazo y obligándolo a caminar hacia el aula de vocalización un poco más rápido- ese a quien tú buscas debe de encontrarse entre tus miles de admiradores, ahora que si piensas salir con todos, procura que todos sean amigos de Emille ¿Ok?
- Nunca cambiarás Adrienne Coulter
-No, pero ¿sabes algo? Así me amas…- y le sacó la lengua en un gesto francamente infantil.
Blaine correspondió al gesto y siguió caminando al lado de su amiga hasta llegar al aula, donde todos los recibieron con una radiante sonrisa. Adrienne sabía que aquel gesto era únicamente par Blaine, ella no era muy apreciada en la facultad por su tendencia a vestir con prendas que nunca tenían nada que ver la una con la otra, pero aún así correspondió a las sonrisas de sus compañeros de clase.
- Oye, por cierto- preguntó Adrienne cuando se instalaron en sus asientos- ¿sabes qué canción cantarás en el festival de otoño?
- No en realidad- contestó Blaine alzando los hombros- quizá algo de… mmm… ¿Katy Perry?
- Bromeas ¿cierto?- dijo Adrienne poniendo los ojos en blando- Blaine, eres el número final, el broche de oro, esperaba algo menos top 40…
- Ya pensaré en algo- dijo Blaine entre risas- sabes que el festival de otoño es especial para mí- sonrió.
En ese momento el profesor irrumpió en la sala y los conminó al silencio. La mañana pasó para los dos entre vocalizaciones, leer partituras y afinar los detalles de la presentación de la escuela en el festival que sería dentro de cuatro días. Al salir de clases cada uno de los chicos se dirigió a su departamento para prepararse para la cita que tendría lugar en la noche.
Blaine llegó a su apartamento y sólo atinó a tirar el bolso y las llaves en el primer espacio que vio libre en la habitación y se sentó en la primera silla que vió. Estaba realmente cansado y en realidad no tenía gana alguna de salir con el cretino de Luria, pero no tenía opción, en verdad. Él sabía en el fondo de su corazón que por más que buscara nunca lo encontraría. Parecía que su corazón esperaba a alguien que no había nacido en el mismo tiempo y época que él. Y es que a pesar de no tener más de 20 años, su alma era vieja, estaba cansada como si hubiera vivido ya muchas vidas antes de esta y en cada una, la misma búsqueda que le acuciaba el alma hubiera sido igual de inútil.
Y si era sincero, no se trataba de Damon, ni de los otros chicos con los que había salido alguna vez, era él… él sólo quien ponía trabas a cuanto chico se le acercaba. Pero, si podía justificarse, tenía que decir que de nada servía engañar a su corazón que aunque él no lo entendiera, sabía perfectamente lo que anhelaba, y mucho menos engañar a otra persona causándole más dolor a largo plazo.
Suspirando, se levantó y se dirigió a la ducha. Trataría de pasarla bien con Damon, Adrienne y Emille. Sí, no podía engañar al corazón por siempre pero podía pretender que lo hacía sólo por un rato. Se dirigió al espejo y miró en ellos su rostro perfecto, sus rizos oscuros enmarcando su frente blanca y abriendo la llave del lavabo, lleno sus manos de agua y enjuagó su cara con detenimiento. Al levantarse y mirar nuevamente al espejo, por sólo un instante menor al que toma dar un parpadeo le pareció observar en él, un par de ojos azules que lo llamaban, que lo miraban a él, que anegaban en ellos toda la tristeza del universo. Sobresaltado, miró nuevamente en la dirección en la que esos ojos habían aparecido pero no vio nada.
- Deberías de dormir más, Blaine- se dijo en voz alta- estás perdiendo la chaveta, mi amigo…
Y sin darle más importancia, se metió a la bañera y se quedó ahí un largo rato. Lo quisiera o no, le esperaba una larga noche que ni el más poderoso engaño mental podía hacer más corta.
Eran las nueve en punto y Blaine se dirigía a un café del centro a lado de un chico rubio de estatura elevada y ojos color gris. Él joven que respondía al nombre de Damon Luria, trataba sin resultado alguno que su acompañante se interesara en sus chistes y en la interminable perorata que salía de su boca acerca de lo buena que sería su interpretación de "time to say goodbye" en el festival de otoño.
Blaine había perdido el hilo de la conversación apenas había comenzado, cosa que a Damon no le molestaba en lo más mínimo, el chico podía estar contento siempre y cuando tuviera un público mudo que pretendiera estarlo escuchando.
Por otro lado, Adrienne lucía radiante, enfundada en un lindo vestido color rosa y una boina a juego, caminaba del brazo de Emille Haller quien la contemplaba sorprendido e interesado en su charla. El chico de ojos color miel, anteojos y cabellos oscuros, parecía bastante satisfecho de su compañía y ella, bueno, ella estaba pasándosela bomba, sonriendo y desviando de vez en cuando la mirada hacia Blaine que caminaba lentamente como quien es conducido al matadero. Adrienne suspiró. Ese, pensaba al contemplar a su amigo, era el problema de tener un alma vieja que busca la luz de inagotable de las estrellas, en un mundo de gente joven que se conforma con el brillo efímero de los fuegos pirotécnicos.
Y mientras el discurso inagotable de Damon seguía sonando ya sólo como un zumbido insoportable en la mente de Blaine, y tratando de distraerse con algo más, miró hacia el parque que estaba en frente a ellos, iluminado por cientos de farolas que le daban el encanto de un lugar ideal para pasear del brazo de la persona amada mientras contemplaban las estrellas. Y ahí, sentado en una de las bancas del parque, un joven de piel nívea que brillaba al contacto de la luz amarilla de las luces lo miraba directamente – o al menos así le pareció- a los ojos.
Blaine no pudo más que quedarse atrapado en aquella magnética mirada de color azul, azul como los cielos del verano en la ciudad, azul como sus recuerdos eran a veces, azul como una enorme distancia… azul como los ojos que había visto reflejados en el espejo aquella tarde… el chico de la banca no bajó la vista cuando el avellana de las pupilas de Blaine coincidió con las suyas, lo siguió mirando como si esperara que lo reconociera, pero Blaine no entendía nada. Nada salvo que aquellos ojos trataban de gritarle algo, algo que su alma entendía pero que a su mente le sonaba como el más absurdo de los cuentos.
Pasó así un largo rato en el que ni los gritos de Damon o las manos de Adrienne tratando de traerlo de vuelta al mundo real tuvieran la mínima importancia, hasta que, el chico que vestía un largo abrigo color blanco, se parara de la banca y comenzara a caminar hacia la dirección opuesta en la que Blaine se encontraba.
Fue en ese instante en el que Blaine salió de su momento de shock y dejando tras de sí a un Damon furioso y a una Adrienne asustada, corrió y corrió detrás del joven del abrigo blanco sin saber a ciencia cierta a donde lo llevarían sus pies. Sólo sabía que su corazón le gritaba que no se detuviera, que pasara lo que pasara todo aquello tenía un por qué más que justificado. Así pues, Blaine corrió sin parar por lo menos una hora hasta que agotado y sin esperanza alguna de volver a ver al chico aquel, decidió volver a su casa. Estaba seguro que Damon ni Adrienne estarían esperándolo, así que, después de descansar un rato y recuperar el aliento, se dirigió con paso firme a su apartamento. En realidad estaba perdiendo la chaveta, al parecer ninguno de los otros chicos con los que iba habían visto al motivo de su carrera.
Al llegar a su hogar y después de darle un golpe a la necia puerta que insistía en seguir cerrada para él, se tiró en el sofá cerrando los ojos, dispuesto a no volver a abrirlos hasta que fuera absolutamente necesario.
Y en ese mismo momento, en ese instante en el que parece que nada sucederá, Blaine sintió que no se encontraba sólo en la habitación. Una presencia cálida que inundaba el ambiente con una fragancia que parecía venir del más lejano de sus recuerdos, parecía llenarlo con sensaciones que en ese mismo momento acababan de despertar. Con el corazón palpitante, pero no de miedo sino de autentica emoción, abrió los ojos lentamente y la visión frente a él lo hizo soltar un grito ahogado que se transformo después en un susurro… "tú"… Fue lo último que sus labios articularon antes de perderse en la azul mirada que estaba frente a él.
-Tú…- volvió a repetir sin miedo, acercándose poco a poco a aquel extraño visitante- ¿Quién eres tú?
Por toda respuesta, el joven de la mirada celeste se acercó a él, posó su mano blanca en su pecho y sonriéndole, como nunca antes en la vida alguien le había sonreído a Blaine, le dijo:
- Por fin has llegado…
