Es viernes.
Lily tiene los ojos verdes, grandes y brillantes, posiblemente los ojos más verdes, grandes y brillantes que James ha visto en su vida. Su piel es pálida y fina y tiene tres pequeñas pecas que comienzan en el lado derecho de la nariz y forman una línea horizontal completamente recta bajo las pestañas. Y esas tres pequeñas pecas permanecen ahí, inmóviles e hipnóticas. Sólo cuando frunce el ceño se desplazan, se deslizan formando una curva.
De todas las numerosas y vertiginosas curvas del cuerpo de Lily, aquella es la favorita de James. Porque aparece siempre que él está cerca, porque de algún modo, él siempre la hace enfadar. Le hace enfadar porque considera que Lily está preciosa cuando se enfada y la pequeña curva bajo las pestañas le sonríe, o le hace enfadar porque es un adolescente arrogante de diecisiete años, pero siempre lo consigue, de una forma u otra. Y la mira. No sabe qué es lo que se supone que debe mirar alguien cuando está allí, sentado en la hierba, el enorme Lago Negro extendiéndose a sus pies, frente a ellos, y perdiéndose en el horizonte. Con tu persona favorita en todo el universo, aquella que tiene un rincón de tu mente reservado cada día, cada minuto, cada hora, su larga cabellera rojiza ondeando con el viento, cayendo de forma desordenada sobre su hombro izquierdo. Cada pequeño rizo resbalando de forma casual entre su pelo enmarañado, y a la vez ocupando el lugar que le pertenece. El orden dentro del caos. Lily. Y James no sabe dónde mirar, y si bien sería natural que mirase sus ojos, sus labios, mira esas pequeñas tres manchitas que le atrapan, que le sostienen y nunca le sueltan.
Es viernes.
Lily tiene los ojos verdes, grandes y brillantes, posiblemente los ojos más verdes, grandes y brillantes que James ha visto en su vida. Su piel es pálida y fina y tiene tres pequeñas pecas que comienzan en el lado derecho de la nariz y forman una línea horizontal completamente recta bajo las pestañas. Pero aquel día, no frunce el ceño. No solo no frunce el ceño sino que dice "sí", y podría decir "no", o podría decir "piérdete, Potter" o "déjame tranquila, James", pero dice "sí", y casi podría parecer que ríe. Y la línea permanece ahí, estable, bajo sus pupilas que resplandecen como pequeñas estrellas, el universo siguiendo su curso, la pequeña recta expandiéndose hasta el infinito, aquel momento predestinado a ocurrir desde el principio de los tiempos.
- Pero no es una cita, Potter.
- Claro que no lo es. - James se revuelve el pelo, y la mira. La mira como si la mirase por primera vez, como si hubiera hecho algo más en los últimos seis años que mirarla, solo mirarla. Y sonríe. - Es algo mejor.