Tengo la mirada perdida y el corazón encogido. No es fácil dejar atrás a quienes han compartido tu vida los últimos años, los últimos tres años. Pero nuestros caminos se separan aquí, la decisión está tomada. Sólo nos quedan dos días juntos, y a decir verdad no puedo hacerme a la idea de ya no verlos. De tener que esperar a cruzarlos por la calle algún día para saludarlos y ver qué fue de sus vidas.

Por alguna razón me niego a pensar que los perderé. En mis ojos se forma una lágrima que no quiero dejar escapar, más por miedo a que sea la última que por considerarla la primera de tantas...

Sé que últimamente no nos relacionábamos mucho. Sé también que no dependía de mí, fueron ellos los que no se acercaron para conocerme más, los que no se interesaron en mi vida, y yo de a poco dejé de interesarme en ellos. Y al final, tan sólo fuimos compinches, compañeros, colegas, pero nada más. Lo único que nos une ahora es este lugar que compartimos, y que ahora no compartiremos más. Y también me niego a creer eso, porque no quiero pensar que todo este tiempo que estuve aquí sólo sirvió para engrosar mis haberes de conocimientos. Quisiera pensar que aquí hice amigos, que aquí fundé relaciones que durarán para siempre, pero no es así. Quisiera decir que con ellos fui más que un compañero, que fui un confidente, alguien a quien recurrir en tiempos difíciles, pero no fue así. Porque yo no lo permití, porque yo no lo fomenté. Y me da bronca, mucha bronca, porque ahora me parezco mucho a quien no quería parecerme.

Creí hacer lo correcto cuando los apartaba, pero terminé arruinando mi propia existencia. Creí que era bueno estar siempre en contra, pero no fue así. Creí que era bueno criticarlos abiertamente, pero lo único que logré es plantarme como un soldado en su postura, firme y con la vista al frente. Firme en mis creencias, en mi propio parecer. Firme en los libros, en los hechos que yo veía por mi cuenta. Y con eso los alejé más.

¿Y dónde están los que yo creía amigos? Lejos. No son ni han sido nunca amigos de verdad. Quizá en algunos meses me los cruce por ahí y ni siquiera me reconozcan. Porque no fui parte importante de sus vidas, por muy importantes que yo quisiera considerarlos.

Con las manos en los bolsillos, los hombros caídos, trato de caminar para despejarme. Mi cabeza estalla, la depresión me está ganando la pelea. No puedo sonreír, mi decisión me ha quitado esa capacidad. Quisiera que las cosas fueran de otra manera, pero ni aún yo podría creerlo si realmente sucediera. Porque no, no está destinado a ser así. El destino es que me vaya. La decisión está tomada, y parece que el Universo entero me susurra al oído que estoy tomando el camino correcto.

Me pregunto por qué lo correcto siempre duele tanto. Por qué aquello que se supone debe ser agradable es tan amargo. Por qué lo que está bien tiene que hacerme sentir tan mal... No logro entenderlo.

Siento que un pedazo enorme de mi corazón va a quedar atrás en todo este proceso. Porque aunque quiera negarlo, la gente deja siempre una marca en uno cuando se acerca. Por muy poco que se acerque, habrá una huella.

Ahora ya no me queda tiempo con ellos. Echo un último vistazo al lugar, tratando de grabar en mi memoria cada detalle, cada rincón, cada instante vivido allí. Cada centímetro cúbico de ese espacio tiene algo de mí, tiene algo de vida que yo le puse. Y quiero retenerlo, guardarlo, dejarlo en mis recuerdos para siempre, para no echar en balde esa vida que hoy dejo.

Ni un abrazo. Ni un "adiós". Ni una sola despedida como la gente. Simplemente caminar hacia la salida con la mirada perdida, con el corazón encogido, con un dolor profundo en el alma...

FIN