Disclaimer: la siguiente historia posee contenido sexual explícito. Si tienes menos de 18 años, abandona la lectura ahora. Todos los personajes y la historia es de mi autoría, si deseas postear el relato en otro sitio web acredítame. La imagen de portada pertenece a AwenArtPaints, ¡búscalos en redbubble!

Capítulo 1: perfección

La vida a los 30 no suele ser tan maravillosa como uno cree. En esta etapa de la vida uno se da cuenta de si tomó las decisiones correctas, como la licenciatura que estudiaste, tu trabajo, el lugar donde vives, tu pareja... Todo te lo cuestionas, decides si 3 décadas de trabajo duro por parte tuya y de tus padres han resultado en éxito o en un total fracaso.

Aunque suene arrogante, he de decir que estudié aquello que me gusta y al desempeñarme satisfactoriamente en mi campo de trabajo conseguí el visto bueno de mis padres que en un principio renegaban de mi decisión, conseguí un puesto privilegiado en un hospital público y la placa con mi nombre en un consultorio de un hospital privado; si piensas que cualquier persona puede realizar esa proeza debo decir que es verdad, pero nadie lo hace a los 27. Conseguí que dentro de una familia de políticos, abogados, economistas y demás profesiones de "renombre" brillara un sencillo fisioterapeuta y todo antes de los 30.

Lo único que purgaba a mis padres y a mí me quitaba el sueño es que en el amor no era la estrella más brillante. El "con casi 30 años ya deberías estar casado o por lo menos comprometido con alguna mujer" que soltaban mis padres, tíos y abuelos cuando me veían. Conforme me acercaba a los 30 el comentario resonaba menos, pero dolía más. De cierto modo sé que tienen razón.

A mis ya 30 me di cuenta que a lo largo de mi vida he tenido 2 novias: una en la secundaria con la cuál duré 2 meses y otra en la preparatoria, la cual me atreví a presentar con mi familia y ante la presión me dejó.

A mis ya 30 me di cuenta que lo que se de sexo lo conozco por mis amigos pervertidos de la secundaria y los videos pornográficos que me mostraban en los recesos. Como ya se supone, a mis 30 soy virgen.

A mis ya 30 reflexioné sobre todas las mujeres que se han acercado a lo largo de mi vida y como a todas las he alejado excusándome a mí mismo con que no tengo tiempo para una relación cuando en realidad el no tener experiencia me aterra.

En fin, a mis 30 años he brillado en todo y fracasado en el amor.

Suena como un cliché, pero todo cambió cuando la conocí a ella. De verdad batallé para que mis recién despiertos instintos animales no destrozaran el profesionalismo con el que amo hacer mi trabajo con un comentario de mal gusto hacia su físico y a sabiendas de que en un hospital privado el paciente tiene la última palabra...

No sabía que otro "ya puede pasar" de la recepcionista antecedió su entrada. Es como una analogía a como se anuncia la llegada de un miembro de la realeza a cualquier lugar.

Lo que primero llamó mi atención fue su rostro, tan bello y delicado, pero con semblante firme y mirada penetrante... Sé que hay montones de chicas con esos rasgos pululando por la calle, pero ellas no tienen problemas severos en el cuerpo; es una generalidad. Mirando más me di cuenta que su cuerpo muestra ejercicio duro y puro por años y no una simple visita semanal al gimnasio. Todo aquello empacado en ropa deportiva, específicamente un conjunto color gris de leggins cortos y top deportivo cubierto por una blusa suelta roja, todos Under Armour.

Aunque suene sencillo el encuentro y que duró bastante, para mí fue mágico y duró fracción de segundo.

Una vez que la saludé de mano y me presenté hice algo increíble: le jalé la silla para que se sentara. Una ligera sonrisa seguido de un gracias de su parte procedieron mi acción y me senté en mi silla del otro lado del escritorio.

"¿Cuál es su problema? Tómese su tiempo y explíqueme a detalle lo que le ocurre", jamás había dicho esa frase con tanto placer y sinceridad. Me extendió diversos estudios médicos en un sobre y con su suave voz dio una breve explicación de sus rodillas y cómo estas no la dejaban hacer deportes ni continuar con sus estudios. Acto seguido empecé con la revisión física que he de admitir ha sido la más profesional que he hecho gracias al miedo de tocarla indecentemente.

Dios mío. Mi princesa no era tan perfecta como creí, debajo de su ropa y de su piel se escondía un problema enorme. Después de 100 preguntas del estilo "¿Con qué frecuencia le duele la espalda?" o "¿Qué tan seguido hace ejercicio?" y con los estudios que me entregó, determiné una serie de problemas y una solución. Sorprendida escuchó el veredicto final y la sentencia a cumplir mientras sólo asentía con la cabeza y poco a poco se suavizaba su semblante. Finalmente le dije que para que todo funcionara casi como había previsto era necesario que abandonara su deporte volvió a endurecer su rostro.

"Doctor, he escuchado infinidad de comentarios positivos sobre usted y su trabajo. Yo confío en que es bueno en lo que hace y por eso decido tomar el tratamiento con usted, pero no voy a dejar de entrenar. Busque otra alternativa" dijo firme. Era terca, determinada y apasionada; jamás lo iba a dejar, me mataba el saber porqué y lo pregunté. "Escriba mi nombre en su buscador y lea. Espero entienda..." Sólo me quedó agendar la primera terapia física que tendría y verla irse.

Obedecí su orden. Cada artículo con su nombre hablaba de una prodigio en su deporte, un deporte que pocas mujeres están dispuestas a practicar: artes marciales. Devoré todo aquello que tenía su nombre y supe que frente a mí se paraba la pentacampeona nacional, tricampeona mundial, profesora en su rama y recién presentada jueza de katas y combate en torneos. Todo eso a sus 19 años, simplemente increíble.

Jamás me perdonaría frenar a alguien así.

Y lo último pero no menos importante, me sedujo. Fue tan fuerte el sentimiento que aquella noche me masturbé pensando en un encuentro sexual entre nosotros. La decencia y profesionalismo los tiré a la basura.