I
Karel en desgracia
En un lejano reino sumido en un misterioso planeta, existía un miedo opaco, ya que al parecer aquel país había decaído de su dicha; la Edad Dorada que alguna vez tuvo, se esfumó y llegó algo parecido a la desgracia; un poderoso auge llego a asentarse en dicho lugar hace más o menos unos siglos atrás. El reino que había en ese entonces, se redujo a una simple aldea, de donde se suponía estaba el castillo donde los reyes vivían, éste actualmente se podía ver como anticuado edificio, desvencijado y mal cuidado debido a la sequia que hizo que el país decayera; en la fachada podía distinguirse una placa de color plateado con el escudo (que consistía en tres espadas cruzadas por la punta, y por encima de ellas había dos "equis" que simbolizaba dos reflejos de luz emitidos por el trío de armas) perteneciente a lo que en el pasado fue un reino próspero y poderoso, debajo de la insignia habría letras doradas donde se pronunciaba el nombre de aquel lugar, pero de donde solo podían conservarse dos letras: "K" y "L"; las demás fueron desapareciendo misteriosamente, en la etapa en donde hubo más ladrones en su historia, cosa que el rey no pudo ponerle alto, ya que la población fue reduciéndose catastróficamente debido a esa sequía y; de haber sido uno de los reino más poderosos terminaron siendo el más pobre y con más terrenos baldíos que ningún otro país (motivo por el cual eran objeto de constantes invasiones). La población que restaba logró mantenerse a salvo en la capital del reino: ciudad Celestial; la cual estaba rodeada por los muros del castillo; entre los habitantes que vivían en dicho espacio geográfico eran apenas dos centenares, transformando la ciudad y el reino propio en una aldea, pues la gente era mínima. El monarca en turno, elegido pocos años de la catástrofe, sentía una profunda frustración al no poder evitar lo que había pasado en su reino. Se llamaba Myyk, tenía exactamente treinta años; alto, delgado y fornido, siendo ligeramente moreno (con un aspecto muy parecido a "Tarzán"); vestía similar a un agente encubierto que reinaron en su época de niño (Se crio con ellos, porque su padre lo quería tener protegido) con una capa que terminaba en una capucha que le llegaba a la altura de la frente, una playera de tela junto con un pantalón de lo que parecía era algodón (en ambos podía relucir la misma insignia que había en la placa afuera del castillo), tenía rodilleras de metal que cubrían gran parte de sus fuertes piernas y, del torso tenía por lo visto otro logotipo a lado de la insignia, éste significaba que pertenecía a la Familia Real (ya que era un sol, una luna y una estrella cruzados por ondulaciones que simbolizaban el viento); respecto a su cara, no estaba mal vista, pero había un pequeño defecto en ella, su piel era dura y áspera, haciéndolo ver más viejo de lo que realmente era, sus medianos ojos reflejaban un color metálico que los hacían ver como dos piedras preciosas, mientras que su curva y un tanto gruesa nariz se dirigía a lo que era su delgada boca, el cabello negro como el azabache le daba a la altura del cuello y, en ese momento sus aplastantes manos sostenían algo que parecía una espada. De pronto, una chica con la apariencia de un ángel, con vestimenta de sacerdotisa entró al cuarto en donde Myyk vivía en el castillo, mientras éste miraba con aire pensativo la ventana que había enfrente de la puerta, donde claramente se podía ver toda la ciudad.
La chica se acercó un poco más a él, para que éste notara su presencia, y entonces dijo:
―La espada, otra vez―aseveró cansinamente―, te he dicho que no debes…
―No te entrometas, Karu―interrumpió cortamente a la sacerdotisa y aclaró al ver su cara de preocupación―. No quiero verte lastimada, tenemos que defendernos, de un tiempo para acá, ha habido mucha inseguridad a las afueras del castillo.
―Por supuesto que no voy a estarlo―frunció el entrecejo― ¿Qué te pasa? ¿Por qué te muestras distante? ¿Acaso no te interesa lo que piensan los demás? Sabes… aunque tú seas el rey, no significa que solo tú puedas hacer cosas por la población. ¡Déjame participar! ¡Vamos a hacer frente nosotros, unidos! Deja…
― ¡No! ¿Qué no entendiste?―volvió a interrumpirla tajante y dijo entrecortadamente―: Yo… Yo… Yo… te…
La puerta se abrió de nuevo, un hombre con armadura majestuosamente brillosa de color morado uva entró, con un aspecto preocupado. Myyk y Karu se volvieron para verlo a la cara, parecía que venía a informarles de una mala noticia.
― ¡Otra vez están tratando de invadir el castillo! ―exclamó el hombre―. Son los salvajes que quieren colonizar nuestras tierras, esos envinos.
― ¡Ya voy, no permitiré que se quieran adueñar! ―dijo exasperadamente, agarrando con fuerza la espada y fue a un rincón de su cuarto para agarrar las partes que le faltaban de la armadura― ¡Prepara la tropas, Hali! ¡Muévete, no tenemos mucho tiempo! ―le grito, en lo que miraba penetrantemente a Karu, la sacerdotisa.
―Por favor, deja que te ayude―suplicante vio a los ojos del chico, entonces éste se ruborizo, sonrojándose fuertemente y contrastando con su piel morena―. Yo sé defenderme perfectamente, por algo puedo usar magia. Permíteme hacer por mi pueblo…
―No lo notas, ¿verdad? ―espetó con severidad, a pesar de que estaba sonrojado―. ¡No puedo exponerte! ¡No me lo perdonaría, no podría soportar otra muerte más! ―gritó.
― ¡Pues aunque me digas eso, lo haré de la manera difícil! ―empezó a pronunciar en voz alta, Karu rápidamente se volvió hacia la puerta y antes de irse, giro su cabeza en donde estaba el rey Myyk―. ¡SI QUIERES QUE LO HAGA DE LA MANERA DIFICIL, LO HARÉ! ―vociferó fuerte y bruscamente con la cara colorada del enojo, expresando una mirada de profundo odio―. ¡LO QUE PASÓ CON TU HERMANO FUE COSA DEL DESTINO, SI YO ME MUERO; LO ACEPTARÉ! ¡PERO NO ME QUEDARE CON LOS BRAZOS CRUZADOS! ―sus ojos se posaron penetrantes ante los de Myyk, a pesar de que le estaba echando en cara sus temores; éste la seguía mirando con rubor, empezando a sudar descontroladamente―. ¡TOMA, LO ENCONTRE TIRADO EN UNO DE LOS CUARTOS DEL CASTILLO! ―le dijo de pronto, tirando en el aire algo parecido a dos pulseras; y al terminar de decir esas palabras, como una fiera, se retiro de la habitación dándole un golpe sordo a la puerta cuando la cerró. El rey Myyk, en cambio, se quedó mirando las dos trenzas que le había arrojado su amiga, y cuando ésta logro irse, volvió a posar sus ojos en donde ella había estado hace apenas unos minutos.
Myyk se quedó mirando la puerta por un minuto, pensativamente; le pesaba lo que Karu le había dicho, pero no soportaba la idea de que estaba en su derecho a expresarle y luchar si ella quería. Cuando llegó en sí nuevamente, se dio cuenta de que estaba en un grave aprieto y salió apresuradamente del cuarto, directo a defender a su población, que en esos momentos lo necesitaba más que nunca. Al llegar a la fachada del castillo, entonces se dio cuenta de lo que pasaba. Había una docena de sujetos intentando incendiar los muros del castillo y de la ciudad.
― ¿Qué pasa aquí? ―exclamó, los tipos que estaban con antorchas, flechas, piedras y con llamas de fuego en la mano, cesaron y se volvieron hacia Myyk― ¿Acaso quieren salir nuevamente perjudicados?
―Exigimos estas tierras y no nos vamos a ir hasta que no las den―aseveró el líder de la tropa.
―Perdone, pero no pienso darles nada―aseguró enojado, de una manera mordaz―. ¡Váyanse o si no…!
― ¡Asarja mitra! ―pronunció rápidamente el líder, dirigiendo la maldición para Myyk.
Pero la maldición rebotó al estar a unos tres metros de Myyk, éste se preguntó cómo paso aquel suceso, el no invoco ninguna defensa. Mientras que sorprendido, veía como el líder de aquellos delincuentes se quedaba con la boca abierta, una voz se dirigió atrás de él. Era Karu, imponente con su vestimenta blanca de sacerdotisa, contrastando con su morena piel y su corto y despeinado cabello negro.
― ¡No que no necesitas de mi ayuda! ―enojada pronunció, pero luego apareció una sonrisa burlona en sus labios―. No podrás negarme que te salve.
― ¡No digas tonterías, Karu! ―regaño a la chica―. Solo me agarraste un poco desprevenido.
― ¿Ah, sí? Pues que raro en ti.
―Vete, este es problema mío.
―Pues verás que no te voy a hacer caso.
Karu corrió para estar al lado de Myyk, y cuando ya estaba en la posición correcta, dijo socarronamente:
―Atrévanse a invadirnos. Seré sacerdotisa pero me sé defender.
―Eso fue solo suerte, niña―aseguró el líder―. ¡Somnus!
Entonces la sacerdotisa esquivo hábilmente el hechizo, posándose atrás del líder de aquella manada de sujetos.
― ¡Somnus… luctus! ―aquel hechizo paralizo al hombre, que a pesar de estar entre dormido y despierto, gritaba como loco del dolor que le producía tal maleficio.
― ¿Qué hiciste? ―exclamó Myyk enojado―. Primero se arregla por la vía pacífica y lue…
―Sabes perfectamente que no iban a ceder―aseguró cortante y tajantemente Karu, después se dirigió a los demás―: ¡Váyanse o si no les pasará lo mismo que a su jefe!
Los hombres frustrados y angustiados se fueron, recogiendo primero a su líder que parecía sufrir espeluznantemente. Karu se dirigió a Myyk, pero éste estaba lo bastante enfadado con ella, que no le dijo palabra alguna. La sacerdotisa no tuvo otra opción que regresar a la entrada del castillo (que también era la entrada a Ciudad Celestial). Myyk enfurecido se quedó en compañía de dos paladines (guardaespaldas de la Familia Real) afuera, en donde antes el reino se expandía por todas esas tierras que en su infertilidad, mostraron en otros tiempos un verde lleno de vida. Evidentemente Hali no llamo a ninguna tropa de guerreros como esperaba su rey, pues tal vez consideraría eso un poco insultante, conociendo a su majestad; irónicamente si pensaba eso, tenía mucha razón.
―Bueno, Hali, regresemos―dijo al fin de unos minutos en silencio.
―Su majestad, métase usted. Nosotros seguiremos cuidando de que no regresen.
―Bien, entonces nos vemos.
―Por supuesto, vuelvo en un rato con usted.
Myyk, se encaminó a su cuarto, pero tuvo otra mejor idea, fugazmente se le ocurrió ir a otro lado que no era su lujosa habitación. Y cuando logró doblar a la esquina de su derecha, corrió para salir del castillo y adentrarse a lo que era la ciudad. Después de haber pasado un centenar de casas, tiendas, un majestuoso mercado, la gran fuente de nombre "Mil almas" (ubicada en el centro de la ciudad) y pequeños edificios en donde se dedicaban a rentar casas o a vender diversos objetos; llegó a un majestuoso e imponente santuario, lugar en donde vivía Karu por ser sacerdotisa. Tocó la doble puerta impacientemente hasta que una bella mujer (colega de Karu) le abrió.
― ¿Sí? ―Preguntó ésta al abrir y asomar su cabeza con una mata de cabello color paja.
― ¿Está Karu? Necesito verla―dijo en un tono de impaciencia.
―Acaba de llegar. Deje llamarla. Pase, por favor.
La mujer se retiró para darle el pase a Myyk, que gustoso pero aun impaciente, aceptó. Mientras ésta fue rápidamente a un pasillo que había a la izquierda de ambos y desapareció de la vista de Myyk cuando doblo a la derecha. Karu apareció por el pasillo minutos más tarde, se veía muy agitada y no parecía de muy buen humor.
― ¿A qué viniste? ―exclamó con una amenazadora voz al llegar hasta el chico― ¡Sabes perfectamente que me prohíben las visitas! ¡Me acaban de regañar por tu…!
Pero entonces, Myyk alzo una de sus enormes manos y le tapo la boca con ésta. Ella con ojos de aburrimiento, hizo señas para que la soltara, pero éste primero le dijo algo en voz baja y susurrante:
―Calla, no quiero que llames la atención. Lo que vine a decirte es importante―y la soltó, la chica suspiro de alivio al hacerlo―. Ven, tengo que asegurarme que nadie nos oiga―le dijo imperativamente y la jaló de un brazo para orillarse en el rincón más cercano del inmenso santuario.
― ¿Qué ocurre? ―pregunto Karu al llegar al rincón, completamente silencioso―. Anda, dilo.
―Primero, aunque me cueste admitirlo―e hizo una mueca de decepción―. Tengo que agradecerte―al decirlo parecía que se había quitado de un peso, pues pareció más aliviado―. Bueno, y lo segundo…―respiro hondo y continuo―. Tengo una ligera sospecha, por lo que ocurrió afuera. Creo que a esos sujetos alguien los envió.
― ¿Pero qué dices? ―inmediatamente preguntó, parecía perpleja―. Siempre nos han querido atacar desde que todo ocurrió hace más de dos años.
―No, esta vez fue distinto―aclaró con gravedad―. Hay algo en ese hombre que no me pareció que era el mismo, antes ya me había enfrentado a él.
―Debes decirlo por el maleficio que le hice, ¿no?
―A parte, presiento; más que nada.
―Humm―Karu se torno pensativa y luego dijo cuidadosamente―. Si quieres de ahora en adelante, los trataremos de una forma distinta; pero sigo diciendo que no es nada fuera de lo común.
―Quizá tengas razón y roguemos porque así sea―insinuó Myyk, con cara de rendición―. Entonces, eso es lo que quería decirte. Hasta luego, nos vemos en donde siempre―añadió con la intención de quedarse un poco más ahí, no era su sitio preferido pero era mejor que estar en su castillo, solo y ocupado, velando por los de su reino. Además el mismo sabía perfectamente que eso era la razón principal por la que fue al Santuario Místico, ya que aquellas cosas que le dijo eran importantes dentro de su punto de vista; pero podía haber esperado hasta el día siguiente.
―Espera―señalo Karu, cuando Myyk se dio por vencido y fue rumbo a la salida, éste al oírla se dio la vuelta―. Quería decirte que no tenías que agradecerme, yo lo hago porque lo creo correcto, a pesar de tus complejos―se acercó a Myyk y le besó la dura mejilla, la piel morena del chico volvió a sonrojarse.
El corazón del joven rey latía muy rápido, era como si todo rencor hacia Karu se hubiera desaparecido y lo hubiera reemplazado otro sentimiento mucho más puro. Pasaron solo tres segundos de la despedida de la chica, cuando éste la jaló, ya que iba a irse; e inesperadamente sus labios se volvieron y se encontraron en su mejilla, muy cerca de su boca.
―Adiós― se despidió en un tono un tanto desconocido en él, ya que parecía más embobado al que acostumbraba usar; pero a pesar de que había retirado los labios de la cara de ella, la abrazó fuertemente y la soltó casi de inmediato.
―Nos vemos―Karu estaba roja como un tomate y, parecía como si no asimilara lo que pasó instantes atrás, su tono de voz parecía atolondrado por ello―. Espero que te vaya bien―lo vio fijamente a los ojos, y todavía con rubor se volvió y se alejó del pasillo a enormes zancadas, deseando salir de ahí de inmediato.
Myyk, por su parte, también salió velozmente del Santuario Místico, no podía creer lo que había hecho, aunque lo deseaba desde hace mucho, no se le había ocurrido nunca hacerlo realidad, muy contrariado regresó a su castillo.
Pasaron los días, y Myyk no volvió a ver a Karu, hasta el lunes por la mañana; antes de disponerse a salir de la ciudad para atender un asunto con los pocos habitantes que vivían en las tierras que estaban abandonadas por el reino, con la intención de hacer un trato con ellos para que no se aliasen con fuerzas ajenas a aquel país. De hecho, estaba en el pasillo que conducía a la salida del castillo (una gran puerta doble de manera fina y muy resistente), cuando ella apareció y le llamó atrás de él. Myyk esa vez, iba vestido de manera distinta a la habitual, ya que no llevaba su capucha que le cubría parte de la cabeza, si no que ahora dejaba ver su melena de cabello negro azabache; llevaba lo que parecía una playera de deportista (pues no tenía mangas y se veía un poco apretada) de color blanco y unos pantalones de lana de un intenso color negro; y su calzado era muy fino a comparación de los acostumbrados huaraches, esta vez era un relucientes zapatos de color oscuro haciendo juego con el pantalón; y en la espalda llevaba su acostumbrada espada. Se volvió para ver cara a cara a la sacerdotisa y; también se halló a una Karu diferente; su vestido blanco con ligeras piedras preciosas incrustadas en el cuello y en los bordes estaba mucho más corto (ahora le daba a la altura de la rodilla), el vestido estaba con un aspecto ligeramente diferente, pues no parecía de sacerdotisa, más bien era como de fiesta; su rostro se veía con un ligero toque de maquillaje que la hacía ver más natural y su cabello un poco despeinado brillaba como si fuera un joya. Al verse, se quedaron perplejos de la persona que estaban viendo frente, tanto Karu se impresiono del aspecto de Myyk, como éste con el de la sacerdotisa. Las mejillas de ambos empezaron a sonrojarse y sudaron ligeramente, después de un rato de incomodo silencio, Myyk se atrevió a romperlo con una ligera expresión de entusiasmo:
―Te ves muy guapa, ¿a dónde vas? ―inquirió, parecía nervioso por la respuesta.
―Gracias, tu también te ves… muy… atractivo―dijo entrecortadamente, sus ojos estaban fijados en el torso de su amigo, al parecer le impresiono el físico de éste.
―No me has contestado―aclaró Myyk.
― ¡Ah! Estaba un poco pensativa―contestó en lo que salía de su ensimismamiento―. Vine a acompañarte―aclaró sin rodeos―. Es una forma de demostrarte de que puedo ser útil en cualquier situación.
―Pero…
―Mi vida no va a correr peligro, te lo aseguro―interrumpió gravemente.
―Mmm―vaciló.
―Por favor, llevemos la fiesta en paz; solo déjame acompañarte por las buenas, o si no, estoy dispuesta a llevarte la contraria―Karu se puso amenazadora y fue a la salida, pero la mano de Myyk la jaló para que no se fuera, la fuerza de éste era descomunal a comparación de ella, por lo que casi la tiró al suelo cuando hizo eso.
―No te he dicho que pienso, y creo que si puedes venir conmigo. Me serias de gran apoyo―miró con ojos brillantes a la chica, que asintió sin articular ninguna palabra.
―Bueno, vamos― al fin dijo Karu.
―Por supuesto.
El camino fue agotador, ya que a pesar de que se dirigían en una gran carrosa que le pertenecía a la Familia Real, hacía mucho calor; pues estaban en plena primavera. Los agobiantes días de abril eran abrumadores y peor en un carruaje. De pronto, e inesperadamente para Karu, Myyk se quitó su playera, dejando al descubierto un cuerpo marcado con unos fuertes músculos (los pectorales y los brazos) en toda la parte del torso, incluyendo también su abdomen; como toda la piel del rey, éstos también eran demasiado duros, lo que lo hacían ver más musculoso de lo que realmente era. Karu entró aun más en calor, no podía disimular su rubor, ya que sudaba descontroladamente como si la temperatura hubiera subido al doble de lo que verdaderamente estaba.
―Que calor, Myyk―anunció nerviosa cuando hubieron pasado por lo que en el pasado era una ciudad llamada Alacrán, ahora en la ruina, desierta y con los edificios hecho añicos prácticamente.
―Sí, por eso me quite la playera. Esperó que no te importe―le anunció despreocupadamente―. En fin, me has visto en otras ocasiones así, ¿no? ―concluyó.
―Pero esas situaciones han sido distintas, no como ésta―le espetó a Myyk, quien todavía permanecía en su asiento semidesnudo. Recostado y con las piernas muy abiertas, no le contesto.
Karu prefirió callarse, ya que si no lo hacía tarde o temprano iba dejar salir algo de lo que ella pudiera avergonzarse. Pasaron por un pueblo distinto, ése en su pasado era Terrán, sitio rural dependiente de ciudad Alacrán. Myyk suspiró al verlo, a Karu le dio tristeza y frustración al verlo tan deprimido, quería hacerlo algo por él; por eso lo acompañó. En cambió el chico no quitó la vista de la ventana, solo para mirar fugazmente a Karu sin que ésta se diera cuenta. Entonces, rompió el silencio que reinaba adentro del carruaje, al hacerlo clavó sus ojos penetrantes en ella, ante esa reacción parecía perpleja.
― ¿Cómo le hiciste para que te dejaran salir? ―preguntó éste seriamente pero un tanto alegre por dentro.
―Soy muy buena amiga de mi jefa, ella me permitió hacerlo. Solo que me advirtió que no tardará tanto―dijo con dejo de perplejidad en la voz, como si no se esperara tal pregunta.
―Sigue haciendo calor y eso que me quite esa playera―alzo la voz, como si le reprochara a la naturaleza el estar así. En eso, se estaba quitando los zapatos que al ser oscuros le producían un intenso dolor en el pie.
― ¡No te vayas a desnudar! ¡Solo te falta el pantalón! ―gruño Karu. Por una extraña razón no quería ver a Myyk en una situación como ésa. De solo imaginárselo, completamente desnudo, se ruborizó.
― ¿Por qué estas roja? Simplemente me estoy quitando los zapatos, se me están quemando―se excusó de forma tranquila.
Y de verdad, Myyk no se estaba dando cuenta de la situación, no pensaba que tal acción podría causarle mucho nerviosismo a Karu. Y por eso, siguió quitándose los zapatos tranquilamente. Karu, en cambio, fingía mirar a la ventana (cuando estaban pasando por la antigua ciudad Victoria); pero en ciertos lapsos de tiempo, lanzaba rápidas miradas a Myyk, quien no se daba cuenta.
―Ya estamos llegando―aclaró cuando la carrosa aminoraba la velocidad―, por aquí viven pocas personas que decidieron no venirse con nosotros a tomar refugio en ciudad Celestial―entonces abrió la puerta, salió por ella, y con una mano extendida, ayudo a Karu a bajarse también.
―Pues este lugar no parece del todo descuidado―añadió impresionada.
―Sí―afirmó con un gesto de la cabeza―, la guerra y la sequia solo han causado daños menores en ciudad Victoria―tornó un dejo de misterio en su cara y aclaró cuidadosamente―. Es probable que toda esta protección se deba a que dos de los Elegidos vivieron por largo tiempo aquí con sus padres, antes de que murieran éstos últimos.
―Los tres Elegidos―mencionó un tanto decepcionada―, si tan solo estuvieran aquí en estos momentos, podrían salvar a Karel de la situación tan critica por la que están pasando.
Al pronunciar Karel, Myyk se quedó en blanco, evidentemente tenía mucho tiempo que no oía el nombre del reino, debido a principales razones entre las cuales reinaba la que, precisamente ya no eran un país, sino una reducida ciudad que vivía de milagro. Karel ya no era tan utilizado por los habitantes de ciudad Celestial, simplemente se decía reino o ciudad Celestial cuando se refería a la concentración de las personas que habrían sobrevivido a esas épocas difíciles por las cuales pasaba el país, a excepción de otra parte de personas que habían decidido irse a otro lado distinto a la capital.
―Si, Karel―vagamente mencionó Myyk―. Ese nombre me recuerda a los tres Elegidos…
―Bueno, hagamos lo que tengamos que hacer―aclaró tajante Karu.
―Sí, estas en lo cierto. Vamos.
Myyk le ordenó al chofer de la carrosa quedarse en dicho transporte para cuidar de los caballos, aclarándole que si le pasaba algo malo no dudara en comunicarse con él telepáticamente. Las calles de ciudad Victoria estaban descuidadas, pero más allá de eso, estaba en buen estado a comparación de otras ciudades en donde había destrozos mayores. Se pararon al ver un anuncio pegado a la puerta de una casa que decía simplemente.
"Cuidado, no se acerquen. Esta puerta está maldita, altamente mortal"
Los dos se callaron y se miraron atentos. ¿Qué quería decir esa advertencia más allá de la muerte de quien intente cruzarla? Sin duda, había gente tras ella, y lo que querían era vivir tranquilamente. "Quizá era eso―pensó calculadoramente Myyk―. Simplemente querían vivir tranquilos".
― ¿Qué piensas hacer? ―cuestionó Karu, preocupada.
―Puedo derribar esta puerta, aunque tenga maldiciones―dijo con orgullo, su morena y dura cara se ensancharon para hacer una sonrisa. La cual no había demostrado hasta entonces, era quizá una sonrisa muy agradable a pesar de estar en la cara de un tipo duro como Myyk.
―No presumas―dijo enojada la chica, su entrecejo se fruncía ligeramente.
― ¡Concussio! ―conjuro, al hacerlo, la puerta salió fácilmente disparada hacia atrás―. Ves, no era tan difícil.
―Yo no confiaba, aunque se hubiera abierto de una manera no muy difícil―pronunció con tono escéptico―. ¿Acaso no te das cuenta que eso es lo que esas personas quieren? Quieren probarte y te van a matar si no entras con cuidado.
―Ya, no seas tan aguafiestas, Karu―paró con un tono de diversión, su sonrisa se acentuaba, Karu no pudo disimular el no verla; ya que en consideración de muchos, Myyk podría ser un amargado, pero cuando sonreía resultaba ser muy agradable―. Siempre tienes que ser tan extremista…
― ¡No soy extremista! ―saltó hacia Myyk, quien retrocedió un poco―. Esa gente quiere estar en paz, no están jugando al advertirlo.
―Bueno… Pero hay que intentarlo―anunció cuidadosamente, para que Karu no siguiera con sus discursos un tanto abrumadores sobre lo que era la advertencia de alguien aparentemente desprotegido.
―Así me gusta―expreso alegre―. El rey debe de ser prudente y precavido―externó una sonrisa.
Myyk acepto de mala gana, pues él quería tomarse ese viaje como un descanso a todas las tensiones que ha tenido por años. Asintió con la cabeza bruscamente, alcanzando a mover su pelo negro; pero a pesar que no le agradaba la idea de "entrar precavidamente", siguió mostrándose feliz, como si quisiera retar a la sacerdotisa. Y a pesar de que tuviera una curva y ancha nariz, ésta también era muy apuesta en la cara de Myyk cuando sonreía; Karu por su parte, seguía sin mirarlo directamente, tal vez por miedo a perder la cordura, ya que el rubor le vino de una forma dramática y, subsecuentemente a un intenso calor que no podía ni fingir.
― ¿Te sientes bien, Karu? Estás muy sudorosa, tienes todavía calor, ¿verdad? ―Myyk se mostro burlón, como si le pareciera graciosa la situación de Karu en ese momento―. Si quieres podemos ir a refrescarnos después de esto, no nos caería nada mal, yo también estoy muy abochornado.
―Es una buena idea―confesó Karu al llegar frente a la puerta que se hallaba en el suelo―. Se nota que estas muy acalorado, por algo y te quitarse la playera―su voz se oyó tímida y desafiante a la vez.
Myyk soltó una carcajada breve, Karu se quedo pasmada viéndolo, pareciera como si el chico se hubiera tomado como una broma aquel reproche.
―Si, supongo que sí―dijo alegremente. Era evidente que nunca antes Myyk se había divertido tanto como en aquella ocasión, el viaje pareció surtir efecto en él.
―Nunca te visto tan feliz―Karu ahora se fijo en el rostro de Myyk, quien parecía complacido por el detalle―. Desde…
―Si, desde que murió mi hermano―completo él, sus sonrisa empezó a disminuir, pero no la quito.
―Lo siento, no quería arruinarte el momento―dijo avergonzadamente Karu, como si se arrepintiera de lo había hecho.
―No te disculpes, de hecho fuiste tú la que me hizo sonreír de nuevo―agradeció bajando sus ojos a la altura del cuello de la chica.
―Yo, pero si…
―No, en serio. Tu actitud, noté que se mostraba distinta desde que nos bajamos―aclaró sinceramente―. Me ha causado un poco de gracia, al verte tan bloqueada.
― ¿Bloqueada? ¿Yo? ―pregunto como si no diera crédito a aquellas palabras―. Pero si yo jamás lo estaría.
―Pero si lo acabas de demostrar―la contradijo.
―Tu siempre te fijas en los pequeños detalles―añadió con rotundez, denotando enfado―. Mejor entremos con mucho cuidado―habló con sigilo, ahora el tono de su voz bajó hasta ser un susurro.
―Si―susurro Myyk, todavía contento.
Los dos se infiltraron en dicha casa con mucha precaución, toda la distracción que Karu había concentrado en Myyk logró esfumarse en momentos como aquellos; en donde tenían que estar alerta por si cualquier cosa ocurría. Caminaron lentamente por lo que parecía la sala de estar, Karu alzo la mano, para analizar todo lo que había en la casa. Myyk y Karu pararon cuando oyeron un ruido lejano, pero notaron que este se hacía más fuerte y estridente; Karu empezó a tambalearse, el ruido le causaba dolor de cabeza.
― ¡Cuidado! ―gritó imprudentemente el rey, agarrándole fuerte la muñeca a la sacerdotisa para que no cayera al piso―. ¿Te sientes bien?
―Si―dijo con voz débil―. Debió de ser la presencia que siento en esta casa.
― ¿Presencia? ―se extraño Myyk, sus ojos se entornaron en dirección a donde habían escuchado el ruido―. Quieres decir que ese ruido no es una persona.
―Yo como sacerdotisa, he aprendido todos estos años a aprender en reconocer la energía pura de la perversa―Explico Karu, Myyk la veía atentamente a los ojos, no parecía inmutarse ni un tanto, su cara se torno tan seria como de costumbre―. Siento que algo perverso ronda por allí, por favor no continuemos, Myyk―señalo en dirección a lo que era una escalera y de donde había provenido el misterioso ruido―. Por favor, ahora soy yo la que no quiere te expongas, porque si te pasa algo… Yo…
―Sufrirías mucho―respondió por ella, Karu parecía contrariada pero lo afirmo―. Como yo lo haría, si te expusieras y, más en estos momentos. Temo decirte que tengo que saber qué es eso―testarudamente le espetó a la joven.
― ¡NO! ―gritó ella, tratando de no perder los estribos― ¡No lo permitiré, nos vamos ahora mismo! ¡Puede ser una trampa, Myyk! ―intento agarrarle los fuertes brazos al rey para jalarlo directo a la salida, pero sin éxito, no pudo moverlos ni un milímetro.
―Relájate―esta vez fue él quien le agarró los brazos a ella, evidentemente si pudo con su fuerza y, se la llevo hacia él, para abrazarla―. No me pasara nada, pero si a ti si te ocurre algo. No puedo vivir…
―Con el remordimiento, ¿verdad? ―Aclaró iracunda, Karu, que a pesar de que estaba abrazada al chico, unas lagrimas se asomaron de sus ojos; aun así siguió abrazándolo fuerte―. ¡No! ¡Te lo digo en serio, de verdad eso que está allá arriba no me gusta nada! ―su cabeza se levanto para mirar al chico, que ya había cambiado la expresión de su rostro, como si quisiera llorar, pero su valía se lo impedía. Éste también la agarró fuerte, para no separarse de ella jamás. Karu lo siguió.
―Te prometo que voy a estar bien―aclaró Myyk sin soltarla, a ella le costó trabajo levantar la cabeza para mirarlo. Myyk parecía sonrojado a pesar de la situación― Pero si no… Abrázame muy fuerte… para poder sentirte, si esta es mi última vez… Yo… Karu―expresó entrecortadamente, ambos se apretaron lo más que pudieron. Karu pudo sentir el latido del corazón de Myyk (el cual estaba como una locomotora), ya que puso bien su oído para escucharlo (justamente ésta se encontraba a la altura del pecho del rey, que estaba desnudo, cosa que la hizo entrar en calor); y él pudo sentir también el suyo (aun y con el inconveniente de Karu le llegaba a la altura de la barbilla). El chico cerró los ojos con la firme intención de pensar en un sueño inalcanzable para él, con cara de resignación; se decidió a separarse de Karu (le costó un poco de trabajo), ella estaba muy apretada a él y no quería soltarse. Pero al final, accedió, con la cara bañada en lágrimas.
Aunque para infortunio de los dos, ya era demasiado tarde para que Myyk se enfrentara individualmente a aquel ente malévolo; pues tan pronto como se despegaron uno del otro, esa extraña sensación se sintió muy cerca de ellos. Karu, como es lógico, lo vio al instante, y soltó un profundo gemido que se escucho en la sala de estar; pero Myyk no parecía impresionado.
― ¿Algo pasa? ―cuestionó incrédulamente.
― ¿No lo ves? ―exclamó agitando bruscamente la mano en dirección de lo que parecía un fantasma.
― ¿Ver qué? ―volvió a preguntar incrédulamente.
Una sombra no definida flotaba en el aire, y solo Karu podía verla. Entonces llegó a la conclusión de lo que era aquel ente.
― ¡Un poltergeist! ―bramó lentamente.
― ¿Un qué? ― la incredulidad no salió de Myyk hasta que el espíritu, mostro señas de presencia, rompiendo las cosas que había a su alrededor.
― ¡Esta causando destrozos! ―aseguró y Myyk aceptó la versión, pues allí tenía la prueba de lo que decía su amiga, la sacerdotisa.
― ¿Qué es un polter… como se llamé? ―apresuró a preguntar Myyk, con una cara ahora de un susto profundo, pero no por eso cambió su firme posición, dispuesto a darle frente al espíritu o ente.
―Son espíritus vengativos y ambiguos, que surgen porque alguna persona que habitaba esta casa, pasaba por una crisis emocional o simplemente sentía el deseo de ser querida o de que se fijasen en ella. Causan destrozos y no tienen limite―comentó―. Ellos están dispuestos a matar a la gente, por diversión o porque algo los une con su víctima―su cara no se apartó de la sombra, pero entonces hizo algo inesperado para el chico y para ella misma; le agarro la palma de la mano al rey para cruzarla fuertemente con la de él―. Suelen confundirse con los Onryou, pero esto es erróneo, estos no tienen en si una forma definida, además los Onryou si fueron humanos. Humanos que sufrieron en vida y buscan vengarse a toda costa, no solo de los que los hicieron desdichados, sino del mundo en general.
Myyk se quedó perplejo por la pequeña clase de Espíritus que le había dado Karu; pero no tenía tiempo, lo que debería estar haciendo era pensar una forma de escapar de esa cosa sin salir dañado ni él ni Karu. Entonces le preguntó en voz baja:
― ¿Cómo se ahuyentan a estas cosas? ―indicó.
―Exactamente, no lo sé―pensativa se torno su cara―. Pero, creo tener una idea―apoyó la mano que tenía libre a la altura de su pecho, la estiro herméticamente y apunto al poltergeist, entonces dijo―: ¡Lux! ―gritó fuerte con todo lo que le permitía la voz. Un rayo de luz del tamaño de la espada de Myyk, salió de su mano y apunto a la sombra; ésta emitió estridentes chirridos al tener contacto con la luz. Myyk se tapó las orejas, en lo que agarraba fuertemente a la mano de Karu, para evitar que se soltara. Al final, el poltergeist se esfumó de la habitación y, Karu se fue hacia enfrente contra el piso. El rey le interpuso su brazo libre para agarrarla con unos reflejos impresionantes; soltándose de inmediato de la mano de la chica.
La llevó cargando hacia la salida, cuando un impulso hizo que regresara, no solo a la sala, sino que lo forzó a subir junto con Karu en brazos; éste no pudo evitarlo, y cuando llegó a la segunda planta, vio horrorizado hacia un rincón. Había trozos de carne humana en el rincón, al parecer en esa casa había muerto alguien descuartizado. Inmediatamente, se encargó de salir de allí, al ver eso. Se alegró de que Karu yaciera desmayada en sus brazos, para evitarle la sensación de lastima y asco que le provoco el cuerpo. Se alejó a una velocidad impresionante de la calle, y al doblar a la derecha la esquina, se preguntó si de verdad era un poltergeist o un Onryou lo que había sentido él y visto su amiga.
Pasaron horas para que Karu recuperara al fin el conocimiento, pero Myyk no le echaba de menos su descomunal esfuerzo por mantenerlos a salvo. Estaban, de regreso en la carrosa; y a pesar de que los dos estaban ahí desde hace horas, él le ordeno expresamente al chofer esperar un momento. Todavía no habían acabado con aquella amarga experiencia, le parecía sumamente raro no haber encontrado a nadie en la ciudad, ya que después de salir de la casa maldita, se dedico para buscar en el resto de las casas. Nadie estaba, prácticamente ciudad Victoria era una ciudad fantasma y, entonces ¿Por qué sus espías le habían dicho que vivían personas en aquel lugar? ¿O quizá llegaron tarde? Myyk se taladro con sus preguntas hasta que Karu logro reaccionar, en medio del carruaje donde había un gran espacio para sentarse y, el chico lo había utilizado para recostarla. La sacerdotisa todavía estaba pálida, débil y ansiosa. Su moreno rostro se puso amarillo; y en cambio él se sentía tan culpable de no poder hacer nada y dejarle todo a ella, era evidente que enfrentar a un espíritu era mucho peor de lo que parecía. Karu se paró del asiento, y se puso las manos en la cara.
― ¿Ya te encuentras mejor? ―cuestiono a su amiga con la intención de hacerla sentir, en efecto, mejor.
―No―respondió débilmente con las manos aun en la cara―. Ese monstruo consumió mis energías.
―Toma―dijo Myyk en un tono compasivo, dándole un gran trozo de una barra de chocolate―. Hace que tus energías vayan aumentando, no te sentirás tan débil si lo consumes. ¿Estás mareada?
―Un poco―contestó débil.
―Pues antes de que te comas la barra, toma esto también―le entrego un cubo en donde al aparecer se tiraba la basura dentro del carruaje―. Si sientes ganas de vomitar, hazlo. Si lo haces después de comerte el chocolate, éste no te surtirá efecto. Después te lo comes.
Y en efecto, Karu agarró rápidamente el bote y se lo llevo al pecho; vomitando dentro. Tiempo después, con su mano todavía débil como si cargara una cubeta de trescientos kilos, la puso en el piso. Desenvolvió el chocolate, e intento comérselo, pero no tenía hambre; de forma que se lo comió casi a la fuerza. Myyk la miraba de una forma tan compasiva que no parecía él, la ayudaba en lo que podía hasta que Karu se dispuso otra vez a dormir, él le dijo que se recostara en sus piernas y así lo hizo la chica.
― ¡Oye, Sajyid! ―le gritó al chofer que en ese momento estaba en una profunda siesta, se levanto sobresaltado y miro hacia atrás de la ventanilla que separaba el asiento del exterior del chofer con los del interior―. Necesitó que vayas a ver una casa que está si no me equivoco en Paseo al Cielo, es la número 6. Intenta entrar en ella y dime que has encontrado.
El chofer escéptico de aquella orden, de todos modos, accedió. Y se fue llegado los cinco minutos desde que su rey le había pedido que fuera a esa casa. Myyk se quedó pensativo aún, las imágenes del cuerpo se le iban y venían a la mente con más frecuencia que horas antes; pero cuando recobró el sentido de la realidad, Karu se andaba despertando, él solo le acarició el cabello. Y rápidamente se quedó petrificado, por las extrañas circunstancias en las que habían estado.
―Todo esto suena muy raro―dijo hablando en voz alta con él mismo. Entonces el chofer regresó de su encuentro con la casa que Myyk le ordenó que visitase, al parecer con noticias.
― Señor, esa casa está repleta de objetos muy raros―admitió impresionado montándose en el carruaje por la parte de adelante, hablando fuerte para que el rey lo escuchara y; cuando por fin pudo sentarse, se volteo para ver a su jefe que estaba adentro―. Debería visitarla frecuentemente, estoy seguro de que le interesara en otra ocasión.
―Si―dijo Myyk de manera cortante―. Pero si la aseguraste lo más que pudiste, ¿verdad? Después vendré, yo ya te avisaré.
―Si, su majestad―contestó cordialmente Sajyid―. Ya nos vamos.
―Si tanto quieres ir, ve a esa casa―intervino débilmente una voz. Myyk giró a todas direcciones y se fijo que provenía de sus piernas, Karu se había despertado y a pesar de que no lo miraba directamente, continuó―: Anda, ve. Yo me quedaré con Sajyid, no te preocupes por mí.
―Pero…
―No se preocupe, de verdad. Yo cuidare de ella―confesó Sajyid, perplejo―. Vaya.
―Entonces, en un momento regreso―cargó a Karu y la recostó en el sillón de enfrente, salió y se volvió hacia Karu―: Cuídate, no quiero verte mal.
―Descuida―contestó la sacerdotisa―. Yo estaré bien solo por una cosa, por…―pero en ese mismo instante Myyk bajó de la carrosa.
El chico simplemente dijo:
―No te esfuerces en hablar, ya lo sé― y se alejó del lugar con paso firme, con el torso desnudo, pero con la espada desenvainada. Sus fieros ojos reflejaban valía ante el hecho de ir a otro lugar que pudiera estar infestado de presencias.
Al llegar a la casa, la abrió cuidadosamente con un conjuro; entró, y cerró la puerta con un golpe seco. Puso la espada en alto, y vio cuidadosamente el hogar, éste era muy diferente en todos los sentidos al otro departamento. Aquí no se oían ruidos, todo estaba en perfecta calma, la casa tenía un aspecto de no haber sido habitada en décadas, porque había polvo en ella; pero era extraño que hubiera tan poco para los años que llevaba sin ser usada. Fue hacia un sillón, en donde se sentó con precaución y logro percibir una foto en la mesa de la sala, se fue hacia adelante para alcanzarla con su fuerte brazo; al agarrarla se la llevó a la cara. Era una familia de cinco integrantes y dos autenticas hadas guardianas (una de color rosa en el aura que envolvía su pequeño cuerpo y, la otra verde); la persona que más sobresalía era un chico de aspecto serio y formal, aunque alegre, tenía el pelo entre castaño oscuro y negro, sus ojos eran penetrantes y vivos de un marrón intenso, su cabello era lacio y un poco despeinado, a veces se veía chino, pero solo era un engaño visual, ya que era completamente lacio, en la foto tenía alrededor de trece o catorce años y era de mediana estatura, con una piel un poco amarilla pálida, pero morena a la vez; a la izquierda, Myyk vio ahora a un chico negro, con un pelo sumamente rebelde de color castaño oscuro, sus ojos también eran cafés y éste era más corpulento que el chico que vio anteriormente en el centro, estaba haciendo una seña con su mano derecha (cruzó sus dedos; pulgar, meñique y anular, dejando alzados el de en medio y el índice; formando una "v") y exhibía una gran sonrisa, teniendo en su hombro izquierdo a la hada de color verde; al otro lado del chico serio, a su derecha, se encontraba una muchacha con una armadura negra puesta, dejándola ver por un gran casco negro que a pesar de que le tapaba la cabeza casi por completo, mostro debajo de éste, un cabello largo de un negro como el azabache, sus ojos que estaban rodeados por la máscara, dejaban ver unos intensos ojos grises, preciosos como un diamante, ella también sonreía un tanto ruborizada. Debajo de ellos tres, se encontraba dos gemelas; una (la que estaba abajo del chico negro), tenía a la hada de color rosa, mostraba una sonrisa descarada; mientras que la que estaba a lado reía agradablemente, teniendo las dos una cara redonda (ya que Myyk les calculaba como unos ocho años de edad); tenían los ojos azul cielo y el pelo rubio con toques oscuros, ambas lo tenían sujeto en una coleta. Myyk apartó su mirada de la foto y se volvió a quedar pensativo, encerrado en su mundo, sumiéndose en un profundo sueño, aunque estaba despierto. Cuando volvió en sí, dejo la foto en su lugar y entonces a lado de ésta, estaba otra, pero en esta había solo cuatro personas, se la acercó y se fijó impresionado en que eran la misma chica de la armadura (solo que ahí, ya no la tenía y demostraba su verdadero aspecto) y el niño de aspecto serio; pero como unos ocho años más viejos a comparación de la otra imagen; en ésta ambos cargaban a dos bebés recién nacidos, y los dos llevaban un aspecto mucho más alegre y feliz que la foto anterior; el bebé que cargaba la chica era niña y evidentemente las dos sonreían a la cámara, el cabello negro de la muchacha se veía radiante y su pálida cara demostraba una felicidad absoluta; al lado, el niño, en sí ya no lo parecía, pues al llevar al otro bebé en brazos (que era niño esta vez) se veía más maduro que en la fotografía pasada, esta vez tenía una cara cuadrada con mandíbula un poco grande, su cabello seguía igual de oscuro y despeinado y sus ojos marrones tenían el mismo aspecto penetrante y vivo. Myyk la dejó en donde estaba, y se preguntó quiénes eran todas esas personas. ¿Por qué esos dos jóvenes tenían a dos bebés? ¿Se habrían enamorado? Y si eso pasó, ¿se casaron y tuvieron hijos? A parte, tenía la intuición de que a ese chico ya lo había visto en algún otro lugar. Después se fijo en el resto de la casa, y como decía Sajyid, estaba llena de reliquias. Espadas, piedras preciosas, libros de magia, unos lentes (no eran muy importantes), una serie de artefactos que eran muy viejos, imágenes del escudo real del reino, pinturas que valían demasiado monetariamente, y algo que se le hizo extraño a Myyk fue una serie de libros, que en lugar de tener letras, tenía dibujos y letras separados en viñetas; unos tenían como título "Kimi ni todoke" o "xxxHOLiC". Impresionado, el rey regresó a la puerta, la cerró con un hechizo difícil de quitar y se marcho rumbo al carruaje, al parecer no se equivocaba Sajyid al decir que vinieran más seguido a ciudad Victoria, esa casa parecía un mina de oro.
―Ya, Sajyid―dijo jadeante, pues corrió rápidamente para llegar lo antes posible―. Veo que tienes razón, hay demasiadas reliquias que no podemos permitir que se las roben―argumento con un tono desafiante como si fuera a enfrentar a un enorme monstruo.
―Ya ve, es demasiado impresionante―adjudicó el chofer, mientras apuraba a los caballos para que se pusieran en marcha―. Pero, tengo que decirle otra cosa, mi rey. No podemos regresar por donde vinimos, ahora mismo me acaban de pasar un informe de que nos están persiguiendo.
―De seguro son los que quieren todo esto―afirmó Myyk, enojado; mientras acomodaba de nuevo a Karu en sus piernas, ésta seguía dormida―. Pues tendremos que rodear.
―Si, de hecho, vamos a ir hasta donde está el puerto, a la orilla del mar―comentó.
―No importa, mientras no nos intercepten.
―Quizá corramos con suerte y podamos ver las tres islas.
―Sí―Dijo desanimadamente―. ¿Crees que estén deshabitadas como todas estas ciudades?
―No, por lo menos Camoni y Nedes, no―explicó―. La isla Quiling siempre ha estado sola, así que no me extraña. Muchos la llaman la isla fantasma, por eso. Solo he sabido que los tres Elegidos vivieron en ella, cuando encarnaron en el cuerpo de unos niños, que hasta donde tengo entendido eran hermanos. Que irónico, ¿no? ―balbuceo el hombre de aspecto flacucho.
―Si, es demasiada coincidencia.
―Y mi rey, ¿Por qué tiene tanto interés en ésta casa?
―Vi la dirección en el castillo, decía que se ubicaba en ciudad Victoria―musitó casi aburridamente―. Estaba en un directorio de emergencias.
―Que raro―insinuó― ¿Para qué estaría ahí? Esta en completa soledad, de seguro no habría nadie que nos ayudara.
―Pero el directorio, era viejo. Tal vez un antepasado mío requirió de los servicios de esas personas, hace tiempo.
Llegaron al puerto, seguido el chofer giro a la izquierda para tomar un camino a un más largo que el de ida. Rodearon ahora un gran lago y pasaron por lo que parecía una terraza y una ranchería (ésta en ruinas), entonces el castillo se asomo en el horizonte.
―Ya casi llegamos―anunció Sajyid, mientras miraba específicamente el castillo y la ciudad rodeada de muros. Azotó a los caballos para marcaran más veloz el paso, pero justo cuando se hacía más visible el edificio soltó un grito ahogado.
― ¿Ha ocurrido algo? ―preguntó desesperado Myyk, se fijó a los campos, por si pasaba algo fuera de lo normal.
―Señor, son los muros que protegen el castillo y la ciudad―habló con un tono asustado, porque le temblaba la voz.
― ¿Qué con…? ―pero su respuesta fue contestada cuando pudo ver por fin lo que ocurría. Toda la ciudad era rodeada por un centenar de militares, alguien intentaba penetrarlo; pues estaban postrados en la puerta, intentando derribarla, sin poder hacerlo.
―Su majestad, tenemos que entrar por algún pasadizo secreto, o si no nos quedaremos afuera―paró de golpe el carruaje, con brusco movimiento que les hizo a los dos caballos que la manejaban, se volvió hacia su jefe y, Myyk notó la expresión de su cara, estaba pálida y con unos ojos que parecían a punto de llorar―. Por favor, se lo suplico, no se arriesgue a enfrentarlos ahora; ningún soldado de nuestro bando está combatiendo con ellos afuera del castillo. Mejor dígame si sabe algún pasadizo o un camino en donde nadie nos pueda ver.
―Hay uno; es el único que conozco; y por esa vía fue como evacuamos a muchos de los sobrevivientes para que vinieran a habitar la ciudad―explico Myyk, que miró fugaz a Karu, que todavía dormía plácidamente en su regazo―. El único problema es que puede resultar arriesgado; si nos descubren, nos quedaríamos ahí e inminentemente moriríamos. ¿Está dispuesto a correr el riesgo?
―Si con tal de adentrarlos a ustedes al castillo, me basta―su pálida cara trato de poner una mueca que expresaba una sonrisa, pero al hacerlo no era muy agradable―. Además sería feliz, si llegó a morir por usted, su majestad. Eso sería un honor para mí.
―No digas tonterías, Sajyid―le espetó su rey, trataba de no pensar en más muertes, con una le bastó para terminar destrozado―. Por supuesto que siempre nos acompañaras. Eres uno de mis trabajadores más leales y amistosos que he tenido.
―Gracias, señor―aseguró―. Dígame en donde puedo ocultarme y como me adentro a este túnel subterráneo.
―Ve a ese árbol―se paró, acomodando a Karu en el sillón donde estaba, pero para no incomodarla, le puso su playera como almohada. Fue hacía su chofer y le indicó con la mano―. Ahí, solo tienes que decir "Arboris aperio", se abrirá una puerta por el gran tronco; pero no te preocupes, si cabemos, simplemente con que toques el umbral nos tele trasportará a la carretera subterránea.
―Entendido, entonces vamos―avisó, intentando estar sereno, aunque era difícil.
Sajyid dijo todo lo que Myyk le instruyó y, efectivamente cuando la carroza toco el umbral de la puerta oscura, éste inmediatamente empezó a caer en picada. Y al reponerse, Myyk se fijó si Karu no se había despertado por tal violenta acción, pero no lo hizo hasta que estaban en medio del camino.
El rey, entonces se separó un poco de Karu. La chica se levantó:
― ¿Por qué estamos aquí? ―preguntó amodorrada, se estiró los brazos y al fijarse en su amigo, éste advirtió en que ya estaba mucho mejor; sus energías estaban de nuevo normales, el sueño y el chocolate la hizo recuperar fuerzas de sobra, porque parecía impaciente―. Este es el camino de abajo, ¿ocurre algo, Myyk?
Myyk se pasmó, pero entrecortadamente le explico lo que sucedía.
― ¿Qué? ―exclamó la sacerdotisa cuando al final su amigo le dijo todo―. Nos pueden matar, Myyk, quizá sean los de la otra vez. ¿Vendrán para vengarse?
―Nos estoy muy seguro de que sean los envinos, Karu―expresó pensativamente―. Más bien, esas bestias son de otro reino que jamás hayamos visto. Acuérdate de lo que te confesé el otro día en el santuario, alguien más está detrás de todo esto.
―Pero, ¿cómo? ―dijo alterada―. Eso es muy raro.
―Prepárate para cuando subamos, no quiero que te marees―interrumpió; preocupado con una expresión solidaria en su rudo rostro.
―Si―contestó cohibida la chica, al aparecer eso último le sorprendió. Al fijarse de nuevo en el sillón, miró al otro lado de donde estaba acostada minutos atrás, se ruborizó aún más al darse cuenta de que la playera de Myyk estaba como almohada y exclamó―: ¡Oye! ¿Qué está haciendo esa playera sudada en donde estaba recargada mi cabeza?
― ¡Ah! ―exclamó y se fijo en los ojos de su amiga, atemorizado―. Simplemente la puse para que no te sintieras más incomoda―su cara se sonrojo a una velocidad insólita.
― ¡Oh! ―contesto con pena―. Disculpa, pensé que intentabas hacer otra cosa.
―Mmm―exclamo y se sentó enfrente de Karu, en el tercer sillón que se ubicaba justo detrás del respaldo del chofer y frente a el sillón sin respaldo que había en medio.
No volvieron a hablar en todo el camino, la verdad era que los dos estaban muy preocupados por lo que se suscitaba justo arriba de sus cabezas y, les urgía salir de ese camino lleno de rocas que los hacían brincar, las cuales provocaron que sus nervios aumentaran. Y no era por ser pesimista, pero también cabía la posibilidad de que el enemigo se enterará del pasadizo, por lo que no les daba mucha confianza aquel túnel, por ese detalle.
―Esperó que todos adentro estén bien―deseo Karu al mismo tiempo que subían por el túnel, como si estuvieran volando.
Una luz llegó a lo lejos y empezó a hacerse más grande. Al llegar al final, se encontraron detrás de un árbol idéntico al de afuera. Adentro había psicosis en todo el lugareño que veían acercarse, como si pensaran de que ellos eran los invasores. Especialmente, el teniente Hali se acercó como los otros ciudadanos a la carroza que también consideraba enemiga.
― ¡Salgan sujetos! ―gritó desesperado el teniente― ¡Están rodeados, ni se les ocurra hacer cualquier cosa, porque la pagarán!
Myyk salió apresuradamente, para calmar a la tropa de soldados que rodeaban el carruaje y dijo:
―Somos nosotros, Hali; nos enteramos de lo que está pasando afuera. Así que nos ocultamos en el árbol―Myyk mostró una cara de enojo extremo. ¿Por qué no se había dado cuenta antes? Lo de ir a ciudad Victoria, evidentemente era una trampa, pero eso implicaba a un traidor dentro de Karel; los soldados bajaron las armas al verlo y, atemorizados; se apresuraron a ir a defender mejor los muros.
Karu salió con ayuda de Sajyid, y cuando estaba al lado de Myyk, le espetó enojada a Hali:
― ¿Cómo no pudieron evitar esto? ―Sajyid también se puso al otro lado de Myyk, como con aire de suficiencia, por estar al lado del rey. Hali solo soltó una mueca de angustia.
