Primero antes que todo, quisiera agradecer a las personas que me incentivaron a escribir este fanfic. Son demasiadas, pero a todas y cada una de ellas, muchas gracias. Espero que les guste y apoyen esta historia. Son bienvenidos comentarios, puntuaciones y demás, para incentivarme a continuar el fanfic más rápido. Esta pareja no es tan conocida y casi no hay material de ellos en cuanto a fanfics y fanarts, así que espero que sea bien recibida.


Un día sin propósito alguno aparte de arruinarnos la existencia. Una rutina astralmente preparada para hacernos lamentar el insoportable hecho de estar vivos y rodeados de normies. No había nada que rescatar en lo diario, pero sentir ese vacío era mucho mejor que acceder a intentar matarse o entrar a la máquina social a la que llamaban convivencia. Porque ingresar en el juego de la sociedad, simplemente era conformarse con volverse otro ser humano más, una copia asquerosamente reiterada de la misma cagada. Como si aceptaras ser otra mancha más de materia fecal en el gran baño público que representaba la vida. Sí, era la analogía más acertada de lo que significaba integrarse. La gente que no formaba parte de ese zurullo comunitario al que llamaban status quo (sinónimo de 'si no haces lo que todos hacemos, no encajas'), en su mayoría estaban casi muertos, sin propósito alguno más que vagar como fantasmas enajenados y exiliados de todo.

Los góticos eran la resistencia a aquel rechazo. A pesar de ser negados por la sociedad, no se sentían rechazados. Se rechazaban a ellos mismos como humanos simbólicamente, y no le atribuían belleza alguna a la vida (por lo que no tenían tanto que lamentar en primer lugar, más que vivir, por supuesto). Dedicaban por completo su vida al arte y al duelo ante el bochornoso hecho de estar vivos, con personas de su misma índole, que compartían las mismas pasiones. Era el rechazo más gratificante que podían experimentar. Pero ya basta de tanto discurso de alienación.

Era otro estúpido domingo de mierda para el ya escéptico y amargado de Pete, el chico de su edad con el humor más jodido de la historia. O al menos, dentro de su propio criterio, sentía que era él quien mejor había asimilado, con el sentido del realismo en su máxima agudeza, que los años pasaban sólo alimentados a base de mentiras y decepciones permitidas, recreadas por la masa colectiva que lideraba al planeta. Con dieciséis años de edad, ya sentía que tenía en una sola y negra uña el objetivismo que billones de personas no podrían nunca tener en toda su vida.

Había algo que agradecerle al azar. Lo único bueno de ese día era que estaba nublado, y así no tendría ni que esforzarse en ver a alguien de frente. Podía sobre todo mentir diciendo que no podía ver por la luz tenue, si es que alguien le exigía atención. Tampoco tendría que pretender escuchar a nadie, ya que era parte de su naturaleza no oír a nadie nunca, y los demás ya estaban acostumbrados a eso.

Su ventaja en esta martiriosa existencia era que aún conservaba relativamente cerca a sus dos oscuros y únicos amigos Henrietta y Firkle, con los que solía pasar el rato ocasionalmente. A principios de este año sin embargo, ocurrió el que sería uno de sus mayores infortunios. Su gran modelo a seguir, su amigo Michael, se había trasladado de estado, y las cosas empezaron a cambiar radicalmente. El padre de Michael era el jefe de la agencia en la que el padre de Pete trabajaba, por lo que cuando se fueron, la cabeza de su familia se quedó sin empleo. Eso provocó que él y su familia se mudaran a Denver, que quedaba a unos pocos kilómetros de South Park.

Ahora, si quería juntarse un rato con sus amigos, tenía que contactarlos por internet cerca del horario del término de clases. Ya no podía saltarse sus clases, y no era porque a los directivos de la secundaria les preocupara su conducta en concreto, sino porque tenían ya una muy mala reputación, y la seguridad del colegio era muy estricta. La secundaria Harmshire de Denver era célebre por tener estudiantes drogadictos que se escapaban, así que el sitio estaba plagado de cámaras, soplones y vigilantes que acosaban durante todo el horario escolar. Pete no era un drogadicto (ya que la droga era muy corriente allí y no se uniría a esa bola de conformistas), pero sí que aún era fumador. Y ya no podía escaparse ni a fumar. Tampoco aprovechar los recesos para irse de la escuela y reunirse con sus amigos. Por eso y por más, estaba contemplando la probabilidad de dejar de estudiar.

Y allí se hallaba. Esperando a sus amigos una vez más en el callejón gris de siempre, apoyado en una pared de ladrillos cruda y vieja. Era un lugar fácil de encontrar, y estaba cercano a la parada de bus en la entrada de la ciudad—muy conveniente. Era un callejón en el que no los molestaban, porque ese apartado de casas estaba abandonado. Corrían muy malos rumores acerca de ese sector. Que las familias habían sido brutalmente asesinadas hace tiempo, y que el lugar estaba embrujado por completo. Perfecto para juntas góticas. Todos tenían miedo de ir allí excepto ellos. Es lo que Pete tomaba por este día, justo este día en el que sus compañeros tardaron en llegar, apareció una sombra diferente desde la distancia. No supo discernir quién era, pues no quiso hacer contacto visual con dicho individuo. Optó por hacerse el ciego y el tonto, y esperar a que se fuera quien sea que había doblado por allí. Pero pasaban los minutos, y aquel sujeto no se iba. Muy por el contrario, hacía más presencia aún, porque se había colocado justo a su costado derecho, y gracias a él, el sitio ya olía a alcohol y el glorioso silencio que antes disfrutaba, ahora estaba lleno de sonidos desagradables de succión, y los de una clase de cartón que se comprimía. Apenas lo vio de soslayo, lo identificó. Mike Makowski, el maldito chico vamp de cuando iba a la escuela elemental. Quiso ignorarlo con todas sus fuerzas, pero ya no soportó cómo bebía; el sonido de la bebida en el Tetra Pak, los incómodos suspiros de alivio forzados que soltaba.

—¿Qué tan aburrido tiene que ser tu día para venir a colocarte justo aquí, y comportarte como una mala imitación de un vampiro retrasado, mientras estoy a un lado tuyo existiendo?—Exhibió su mejor cara amenazante en el acto.

—También es un placer encontrarte aquí, gracias por la cálida bienvenida. Esto es prueba de que la gente cambia y chicos como tú pueden convertirse en mejores ciudadanos. Braavo. —Rió mientras empinaba la caja y tomaba otro trago largo de vino, hundiendo sus colmillos estridentes.

No oyó respuesta, así que se dedicó a escrutar al menor con la mirada. Lo encontraba casi idéntico a cuando era un niño.

—Y... ¿Sigues igual de amargado que antes, a que sí?

Pete no veía la hora de que se callara o se fuera. Se estaba encabronando de verdad.

—Bórrate Makowski, no voy a hablarte.

—Pero lo acabas de hacer, per se. —Sonrió de una forma estoica.

—Deberían darte un diploma en la carrera de deficiencia mental discursiva, que eres un genio en eso, vaya, eres un talento aún no descubierto.

—Es que tengo talento para cerrarles la boca a las personas que pretenden ser más oscuras que el ojo del culo. Y mi nombre real es Vampir.

—No, no lo es. Eres Mike y nada más. Sólo encuentras consuelo escudándote en un nombre falso porque tú y los de tu clase no tienen identidad propia, son conformistas que lo único que saben hacer es apegarse a las modas para sentir que encajan dentro de alguna clasificación inútil, porque no resisten el hecho de no ser etiquetados de algo. Necesitan su grupito de vampiros gays para hacerle ver al resto que al creerse fenómenos, no caen en la misma categoría que ellos. Sólo se pavonean como si fueran gran cosa, pero lamentablemente sí, sí que caen en lo mismo que el resto, no se diferencian un carajo. Son un puñado de la misma porquería, con un estilo robado de los góticos y comportamiento de fanboys. Ahora vete.

—Oblígame, per se. —Comenzó a caminar alrededor de él con las manos detrás de la espalda, como si lo estuviera acechando.

Pete en ese mismo momento dejó de asentarse en la pared, y caminó hacia él. Sacó un cigarro del bolsillo de su pantalón, del otro un encendedor para prenderlo y dio una fuerte pitada. Tomó a Mike de un extremo de la chaqueta de cuero, alzó la mirada y se aseguró de soltar y direccionar todo el humo que salía de su boca violentamente hacia el rostro del vampiro, finalizando al acomodarse el flequillo. El susodicho tosió con fuerza, con tanto empeño que se oía casi como si fuera a morirse. Como acto reflejo, le dio un manotazo al brazo de Pete, haciendo que el cigarro lo golpeara en la frente, lo quemara un poco y este se le cayera.

—¡Qué haces, imbécil del culo! ¡Mi frente!

—¡¿Querías que me quedara quieto o qué?! ¡Odio el humo de cigarrillo!

—Sólo es humo. Hazte hombre, marica.

Mike se veía ofendido. No por la acción de Pete ni lo que dijo, sino porque sabía que aquello que le hizo no le había molestado lo suficiente. Pisó el cigarro hasta apagarlo y cruzó los brazos como pudo con el Tetra. Pero de un segundo a otro, su semblante cambió. Traía una mueca de desesperación, y las pupilas contraídas.

—¡Fuego!

El chico vampiro vio humo desprendiéndose del cabello del gótico y reaccionó rápidamente derramándole todo el vino en el rostro. El menor se apartó su flequillo empapado de la piel de la frente y escupió mechones fuera de su boca, que estaban en sus labios gracias a la intensidad con la que la bebida chocó contra su cara.

—¡QUÉ TE PASA, VAMPIPENDEJO! ¡LÁRGATE DE AQUÍ! —Acertó a golpear la caja de vino y tirársela al suelo.

—¡Te salvé la vida sacrificando mi elixir rojo!

—Si no tuviera maquillaje a prueba de agua, te hubiera matado. Y podría apostarte a que eres el único subnormal que le tiraría alcohol a alguien para apagarlo.

—Elixir.

—Vino.

—El néctar prohibido de aquellos que no pueden dormir eternamente, per se.

Pete rodó los ojos y resopló. No podía creer que pasados tantos años, ese imbécil siguiera creyéndose un vampiro. Y lo que era peor, creerse todo un vampiro cutre salido de Tyra. Qué falta de vergüenza. Debía tener como unos dieciocho o diecinueve años, pensó.

—Joder Makowski, sólo es una puta bebida alcohólica, deja de fingir que es sangre, si hasta creo que con una botella de Clammato te veías menos cutre. También deja de agregar per se a casi todo lo que dices, pareces un enfermo mental diciendo eso. Ah y por cierto, ya vete, poser.

El vampiro dio un respingo. No le caía bien la gente de mente cerrada, pero por algún motivo le resbalaba todo lo que este gótico decía. Si hasta gracia le daba. Aún así, algo dentro de él le removía las entrañas. Y no sabía por qué.

—No soy un poser, ni soy un "vamp". Ahora que cumplí la mayoría de edad, soy un vampiro real y completo, ¿Sí? Y es obvio que tengo tanto derecho como tú de estar aquí. Vengo seguido.

Makowski había cambiado bastante con los años. No en personalidad, sino en la actitud que adoptaba frente a la gente que lo trataba como un falso. No sentía que le tuviera que dar ningún tipo de explicaciones a ellos, pero de lo que sí se aseguraba era de dejar en claro, al menos una vez, que él era un vampiro. Y cualquiera que insistiera en que no lo era, pagaría las consecuencias. Porque ¿Qué clase de vampiro no deja en claro lo que es frente al resto? Los secretivos, los que tienen miedo, los que son suficientemente cobardes para actuar mimetizados entre la multitud. Y el no quería eso, él quería ser abiertamente vampiro, uno valiente, sin temor a las adversidades. Desde aquella vez que lo encerraron en una cajuela en su preadolescencia, quedó marcado de por vida. Tomó un fuerte resentimiento consigo mismo, por no haberse podido defender, y en vez de eso, terminar rogando. No, ahora era muy distinto. Si quería que supieran que era un vampiro de verdad, debía hacer correr la voz, debía provocar miedo, tener subordinados, y ser la pesadilla nocturna de muchos.

—¿En serio? A ver, ¿Y por qué es la primera vez que te veo por aquí? —Su semblante se veía tan agresivo que sus cejas parecían congeladas en una fuerte contractura. Si es que era posible, el maquillaje que usaba Pete, lo hacía verse aún más iracundo.

—Yo vengo a la noche, no como los niñitos que vienen en plena tarde luego de salir de la escuela. —Se dio aire con una mano y sacó pecho en señal de vanagloria para provocarlo.

—¡No vengo a esta hora porque quiero, jodido nefasto! ¡Vete de una vez! —Le señaló con ímpetu uno de los tramos del callejón para que se fuera.

—Aquí me quedo.

—Oh, genial. —Se cruzó de brazos y desvió la mirada.— Si te ven, vas a ahuyentar a mis amigos. Y luego tendré que dar explicaciones.

Mike miró a ambos lados y desde arriba hacia abajo, hasta terminar mirando detrás suyo. Cuando hubo terminado de revisar todo irónicamente, volvió a mirarlo.

—¿Tus amigos imaginarios? Oh, con que eres de esos chicos. —Se tapó una fosa nasal e inhaló bien sonoro mientras reía.

—¡Ya me cansé! ¡VETE!

Comenzó a empujarlo y arrastrarlo a lo largo del brazo del callejón que tenían a su derecha. Mike por su parte, clavaba los pies en el suelo y le infligía peso inclinándose hacia atrás. Cuando el gótico se cansó, dejó de empujarlo y se apartó, por lo que el mayor cayó de espaldas. Pero en vez de quejarse se quedó mirándolo, sin hacer visible mueca alguna de dolor. Ver al menor tan molesto por sus tonterías le parecía algo tierno.

—Hey, tranquilo, sólo me gusta bromear. Veamos quién de los dos aguanta más sin irse de aquí. —Sonrió y se sentó en el suelo, para luego ponerse de pie.

Pete estaba empezando a ver a Makowski como un costal de papas con colmillos. No importaba lo que le hiciera, le daba completamente igual. No evitaba las confrontaciones, y simplemente se entregaba al azar. Si hasta se había dejado tirar al piso, sin signo alguno de vergüenza, joder. No había sabido de alguien que se comportara de forma tan neutra frente a él. Era como si no le importara en absoluto quién era, ni cómo lo tratara. Frente a Mike, él no era un chico raro, ni un desertor de la sociedad, ni siquiera alguien que basaba su vida en contradecir totalmente todo lo que la gente creía. Simplemente era un niño gótico amargado. Nada más. Qué humillante. Qué decepcionante. Todo su empeño en denigrarlo con un ataque verbal —no, toda la verborragia que pudiera usar para hacerlo— quedaba reducido a nada, pues el vampiro no estaba interesado en ofenderse y comenzar una contienda. No, él sólo «bromeaba». Lo estaba haciendo sentir como un mocoso, maldita sea.

—Podría estar aquí todo el día. —Rebatió Pete con rencor.

Bien, Vampir Makowski estaba decidido a quedarse, tanto como lo estaba Pete. No le parecía tan malo honestamente. Pete parecía un chico tranquilo de alguna forma retorcida. Al menos desde su propio punto de vista, el chico tenía bastante potencial en todo sentido, y su actitud fuerte le agradaba. Tal vez podría encontrar algo de qué hablar con él, hasta incluso podrían llevarse bien. No se explicaba por qué, pero pensar en esa remota posibilidad le emocionaba mucho.

Pete se encendió otro cigarrillo, y comenzó a caminar por el callejón un rato. Poco a poco el olor a humo inundó el lugar, pero Mike esta vez inhaló profundamente el aire. Aquella fragancia era la misma que impregnaba al gótico, y debía acostumbrarse a ella si quería permanecer ahí.

Se quedó pensando en la sensación que tuvo cuando sintió el humo chocándole de lleno en toda la cara, pues los ojos aún le ardían. ¿Por qué no se había enojado con el gótico por eso? ¿Y por qué sentía que eso le había agradado? Era una buena cuestión para meditar.