Hola a todos! Para los familiarizados con mi otra historia, mis más sinceras disculpas por andar tan desaparecida, pero he andado ocupadísima con trabajos y proyectos y no me había quedado el tiempo suficiente ni para revisar el capítulo 10 de Innocence ni para subir este primer capítulo de esta, mi nueva historia 'A Whisper of Love' =)
Ahora, ya con un poco de tiempo libre por el momento, les dejó este primer capítulo esperando que les guste y que lo disfruten tanto como yo disfrute escribiéndole. ¡Tengo tantas ideas para esta historia! Por cierto, sin falta el capítulo 10 de Innocence para mañana! Lamento mucho la tardanza v.v
Gracias por leer! Espero sus comentarios en reviews =D
Ya nada era lo mismo.
No recordaba con certeza en qué momento sentí que todo cambiaba, que todo a mi alrededor se desmoronaba en pedazos. Aquel entumecimiento era lo único que conocía últimamente. Ya ni siquiera me importaba los cómo, ni los cuándo ni los por qué. En los primeros días de aquel malestar fastidioso, pasaba horas y horas tratando de averiguar que me había hecho sentirme de aquella manera, los antecedentes de aquel sufrimiento tan profundo que apagaba mis sentidos y me hacía inmune a cualquier otro sentimiento. Lo único que logré concluir era que mis mañanas ya no eran claras; no importaba que estuviéramos en medio de un soleado verano, todos mis días parecían nublados y grises.
Me sentía atrapado en mi propia piel. No sabía de dónde venía ese sentimiento que me consumía día a día; me sentía atrapado, angustiado, asfixiado, sin saber por qué. Todo me molestaba rápidamente, huía de la compañía incluso de mis seres queridos y pasaba todo el día anhelando el momento en que por fin podía desprenderme de todo y caminar… Caminar hacia ella.
De algún modo, sin importar cuánto quisiera ignorarlo, yo no podía cansarme de ella; era todo lo contrario, yo no podía tener suficiente de ella. Aunque durante el día yo decidiera no verla, no buscarla, mi determinación flaqueaba y bajaba con el sol. Y siempre terminaba encontrándome a mí mismo, como en aquella ocasión, dirigiendo mis pasos hacia ella bajo el manto oscuro del cielo nocturno. Aquel se estaba volviendo un placentero hábito: Caminatas en la paz y silencio de la noche. Sólo las estrellas y la gloriosa Luna eran testigos de mi crimen, de mi necesidad. Eran ellas mis únicas cómplices y guardianas.
No sabía cuándo, cómo ni por qué me había vuelto tan dependiente de ella; sólo sabía que necesitaba verla al menos unos segundos cada día para mantener la cordura y no asfixiarme en mi propia piel. Ella me mantenía sano con una mirada, con una sonrisa. No importaba que se hubiera vuelto una adicción para mí; si era ella no importaba nada. Ella era mi dulce adicción y yo no estaba dispuesto a dejarla…
No importaba el hecho de que ella nunca sería mía.
Si, así eran las cosas. Jamás sería capaz de proclamarla como mía y sólo mía. Ella pertenecía a alguien más… Pero aún así ella y yo seguíamos existiendo, aunque fuera solo en mis pensamientos. En sus ojos, yo era su mejor amigo, su confidente, su respaldo… Pero nada más. Ella ya tenía quien la amara, aunque yo muriera por ser el dueño de su amor y el destinatario de sus caricias.
Y, aunque la envidia y el deseo me consumieran, yo era feliz cuando ella me sonreía. Sé que sonaba poco probable, pues yo moría por ella, pero era verdad. Cuando ella me contaba lo feliz que era, me contaba anécdotas con aquellos ojos pardos brillantes de pura felicidad, yo era capaz de ignorar el hecho de que aquellos cuentos no nos tenían a nosotros como protagonistas para sentirme feliz de que ella lo era. Como un adolescente enamorado, yo sonreía de manera automática cuando ella lo hacía, y la rodeaba con mis brazos cuando ella compartía su alegría conmigo en un abrazo.
Ella nunca sería mía, pero yo me conformaba con estar a su lado. Nunca podría ser el principal autor de su alegría, pero al menos era parte importante de ella. Siempre anhelaría nuestro romance, pero mientras yo estaba con ella nada importaba más que eso: ella, a mí lado.
Al doblar en una esquina a penas iluminada con un viejo farol, al fin pude vislumbrar una casa blanca que se alzaba grande y majestuosa sobre las otras. Había visto, entrado, salido y apreciado tantas veces aquella magnífica casa que ya no le prestaba atención. Lo que me importaba era la luz que salía por la segunda ventana del segundo piso.
Era la ventana de su habitación.
Sonreí distraídamente mientras abría la puertecilla de la baranda blanca lo más lenta y silenciosamente que pude. Lo que menos quería era causarle problemas. En puntillas atravesé el jardín frontal y luego trepe ágilmente la firme enredadera para agarrarme de la repisa de su ventana.
Si no hubiera hecho aquella maniobra incontables veces, seguramente hubiera hecho suficiente ruido para ser capturado, suficiente alboroto para ser notado, o seguramente estuviera desmayado en el jardín luego de haberme caído de la enredadera… pero no. Aquella escena digna de los más viejos y clásicos cuentos era algo nato en mí. Lo hacía noche tras noche inclusive sin despertar a los grillos.
Algunos se enorgullecen de sus logros académicos, otros de sus increíbles valores y hazañas… Yo no; yo me enorgullecía de parar ese espectáculo una y otra vez sin ser capturado y actuarlo sin ningún error.
No pude evitar sonreír al ver que la ventana estaba abierta de par en par, con la delgada cortina agitándose suavemente por la brisa nocturna. Apoyé mis dos manos en la repisa y con un jalón levanté mi cuerpo lo suficiente como para pasar un pie hasta el interior de la habitación. Cuando ya estaba seguramente plantado en el piso, me senté ligeramente sobre la repisa y aparte con mi mano la cortina que me cubría.
Aun me cuesta creer que lo que vi en ese momento no fue producto de mi imaginación más desbordada.
Ella se encontraba sentada en el suelo al pie de su cama, apoyando su cabeza en el colchón mientras sostenía a la altura de su pecho lo que parecía ser un libro sobre sus piernas. Llevaba el cabello largo y brilloso suelto y vestía un juego de blusa y pantalón blanco de tela fina y delicada.
Sus dedos desnudos se movían al compás de una canción que seguramente sonaba en su mente, aunque a simple vista y por la manera en que sus hermosos ojos atravesaban con férrea concentración las páginas del libro nadie lo hubiera creído.
Por supuesto, yo sí lo sabía… Y también sabía que aquella seguramente era una canción cuyo título ni siquiera sabía. Simplemente la había escuchado en algún lugar, quizá la escuela, porque algún compañero suyo la tarareaba o la había puesto a todo volumen entre alguna clase, en el receso o en el almuerzo.
"Llegas tarde. Estaba empezando a creer que no vendrías".
Reí suavemente mientras atravesaba por completo la ventana. "Lo siento mucho. Sabes que espero a que mamá se duerma para venir… Pero al parecer estaban dando un programa interesante por la televisión que la mantuvo despierta más de lo normal".
Atravesé la instancia en unos cuantos pasos. No necesité mirar alrededor para familiarizarme con el entorno. Me sabía aquella habitación de arriba abajo. Cada esquina, cada detalle, cada adorno, cada CD… Y, aun así, lo que más me gustaba era la foto que estaba sobre su mesa de noche.
Cerró el libro en el momento en que me senté a su lado en el piso y me volvió a ver dirigiendo una sonrisa que me calentó los dedos.
"Te creeré sólo porque se trata de tu madre".
"Ah, ¿Sí?" Dije malicioso, moviendo mis brazos alrededor de ella para cosquillear sus costados suavemente. Tapó su boca rápidamente con una mano mientras sostenía el libro con la otra. Trataba de ahogar sus risas lo más que podía, pero un chillido le salía de vez en cuando mientras sus ojos empezaban a mojarse. Era su punto débil… Yo lo sabía. "¿Te rindes?"
Asintió con su cabeza rápidamente y con una risa suave la dejé ir. Le tomó unos minutos componerse y recuperar el ritmo normal de su respiración, y cuando finalmente lo hizo, me dedicó una mirada acusativa que era traicionada por la brillante sonrisa en sus labios.
"Kouichi Kimura" Suspiró fuertemente, sólo para mi deleite auditivo. "¡Sabes que no puedo reírme con libertad!"
Sonreí. "Si, lo sé. Al igual que tú sabes perfectamente que no puedo dejar que mi madre se entere que me tomo estos viajes nocturnos a menos que quiera que muera de un infarto".
"Lo sé… De todos modos, sabes que no dudo de tu palabra".
En ese momento, alzó sus brazos hacia mí y me rodeó el cuello, apretándome mientras me atraía hacia sí. Por menos de un segundo mis ojos se desbordaron por la sorpresa y mi estómago se contrajo. Mi respiración se atoró en mi garganta y los latidos de mi corazón empezaron a aumentar su velocidad. Gracias a la costumbre, afortunadamente, me pude recuperar con rapidez. El asombro desapareció tan rápido como había venido, dejando a mi estomago y a mi respiración en paz.
Coloqué mis brazos alrededor de ella y descansé mi rostro en su hombro cálido, respirando su perfume de lavanda.
"¿Cómo te encuentras?" Susurró, acariciando mis cabellos.
Me aparté de sus brazos ignorando el vacio y el frio que sentí al momento en que me soltó. Sabía a qué se refería y también sabía que necesitaba hablarlo con ella.
"Igual… Peor. No lo sé. Ahora fingí una severa migraña para irme temprano a casa. Seguramente por mi cara de pocos amigos me dejaron ir con la facilidad que lo hicieron. Cuando llegué a casa no salí de mi cuarto hasta la cena, aunque mamá entró varías veces y preguntó cómo me encontraba".
Su frente se arrugo en un gesto de preocupación mientras alzaba una delicada mano para acariciar mi mejilla. Yo cerré los ojos y me apoyé en la palma, sintiendo como su amable toque apaciguaba mis ansias y mi dolor. Ella tenía ese efecto en mí. No era simplemente mi cerebro quien agradecía su preocupación, sino cada célula de mi cuerpo reaccionaba agradecida ante el más leve roce. Yo la necesitaba más de lo que pensaba y más de lo que estaba dispuesto a admitir, y ella lo sabía. Lo sabía perfectamente y aun así no se alejaba de mí, ni me pedía alejarme. Todo lo contrario; ella me quería cerca, estaba agradecida de mi confianza y de mis sentimientos y, hasta donde yo sabía, el sentimiento era recíproco. Ambos nos necesitábamos, aunque esto naciera de sentimientos parecidos pero totalmente distintos.
"No deberías de cerrar a tu mamá, Kouichi. Sigo pensando de que si hablaras con ella podrías conseguir mejores consejos".
Abrí los ojos lentamente pero me enfoqué en el piso. Sabía que me estaba mirando con ojos tristes y llenos de angustia, y eso solo me llevaba a esconder mi propio sufrimiento.
"Lo sé, y créeme que he intentando hablarle… Pero mi boca se congela, no soy capaz de decir ni una sola palabra. Sé que mamá ha notado mi cambio de ánimo y espera que le cuente que me está molestando" Empuñé mis manos con fuerza mientras imaginaba la cara de preocupación que mi madre solía dirigirme seguido últimamente. "Pero, ¿Cómo hablar con ella sin saber qué me pasa? No puedo pretender que este ánimo es por nada, pero ni yo sé que es lo que me pasa".
Quitó su mano de mi mejilla y la colocó en mi mentón, tirando de él suavemente para dirigir mi rostro hacía ella.
"Esto no es una locura, Kouichi. Tú no eres así. Este sentimiento que te asfixia tiene una explicación… Quizá tan dolorosa y abrumadora que tu cerebro la ha bloqueado"
De un jalón aparte mi rostro de su mano que aún lo sostenía por mi mentón. "No necesito que excuses a mi locura con mentiras. Est-…"
"¡No hables tonterías!" Suspiró furiosa, inclinándose sobre mí mientras me tomaba por los hombros y colocaba su rostro a milímetros del mío. Su mirada era firme, profunda, y parecía perforar cada espacio de mi piel hasta atravesarlo.
La sorpresa hizo que mi repentino enojo se disipara, y sólo me quedé observándola sorprendido y un poco inclinado hacia atrás por la presión sobre mis hombros.
"No eres así, tú no actúas de esta manera. Todo esto tiene una razón y lo sabes. Lo que pasa es que te ha dejado de importar lo suficiente como para preguntarte y recordar por qué es que este sufrimiento te acosa día y noche" Con la mirada ahora triste dejó de apoyarse sobre mí para sentarse de nuevo sobre el piso. Sus manos cayeron a su lado mientras me veía con ojos suplicantes, agonizantes. En un respiro había bajado su rostro mientras miraba su regazo, largos cabellos negros cubriendo sus ojos. "No son habladurías… Tú no…"
Me encontraba aún aturdido por el recuerdo de su dulce aroma sobre mí sólo segundos atrás cuando apenas capté su casi inaudible suspiró. Escuché su voz quebrarse y mi corazón se estremeció al momento. Me sentía capaz de dar la vida para no verla sufrir, y en ese momento, era yo quien le quitaba brillo a su felicidad.
Rápidamente lo recogí en mis brazos y la apreté fuertemente, apoyando su cabeza en mi hombro mientras sentía como temblaba y sollozaba silenciosa. Acaricié sus cabellos mientras le susurraba que todo estaba bien y que por favor disculpara mis estupideces.
"No son estupideces" Dijo luego de un rato, acomodándose en mi hombro. "Y siento mucho haberme puesto así. Es lo menos que necesitas en este momento, pero he andado muy sentimental últimamente".
Reí mientras alaciaba un mechón de su cabello. "¿Más de lo normal? ¿Cómo es que no has explotado?"
Se separó de mí riendo y golpeando mi hombro suavemente. "¡Kouichi Kimura!"
"¿Qué? ¡Nadie es capaz de guardar tantos sentimientos sin explotar! En serio, ¿Cómo lo haces?"
Río un poco más y su risa era música en mis oídos. Así era como ella siempre debería de estar; ese era mi misión y mi propósito.
"¿Sabes que estoy contigo, cierto?"
"Sí"
"Y también sabes que esto no es algo pasajero e insignificante, ¿Verdad?"
"Lo sé"
Suspiró. "Desearía encontrar la forma de serte más útil… Encontrar el modo de ayudarte… Pero no sé qué hacer mientras no sepamos qué es lo que te tiene así…"
Coloqué mi mano sobre su hombro al tiempo que la veía con una sonrisa sincera. "No te preocupes por eso. Haces más que suficiente por mí. Eres tú quien me mantiene sano".
Suspiró de nuevo. "Espero que esto disminuya al pasar el tiempo y te sientas mejor. Prométeme que trataras de animarte aunque sea un poco cada día, ¿De acuerdo? Si asumes la posición de que nunca saldrás de esto no avanzaremos para nada. Prométeme que trataras de ser feliz, ¿Sí? Como antes…"
Le sonreí. "Te prometo que tratare de mirar esto con nuevos ojos y renovar mis ánimos".
"Gracias" Dijo mientras sonreía. Se reacomodó para colocarse de nuevo apoyada en el colchón y yo la seguí. En segundos sentí su cabeza descansando en mi hombro mientras tarareaba una canción y movía los dedos de los pies.
"¡No puedo olvidar esa ridícula canción!" Suspiró de repente. "La escuché esta mañana en la escuela y no la he podido sacar de mi cabeza".
Me limité a reír suavemente mientras veía a la pared al otro lado de la habitación. Yo la conocía tan bien como ella a mí, y sin pensarlo me encontré rogando que eso nunca cambiara.
Nos quedamos en silencio y quietos unos momentos más, yo escuchando su respiración hasta que noté que era rítmica y profunda. Se había quedado dormida.
Sin quitar su cabeza de mi hombro me volteé para poder tomarla en brazos. Colocando un brazo alrededor de sus hombros y otro bajo sus rodillas la levanté al mismo tiempo en que yo lo hacía y rodeaba su cama para ponerme al lado. Con suavidad la descendí sobre el colchón y coloqué las sábanas sobre ella. Observé su rostro tranquilo sólo por unos momentos más antes de dar le vuelta para dirigirme de nuevo a la ventana.
"¿Te irás sin desearme buenas noches?"
Reí mientras volvía sobre mis pies y me dirigía de nuevo a la cama. Me veía con rostro sereno, sonriente y yo quedé impactado al ver de primera mano una belleza tan angelical y perfecta como la de ella. Me incliné sobre ella y sus ojos se cerraron al momento en que plantaba un suave beso en su frente.
Así éramos nosotros. Así era ella. Tierna, dulce, comprensiva, anímica… Y yo me volvía apacible cuando estaba con ella. Así éramos de juntos, de conectados. Esa era la confianza que nos teníamos, el inmenso cariño que nos profesábamos. Ella era la persona a quien yo más amaba, con quien era más cercano. Ella era la única que había visto facetas mías que reservaba de los demás, que había oído mis más profundos secretos y sentimientos. Ella era la única.
Y mi corazón gritaba aquello mientras mi cerebro le repetía una y otra vez que ella nunca sería mía. Que ella y yo éramos amigos, que siempre lo seríamos, y que eso nunca cambiaría. Sus sentimientos hacía mi eran solo de amistad, quizá una amistad que sobresalía del millón, pero una amistad al final.
Pero todo estaba bien. Yo todo lo soportaría si sabía que la podría ver al siguiente día.
"Dulces sueños, Hitomi".
