Disclaimer: ¡Oye, Arnold! no me pertenece. Todos los derechos están reservados por Craig Bartlett y Nickelodeon.


CAMINO DE VUELTA

Capitulo 1: 15 años después

Helga consultó su reloj y suspiró:

— Otro día, otro dólar —se dijo a sí misma, satisfecha por el desempeño del día. Casi enseguida, su reloj de muñeca emitió un leve pitido, anunciando el cambio de hora y el fin de su jornada laboral.

Con 24 años, Helga G. Pataki se había convertido en el elemento más joven de la compañía Bartlett, misma que se dedicaba a fabricar cajas para embalaje. Aquel era un negocio que, según en las palabras de la propia Helga podría llegar a subestimarse, pues parecía vago y aburrido, sin embargo no había nadie en el mundo que no necesitara de una caja. Y eso se reflejaba muy bien las ventas mensuales.

Después de terminar la carrera en negocios, Helga había conseguido entrar y subir rápidamente de puesto debido a su astucia e inteligencia. Hacia poco había cumplido dos años trabajando ahí, y en la actualidad era la jefa de ventas de la compañía. Su departamento, estaba compuesto de 5 vendedores en total que se encargaban de conseguir contratos con compañías o tiendas locales. Los seis integrantes había logrado hacer un buen equipo.

Sin hacer nada en particular, la joven se volvió un tanto popular entre los demás empleados por su apariencia física: Ahora llevaba su cabello rubio, largo y suelto y su uniceja había desaparecido producto de su paso por la universidad y su transformación formal para su puesto de trabajo. En su trabajo la admiraban pero también le temían, pues su carácter no había cambiado en casi nada. De hecho, eso le había valido su ascenso. Podía llegar a ser impertinente y grosera con alguno que otro compañero o subordinado, pero en cuestiones de clientes era la mejor; convencía al indeciso y reafirmaba al cliente fiel.

La rubia, salió de su oficina con bolsa en mano.

— ¡Hasta mañana, jefa! —escuchó a lo lejos que alguien le gritaba. Helga reconoció la voz de uno de sus vendedores: Tom, un chico castaño de 22 años que era muy encimoso pues todo el tiempo se la pasaba detrás de ella preguntándole sobre su vida y su estado de ánimo lo que hacía que ella lo corriera constantemente de su oficina a gritos. Sin embargo el muchacho tenia un lado bueno que ella explotaba al máximo: Tom, era un chico movido y vivaz. Helga daba una orden y podía estar tranquila de que se ejecutaría al pie de la letra.

— Ahí te ves, Tim —gritó ella sobre su hombro sin mirarlo.

— ¡Soy Tom! —replicó él, con voz infantil.

— Es igual —susurró para sí. Helga bajó por el elevador hasta el estacionamiento en donde abordó su coche. Antes de ponerse en marcha se quitó las zapatillas con violencia y movió levemente sus dedos, relajándolos—. ¡Por todos los dioses! —bramó—. ¡Un día acabaré con mis pobres dedos si sigo usando estos artefactos de tortura medieval! —por suerte, siempre llevaba sus tenis en la guantera, así que decidió darle un merecido descanso a sus pies y se los puso. Después, la chica agarró el volante y ajustó el retrovisor, pero antes de encender el vehículo suspiro pesadamente y recargó la cabeza en el asiento. Era hora, debía ir a casa y como todos los días no tenia ganas de regresar a ese mundo. En cierta forma, le gustaba pasársela trabajando, pues eso significaba menos tiempo para estar en casa, lidiando con los problemas de Miriam y Bob.

Y pese a que lo retrasara sabía que debía irse, pues no tenia otro lugar al cual acudir. Seguía teniendo contacto con Phoebe, la única persona que consideraba su amiga de verdad, sin embargo ella era una reconocida médico de la ciudad con una agenda laboral más apretada que la suya y aunque no se veían seguido, se telefoneaban de vez en cuando para mantenerse en contacto. De los demás de sus compañeros poco sabía. Rhonda se había vuelto diseñadora de modas y tenía su propia marca actual en el mercado. Por supuesto que ella no residía en Hillwood, pero a veces iba a visitar a sus padres cuando tomaba vacaciones. Gerald se había vuelto un jugador de la NBA, lo cual en sus comienzos le había cobrado factura en su relación con Phoebe, principalmente por la distancia por lo cual ambos decidieron terminar. Sin embargo no hacía mucho que el muchacho había conseguido la fama y alcanzado el estrellato y, al contrario de lo que todos podrían pensar, a Gerald no se le subió la fama y regresó lo mas pronto que pudo a pedirle matrimonio a su novia eterna, la cual por supuesto aceptó. Nadine y Sheena habían estudiado biología juntas y eran fundadoras del primer centro de investigación animal de la ciudad. A decir de Helga, siempre tuvieron la pinta de ser hippies y amantes de la naturaleza, sobretodo Nadine por lo que no le extrañó saber a lo que se dedicaban. Harold se volvió chef y abrió su propio restaurante, le iba bien… su amor por la comida había sido su mayor inspiración. Lila era maestra en la vieja PS 118, que le iba como anillo al dedo gracias a su infinita paciencia e inteligencia. Y Arnold… lo último que Helga supo gracias a Phoebe (misma que lo supo gracias a Gerald) fue que seguia en San Lorenzo, buscando a sus padres.

Todos se seguían la pista, sin embargo el tiempo se había encargado de enfriar un poco los lazos.

Después de conducir por un rato la rubia llegó a su casa. Temía lo que encontraría ahí, como todos los días. Una vez, cuando estaba en la preparatoria, había cruzado la puerta solo para encontrar a su madre ahogada en alcohol. Como pudo, Helga la había arrastrado hasta el auto de Bob (que por suerte, ese día no se había llevado al trabajo), y la llevó al hospital. Ahí, los médicos le dijeron que su madre había sufrido una congestión alcohólica. Aquella, fue la primera vez que Helga le gritó a su madre: al punto de la histeria y el enojo, la joven le ordenó dejar su vicio, cosa que sólo sucedió por unos meses y después volvió a recaer. La menor de los Pataki, había intentado sin éxito llevarla a un grupo de alcohólicos anónimos cerca de seis veces, pero Miriam siempre terminaba por abandonar la causa. La chica desistió con su madre poco después. Miriam en un intento por ayudarse limitó su consumo a cuatro copas por día, lo cual era un progreso pero un ciclo vicioso del cual no salía. En parte, esa era la razón por la que Helga no se había largado a otra ciudad durante la universidad. Sentía la obligación y el deber de cuidar de su madre, aunque ésta nunca lo hubiese hecho con ella. En cambio Big Bob, pese a estar enterado de la situación con sus esposa, se había metido más de lleno a su negocio que había pasado de limitarse a la venta de localizadores a convertirse en la segunda telefonía del país con la inducción de celulares pequeños, livianos e inteligentes, los "Smarthphones" como les llamaban. Bob, trabajaba todo el día y fumaba mucho, traía siempre los nervios de punta y poco se fijaba en su familia. En eso Helga reconocía que llegaban a parecerse. Hacia cerca de unos meses en que se había estado quejando de un malestar en el pecho, pero aunque Helga le recomendó ir a un chequeo con Phoebe nunca lo hizo. Y, al final estaba Olga, la mayor y favorita, había alcanzado su sueño de ser actriz y se encontraba constantemente en rodajes de películas y viajes. Gracias a dios los visitaba poco o se limitaba a mandar regalos. A Helga siempre le mandaba maquillaje o vestidos de marca, de los cuales solo usaba los primeros, por cuestiones laborales y por un poquito de vanidad.

Su familia era un caso e incluso siempre se preguntaba si en verdad, eso era... una familia.

Helga abrió la puerta de la casa y la encontró en silencio, cosa habitual, lo que le indicaba que todo parecía estar en "orden". Estaba a punto de subir las escaleras para ir a su habitación, cuando la voz de su madre desde la cocina la sobresaltó:

— ¿H-Helga?

— Soy yo mamá, iré a mi cuarto —contestó aburrida.

— E-Espera… ¿p-puedes venir un momento? —Miriam, arrastraba las palabras y siseaba de más, lo que alertó a su hija menor. Al entrar a la cocina, Helga encontró a su madre con una botella de whisky casi vacía, de la cual se abrazaba.

— Estas ebria… —dijo despectiva, furiosa—. ¿Qué quieres, Miriam? ¿Verme? Aquí estoy, ¿contenta? Me voy a mi…

— E-Espera… t-tu padre y-y yo queremos decirte algo…

— ¿Y dónde está Bob, eh?

— E-En la sala…

— Bien, vamos, anda—la joven pasó una brazo sobre el hombro de su madre y la ayudó a levantarse de la silla. Entre tambaleos y pasos muy lentos lograron llegar a la sala, en donde Bob estaba sentado con la mirada perdida en algún punto de la habitación. El cuerpo de Helga se tensó, nunca lo había visto así—. Bien Bob, lo que te tenga en ese estado de persona abducida por aliens, dilo… suéltalo ya —ordenó exasperada.

— H-Helga… no deberías… t-t-u padre se siente ma-a

— Tengo cáncer —pronunció sin mirarlas. Helga podría enorgullecerse de ser dura, fría, fuerte… pero eso, no se lo esperaba. La chica sintió como el pulso se le aceleró al escuchar a su padre ir directo al grano.

— B-Bob… —titubeó ella, sin saber qué mas decir. No tenía palabras de aliento porque no iban con ella y menos ameritaba reproche… ¿qué debía decir? Su padre hizo un ademán con el dedo, indicándole que lo dejara hablar.

— Los médicos dijeron que el cáncer está avanzado y no saben si puedan… —no terminó la frase pero no fue necesario, los tres sabían lo que seguía—. Así que tengo que dejar unas cosas claras contigo.

Helga arqueó una ceja. El tono de Bob había cambiado en un chasquido y era totalmente autoritario. No era que esperara que su padre se soltara a llorar con las dos y se abrazaran y se dieran ánimos, pero una actitud altanera era lo menos apropiado para la ocasión.

— ¿Conmigo…? ¿Y se puede saber qué…?

— Déjame hablar —volvió a silenciarla con el ademán—. No puedo seguir al frente de la compañía, lo harás tú —la rubia, abrió la boca de la impresión.

— Bob, yo tengo mi propio empleo, déjale la empresa a Olga o a los inversionistas ¡qué se yo! ¡Déjasela a Miriam, yo no la quiero! —replicó, crispada.

— No, eso nunca. Los malditos inversionistas quieren eso, verme caer y repartirse todo. Ustedes saben el trabajo que me ha costado alzar esto desde cero, tanto trabajo no es para nada. Tú hermana es artista, no empresaria y te recuerdo que tú elegiste la carrera que quisiste, nadie te obligó.

— ¡Por que yo quería tener mi propia empresa! ¡No quiero la tuya! —bramó Helga, poniéndose a la defensiva.

— ¡Pues deberías estar agradecida de que voy a ponerte al mando! ¡Esa empresa nos ha dado de donde vivir! ¡Te pagó la escuela!

— Mira Bob… enserio no quiero —dijo ella, apoyando dos dedos en su frente, conteniendo las ganas de írsele encima y darle unos buenos golpes para hacerlo entender.

— Soy tu padre y harás lo que te diga. Estoy enfermo y tú madre es una alcohólica —a Helga le hirvió la sangre de escucharlo referirse así de su madre—. Tú eres la cuerda de la familia en este momento, tú lo harás, y dejarás ese trabajo mañana mismo… entre mas pronto mejor, así te presentaré en la empresa lo antes posible.

— Tú no puedes decidir mi vida… —le apuntó ella con el dedo, señalándolo, un gesto que su padre siempre odió y que Helga sabía era bajo, pero quería imponerse—. Miriam, ¿acaso no vas a decir nada? —miró a su madre pidiendo apoyo, aunque enseguida se arrepintió al ver que ella lloraba y se tambaleaba en sus rodillas.

— T-Tu padre, t-te necesita… nosotros… t-te…

— ¿Ustedes me necesitan? —alzó la voz, cargada de sarcasmo—. ¿Ustedes me necesitan? ¡Ustedes sólo han necesitado a Olga por años! ¡Ahora resulta que me necesitan!

—¡Cálmate niña! No es un empleo malo ni de a gratis, por supuesto que vas a recibir un sueldo muchísimo mejor del que ahora tienes, seguro que va a gustarte una vez que empieces. Todos quisieran algo así.

— ¿Tú que sabes de lo que yo quiero? —nada. No sabían. No la conocían.

— Oh vamos, tu lo dijiste, quieres tu empresa, la tendrás y es mi última palabra. Telefonía Pataki está en su mejor momento y no lo vas a arruinar. Y esta es mi última voluntad, si muero esto no se va a ir al carajo —sentenció—. Mañana renuncias a tu trabajito ese de las cajas y te presentas en la compañía.

Helga no dijo nada más. Se limitó a mirar a Bob con la mejor expresión de odio que podía llegar a tener. Él le sostuvo la mirada igual. La rubia dio media vuelta y salió hecha una furia de su casa, no sin antes cerrar la puerta de golpe. Helga se subió a su auto y decidió conducir y salir de ahí.


Había aparcado en el muelle del puente de Brooklyn. Miraba las ondas del río Este mientras, irónicamente, fumaba un cigarro. Se prometió que sólo sería por ese día y no más, no quería acabar como Bob y arruinarle la vida a sus futuros hijos, si es que los llegaba a tener algún dia.

Decir que estaba enojada era poco… estaba frustrada, fúrica… dolida. En ese momento, se arrepentía de haberse quedado. De haberse ido quizás tendría una vida solitaria, pero feliz haciendo lo que ella quisiera.

Era un insulto el hecho de que Bob la necesitara a esas alturas de la vida… nunca en toda su existencia se habían preocupado por ella. Muchas veces lo había pensado ya, que había sido la hija no deseada y que sus padres sólo habían planeado a Olga por eso la adoraban de esa forma. Y en esos momentos, lo confirmaba.

— Quizás es el maldito karma —bufó, sacando el humo de la boca—. El maldito karma por tratar a todos mal durante la primaria… por golpear a Brainy, tratar mal a Eugene, a Harold… a Phoebe y su zopenco novio… a Arnold… —Helga abrió los ojos de par en par—. Arnold… ¡Ja! —exclamó, tirando la colilla al suelo y pisándola lo mas fuerte que pudo—. Tenía años sin pensar en él.

Y era verdad. Cuando Arnold se marchó al terminar la secundaria a buscar a sus padres en San Lorenzo hubo un punto en el que ya no quiso saber de él. Helga, sabia que su amiga Phoebe tenía mucha información (gracias a que Arnold le escribía a Gerarld), pero le pidió que dejara de mantenerla al tanto. En un principio pensó que estaría bien y que la idea de que el chico encontrara al fin a sus padres la mantendría feliz, pero no fue así; lo extrañó, por meses, luego por años. Muchas veces imaginaba verlo entrar por la escuela, con esa gran sonrisa caracterizaba y dando la noticia de que había regresado para quedarse, de que había encontrado a sus padres. Pero nunca sucedió nada que se acercara a eso. No fue fácil, le tomó mucho tiempo hacerse a la idea de que no volvería a verlo y también sabía que, aún si él viviese en Hillwood ella no sería correspondida por lo que ya no había necesidad de seguir sintiendo algo por él. Fue terminando la preparatoria, cuando decidió que era suficiente, que ese amor que sentía debía apagarse, guardarse o lo que fuera, porque no podía seguir viviendo y alimentando esperanzas inexistentes.

Había tenido sus novios, si, pero nada serio y nada tan intenso como lo que había sentido por Arnold, a pesar de que nunca fue mas que su amigo. También por otro lado, los problemas en su familia y el trabajo la hicieron un poco mas dura con ella misma, obligándose a no pensar en él y centrando sus fuerzas y su atención en otras cosas.

A pesar de vivir en el mismo vecindario, evitaba a toda costa pasar por la casa de huéspedes de los abuelos del chico. Éstos ya estaban mucho más mayores y ya no se les veía tan seguido andando por las calles. Había escuchado de Phoebe, que el viejo Phil estaba un poco enfermo aunque nunca especificó de qué. Y sobre Gertie, supo que había perdido su agilidad que la caracterizaba y ahora era un poco más tranquila. Helga estaba segura de que aunque ya no pudiera moverse como antes, su humor no había cambiado para nada.

Estaba envuelta en su maraña de recuerdos cuando de pronto, el sonido de su celular la sacó de sus reflexiones; era Phoebe.

— ¡Vaya, hermana! ¡Qué milagro! —dijo Helga, un poco asombrada por la llamada. Hacía tiempo que no hablaban y se alegraba de escucharla.

— ¡Helga! ¿Cómo estas? —la aguda voz de Phoebe delataba su alegría.

— No tan bien como quisiera Phoebs —admitió.

— ¿Sucedió algo en tu casa? —Helga sonrió tristemente… su amiga la conocía más que nadie en el mundo, siempre le atinaba.

— Si, pero creo que debemos reunirnos para platicar —dijo, sin muchas ganas de contar en ese momento lo que le había sucedido.

— Si emm… bueno, para eso te hablaba, tengo que decirte algo —el tono de voz había cambiado en un instante, la escuchaba dudosa.

— ¿Pasó algo con el niño cepillo? —lanzó Helga, esperando que ella dijera que sí para despotricar en contra del prometido de su amiga.

— No, Helga, no es eso…

— ¿Entonces qué es…? Ya, dímelo —le ordenó. A Helga le molestaban los rodeos y aunque su amiga lo sabía, lo seguía haciendo.

— Se trata de Arnold… —soltó, temerosa de la reacción de su amiga. Sabia que iba a remover cosas en ella, pero al final de cuentas terminaría enterándose. Y ella quería prepararla.

— ¿Qué con el cabeza de Balón? —el corazón se le aceleró y se le hizo un nudo en la garganta… apenas pudo hablar al tragar saliva—. ¿A-Apareció…?

— No solo eso… —suspiró—, está en la ciudad.


¡Oye, Arnold! Es una de las series que marcó mi infancia y de mis favoritas. Hace unos días, mi amiga Andy Elric y yo nos pusimos a leer historias de esta serie (ya que nuestro ship es muuuuuuuuuuy intenso) y pues así nació la idea de esta fic, y doy gracias a esto que me permitió salir del bloqueo de escritora en el cual ya llevaba meses inmersa. La verdad no creo que se torne muy largo porque a veces se me complica. Pero créanme que lo estoy escribiendo con la intensidad y la emoción de un ship fresco *^*

No tengo mucho más que decir, más que espero, les guste.

Princesa Saiyajin