Hola!!! He vuelto!!!
Bueno, esto sólo es el principio, así que si no os gusta el prólogo y no tiene aceptación, lo borraré :p Lo cual no sería difícil, ya que sólo es una idea que tengo y que aún no está formada del todo… así que supongo que iré escribiendo sobre la marcha.
Os preguntareis por qué lo publico si aún no lo tengo claro: muy fácil. Lo prometí. Prometí que cuando terminara mi fic "la lágrima de Lahntra, el poder del descendiente", escribiría otro de Hermione – Draco y eso es lo que hago… cumplir mi promesa…
Bueno, espero que sea de vuestro agrado este cortito y pequeño prógolo. Si os gusta, prometo los capítulos como siempre… de diez a quince páginas :p
Un besito y venga, leed… ¿a qué esperáis? Así empieza esta historia…
PROLOGO
Se recostó contra el marco de la puerta de la niña que miraba por la ventana ansiosa. Sonrió; no podía culparla de ello. Si ella hubiera sabido que al cumplir los once años recibiría una carta donde le indicarían el lugar en el que recibiría su educación mágica, ella tampoco se habría apartado de la ventana ni hubiera dejado de observar el cielo e incluso de llamar a lechuzas invisibles…
Hogwarts. Estaba segura de que su hija iría a Hogwarts, no tenia ninguna duda al respecto y aunque por una parte se alegraba de ello, por otra parte no podía dejar de sentirse intimidada… Él estaría allí… Iba a verle… iba a conocerle…
Casi sin darse cuenta, recordó aquel día, cuando la pequeña sólo tenía siete años y le había hecho la pregunta que siempre había temido…
(flashback)
Era un bonito día de finales de agosto; el verano se iba acabando y septiembre llegaría pronto, suspiró, quizá demasiado pronto para su gusto. Terminó de aclarar el plato que tenía en las manos bajo el chorro de agua fría y lo dejó en el estante para que se secara mientras tomaba una taza de porcelana que había contenido zumo de naranja y procedía a lavarla de forma concienzuda.
Sonrió casi sin darse cuenta;
-Mami… -la voz de la niña la distrajo de sus pensamientos y giró el rostro un segundo para que la pequeña supiera que la estaba mirando y escuchando-… ¿por qué no tengo papá?
La taza de porcelana resbaló de manos de Hermione hasta el fregadero donde se resquebrajó en tres trozos y el asa se rompió haciendo que la mujer se cortase levemente en la mano.
-Maldita sea… -murmuró la mujer.
-Lo siento mami –se apresuró a disculparse la niña con voz temblorosa.
Hermione respiró dos veces antes de girarse hacia ella secándose la herida con el delantal que llevaba puesto.
-No has tenido la culpa, Sarah, -le dijo ella mientras veía como la herida cicatrizaba sola después de murmurar un hechizo con la varita. Se sentó junto a la pequeña y la miró-. Quiero que entiendas algo, sí tienes papá, Sarah, sólo… sólo que no está con nosotras…
-¿Por qué no? –preguntó la niña con sus ojos centelleando de curiosidad.
Hermione no pudo evitar sonreír. Aquellos ojos le recordaban a los de él y mucho. A veces solía mirarla cuando ella creía que no lo notaba y procuraba distinguir en la pequeña los rasgos y los gestos que la habían enamorado una vez en aquel muchacho; era increíble como el modo de arrugar la nariz cuando algo le desagradaba le recordaba a cuando él decía que detestaba la remolacha, o cuando la pequeña tenía la manía de alisar arrugas invisibles e inexistentes en sus ropas, del mismo modo en que él siempre lo había hecho para lucir impecable.
Y sus pasos… siempre tan seguros y gráciles, sus gestos y ademanes refinados que habían nacido con ella y aquel modo de saber estar siempre en todas las situaciones… Pero sobre todo eran sus ojos; sus ojos azules claros con destellos grisáceos que siempre brillaban con la pizca de la curiosidad que pocos niños de su edad tenían. Ojos que la miraban en aquellos momentos expectantes de una explicación.
-Porque a veces los adultos nos equivocamos, Sarah… Nos peleamos, discutimos y decimos cosas que no queremos decir y que lastiman a la otra persona…
-¿Por eso siempre me dices que piense dos veces antes de hablar? –preguntó ella con una sonrisa.
-Sí, cielo, por eso… ¿Sabes? Las palabras no pueden hacerte daño como si fueran piedras o golpes pero a veces… a veces duelen más que cualquier otra cosa… y una vez dichas, ya no las puedes retirar.
-¿Ni siquiera con una disculpa? –preguntó la niña.
Hermione le acarició algunos rizos castaños y le sonrió.
-Ni siquiera con una disculpa… -corroboró la mujer.
-¿Eso fue lo que te pasó con papá? –preguntó la niña entonces.
Hermione suspiró.
-Más o menos… pero lo nuestro… lo nuestro fue una historia un poco más complicada que todo eso, cielo…
¿Un poco más complicada? Sí, bueno, lo fue. Después de todo, él desapareció durante un año y cuando apareció de nuevo estaba casado con una francesa rubia y exuberante que a ella le había recordado mucho a Fleur Delacour… Hermione ni siquiera tuvo el valor de decirle que tenía una hija…
-¿Mami? –la llamó la niña haciendo que la mujer regresara de sus pensamientos.
-Será mejor que te vayas a dormir Sarah, es tarde ya…
-Buenas noches mami –dijo a modo de despedida ella sabiendo que no tenía que preguntar más.
-Buenas noches, preciosa.
-¿Me puedes decir cómo se llama? –preguntó la niña deteniéndose brevemente en el lindar de la muerta entre la cocina y el salón.
-Draco Malfoy… -dijo con aire distraído Hermione y con aquella sonrisa triste que la pequeña había visto a veces cuando a encontraba sola en el salón llorando o sentada en el patio trasero de la casa mirando el atardecer.
(fin flashback)
-Sarah, por más que mires por la ventana, no va a aparecer antes la carta –le advirtió su madre-, además, ya es de noche, deberías acostarte.
La niña asintió a regañadientes y se alejó de la ventana, asegurándose de dejarla abierta, y metiéndose bajo las sábanas y mantas de su cama, dejando que Hermione se acercara a ella y se sentara a su lado para que la besara en la frente como siempre solía hacerlo y le acariciase el rostro con ternura, en una clara muestra de afecto que se llevaba repitiendo desde que tenía uso de razón.
-¿Recuerdas lo que me prometiste? –le preguntó la mujer.
Sarah rodó los ojos.
-Aún no sé siquiera si voy a ir a Hogwarts, mamá.
-Sarah… -el tono de su voz no admitía réplica alguna.
-Sí, mamá, lo recuerdo… no debo decirle quién soy…
Hermione contempló los ojos de su hija y en un gesto maternal la abrazó fuertemente.
-Algún día podrás hacerlo, cielo… te lo prometo… pero aún no… aún no…
Sarah asintió.
-Buenas noches, mamá –le dijo.
-Buenas noches, cariño –la besó en la frente antes de levantarse de la cama y salir de la habitación de su hija.
-¿Qué ocurrió, mamá? –murmuró la niña cuando ya se encontraba sola-. ¿Qué ocurrió para que te muestres tan insegura con Malfoy?
Sonrió. Si había algo que había aprendido de las historias que su tío Harry y su tío Ron le habían contado de cuando ellos estudiaban en Hogwarts, era que investigar no era malo y que si además, se salía con la suya, era mucho mejor.
-Voy a averiguar qué pasó, mamá… Te lo prometo…
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Draco apuró la copa de brandy que tenía en sus manos y contempló el fuego mientras sentía el líquido quemar su garganta. Aquel era el único calor que podría tener aquella noche. Lo tenía todo… Fama, fortuna, un trabajo que amaba…
Sonrió. Si en algún momento de su vida alguien le hubiese dicho que terminaría dando clases de pociones en Hogwarts, seguramente se hubiera reído en su cara. Pero Snape… Snape ya era mayor; por supuesto que aún podía atemorizar a los alumnos pero durante los últimos años había contraído una enfermedad mágica que le obligaba a pasar muchas horas durmiendo, de modo que no podía encargarse de ser jefe de la casa Slytherin, profesor de pociones, coordinador de estudios y padrino de Draco, todo al mismo tiempo. Por eso había aceptado. Porque Severus se lo había pedido como un favor personal, sus palabras exactas habían sido "al meno así tendré la certeza de que algunos de los alumnos saldrán de este colegio sabiendo algo de pociones"
Su orgullo. Severus siempre había sabido como hincar en su orgullo para lograr que él hiciera lo que quisiera. Sólo había sido capaz de dejar de lado su orgullo una vez, sólo una vez… y había sido por ella… Resultaba irónico que la única persona ante la que se había mostrado tal y como era de verdad no hubiera querido escucharle una explicación.
Sonrió a medias. Pensándolo bien si hubiese sido ella la que después de un año de estar desaparecida hubiera regresado anunciando que estaba casada, él jamás hubiese escuchado ni una sola palabra. Y eso era precisamente lo que ella había hecho… no podía culparla.
Se había propuesto olvidarla, se había propuesto apartar de su mente aquella parte de su vida, aquella época, la única en la que había sido feliz realmente, el único momento en el que había sido feliz pudiendo ser Draco, simplemente Draco… Y no lo había conseguido.
Día tras día creía volverse loco con su recuerdo, su sonrisa estaba plasmada en su cabeza, el olor a jazmín que siempre desprendía parecía inundar todo a su alrededor y continuamente comparaba a las mujeres que se le acercaban con ella… demasiados tontas, ella era más inteligente… demasiado altas, demasiado elegantes, demasiado dependientes, demasiado sumisas, demasiado… Siempre había algo que le recordaba que ellas no eran Hermione.
Y justo cuando parecía que la había olvidado, justo cuando hacía meses que parecía que el fantasma del dolor había desaparecido, había tenido que aceptar escribir y firmar las malditas cartas de admisión como subdirector recién nombrado por Snape, que después de que Dumbledore decidiera que ya era bastante mayor para seguir al cargo de un colegio, había sido ascendido a director del mismo.
-Sarah Granger…
Había leído su nombre y su vista se había quedado clavada en el apellido de la niña. Granger… como ella… Sólo podía ser su hija… Y cuando había visto los registros, lo había confirmado… Sarah Elisabeth Granger… hija de Hermione Jane Granger… padre desconocido…
Había sentido rabia… ¿quién se había atrevido a tocar a Hermione de aquella manera? Sólo él tenia derecho a hacerla gemir, a hacerla vibrar y a hacerla tocar el cielo en la tierra… sólo él podía hacerlo… Después de tirar un par de vasos de cristal arrojándolos contra el fuego se había dado cuenta de algo… que ella ya no era suya… que quizá nunca más lo sería…
Suspiró. Su mirada se detuvo en una de las cartas que había firmado. La última. Aún reposaba sin guardar sobre el escritorio. La tinta aún secándose y el apellido escrito con grandes letras negras… Granger… ¿Es que nunca iba a poder ser feliz sin que el apellido de ella volviese a su vida? ¿Jamás iba a poder deshacerse del fantasma que lo llevaba atormentando desde aquella noche en que había visto como el corazón de ella se rompía al enterarse de que estaba casado? ¿Nunca? ¿Jamás?
-Una hija… -murmuró-… Sarah Granger… ¿Qué te ocurrió, Hermione? ¿Qué te ocurrió para que decidieras tener una hija sola?
Con un gesto de su varita guardó la carta y la envió con una lechuza del colegio.
Calor. Necesitaba más. Se levantó y se sirvió otra generosa copa… aquella noche necesitaba no pensar, sólo sentir sin recordar.
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Bueno, esto sólo es el prólogo…
Aviso que las actualizaciones irán con calma y despacio porque apenas tengo tiempo… pero me apetecía escribir algo dulce y romanticón a más no poder :p
Si el prológo tiene buena aceptación, seguiré con el fic, si no, supongo que lo borraré, así que está en vuestras manos.
Sed felices, nos leemos pronto!!
