Disclaimer: How To Train Your Dragon no me pertenece, es propiedad creativa de Cressilda Cowell, y animada por DreamWorks.
Advertencias: Lemon entre Humano/Dragón.
Pareja: Eret/Stormfly.
Aclaraciones: Para los "puritanos", está bien que no te guste esto, pero he aquí la cosa, eso nos importa una mierda.
Dedicado a: Asmos Keenser, porque amo sus lemon, su soul-sex, su rape-soul (?) y porque quería algo de esta bonita parejita.
Abel: Como soy una mensa escribiendo sobre esta pareja, tomé asesoría de Caín Len Kiryû, pues es experto en esta materia, porque para Lemon heterosexual me falta muuuuuucho que aprender.
Caín: Si no te digo qué escribir, tú ni en cuenta, palurda.
Abel: Si no te callas, volveré a decorar tu habitación con porno dragonezco… ¡pero de Astrid!
Caín: ¡Noooooooooooo D:! *grita gaymente*¡Todo menos eso! *se hace bolita en una esquina* Tengo miedo… tengo miedo de eso… y de las ardillas….
Abel: xD… Bueno, he aquí mi primer intento de Lemon entre ellos dos.
Disfruten el capítulo.
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Capítulo único
De barcos y tormentas.
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"Entre la marea de confusiones y vacíos, ella persiste. Y yo, preso de una pasión infinita, sucumbo a sus pies"
—Caín Len Kiryû, En prensa.
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Eret conoce poco sobre muchas cosas. Nada particular, nada interesante. Nada motivante. Lo que sabe es sobre barcos, sobre mares, sobre huracanes y mareas. Es un navegante, después de todo. En el pasado, no había nada más que lo embriagara que la sutil atracción que el océano, lleno de peligros e inestable, le brindaba. Era su pasión, su orgullo y su frustración.
Vivió durante años paseando entre las aguas turbulentas, cazando dragones, cantando a la perezosa luna, la única amante que merecía sus canciones entonces. Nunca arribaba a un puerto, no tenía necesidad de hacerlo. No requería de un hogar fijo cuando podía ver las estrellas desde la seguridad de su barco, un precioso navío que él mismo había construido. Su egocentrismo reflejado en cada madero colocado con la más fina delicadeza. Si alguna vez sus deseos pasionales le pedían ser saciados, encontraba consuelo por su propia mano o por alguna conquista ocasional, nada interesante, nada motivante.
Algo pasable, que simplemente lo aliviaba momentáneamente.
Las mujeres que pasaban por la caricia de sus manos eran insípidas, blasfemas, simples y totalmente comunes.
Ninguna podría despertar ni la mitad de lo que sentía al navegar por los indomables mares del Wilderwest. Todas era limitadas, su pasión se limitaba a lo terrenal, a lo invariado. Él quería más, siempre insaciable, buscando por todos lados la sensualidad que equilibraría a la suya.
Entonces, un día como cualquiera, con el cielo un poco nublado, con las heridas de una defensa destruida por el hielo, se habían encontrado.
No fue afortunado, estuvo lleno de tropiezos, de malos entendidos, de rabia y desesperación. Prácticamente, ambos habían ignorado el palpitar pulsante de sus corazones llamándose, deseándose.
Después de todo, no hay tiempo para el amor en tiempos de guerra.
Fue su segundo encuentro, más íntimo, más cálido, lleno de disculpas y perdones, que la chispa de algo más allá del pensamiento material, más allá de límites y entendimiento humano. Un momento donde compartieron la pequeña gloria de alzarse en vuelo, la tristeza de perder la guerra, la alegría de volver a casa, su casa, la que formaron casi instantáneamente, tomando a muchos desprevenidos.
Si no fuese por la atinada intervención de Hiccup, Eret habría terminado con un hacha encajada en su entrepierna, por parte de Astrid Hofferson, la vikinga más sobreprotectora de todo el Wilderwest. Pero ni su furia podía separar lo que estaba hecho para unirse, era estúpido siquiera pensar en hacerlo. Separarlos tendría consecuencias más intensas que la simple distancia. El resultado sería muerte, desolación y lamentos nocturnos, apesadumbrados. Y aunque Astrid lo odiara —de momento— por arrebatarle el corazón de Stormfly, no permitiría dolor en el corazón de la Nadder por impedirlo.
El hogar de Eret fue puesto cerca del mar, por una de las pendientes cerca de los hangares de los dragones. Un lugar de vista espectacular del inmenso azul, con brisas frescas por la mañana y cálidas tardes.
Entonces, en la intimidad de su habitación personal, solo por fin de la moral exterior y el vacío humano, que ocurrió el tercer contacto.
No fue fuego lo que sintió Eret al tocar las preciosas escamas pulidas de Stormfly, fue algo tan intenso, tan único, que el simple contacto bastó para erizar los vellos de su cuerpo, despertar su hombría y hacerlo temblar. No era fuego, era una tormenta. Ella no quemaba, arrasaba con su simple corpulencia sensual y sus gorgoteos que lo invadían a hundirse en ese mar tormentoso.
Contempla con anhelo la figura de la Nadder frente a él. Contempla a su Diosa, que canta que lo desea, y Eret no gastará un minuto más preguntándose por qué ha tenido tanta suerte.
—Mi musa —saboreó la piel escamosa, tanteando la sal y el sabor a minerales, besando cada recoveco con la experiencia marcada por los años.
Tantos años con burdas amantes había servido para algo. Ahora le daría a su Diosa el trató que merecía, la entrega que nadie nunca le daría.
Con sensual malicia, ella participa con inocencia, como si fuera una primera vez, exacerbando al hombre, al cazador, incitándolo como si fuese una droga. Y Eret, consciente del juego, no puede más que acometerse a los deseos de su amada por el momento.
Sus manos acarician puntos estratégicos, lugares donde jamás nadie la había tocado. Un gruñido placentero le indica que su trabajo es bien recibido, entonces huele el aroma del fruto que pretende cosechar. Con lentitud, desliza una mano entre la carne de sus labios inferiores, rozando apenas, ocasionado espasmos deliciosos, incontrolables.
«Tus dedos agiles me enloquecen», y Eret no necesita saber dragonés para comprender lo que su dama le dice, le premia.
Ahora es turno de que él tome el control. Dejando un rastro de besos esporádicos por la patas, llega hasta su recompensa, regocijando ante la impaciencia de la Diosa, de cómo trata inútilmente de esconder su deseo.
Una lamida experimental. Un gorgoteo placentero.
Más fluido es liberado cuando el inserta sus dedos agiles en la hendidura, preludio infernal que hace gozar Stormfly y la atormenta por igual. Eret sonríe, disfrutando, relamiendo sus dedos, besando esporádicamente.
—Tu perfume es una dulce promesa que hace aparecer lágrimas en mis ojos, mi lady —murmuró contra la piel, seguro que le escucharía, enterrando toda su lengua en la cavidad, probando el néctar al que ni los dioses tendrían acceso.
La lengua de Stormfly, inquieta y vivaz, encontró venganza para su dueña enrollando la longitud despierta, deslizándose por la carne, detectando anís, a viajes y a libertad, a experiencia y a sensualidad. La simple combinación resultó embriagante, hipnótica, casi llevándola al orgasmo.
Pero Eret, adelantándose, no se lo permitió. Escalando hasta quedar frente a su hocico, selló el trato con un beso. El momento había llegado, la expectativa era alta. Ambos era nuevos en ese arte, en esa técnica, pero Eret estaba consciente de que la haría disfrutar.
Stormfly se recostó sobre su estómago, exponiendo su altar frente los ojos apreciativos de Eret. Él posó manos en su cadera, acercándose su espada, rozando con la punta los labios ansiosos. Acariciando con sus manos la piel expuesta, Eret cantó alabanzas al cuerpo estilizado de la bella dragona.
—Eres perfecta, eres indomable —pronunciaba balanceándose sobre su recompensa, el santuario que sólo el ocuparía desde ese momento. Porque era el único que podría mantenerse estable en medio de la inmensa tormenta—. Eres mi musa. Mi Diosa. ¡Mi hogar!
«Entonces, ven a mí, viajero», respondió ella, receptiva, «Conoce tu hogar. Irrúmpelo. Siémbralo con tu semilla, Eret».
El contacto final fue el más dulce juramento firmado, fue un halago a la creación, una prueba de que la perfección existe. Tan completo, tan voraz, tan sublime. Gruñidos hambrientos salían de la boca no humana, disfrutando la invasión a su altar, el saqueo continuo del pilar de Eret llegaba a lugares donde el roce la hacía perder la cordura.
El desfogue de los deseos de Eret tuvo cobijo en el cuerpo de Stormfly. Ya no había más vacíos que llenar, no más más noches solitarias. Había encontrado lo que ni sabía había estado buscando. Su tormenta. Su asilo.
Las voces humana y dragoniana se unieron en el clímax, unificando dos mundos, dos instantes que se perpetuarían por la eternidad del cosmos. Ninguna palabra podría expresar la satisfacción que recorrió sus cuerpos, el orgasmo más intenso que hayan sentido, el primero al que proseguirían más durante esa noche.
Una noche donde el viajero perdido encontraba asilo, irónicamente, en una tormenta.
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Abel: ¿Qué tal? Pues… es mi primer Eretfly explícito. Espero pronto ajustarme a escribir algo más largo y más detallado.
Caín: Y más porno :v
Abel: ¬¬… bueno, sí xD. Bien, eso es todo de momento *se sube a su Skrill* ¡Ahora a ir a comer tacos al pastor! ¡Carajo, que para algo soy mexicana!
Caín: Esa voz me agrada *montando a su Boneknapper* ¿Unas carreritas? Quien pierda paga los tacos.
Abel: ¡Trato hecho! *se van volando*
Sinceramente, Abel Lacie Kiryû y Caín Len Kiryû.
