Las cosas son como son, y a veces, sin importar cuánto lo desees, no puedes cambiarlas. Hay momentos en la vida en los que simplemente hay que aceptar el curso natural de los eventos. Al igual que una pintura o una escultura, solo puedes observar, apreciar y seguir adelante.
Pero no para Mello. No para aquel joven rubio, que era la terquedad hecha persona, y que, sin notarlo, su presencia era más notoria que el sol saliente cada mañana. Para Mello, la luna blanca y brillante que era Near, siempre atenuaría su luz propia. ¿Por qué le importaban tanto estas nimiedades? Nunca lo entendería. Incluso parecía que el único motivo de su existencia giraba en torno a sobrepasar a Near.
¿Cómo permitió que las cosas llegaran a ese punto? Era otra interrogante que, al parecer, tampoco tendría respuesta alguna, o tal vez no ahora.
Diariamente sentía un nudo en su estómago y uno más grande a un en su pecho. Sin importar cuánto hiciera o cuánto se esforzase, ni siquiera dando lo mejor que tenía, sería suficiente nunca. Siempre fue el segundón, incluso cuando sus padres y sus hermanos estaban en vida. Nunca fue la primera opción de nadie. Siempre existirá una persona más inteligente, talentosa e incluso agraciada. Siempre será el plato de segunda mesa sin importar a dónde fuera.
Sin poder contener su furia durante otro minuto, Mello golpeó la pared de su habitación. Una, dos, tres veces… tantas veces que no se detuvo hasta que sus nudillos sangraron. No había llorado. Ciertamente, ya no tenía más lágrimas que derramar. Lo único que quedaba en ese joven rubio, tan espléndido como el alba, era una mezcla de furia, rencor, y por sobre todas las cosas, odio. Mello ya no era un sol naciente, era un volcán en erupción. No era los rayos brillantes que daban vida, ni el azul de sus ojos un océano en calma. Era lava carmín quemando todo a su paso, y sus ojos un par de océanos rampantes que amenazaban con destruir todo lo que encontrara a su paso. Aquel jovencito se había vuelto un completo y desfasado huracán.
Matt entró a la habitación, y ante lo que veían sus ojos, solo pudo mantener el silencio. Mello aún no se había percatado de que se encontraba acompañado. Solo miraba sus sangrantes nudillos mientras calmaba su agitada respiración. Su amigo, el de los ojos verdes y tan hermosos como un par de piedras de jade, solo dio un suspiro cansado. El par de océanos salvajes voltearon alarmados, pero se suavizaron instantáneamente al ver de quien se trataba. En aquel momento, Mello sintió algo de vergüenza. No le importaba que su mejor (y único) amigo lo viera alterado. Le enojaba la frecuencia con la que aquellos jades verdes observaban su furia y sus debilidades y que, de cierto modo, le desnudaban el alma sin siquiera esforzarse.
-¿Necesitas algo? – Ante aquella pregunta Matt sonrió con bastante ironía.
-Debería ser yo quien esté haciendo esa pregunta. Siéntate. Déjame poner vendajes a tus nudillos.
Mello sabía que no tendría sentido discutir al respecto. No era la primera vez que este escenario ocurría, y tampoco sería la última. Simplemente procedió a sentarse en una de las sillas de la habitación mientras Matt limpiaba y curaba sus nudillos.
-Ya casi es navidad.
-Y cada año que pasa, sigues teniendo la misma pequeña emoción en tus ojos. ¿Algún recuerdo que nunca hayas compartido conmigo, Matt?
Ante aquella pregunta, su amigo solo lo miró directo a los ojos, y se quedó en silencio mientras terminaba de poner los vendajes. Cuando concluyó, se sentó en la otra silla de la habitación, mirando hacia la ventana.
-Era la única fecha en la que mi padre no golpeaba a mi madre y tenía la sensación de tener una familia normal. No duraba mucho tiempo, apenas unas semanas, y tampoco había regalos o mucho qué comer, pero para mí eso era más que suficiente. Una familia normal. Mamá en estas fechas siempre sacaba algunas monedas de donde podía y me llevaba a un carrusel todos los diciembres. Recuerdo cuánto se reía estando conmigo mientras el carrusel giraba. Recuerdo que lo que más me gustaba no era mirar a los otros caballos o las luces, era ver a mi madre, con los ojos cerrados, sus rizos alborotados y su sonrisa tan pura. Me daba una sensación de paz indescriptible.
Una pequeña pieza de información fue todo lo que bastó para poder entender el amor por los caballos que tenía Matt. Su madre no había sido ecuestre, pero los caballos son un elemento que lo conectaban con ella. "Así que por eso Watari le regaló un corcel blanco y un traje de ecuestre."
Ninguno dijo ninguna otra palabra. No hacía falta. Ya estaban más que adaptados al silencio entre ambos; Ese silencio que no es ni remotamente incómodo, y que comunica más que cualquier palabra. Ese es el mejor y más íntimo silencio que puede existir entre dos personas, y Mello estaba sumamente agradecido de tenerlo con alguien. No era un hombre de muchas palabras, y también odiaba tener que expresarse haciendo uso de las mismas. Matt siempre lo entendió con tan solo mirarlo, desde el primer día que se conocieron. Nadie se atrevía a mirar ese par de océanos furiosos, hasta que Matt llegó. Y por eso era su único amigo.
Near tampoco temía mirarlo a los ojos, pero siempre emanaba un aura de indiferencia total, cosa que enojaba más aún a Mello. "¿Cómo se atreve a catalogarme de tan poca cosa?". Ah, pero Mello sí que temía observar durante un tiempo prolongado ese par de pupilas grises. Era como mirar un vacío que amenazaba con consumirte en apenas unos segundos. Jamás había visto un par de ojos tan espeluznantes como esos. Y aquello era algo más en lo que Near era vencedor.
-¿Tu madre se llamaba Lilian? - Matt volteó a mirarlo sin poder esconder su sorpresa. -Lo supuse. - volvió a decir Mello con una sonrisa. En ese momento, entendió como su amigo obtuvo esa información.
-Lo supiste por el nombre de mi corcel, intuyo.
-Lily... Es un nombre delicado. Tu madre debe estar contenta de que la recuerdes de esa forma.
Matt solo le sonrió como respuesta a ese comentario. Pero no era una sonrisa fabricada. Era de esas que llegan hasta los ojos. Duró unos escasos segundos, pero para Mello era más que suficiente. Era su forma de retribuir que su amigo limpiara sus nudillos sangrantes; arrancándole sonrisas genuinas.
-¿Quieres montar a caballo?
Ahora el turno de Mello de mirar a su acompañante con sorpresa. El pelirrojo jamás le había permitido a nadie tan siquiera acercarse a Lily, y ahora estaba ofreciéndole montarla.
-No creo que sea buena idea. Jamás he montado a caballo y podría poner nerviosa a Lily. No quiero hacerle daño.
Además que Mello se ha percatado que los animales parecieran temerle. Sin duda alguna sería por su aura tan oscura y pesada. No querría imaginarse si algo le pasara a Lily. Sería un golpe muy bajo para su mejor amigo.
-No temas Mello. Lily sabe manejarse bien, y estarás conmigo. Mientras tu montas yo estaré caminando junto a Lily. Vamos. - y sin mediar otra palabra, se levantó de su silla y esperó a Mello en la puerta de la habitación. En el camino a los establos, el rubio no podía dejar de mirar al pelirrojo desde el rabillo de sus ojos. Era primera vez que le hacía una ofrenda como esa, y era el único en el mundo que tenía ese privilegio. No se había percatado de que habían llegado al establo hasta que Matt dejó de caminar. Entonces, miró al frente y allí estaba el corcel; en todo su majestuoso esplendor.
-Ven, acaricia su hocico, deja que se familiarice contigo. - Se acercó con una ligera sensación nerviosa, pero tener al pelirrojo cerca del corcel le daba cierta sensación de seguridad. Lily se tensó por un momento cuando Mello se acercó, pero permitió que la acariciara. Al cabo de unos minutos se relajó y hasta golpeó un poco a Mello, a forma de juego cariñoso. El viaje a caballo fue bastante silencioso. Ninguno de los dos muchachos parecía tener algún tema lo suficientemente interesante para conversar. Parecían estar sumidos cada uno en algún recuerdo recóndito de sus mentes.
