Hola que tal gente! Bueno primero que nada les comento que esta sería la primera historia que me animo a publicar acá en y espero que le agrade a todos los que la lean… También quiero pedir disculpas porque esta historia la publique hace como un mes más o menos y después me di cuenta de que en verdad no era lo que yo creía que iba a ser. Así que decidí rescribirla desde el principio… tal vez ajustándome más a las normas de la página y bueno... sin más que decirles… acá los dejo.

Si creen que vale la pena dejar reviews dejen, les agradecería cualquier crítica o palabra de aliento… Nos vemos...

Cosas que me gustaría aclarar.. con respecto a los flashbacks.. aún no se cómo resolverlos de modo que no queden desprolijos al momento de leer así que solo lo puse en cursiva, aunque uso este recurso en otras ocasiones (por ejemplo pensamientos) espero que se entienda.. y si no.. me dicen y lo cambio.

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Capítulo 1

Disfrutaba del sol de la mañana desde la torre más alta, regocijándose en su soledad.

Sintiendo el calor mezclado con la suave brisa otoñal que agitaba su cabello, largo hasta sus caderas, cayó en cuenta que septiembre estaba cerca y sus 18 años también.

Parecía mentira que ya 10 años hayan pasado desde que llegó allí; clavando su mirada en el verde césped, recuerdos borrosos de personas hablándole contrastaban con aquellos, más nítidos, donde juntaba flores y correteaba en esos mismos jardines.

Tamborileando sus dedos sobre la piedra gris, miró mas allá de las murallas que rodeaban el lugar y contempló con pesadez las copas de los árboles que se asomaban detrás.

Claro que en el palacio nunca había tenido porqué quejarse, pero desde hacía algún tiempo no podía evitar sentirse atraída por lo que habría fuera del radio de su hogar.

Le hubiera pedido a su padre ir, pero de solo pensar en los carruajes, las escoltas y todo el revuelo que armaría, desertó de la idea.

Desde que el rey la aceptó como hija nunca más salió de allí y a pesar de haber vivido en la ciudad, le costaba trabajo reordenar esas imágenes para entender que era de su vida antes de formar parte de la familia real.

Tomó aire y lo exhaló en un suspiro hondo.

- ¡Orihime-sama! ¡La encontré! –

Volteó hacia la voz emergente y vio como una de sus criadas hacia un gran esfuerzo para subir hacia donde la ella estaba.

- Ayamé- dijo al fin – creí que iba a poder escapar de ti esta vez- se burló.

Una vez estuvo estabilizada la criada frunció el seño.

- No es gracioso, su alteza… Por favor- dijo resignada- le agradecería que deje de escabullirse así. Si su padre se enterara, en verdad se enfadaría -

- Lo se, lo se – respondió sin ganas.

- El almuerzo ya esta listo – dijo Ayame mientras trataba de bajar sin caer de la torre y

Orihime la seguía.

- ¡Que bien! ¡Muero de hambre! – Exclamó siguiéndola y echando un último vistazo al paisaje.

Dado que el palacio estaba repleto de lacayos, sirvientes y guardias, la pelirroja no tenía relaciones muy cercanas con ellos, además del hecho de que a ninguno se le permitía tener mas de la cercanía habitual con los nobles; pero con la muchacha morocha que tenía adelante, la princesa había desarrollado algo muy parecido a una amistad e inclusive (luego de muchas repeticiones) logró que dejara de llamarla su alteza, aunque sin eliminar el sufijo que tanto le molestaba.

Desde que tenía memoria Ayamé había estado a su servicio, aunque más que servicio, para Orihime siempre fue una compañía.

Cuando los reyes Kurogane y Miyako la adosaron a su plantel, sus hijos ya eran lo suficientemente mayores como para no prestar atención a una niña de 8 años, además de no tenerle demasiada simpatía, así que siempre que se encontraba sola, Ayamé estaba allí.

Al llegar a las puertas de roble, su criada se apresuró a abrirlas y con una pequeña sonrisa, casi imperceptible, la vio girar sobre sus pasos, dejándola frente a la gran mesa donde ya su padre ocupaba su habitual lugar en la cabecera, y le indicaba con su mano que tomara asiento.

Obedeciendo de inmediato, sonrió ante él, tomando sus palillos y juntando sus manos.

- Itadakimasu -

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Había estado caminando un buen rato pero de la nada fijó su mirada en un punto lejano, más allá de la muralla gris. Sabía que a esa distancia no estaba viendo nada específico, pero simplemente sintió la necesidad de mirar y por un momento tuvo la sensación de haber sido correspondido.

Negó con la cabeza en silencio, ajustando la funda de su katana a su espalda y continuó su jornada hacia su casa.

¿Por qué tenían que vivir tan lejos de la ciudad?

La familia de Ichigo vivía a las afueras de Karakura, y desde el fallecimiento de su madre (hacía poco más de 10 años) sostenía una pequeña tienda sanitaria, donde generalmente se dirigían heridos no graves, por medicinas o tratamientos simples.

Allí su padre se encargaba de la mayoría de las cosas y sus hijos le ayudaban, aunque el pelinaranja tenía un hobby algo menos vinculado a salud.

No era por presumir pero en verdad era muy bueno con la espada; su manejo, velocidad y fuerza eran muy notables y si no hubiera sido por ser menor, habría sido enviado a la guerra hacía 2 años atrás; todos los días, salía a entrenar en los alrededores de su casa pero esa mañana volvía de la ciudad, a la que fue por algunas cosas para la tienda así que dejaría el entrenamiento para mas tarde.

Levantó la vista para encontrarse con la emergente figura de su casa no muy lejos. Ya podía sentir el aroma del almuerzo que Yuzu había preparado.

…gracias al cielo cocina como mamá…

Apenas estuvo dentro, la pierna de Isshin lo recibía brutal.

- ¡¿Qué horas son estas de llegar Ichigo?! ¡La hora del almuerzo y la cena es sagrada! – exclamó teatral a tiempo que su patada era interceptada por el pelinaranja, que había sido forzado a arrojar la mitad de las cosas que cargaba.

- ¡Cállate! ¡De no ser porque me mandaste hasta el otro lado del mundo estaría sentado allí desde hace 1 hora! –

- ¡Ya no peleen… - se quejó la rubia – el almuerzo esta en la mesa y se enfriará!

- No le des importancia Yuzu…- Karin tomó asiento y comenzó a servirse arroz, ignorando los lloriqueos del morocho por la indiferencia de su hija.

Desembarazándose de su padre siguió su camino, llevando consigo las bolsas que acababa de tirar.

- ya vengo…- soltó arrastrando el paso, divisando la puerta blanca, y haciendo caso omiso a las replicas de Yuzu por la comida servida.

Pesadamente entró a la habitación, colocó los insumos encima del pequeño escritorio en el centro del lugar y recorrió el cuarto con la mirada deteniéndose de vez en cuando en alguna que otra estantería.

Revisó una a una todas las repisas con una curiosidad poco propia; sabía que a su padre le gustaban las cosas ordenadas pero esto ya era demasiado i…histérico…/i

Colocó los artículos en donde cada cual iba y se encaminó hacia la mesa donde el ruido de los platos y palillos ya era audible.

Hubiera salido de no ser porque un pequeño brillo de entre los libros de un estante lo distrajo.

-¡Ouch!... maldita sea… - exclamó para luego chuparse el dedo que había empezado a sangrar. Todo por no tener más cuidado.

Recogió el objeto del piso, que había arrojado por el dolor.

Un escudo de armas algo desgastado y solo las palabras Yama… Gen... fueron todo lo que pudo ver. Parecía que esa cosa llevaba varios años arrumbada allí, ya que el polvo y el óxido cubrían la mayor parte de su superficie.

- ¡Ichigo ven ya! - esta vez su padre sonó verdaderamente serio desde el comedor.

Limpiando el prendedor en su ropa lo examinó varios minutos; no sabía que era pero algo le llamaba la atención (como casi todo últimamente) así que en contra de lo que hubieran sido sus principios una semana atrás, trabó la pequeña aguja dorada y se colocó la pieza en el bolsillo. iSi estuvo allí tirado tanto tiempo, nadie lo extrañará de un día para el otro…/i pensó mientras cerraba la puerta tras de si.

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Abrió los ojos de golpe donde ya el ardor precedía las lágrimas que pronto rodaron por su rostro confundido ¿En que momento se había dormido?

Enfocó sus grises iris reordenando la secuencia de imágenes que se amontonaban una tras otra detrás de ellos.

Esos sueños la estaban volviendo loca… una y otra vez se veía a sí misma de pequeña siendo escoltada por alguien a quien no veía pero que sentía muy cercano… ; dejó de lado la paranoia y se limitó a pensar que su subconsciente solo le jugaba una mala broma.

Contemplando como las últimas luces del ocaso lamían el vidrio de la sala, se acomodó en el gran sillón que la acogía y relojeó el gran reloj de pié junto a la puerta; seis y media.

Meditó un momento recordando el té de hacía una hora y le dedicó una leve sonrisa al piso.

Cierto… luego de almorzar y descansar su padre la había mandado a llamar para disfrutar con ella su te de las 5, y había caído rendida a la comodidad de aquel relleno de plumas que tanto le gustaba.

Secándose la cara con suavidad, dejó que sus manos acariciaran el marco de la ventana donde ya casi el haz de luz desaparecía en el horizonte.

Le agradaba tanto estar allí; recordaba las tardes de té con el resto de la familia, donde todos compartían charlas y panecillos, y aunque que ya solo quedaran su padre y ella de todos lo que eran, no impedía que pasaran un momento agradable.

Cerró sus ojos trayendo a su memoria las cordiales risas de Miyako y Ami, y las riñas controladas de los gemelos Jun y Gen que llenaban el espacio; parecía mentira como en tan poco tiempo todo se había esfumado; Ami fue desposada y llevada a Kyoto, y los gemelos a los pilares norte y sur del gobierno de los Inoue, reduciendo la familia, y finalmente 3 años atrás la muerte de Miyako, los dejó solo a ellos dos.

La relación entre ellos nunca había sido de lo más demostrativa, pero a pesar del duro carácter de Kurogane, siempre que se hiciera lo que él decía, las cosas marcharían bien.

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- ¿Te llamas Orihime, cierto?- su voz resonó detrás del mesón que los separaba haciendo que sus pequeñas piernas temblequearan un poco.

- Hai – tímidamente alzó sus lagrimosos ojos hasta llegar a la mirada café que la veía de lejos.

Observó como su gran pecho se llenaba de aire y lo vio correr la silla del mesón para pararse y dirigirse hacia ella.

- De ahora en más serás portadora de un apellido que no podrás sostener a menos que te lo propongas, y para eso deberás ser fuerte – arrodillándose, colocó su pesada mano sobre su hombro y prosiguió – así que dejaras las lágrimas a un lado ¿entendido?-

La rudeza en aquellas palabras solo logró que sus lagrimales trabajaran el doble, pero aún así asintió ante la orden y sintió como el peso de sus hombros se aligeraba.

Nuevamente desde el otro lado del salón lo escuchó voltear.

- Inoue Orihime… ese será tu nombre a partir de ahora. -

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Los golpes desde la puerta la hicieron volver al presente y ante sus ojos, el caballero más cercano al rey entraba educadamente haciéndola recordar que Ayamé no era la única a la que conocía abiertamente.

- Traigo un comunicado de su Alteza Kurogane-sama… esta misma noche deberá partir hacia Kyoto – la fría y verde mirada chocó con la suya al momento que se alzaba de su reverencia.

- ¿A Kyoto? – su corazón se aceleró de repente - ...acaso Ami ne-sama… -

- Solo vine hasta aquí… - Ulquiorra la interrumpió aún sin dejar la cortesía - … para avisar que no volverá hasta mañana en la noche –

La rudeza oculta en las pocas palabras expresadas por el morocho, chocaron contra sí pero aún así, una leve sonrisa de acuerdo curvó sus labios.

- Lo estaré esperando entonces -

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- Orihime-sama - se oía a Ayamé detrás de la puerta - levántese ya... traje lo que me pidió- al oír lo último la pelirroja salto de su cama y llegó a la puerta en 2 segundos.

Abrió y miró esperanzada como su criada dejaba un paquete en su escritorio; se apresuró a desenvolverlo para revelar al fin lo que parecía un gran trapo gris de no ser por una capucha que se dejaba ver a duras penas.

No podía negar que estaba feliz por tener aquel trapo en las manos, lo que su criada parecía no comprender.

A última hora de la noche anterior la princesa había hecho un extraño pedido a su más fiel criada, que obviamente obedeció sin réplica alguna.

No supo de donde salió ese espíritu, pero la oportunidad era única y sus ansias de escapar de allí eran muy grandes, a pesar de saber que volvería esa tarde.

Amaba la idea de conocer la ciudad, y mejor aún: calmadamente y sin escoltas molestas.

-Orihime-sama.... ¿esta segura de esto?...- el dejo de nerviosismo que surcó la voz de la morocha fue audible a pesar de sus inútiles esfuerzos de ocultarlo.

-No podría estarlo más Ayame... - giró hacia ella - gracias por ayudarme con esto... - dijo mientras llenaba un pequeño bolsito de mano.

- Muy bien... sabes lo que tienes que hacer... - nuevamente Orihime se colocó frente a la morena – generalmente tu eres la única que tiene mayor contacto conmigo... -

- Yo me ocupare de todo pero... por favor Orihime-sama, tenga cuidado...- la mirada de Ayame reflejaba toda su preocupación - si no llega antes que su padre...- cerró los ojos como si reprimiera su pensamiento.

- Tranquila Ayame... volveré a tiempo... lo prometo, solo... cuídate de Ciffer… - La pelirroja respiró hondamente, y luego tomó su bolsito, para dirigirse un pasillo del palacio donde normalmente nadie circulaba, y donde también había algo muy interesante.

Las primeras luces del alba ya subían por los muros y rebotaban en su esbelta figura que estaba quieta junto a una pared.

Titubeó unos segundos antes de correr el gran tapiz que la cubría y desapareció por detrás del él.

Conocía este pasadizo desde hacía vario tiempo pero esta era la primera vez que se animaba a usarlo y al parecer nadie más estaba al tanto de él, ya que durante todo el trayecto, que fueron más de varias horas lo único que se escuchó fue su respiración y sus pasos haciendo eco en las paredes de piedra.

Se preguntó donde estaría cuando se dio cuenta que el piso, antes de piedra, ahora

era de tierra negra.

Eso quería decir que estaba ya lejos de las murallas circundantes del palacio; y su teoría se confirmó al ver que túnel subía hasta un claro del bosque que tanto observaba desde lo alto de su torre...

Refregó sus ojos encandilados hasta por fin ver claramente luego de tanta oscuridad y respiró profundamente aquel aire tan puro, muy distinto al del túnel del que provenía.

El bosque entero parecía estar recibiéndola con la misma alegría que ella tenía; los árboles eran imponentes, y a lo lejos se podía oír el correr de un arroyo.

- ¡Hermoso! - susurró sin dar crédito a sus ojos.

Ya estaba allí. Por fin estaba donde quería... pero ahora.... ¿que haría?

Había pensado en como escapar por unas horas... pero de que servía si no sabía que hacer...

Meditó un momento; si iba al pueblo corría el riego de ser reconocida aunque... muy pocos pueblerinos le conocían bien el rostro así que decidió comenzar por ahí.

Caminó altiva; se sentía tan bien no ser flanqueada por sus criadas o sus guardias. No muy lejos de donde estaba se podían oír los murmullos de gente acumulada... lo que creyó que sería el mercado... y su corazón se aceleró un poco.

A sus ojos, le divertía ver a la gente despreocupada trabajando en sus puestos, sin tener que rendirle cuentas a nadie.

Siguió inmersa en sus pensamientos mientras miraba atenta cada puesto, y caminó sin prisa, hasta que algo la sobresaltó.

- ¡Ya déjame, maldito gordo! - Oyó como un pequeño niño se quejaba.

- ¡Te dijimos que no te metieras con nosotros mocoso! - Un tipo grotesco lo sostenía de sus ropas a 2 m del suelo.

Los pies de Orihime se movieron como por si solos, estaba a punto de correr a defender al pequeño cuando vio como el tipo rudo caía de espaldas y el niñito era puesto gentilmente en el suelo.

- ¿Estas bien, Jinta? - preguntó su salvador.

- ¡Que diablos haces aquí cabeza de zanahoria... no necesitaba tu ayuda...!- gritó el chico de cabello rojo mientras se acomodaba la ropa.

- No... por supuesto que hubieras podido solo...- contestó con sorna - ¡y tú! - dijo volteándose al grandote que se levantaba - ¿Te parece justo meterse con alguien como él? ¡Ya vete si no quieres que te de una paliza! -

- ¿Acaso crees que te tengo miedo cabeza picuda?- El tipo se incorporó (aunque con algo de ayuda) - te crees tanto por tener esa espada ¿no es cierto?... - se burló - Te reto a una pelea limpia... tu y yo, Ichigo.. sin armas -

El muchacho pareció no inmutarse ante la provocación, solo sonrió.

- Gidambo... sabes que te mataría si quisiera, con o sin armas.- la mirada castaña parecía querer prenderse fuego -.... pero no lo haré... por lo menos por ahora - Ichigo enfundó su espada y volteó - Jinta tu tampoco te metas en problemas porque no siempre estaré aquí para salvarte.-

Orihime se había quedado pasmada ante aquella situación; no supo porque pero algo en aquel muchacho la intimidaba un poco.

Pudo escucharlo discutir con el niño... y luego le vio irse, no sin antes asegurarse de que su atacante ya no molestaría.

En ese momento agradeció la intervención del pelinaranja..... sino hubiera sido por su él, ella se habría revelado, lo que podría haber sido muy malo... a pesar de saber q no la conocerían no quería llamar la atención.

Pero otra cosa estaba en su mente en ese momento...

"Ichigo"... un nombre raro para un chico... pero agradable...

Sonriéndose así misma se acomodó debajo de la sombra de un árbol a revolcarse en sus ideas mientras el tumulto de gente se oía algo más lejos.

Bajó su capucha por primera vez al resguardo de la sombra, contempló abiertamente el pequeño espacio verde en donde estaban algunos niñitos correteando por allí y nuevamente sus labios se curvaron pero esta vez en una mueca de dolor.

Frotándose la nuca donde había impactado el proyectil, se quejó por lo bajo a tiempo que sintió que alguien se le acercaba.

- Oye... Lo lamento... ¿estás bien? – alzó la vista muy despacio aún frotando su nuca y unos grandes ojos avellana la recibieron - ...soy algo ruda a veces… no quise golpearte -

Orihime tardó unos instantes en recordar que podía hablar, hasta que finalmente sonrió - No hay problema… -

- Me alegro entonces… - habló la otra tendiendo su mano – soy Arisawa, Tatsuki, mucho gusto -