Es un gran honor para mí publicar desde mi cuenta este OneShot escrito por una gran escritora y mejor persona: Silvia, mejor conocida en este mundo FanFiction como Otaku-SIG. Pasaros por su perfil si buscáis historias increíbles y no olvidéis dejar review y marcarla en vuestra lista de favoritos. No os vais a arrepentir.
"Oniric Ghosts" es el OneShot ganador de la I Edición del Challengue My ZoRo Valentine. Los votos que me han llegado a través de diferentes vías han hecho posible que este sea el OS que se ha alzado con el primer premio. Mi enhorabuena a las otras dos participantes, que lo han hecho igualmente bien y a las que les agradezco de corazón que se hayan tomado su tiempo en participar para hacer posible este concurso, llevado a cabo desde el Club de Fans ZoroxRobin, en Facebook. Todos los amantes del ZoRo deberían formar parte de este club.
Sin más que decir, os dejo con el ganador. Espero que lo disfrutéis y todo el mérito a Silvia. Aprovecho para volver a señalar lo increíble que eres, en todos los sentidos: profesional, escritora, amiga y persona. Quiero escuchar vuestro aplausos en forma de reviews, pues la ocasión lo merece. Y no me alargo más porque a este ritmo tengo que hacer un Two-Shot.
Perfil de Otaku-SIG: u/992274/Otaku-SIG
Pareja: ZoroxRobin
Disclaimer: No me pertenece. Los personajes pertenecen a Oda-sama y la idea a Otaku-SIG.
Zoro no era un tipo dado a mostrar interés por nada más allá de las katanas, su entrenamiento y el alcohol. Él hacía su vida, se encargaba de sus tareas sin molestar a nadie, y no quería que nadie viniera a tocarle las pelotas tampoco.
Por eso, la noche en que, en plena madrugada, apareció Robin por la trampilla de la torre de vigía con una mantita, un termo de café y un libro entre un puñado de manos fleur, Zoro sólo dio media vuelta y siguió con sus pesas tras verificar que era ella. Sabía que algunas veces la morena prefería aprovechar las horas de insomnio para seguir leyendo, y que escogiera hacerlo allí con él no le molestaba porque sabía que ambos… se entendían, se dejaban trabajar mutuamente.
Sin embargo, pasó más de una semana, y Robin subió a la torre cada noche sin falta. Esa noche, cuando la arqueóloga llevaba un ratito acomodada en el sofá, Zoro se fijó en que era relativamente pronto. Le dio la impresión de que ni siquiera habría probado a dormir en su habitación. Robin estaba recostada, con la parte de arriba de un pijama que le venía grande y le caía por un hombro. Tenía las piernas sobre el sofá y la manta sobre ellas, y la veía leer sin muchas ganas.
Zoro soltó sus pesadas mancuernas y se echó una toalla al cuello para secarse el sudor. Alzó la vista mientras lo hacía y la miró fijamente. El estruendo la hizo levantar la vista, y se cruzó con la del kengou durante unos segundos. El peliverde no era ningún especialista, pero la cara de cansancio de Robin era más que evidente. Podía ver bajo sus preciosos ojos unas ojeras más exageradas de lo normal, incluso para ella y sus frecuentes noches bibliófilas en vela. Sin embargo, todo lo que ella hizo fue sonreírle suavemente y desviar la mirada para tomar un sorbo más de su taza de café.
―¿Le vas a pedir a Franky que te suba la habitación aquí, o qué?
La pilló un poco por sorpresa, pero alargó la respuesta mientras saboreaba el trago.
―No puedo dormir, así qu-..
―¿Cómo vas a dormir si tomas tanto café? Puedo oler la cafeína.
Robin sólo volvió a sonreírle y bajó la mirada al libro de nuevo. Zoro no insistió más; no era asunto suyo en realidad. Pasaron horas y la aurora se adivinaba en el horizonte. Vieron a Sanji madrugar y andar por la cocina para preparar los cuidados desayunos de sus amadas damiselas. Entonces, Robin se puso en pie y se estiró disimuladamente. Recogió sus cosas y se dispuso a marcharse.
―¿Te molesta que esté aquí, Kenshi-san?
Zoro apenas se giró a mirarla.
―No. Puedes hacer lo que quieras.
―Bien.
Pasaron unos días más, y Robin siguió subiendo a leer. Un día, algo le llamó la atención a Zoro. Estaba tan acostumbrado a que el patrón se repitiera noche tras noche, que sintió enseguida que algo había cambiado. Se giró hacia ella, intentando adivinar qué era lo que le perturbaba. La vio trenzándose la melena, con la manta sobre las piernas, como siempre, y una taza humeante al lado, como siem-…
―¿Té?
―Se ha terminado el café… Sanji me ha prometido comprar más en la próxima isla ―sonrió ella.
Cuando la miró, Zoro casi se asustó. Y eso era decir mucho. Sus ojeras habían oscurecido y hasta el blanco de sus ojos estaba empañado con venitas rojizas. Robin llevaba unos días rara, pasándose las horas encerrada en la biblioteca, y sólo la veía por la noche cuando subía a la torre. No sabía si alguien habría hablado con ella, si alguien sabía qué estaba sucediendo, pero desde luego algo no iba bien. Sintió algo removérsele por dentro, y aquello de "no es asunto mío" empezó a antojársele absurdo.
Pasaron un par de horas, y oyó un murmullo que le distrajo de sus flexiones. Miró hacia el sofá, y vio a Robin dormida sobre los cojines, el libro cerrado aún con una de sus manos señalando la última hoja leída. Vio la taza de té vacía peligrosamente cerca del borde del sofá, y se levantó del suelo para cogerla y ponerla a salvo antes de que cayera al suelo y la despertara.
"Ya era hora de que durmieras", pensó mientras avanzaba hacia ella. Recogió la taza y la dejó sobre el suelo, y al agacharse y quedar al mismo nivel que ella, no pudo evitar mirarla de cerca. Un ligero rubor le cubrió las mejillas. Era bonita, la condenada… Su cabellera oscura, sus pómulos, sus labios, incluso su peculiar nariz… tenía una hermosura que no le pasaba desapercibida ni siquiera a él.
Se removió bruscamente mientras la miraba y Zoro se echó atrás temiendo que se hubiera despertado, pero nada más lejos de la realidad. Robin giró la cara y apretó los puños con tanta fuerza que los nudillos se le quedaron blancos. Empezó a murmurar y lloriquear, respirando de forma entrecortada. Zoro frunció el ceño preocupado; el gesto en su cara se había vuelto de dolor y miedo en unos segundos. ¿Qué demonios estaba soñando?
Gritó y se sacudió una vez, enredándose con la manta que la cubría. Zoro se acercó a ella enseguida y le agarró las muñecas con firmeza.
En medio del fuego, de su madre moribunda, de su isla en llamas y los marines, su nombre resonó fuertemente. Robin miró a su alrededor, asustada y desorientada, buscando al dueño de esa voz hasta que finalmente todo se acabó.
Abrió los ojos de repente sólo para encontrase con Zoro, mirándola angustiado a escasos centímetros de su cara. Podía notarse la piel impregnada en sudor y las lágrimas surcándole las mejillas. Debía verse patética, temblando como una hoja, teniendo pesadillas a sus treinta años. Intentó hablar, pero sólo podía llorar. No se atrevía a moverse, y el corazón le latió fuerte cuando Zoro la irguió y la abrazó contra él.
Le acarició la cabeza hasta que volvió a quedarse dormida. Volvió a cubrirla con la manta, y se encontró a si mismo pensativo sobre el pasado de Robin. No sabía apenas nada de ella, pero sabía que esa mujer había tenido que luchar por cada paso que había dado en su camino.
Cuando el alba les sorprendió, Robin abrió sus ojos lentamente. Sintió el calor del abrazo de Zoro, y sonrió para sí misma. Por primera vez en más de tres semanas, no había tenido pesadillas.
Zoro la sintió despertar y le alzó la barbilla para mirarla.
―¿Mejor?
―Mejor…
