N/A: ATENCIÓN. Este fic está clasificado como M por su contenido de maltrato infantil (secuestros, violaciones, amenazas, castigos físicos, etc.). Si crees que eres sensible para estos temas, no lo leas. O léelo, pero luego no me digas que no advertí. (A ver, no va a ser ''Milleniun'', pero habrá escenas así)
Diciembre, 1843.
Aún no había comenzado a amanecer cuando abandoné el pueblo, sintiendo el frío viento del invierno sobre mi piel, viéndome forzada a abrazarme a mi abrigo todo lo posible. La nieve cortaba lentamente mis pies semi desnudos a cada paso que daba sobre ella, haciendo mi escapada más difícil de lo que era. Nunca me gustaron los zapatos. Cuando era pequeña solía ir descalza todo el tiempo; me apasionaba sentir la hierba bajo mis pies, y la fina arena colarse entre mis dedos... incluso soportaba bastante bien el frío de la nieve en invierno. Pero, claro, entonces no tenía sesenta y dos años.
Abandoné el pueblo rápidamente, comprobando que nadie se había percatado de que me había escabullido entre las sombras. Sabía que cuando regresara, mi hijo me volvería a reprochar que no tengo edad para hacer estas tonterías, que no puede ser que cada 3 de Diciembre me levante y, sin decir nada a nadie, desaparezca antes de que amanezca para volver al anochecer. Siempre sonrío cuando me reprocha estas cosas, me gusta saber que aún queda gente que se preocupa por mí, y tal vez tenga algo de razón. Ya no tenía edad para hacer estas cosas. A los dieciocho años podía hacer esta caminata día tras día sin cansarme. A los veinticinco comencé a recorrer cada dos meses el trayecto que había recorrido durante años. Al llegar a los treinta y dos, comencé a venir cuatro días al año, y al cumplir cincuenta y seis, sólo me atrevía a venir el 3 de Junio y el 3 de Diciembre. Ya no tenía dieciocho años. Mis piernas ya no eran lo que fueron, se cansaban más rápido que de costumbre. Mi espalda dolía más y más a cada paso que daba, y el frío cada año parecía más insoportable. Ese día empecé a pensar que tal vez debería empezar a escuchar a mi familia: ya no tenía edad para esto.
''Vieja gruñona'', me dije a mí misma, intentando darme ánimos. ''Sabes que aunque tengas ciento veinticinco años, seguirás haciendo esto cada Diciembre.''
Y así era. Sabía perfectamente que por mucho que mi hijo me suplicara que no lo hiciera, por mucho que mis piernas me pidieran descansar, por mucho que la nieve pudiera caer yo seguiría recorriendo el mismo camino cada 3 de Diciembre. Habían pasado cuarenta y cinco años desde la primera vez que lo recorrí, y podrían seguir pasando los años, porque por nada del mundo dejaría de hacerlo de nuevo cada año.
Seguí caminando, dándome ánimos a mí misma cuando notaba que las fuerzas me fallaban. Me interné todo lo posible en el bosque, apartando ramas por el camino, notando los primeros destellos de sol del amanecer. Cada año era más lenta... antes había podido llegar a mi destino cuando aún la oscuridad poseía el bosque entero. Por fin, lo divisé. No fue difícil, al igual que yo, cada año estaba más viejo. Me acerqué al enorme árbol que tenía al lado y toqué su tronco, sintiendo, de alguna forma, cómo me reprochaba lo mucho que había tardado en volver a aquel lugar. Bajo él, enterrada por la nieve, estaba lo que había venido a buscar. Comencé a apartar la nieve de los pies de aquel árbol con mis propias manos, sintiendo que se congelaban cada vez que hundía los dedos en aquel montón de hielo. La noche anterior había nevado como nunca antes, así que tuve que hacer un gran esfuerzo para deshacerme de toda la nieve que sobraba. Finalmente, lo conseguí.
Quité todo resto de nieve de aquella lápida y sonreí con nostalgia mientras limpiaba su nombre. Habían pasado cuarenta y cinco años desde que improvisé aquella lápida con una gran piedra que encontré y luego tallé aquel nombre en ella. Habían pasado cuarenta y cinco años desde aquel 3 de Diciembre que trajo un permanente invierno a mi mundo. Dejé caer el trozo de muérdago que había traído desde el pueblo junto a la lápida.
-Hola...- Susurré colocando una mano sobre la piedra.- Perdón por tardar tanto, cada vez estoy más vieja. Y perdón por no haber traído flores decentes... Sabes que en invierno no crecen. La gente sigue insistiendo en que es porque hace frío, pero no podrán engañarme.- Sonreí mientras sentía caer una lágrima por mi mejilla al leer su nombre.- Sé que se esconden porque también te echan de menos.
Escuché de pronto cómo una rama se rompía bajo el peso de otra persona y miré hacia atrás. Intentando esconderse tras un árbol, había una fina figura, poco abrigada y con no más de dieciséis años, según pude ver. Sonreí al reconocerla.
-Sanny, ven aquí. No te escondas, tu abuela no muerde todavía.
La joven rubia salió de su escondite y se dirigió hacia mí con la vista clavada en la nieve. Me di cuenta de que no había traído abrigo ni calzado, su piel estaba de un color más azulado que pálido, y sus dientes castañeteaban sin parar. Me quité el chal que llevaba y lo pasé por sus hombros mientras la abrazaba.
-Estoy bien, abu...
-¿Cómo se te ocurre salir tan temprano y sin abrigo en pleno invierno? Como cojas un resfriado tu madre nos matará a las dos.
-Estoy bien, abuela.- Replicó Sanny clavando sus cálidos ojos castaños en mí, poniendo aquella mirada que sabía que podía conmigo. Sus ojos comenzaron a mirar a nuestro alrededor.- Así que aquí es a dónde te escapas cada año...
-Sí, y supuestamente debería ser un secreto.- Sonreí a mi nieta, sabiendo que podía confiar en ella para mantener aquel lugar como nuestro secreto.
Sanny sonrió y me besó en la mejilla, abrazándome para darnos calor y agradeciendo que no la hubiera mandado a casa. Cuando volviéramos nos iban a reprochar demasiadas cosas a las dos. Sobre todo a mí, la verdad, por haber permitido que la niña me siguiera. De pronto, los ojos de Sanny se posaron en la lápida que había tras nosotras y se separó un poco de mí.
-¿Quién era?- Preguntó sentándose mientras me miraba expectante.
Suspiré profundamente y me senté a su lado. Sanny me ayudó a sentarme sin hacerme daño y apoyó la cabeza en mi hombro mientras yo la abrazaba.
-Sanny, ¿te has preguntado por qué te llamas así?
La pregunta pilló desprevenida a la joven y clavó sus ojos en los míos, intrigada.
-No... Creí que sólo era un nombre que les gustó a mis padres. Aunque a mí nunca me ha gustado mucho... ¿Por qué eligieron ''Santana''?
-¿No te gusta tu nombre?- Pregunté con una sonrisa.
-No es eso, abuela.- Ella también sonrió, apartándose el pelo rubio que caía sobre sus ojos.- Es sólo que me he acostumbrado a que me llaméis todos Sanny y que sólo uséis mi nombre completo cuando hago algo malo. ''¡Santana María, bájate de ese árbol! ¡Santana María, no andes descalza!''- Las dos reímos ante la penosa imitación que Sanny acababa de hacer sobre su madre.- Lo veo un nombre... interesante. Pero prefiero Sanny.
Posé mis ojos en la lápida que teníamos delante. Sanny aún no había leído el nombre, seguía esperando que le contase algo más, un por qué a la pregunta de antes.
-A mi me parece un nombre muy bonito.- Contesté.- Siempre hay una razón, Sanny. Yo tuve un hijo varón, y él tuvo tres varones antes de que tú nacieras. Cuando naciste, viéndote tan pequeña pero a la vez tan fuerte... No pude evitar rogar a tu padre que me dejara elegir tu nombre.
Sanny giró la cabeza, sonriendo mientras se acurrucaba junto a su abuela. Dejó que su vista llegara a la lápida y leyó el nombre. La sonrisa desapareció, dando paso a una expresión de sorpresa mientras un nudo se formaba en su garganta.
-¿Quién era, abuela?- Preguntó acercándose a la lápida para leerlo mejor.- ¿Por qué me pusiste su nombre?
Santana María López. 1781-1798.
Mi nieta giró su cabeza, con los ojos inundados por la más sincera curiosidad. Siempre he tenido debilidad por ella, era mi pequeña Sanny, la única chispa de vida que me quedaba. Quería a mi hijo, él siempre me ha tratado bien, ofreciéndome su casa cuando su padre murió y cuidando de mí todos los días; también quería a mis nietos, pero pocas veces se dejaban caer por casa ahora que tenían su propia familia. Pero con Sanny... con Sanny todo era mágico otra vez. Verla sonreír, salir a pasear con ella, observar cómo se sonrojaba cuando cualquier muchacho se acercaba a ella para hacerle algún cumplido... Era la única persona que sentía que de verdad era parte de mi familia.
Volvió junto a mí y agarró mi mano, con su vista aún clavada en la lápida.
-¿Quién era?- Repitió, sus ojos viajaban de los míos a la lápida.- ¿Qué le pasó? Si me pusiste su nombre... si sigues viniendo aquí después de tantos años es porque tuvo que ser muy importante para ti. Quiero saber quién era. ¿Por qué nadie la ha mencionado antes?
-Nadie la conocía, Sanny.- Respondí.- Llegué a este pueblo antes de cumplir dieciocho años... Nadie sabe nada de ella. Nunca he hablado de ella, tampoco. Ella siempre decía que nadie nos entendería... que nos quemarían como brujas si la gente sabía lo que hacíamos.
-Abuela...- Se arrodilló contemplando el nombre tallado en la piedra.- Sea lo que sea lo que Santana y tú hacíais, no pienso dejar que nadie te haga daño, abuela. Y como alguien lo intente...-Se giró hacia mí y levantó el puño hacia el cielo.- ¡Pienso enterrar su cabeza en un montón de estiércol y saltar sobre ella hasta que muera ahogado en mierda de caballo!
No pude evitar reír ante aquella amenaza y elevar la vista al cielo. Ya estaba amaneciendo. Los primeros pájaros comenzaban a cruzar el cielo de la mañana cantando las primeras melodías del día. El frío aire de la noche comenzaba a amainar, pero aún así seguía refrescando. Sonreí hacia el cielo.
-¿Has visto esto, San? No sólo le dejaste tu nombre, también le cediste tu carácter.- Volví la vista a mi nieta y la senté junto a mí, rodeando entre las dos la tumba de Santana.- No suelo volver hasta entrada la noche... Creo que tendré tiempo suficiente para contarte esta historia.- Llevé la vista a la tumba- San... Esto va a ser demasiado difícil.
Tomé aire mientras dejaba que todos aquellos años se ordenasen en mi memoria. Aquellos cinco años que nunca había contado a nadie. Aquellos cinco años que, de no ser por ella, deberían haber sido la época más escalofriante de mi vida. Habían tantos recuerdos, tantas caras, tantos llantos... No podía contarlo todo, tendría que ser precisa, momentos clave de aquella época. Un escalofrío recorrió mi espalda al recordar cómo empezó todo, cómo me engañaron y me alejaron de mi familia para siempre, llevándome al lugar más horrible que podía haber imaginado... y a la vez llevándome junto a la persona más maravillosa que habría podido conocer.
Atraje a Sanny junto a mí, acariciando sus cabellos rubios mientras trataba de retener las emociones que me proporcionaban aquellos recuerdos. Iba a contar su historia. Por fin alguien sabría quién era Santana y qué significó para mí. Pero hablar de Santana, debía contar también una parte de la historia que había decidido olvidar, pero que seguía atormentándola en sus peores sueños. Por primera vez iba a contar aquella historia de terror que duró cinco años de mi vida.
