Después de casi un año teniendo este mini fanfic guardado en el cajón, me he decidido a compartirlo con tod s. Se trata de una versión alternativa de la historia de Celia y Petra en "Seis Hermanas", si Celia no se hubiera declarado a Petra como lo hizo, si no hubiera ido a la consulta del dr. Uribe, si no hubiera conocido a Aurora.
CAPÍTULO 1: CARTAS DESDE EL ALMA
Petra Fuentes había roto con Miguel, su novio de mucho tiempo, porque se había dado cuenta de que no estaba enamorada de él, de que Miguel no podía ofrecerle lo que ella realmente quería, una vida más moderna, respeto para su talento y aspiraciones… incluso cierta delicadeza en algunos momentos.
Celia Silva, que se había convertido en su mejor amiga desde hacía meses, malinterpretó este suceso, y a punto estuvo de declararle sus verdaderos sentimientos. Pero se detuvo a tiempo, cuando una casualidad le hizo ver que Petra no sentía por ella nada más que amistad. Sin embargo, eso no hizo que dejase de amarla tan profunda y sinceramente como la amaba.
Día tras día, Celia trataba de seguir el consejo de su hermana Francisca, pero nada hacía que dejase de pensar en Petra de esa manera. Resignada a sentir lo que sentía, encontró una forma de desahogarse escribiéndole cartas que nunca le daría. En ellas, le hablaba como un admirador masculino anónimo, le confesaba sus sentimientos de la manera más sublime de que era capaz con las letras.
Pero un buen día, Celia se animó a dar un paso más, a pesar de haberse prometido que no lo haría. Le dejó una de sus cartas entre sus cosas, de modo que Petra se la encontró y pudo leerla. Celia pensaba que no pasaría nada, sólo quería sacarle una sonrisa en un día malo, pero se equivocó. La carta del admirador secreto revolucionó tanto a Petra que Celia no pudo contenerse y le dejó otra, y otra más.
—Me siento un poco culpable —admitía Petra.
—¿Por qué? —preguntó Celia.
—Porque sólo hace dos meses que dejé a Miguel y ya estoy pensando en otro hombre.
Celia estrechó los ojos con cierta satisfacción. Petra pensaba en el autor de sus letras. A Petra le gustaban sus cartas.
Cada día que pasaba, Petra dedicaba más tiempo a hablar de su posible admirador, y moría de ganas de descubrir quién era. Tanto fue así, que Celia tuvo que escribirle que no se atrevía a mostrarse ante ella, por miedo al rechazo.
—Aunque fuera el hombre más feo de todo Madrid… yo no podría verlo así, escribiendo de esta manera tan maravillosa —confesaba una Petra ilusionada.
Celia, en cambio, sonreía con tristeza. «¿Y si fuera una mujer?, ¿cómo la mirarías?»
Tras la séptima carta, Petra tuvo una revelación que a punto estuvo de costarle a Celia un ataque al corazón.
—Todas sus palabras son tan hermosas… me recuerdan a las que… escribes tú —añadió frunciendo el ceño.
Celia sintió que el corazón se le paraba de golpe. Se quedó muda, incapaz de hacer otra cosa que mirar a su mejor amiga con los ojos como platos. Finalmente, Petra la había descubierto. O eso malinterpretó, hasta que la Fuentes volvió a hablar.
—No sabrás tú quién es mi admirador y lo estás ayudando a escribirme a mis espaldas, ¿verdad? —inquirió. Celia soltó un suspiro de alivio exagerado.
—No, no, en absoluto… te prometo que no estoy ayudando a nadie —afirmó con toda la fuerza de la verdad— «Sólo escribo lo que siento por ti».
Una noche en que Petra la había invitado a cenar, Celia decidió terminar con la farsa, no podía más. Se armó de valor y le confesó la verdad, que ella era la autora de las cartas, y que no las escribía para ningún hombre, pues eran sus sentimientos reales.
—No sabía cómo decírtelo, cada vez la mentira se hizo más grande —contaba Celia en voz baja y casi sin mirarla—, di algo, por favor —rogó.
A Petra le costó reaccionar cuando, mirando los ojos de su mejor amiga, comprendió que hablaba muy en serio. Pero no sólo fue incapaz de entender y mucho menos corresponder sus sentimientos, sino que además, sintió una terrible decepción con Celia por sus mentiras.
—Quiero que te vayas, Celia —afirmó con contundencia.
—Pero Petra… —balbuceó la Silva tratando de contener sus lágrimas.
—Sal de mi casa —pronunció con voz fría—, ¿cómo has podido engañarme así?
—Lo siento, Petra, lo siento mucho —gimoteaba Celia.
—Yo nunca voy a sentir eso… eso que siente tú, vete, Celia.
Después de aquella noche, ambas estuvieron semanas sin verse, pues Celia ya no iba a la fábrica, no podía soportar ver a Petra y que ésta la ignorase o la mirase con rencor. La Silva pasaba la mayor parte del tiempo encerrada en su habitación, poniendo excusas a sus hermanas y al servicio de que se encontraba mal. Y lo cierto era que no tenía buen aspecto, ni le sentaba bien la comida. Se estaba muriendo de tristeza, por haber perdido a su amor y a su mejor amiga al mismo tiempo. Francisca era la única que conocía el verdadero motivo de su estado, y no dudó en decirle que se lo había advertido, que jugaba con fuego y al final se había quemado. Tanto la pelirroja como el resto de sus hermanas intentaban animarla de diferentes formas, y sin éxito. Celia prefería pasar el tiempo metida en su cama o con sus libros y sus relatos.
Petra tampoco estaba bien. Benjamín, su padre, le había preguntado varias veces a qué se debía su melancolía. Su hija no se había atrevido a contarle lo sucedido, pero el hombre se había dado cuenta de que el estado de Petra coincidía con la ausencia de Celia Silva en la fábrica y en su propia casa, pues llevaba semanas sin visitarlos. Petra la echaba de menos, sentía el vacío que había dejado la marcha de Celia en su vida. Añoraba a su mejor amiga y saber a través de sus hermanas que lo estaba pasando mal empeoraba las cosas.
Tras varios días de pensar mucho, Petra comprendió que había reaccionado muy mal ante la confesión de su amiga. Una cosa era no corresponder a sus sentimientos y otra muy distinta rechazarla y darle la espalda por completo. No entendía por qué Celia sentía lo que sentía por ella, pero, en realidad, nadie elegía de quien se enamoraba, era algo que sucedía sin más. Petra se dio cuenta de que había perdido a alguien muy importante en su vida sin motivo de peso y decidió hablar con ella, con la esperanza de recuperar su amistad.
Celia le hizo saber a Petra que no quería recibirla. Pero la Fuentes no estaba dispuesta a abandonar la casa Silva sin hablar con ella, así que, aprovechó un descuido de doña Rosalía para colarse dentro y llegar hasta la habitación de Celia. No había nadie allí, y Petra caminó despacio hasta el escritorio. Los papeles manuscritos que reposaban sobre su superficie habían llamado su atención. Empezó a leer y no tardó en comprender que eran retazos de una especie de diario. En aquellas frases, Celia contaba su dolor, su tristeza, su vacío… por haber perdido a Petra, pero más que como mujer, como mejor amiga. Narraba su arrepentimiento por haber estropeado una gran amistad con unos sentimientos que no iban a ninguna parte, su deseo de no haberle contado la verdad jamás.
«No fuiste tú quien arruinó nuestra amistad, Celia –pensó Petra—, fui yo, con mi reacción desmesurada e injusta.»
—¿Qué haces aquí, Petra? —exclamó mirándola con dureza. Petra se volvió hacia ella, no sin antes soltar la hoja que sostenía en las manos.
—Necesito hablar contigo —dijo con tono suave.
—No tenemos nada de qué hablar —replicó Celia—, ya me dejaste todo muy claro.
—Celia, por favor… escúchame.
Si algo sabía Petra, era que Celia tenía una paciencia inmensa, sobre todo con las personas que le importaban, y, por suerte para ella, todavía le importaba. Celia accedió a hablar, Petra se disculpó con ella y le rogó que volvieran a ser amigas, porque ninguna merecía perder aquella amistad. La actitud de Celia fue cambiando con el pasar de los minutos y la conversación, y terminó aceptando las disculpas de Petra y su propuesta de olvidar lo sucedido.
Parecía haber funcionado. Celia regresó a la fábrica y volvió a visitar la casa de los Fuentes de cuando en cuando. Benjamín se alegró profundamente de que ambas hubiesen solucionado sus diferencias, y de volver a ver a su hija sonreír como antaño. También las hermanas de Celia estaban encantadas de verla otra vez animada y rebosante de energía. Lo único que Celia había cambiado en su comportamiento era que ahora se cuidaba más de no tomarse demasiadas confianzas físicas. Cuando se abrazaban, solía ser la primera en separarse, y al saludar a Petra, sus besos en las mejillas eran más breves. Petra, curiosamente, se comportaba al contrario, en parte para no contrariar a Celia y en parte porque no se sentía molesta ni preocupada de mantenerle un abrazo o besarla con ganas en la mejilla cuando se saludaban. Incluso empezó a hacerle preguntas a su mejor amiga sobre su manera de sentir el amor, porque el deseo de conocerla mejor, conocerla de verdad, se había adueñado de ella. Quería conocerla tal y como era, aceptarla y quererla así, porque Celia Silva no merecía menos.
Unas semanas después, algo rompió la rutina de las dos. Celia llegó a casa de los Fuentes con una gran sonrisa en los labios.
—¿Qué te pasa? —preguntó Petra intrigada—, pareces muy contenta.
—Lo estoy, Petra —admitió Celia—, ¡He recibido carta de Víctor Dumas, me dice que la semana que viene llegará a Madrid y quiere que nos conozcamos!
CONTINUARÁ…
