Los personajes pertenecen a Victor Hugo. Yo sólo espero que su fantasma no me persiga por tal osadía


Acoger

Parado frente a la academia de baile, Enjolras no sabía qué era lo que hacía allí. Apretaba con su mano izquierda la tira de la mochila que cruzaba su pecho, y que pesaba a causa de llevar el código penal en su interior. Sus clases habían recién terminado y había acudido a aquel lugar a toda prisa. Se hubiera saltado las clases, pero en el máster te pasaban lista. Le había estado dando vueltas a algo durante toda la noche y todo aquel día.

Se acercó a la puerta, aunque volvió a alejarse. Sabía que Grantaire trabajaba allí, pero nunca había ido a verle. El moreno siempre decía que su trabajo allí era meramente informal y el rubio siempre tenía en aquel horario revueltas que mantener. En Estados Unidos movilizar a la población era más complicado, y requería muchas más horas.

La puerta en ese momento se abrió, y varios adolescentes salieron. Hablaban de lo que iban a hacer el fin de semana, y de lo exigente que había sido la profesora aquel día. También hablaban algo de unos campeonatos regionales. La última chica que salió se quedó mirando al rubio, y le dejó la puerta abierta para que pudiera pasar. No le quedaba más remedio que hacerlo.

El interior de academia era fresco, imaginó que a causa del aire acondicionado que había. En la mesa que estaba en la recepción no había nadie, por lo que Enjolras se tomó aquello como una invitación a entrar por el pasillo. Una música llegaba, imaginó que provenía de una de las pistas, junto a una voz.

— ¡Vamos, Éponine! ¡Salta más alto! ¡ Los brazos, controla los brazos! —Sin duda era la voz de Grantaire.

Los pasos, que seguían el camino de la música y de la voz de su pareja, le llevaron a una pista de parqué bastante amplia y bien iluminada. En una de las paredes había un enorme espejo al que Grantaire le estaba dando la espalda. En los bordes de la pistas había un grupo de adolescentes sentados, observando a la joven que posiblemente respondiera al nombre de Éponine, una niña rubia, bajita y muy flaca que danzaba con bastante soltura a ritmo de una música que sonaba actual.

Cuando esta terminó, sus compañeros aplaudieron, pero Enjolras estaba más concentrado en Grantaire, cruzado de brazos y con gesto pensativo.

—No está mal. ¡No pongas esa cara! Te falta un poco más de picaresca. Ya sabes. —Grantaire se agachó y buscó en el reproductor de música que había a su lado un trozo de la canción, el estribillo antes de la segunda estrofa empezó a sonar. —A ver, vamos a hacerlo juntos. —Se acercó a la niña y se puso a su lado, frente al espejo. —Tres, dos, uno y...

Que Enjolras recordase nunca había visto a Grantaire bailar... Los meneos que hacía en la pista cuando tenía un par de cervezas o de vino no contaba, porque eso no era bailar, era hacer el ridículo. Sí, sabía que su novio bailaba, le había visto levemente cuando estaban en el instituto, pero... Allí, en medio de una pista, de esa forma nunca.

Un movimiento de cadera, una caída, levantarse justo para dar una vuelta y...

— ¿Enjolras? —La música siguió sonando, pero los dos bailarines se detuvieron y todas las miradas se fueron hacia la puerta, donde el rubio se había quedado. — ¿Qué hacías aquí? —Preguntó volviendo a detener el disco.

—Bueno... No tenía nada que hacer y decidí pasarme. —Se encogió de hombros entrando un poco más en la sala.

—Ya... Ah... —Se volvió a los chavales, mientras se pasaba una mano por el pelo, el cual se le había desordenado aun más. —Dejamos la clase por aquí. Venid mañana a la hora de siempre.

—No sabía que dieras clase a los niños. —Las miradas de los alumnos de Grantaire se volvieron al rubio, incluida la de la niña rubia a quien Enjolras miraba, como si de ese modo podía ahorrarse describir a alguien en concreto.

— ¡Estoy a punto de cumplir los dieciséis, gilipollas! —Éponine bufó mientras se acercaba a su bolsa habitual antes de dirigirse a la salida con cierta molestia.

— ¿En serio?

Grantaire se acercó, viendo como el resto salía detrás de ella, una vez se habían quedado solos, se volvió al rubio.

— ¿Qué te trae por aquí?

—Nunca te había visto bailar. —Era más fácil decir aquello.

No, Enjolras no era una persona tímida, no era introvertido. Simplemente era más fácil hablar de otras cosas. Siempre era más fácil hablar de otras cosas que de la relación que tenían. Siempre era más fácil cualquier cosa que eso.

— ¿Cómo que no? Pero si bailo todos los findes en el Musain cuando ya tengo la segunda copa en el cuerpo.

—A eso no se le puede llamar bailar.

— Entonces, ¿sólo has venido para verme bailar?

Enjolras se encogió de hombros. Costaba porque pocas veces se había implicado con alguien emocionalmente de tal manera, por no decir nunca. Ni siquiera con sus padres, por los cuales ahora estaba allí, mirando como Grantaire recogía las cosas que había estado utilizando. Se apoyó en la pared, en un extremo del espejo con la cabeza contra la pared, una mano en el bolsillo de los vaqueros y siguiendo con la mirada al mayor.

Por culpa de sus padres estaba allí. Siempre eran ellos los culpables.

—Eh, —le llamó Enjolras, sin cambiar su postura. — ¿Eso de acogerme en tu casa iba en serio?

— ¿Has estado pensando en eso? —Dejó por un momento su tarea y se acercó a su pareja. Era raro llamarle pareja, pese a que hiciera ya un par de años que estaban juntos.

—Sólo un poco. Mientras ordenaba hacía la mochila para ir a clase. —Mentía, pero a R no le importaba, porque sabía siempre ver entre sus mentiras.

Todo había empezado el día anterior cuando se habían acercado a un centro comercial. Enjolras tenía que ir a una librería y Grantaire a la tienda de disco. El rubio había empezado a hablar acerca de sus padres, y las ganas que tenían de que entrara en el buffet de abogados de uno de los amigos de su padre, algo que a él no le hacía ni pizca de gracia, puesto que deseaba trabajar en algún centro social, ayudando a los que más lo necesitaban y no a cuatro hombres ricos que se podían permitir comprar la justicia a golpe de talonario y extorsión.

— Y lo peor es que usan sus obligaciones que por ley como armas arrojadizas.

—Pues vete de casa. —R sonaba tan tranquilo, que hasta por un momento a Enjolras le pareció bastante lógico.

—Como si fuera tan fácil. ¿Y dónde me meto?

—En mi casa.

Había sido un simple comentario. Pronto cambiaron de tema, antes siquiera de que Enjolras pudiera meditar aquello que había dicho el mayor, pero no por ello se le olvidó.

Y ahora volvía a estar allí, frente a él, aunque en un escenario bastante distinto.

— ¿Ha pasado algo nuevo?

— Mi padre quiere que mañana vaya a una entrevista a un buffet. —El padre de Enjolras quería colocar a su hijo cuanto antes, y es que quedaban apena dos meses para que el rubio terminase su máster y estuviese habilitado para ejercer como defensor.

— ¿Y tú qué vas a hacer? —Podía intuirlo, por el tono que había ido la conversación, pero siempre era más fácil cuando se lo escuchaba decir.

—Bueno... un viernes es un buen día para mudarse.